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Estoa. Revista de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca

versión On-line ISSN 1390-9274versión impresa ISSN 1390-7263

Estoa vol.7  supl.14 Cuenca oct. 2018

https://doi.org/10.18537/est.v007.n014.a08 

Artículo

Tradición Arquitectónica, Identidad y Globalización: el problema de la homogeneización del paisaje construido

Architectural Tradition, Identity and Globalization: Reflections on the problem of the homogenization of the built environment.

Alejandro García1 

1Universidad Alfonso X el Sabio, Escuela Politécnica Superior, Villanueva de la Cañada, España, ahermgar@uax.es


Resumen:

En el ejercicio del urbanismo, la arquitectura y la conservación del patrimonio arquitectónico y urbano existe una preocupación creciente por la preservación de los caracteres esenciales del paisaje cultural en el que se interviene, particularmente cuando estos tienen su origen en tradiciones locales. Esta preocupación está aún por verse reflejada en los programas docentes de los estudios de arquitectura y urbanismo. Es por ello necesario reflexionar sobre la naturaleza del problema para poder emprender con éxito este camino. En la medida en que las tradiciones constructivas, arquitectónicas y urbanísticas locales prosigan su hasta ahora constante y progresiva disolución, la relevancia de su conservación continuará en ascenso. Sin embargo, conceptos tan esenciales para afrontar esta cuestión y de uso tan frecuente como son los de tradición, globalización e identidad local son utilizados comúnmente en el campo que nos ocupa de forma imprecisa o incorrecta. Este texto trata de contribuir a un mejor conocimiento y a una más correcta definición de los mismos en el ámbito de nuestro ambiente construido.

Palabras clave: Arquitectura tradicional; globalización; identidad local; homogeneización; paisaje cultural

Abstract:

When practicing urbanism, architecture and architectural and urban heritage preservation there is a growing concern on the conservation of the essential characters of the cultural landscape to be transformed, particularly when they come from its local traditions. This concern is still to find the place it deserves in the curriculum of the architecture and urbanism educational programs. Being so, it is necessary to reflect on the nature of this problem in order to successfully undertake this task. As far as the till now constant and progressive disappearance of traditional building, architecture and urbanism goes on, the relevance of preserving those characters will continue its growth. Nevertheless, as basic and commonly used key concepts to deal with this problem as tradition, globalization and local identity are frequently ambiguously or incorrectly used in this field. This paper intends to contribute to a better understanding and a more correct definition of these concepts when applied to our built environment.

Keywords: Traditional architecture; globalization; local identity; homogenization; cultural landscape

1. Introducción

Uno de los temas de mayor actualidad en el mundo de la arquitectura y el urbanismo en general, y en el de la preservación del patrimonio en particular, es el de la progresiva y hasta hoy inexorable pérdida de las diversas identidades locales tradicionales ante los efectos de la globalización sobre nuestro entorno construido.

En el Plan Nacional de Arquitectura Tradicional, desarrollado por el Instituto de Patrimonio Cultural de España, se afirma, subrayando los aspectos identitarios y paisajísticos de la tradición arquitectónica (2014, p.8): “Frente a la creciente homogeneización de los paisajes urbanos a nivel mundial, la arquitectura tradicional debe de ser igualmente valorada por la diversidad de matices y calidad de los paisajes culturales, urbanos y rurales que ha contribuido a conformar”. De hecho, la cuestión resulta más acuciante que nunca. Como explica el arquitecto Rem Koolhaas (2004, pp.1-2), nuestra voluntad de preservar “no es el enemigo de la modernidad, sino realmente una de sus consecuencias”, ya que “la propia idea de modernizar contiene latente o abiertamente el asunto de qué conservar”. El desarrollo de una implica el incremento de la otra.

La intensa transformación sufrida por nuestro entorno en las últimas décadas ha estado acompañada por un crecimiento de una dimensión sin precedentes de nuestra voluntad de preservar aquello que estamos viendo desaparecer por su causa. El patrimonio ha ido creciendo cuantitativa y tipológicamente hasta abarcar paisajes e incluso regiones enteras. La exploración de nuevas alternativas hábiles para poder responder de un modo viable a los exigentes requerimientos de tal incremento se hace prioritaria.

En enero del año 2018, de forma extraordinaria y con motivo de la celebración del Año Europeo de Patrimonio Cultural, los ministros de Cultura y Jefes de las Delegaciones de los países firmantes del Convenio Cultural Europeo y de los estados observadores del Consejo de Europa, representantes de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), del ICCROM (Centro Internacional para la Conservación y la Restauración de los Bienes Culturales), del Consejo de Europa, de la Comisión Europea, del Consejo de Arquitectos de Europa, del Consejo de Europa de Urbanistas, de ICOMOS International (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) y de Europa NOSTRA se reunieron en Davos, Suiza, en el marco de la reunión anual del Foro Económico Mundial. Fruto de este encuentro, la Declaración de Davos señala cómo:

Siendo conscientes de la tendencia a la pérdida de calidad tanto en el entorno construido, como en los paisajes abiertos en toda Europa, reflejada en la banalización de la construcción, en la falta de valores de diseño, incluyendo la falta de preocupación por la sostenibilidad, el aumento de la dispersión urbana y del uso irresponsable de la tierra, el deterioro del tejido histórico y la pérdida de las tradiciones e identidades regionales (...), cabe subrayar el valor y el carácter irreemplazables de los paisajes y del patrimonio cultural (...). Existe una necesidad urgente de tener enfoques integrales y centrados en la cultura para el entorno construido y para la visión humanista de la forma en la que configuramos conjuntamente los lugares en los que vivimos y la herencia que dejamos a nuestro paso (2018, pp. 1-2).

Este llamamiento, compartido y firmado por un creciente número de países e instituciones europeas, viene a sumarse a los múltiples documentos internacionales que abundan sobre la cuestión planteada, que encontró también un lugar, a pesar de la amplitud temática de los propósitos en ella recogidos, en la Nueva Agenda Urbana, aprobada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible (Hábitat III), celebrada en Quito el 20 de octubre de 2016, al declararse en ella: “incorporaremos a los pueblos indígenas y las comunidades locales en la promoción y difusión de los conocimientos del patrimonio cultural tangible e intangible y en la protección de las expresiones y los lenguajes tradicionales, incluso mediante el uso de nuevas tecnologías y técnicas” (2016, p.38).

Sin embargo, la implementación de herramientas y programas docentes más eficaces para combatir este problema resulta más complicada, si cabe, por la propia indefinición de la que adolecen las más básicas cuestiones implícitas en el proceso sobre el que se quiere intervenir.

Conceptos como tradición, globalización o identidad local constituyen un recurso habitual en el lenguaje arquitectónico, pero se utilizan por lo general de modo impreciso e incluso erróneo. Se trata de una terminología desdibujada por su utilización recurrente de modo simplificado en exceso e incluso banalizado, tanto por desconocimiento como, en ocasiones, por interés en que así suceda. Por tanto, es conveniente trabajar en su apropiada y matizada definición.

Pese a tratarse de un tema tan manido en apariencia, aún hay mucho por investigar sobre él desde los ámbitos de la arquitectura y del urbanismo, así como nociones muy básicas sobre el mismo que están aún por ser incorporadas a la labor docente en casi cualquiera de las disciplinas que se imparten en estos estudios, limitándose con ello el conocimiento y el respeto por estos valores que se ven reflejados en el ejercicio profesional de restauradores, arquitectos y urbanistas. Este texto pretende, por esta causa, contribuir a señalar estas carencias y hacer un llamamiento a construir una base más sólida sobre la que cimentar futuros trabajos o experiencias profesionales y académicas.

2. Matices que han de destacarse dentro del concepto de globalización

La contemporaneidad ha visto nacer un fenómeno nuevo, o al menos nuevo en la importancia que ha adquirido, y que ha ido expandiéndose y agudizándose desde su aparición: la percepción de este proceso por una parte significativa de la población mundial como “una uniformización empobrecedora y una amenaza contra la que han de luchar para preservar su cultura propia, su identidad, sus valores” (Maalouf, 2016, p. 120).

Se escriben ríos de tinta sobre este tema. La globalización y sus consecuencias se han convertido en un lugar común tanto en la prensa generalista como en la bibliografía especializada. Sin embargo, y tal vez por ello mismo, estamos ante conceptos que requieren una correcta definición, acotando de forma precisa sus verdaderas implicaciones en el campo que nos ocupa en particular, el de la arquitectura.

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía del año 2001, define la globalización como: “la integración más estrecha de los países y los pueblos del mundo, producida por la enorme reducción de los costes de transporte y comunicación, y el desmantelamiento de las barreras artificiales a los flujos de bienes, servicios, capitales, conocimientos y (en menor grado) personas a través de las fronteras” (2002, p. 34). Según lo cual, nos encontramos ante un fenómeno de progresiva convergencia política, económica y cultural. Tanto es así, que el propio concepto de Nación-Estado ha sido trascendido por fuerzas económicas cuyo poder y ámbito de actuación superan ampliamente su capacidad para gobernarlas.

La palabra globalización se hizo primero común en la jerga económica durante la década de los 60 del pasado siglo, mientras que la popularización de su uso podría datarse en la década siguiente, apareciendo ya con profusión en declaraciones y documentos oficiales durante los años 80 (Adam, 2012, p. 59).

La Recomendación sobre la protección y el papel contemporáneo de las áreas históricas, presentada por la UNESCO en Nairobi, en 1976, fue el primer documento internacional sobre el patrimonio arquitectónico en abordar este problema, aunque se refería a él con los términos despersonalizar y estereotipar.

También se ha asociado y se continúa asociando con frecuencia la globalización a términos como Occidentalización, Americanización e incluso Manhattanización, pero conviene señalar que, más allá de que los Estados Unidos o la propia Nueva York se hayan identificado durante décadas como modelo y símbolo de desarrollo y progreso, la identidad local de las diversas regiones de Occidente, de los Estados Unidos, e incluso la de la propia isla de Manhattan, han sufrido igualmente los efectos de la globalización, diluyéndose progresivamente, por lo que ha de ponerse en cuestión dicha asociación (Figura 1).

En todo caso, la globalización no es un fenómeno nuevo, sino que desde la aparición de las primeras civilizaciones han existido procesos de mestizaje, asimilación y diferenciación culturales. La situación actual es en este sentido simplemente el último paso de una realidad histórica que ha ido avanzando en sucesivas oleadas desde el albor de los tiempos. Hechos como la romanización de la cuenca mediterránea o la hispanización del continente americano podrían entenderse en parte como grandes impulsos hacia la globalización, al menos en lo tocante a algunas de sus consecuencias.

Fuente: Propia

Figura 1: Vista de Park Avenue, Nueva York: los fenómenos de homogeneización arquitectónica han afectado a la propia isla de Manhattan (2011). 

Fuente: Propia

Figura 2: San Lucas de Colán, Piura, Perú, edificada en 1535: ni las aportaciones culturales foráneas ni la aparición de nuevas funciones y requerimientos prácticos conducen necesariamente a un deterioro de la identidad local (2011). 

Sin embargo, tales procesos de homogeneización han estado históricamente acompañados por procesos paralelos de diferenciación o “vernacularización”, y al igual que, por ejemplo, el latín hablado en Castilla o en Levante español adquirió una identidad propia, adaptándose a un contexto cultural diverso, lo mismo ha sucedido siempre con la arquitectura, siendo fácilmente comprobable cómo las tradiciones arquitectónicas de origen hispano se transformaron, adoptando identidades únicas y diversas de las españolas, al mezclarse con las formas, las tradiciones constructivas y los materiales locales del Nuevo Mundo (Figura 2). Del mismo modo, también hoy asistimos a similares casos de progresiva diferenciación como respuesta a fenómenos de homogeneización, tal como ha ocurrido, por ejemplo, con las costumbres socio-religiosas en amplias regiones del mundo islámico, o con las lenguas regionales en diversos lugares de Europa.

Ahora bien, qué es, pues, lo que hace singular esta etapa concreta de este proceso histórico de sucesivas o paralelas homogeneizaciones y diversificaciones culturales y cuáles son sus particulares efectos sobre nuestro entorno construido.

3. La incidencia contemporánea de la globalización sobre las tradiciones arquitectónicas locales

Relaciones comerciales, flujos migratorios, intercambios de ideas, etc., no constituyen una novedad de nuestro tiempo, si bien su impacto se ha disparado con la consolidación internacional del capitalismo y el libre mercado. Tales fuerzas de cambio no han de ser, pues, lo que diferencie este momento de los anteriores. No pueden ser éstas las que hayan convertido la globalización en una preocupación internacional de primer orden. Estos fenómenos han existido siempre, conllevando, como se ha dicho, tanto procesos de homogeneización como procesos de diferenciación. Las tradiciones locales no han dejado nunca de adaptarse a ellos, cambiando y evolucionando conforme a las necesidades y la mentalidad de la sociedad a la que han dado servicio (Figura 3 y Figura 4).

Fuente: Propia

Figura 3: Diversidad cronológica y tipológica en la tradición arquitectónica de Hombrados, Guadalajara, España (2014). 

Fuente: Propia

Figura 4: Calle de Brujas, Bélgica: La heterogeneidad estilística y cronológica no conduce necesariamente al deterioro de la identidad local tradicional (2010). 

Así, si una determinada cultura se implantaba en un nuevo territorio, se veía naturalmente abocada a adaptarse a ese nuevo contexto, desarrollando caracteres propios vinculados tanto a la base cultural previa que allí encontraran, en caso de existir ésta, como al propio medio físico existente, con su clima, sus recursos, su geografía, etc. Para comprender este fenómeno, basta comprobar cómo incluso en los casos más extremos, en aquellos cuya historia nos habla de una superposición constante de oleadas de pobladores, costumbres e influencias culturales heterogéneas, la arquitectura tradicional ha proseguido su particular evolución, incorporando cada nueva aportación y adaptándola a sus particulares caracteres (Figura 5).

Fuente: Propia

Figura 5: Casas tradicionales de diversa cronología en Hebrón, Palestina, reflejo de algunas de las muy diversas culturas que han pasado por la ciudad, sin que esto mine la identidad propia de su tradición local (2014). 

Dicho lo cual, incluso si aceptáramos la hipótesis de que estuviéramos realmente en los albores de una convergencia cultural absoluta y obviáramos, pues, la existencia de los procesos diferenciadores que la acompañan, ésta no implicaría una progresiva convergencia del medio físico, uno de los principales condicionantes de la arquitectura desde sus mismos orígenes. De existir una voluntad común de adaptación al medio, a su clima y a sus recursos, la diversidad arquitectónica local, aunque empobrecida, estaría igualmente asegurada.

La homogeneización arquitectónica no es consecuencia directa de la homogeneización cultural. Un buen ejemplo de ello fue expuesto por Julio Caro Baroja en 1946, en Los pueblos de España (2003, vol. 2, pp. 18-22), donde contrastaba el progresivo desplazamiento hacia el norte de la cultura y la lengua vascas desde el siglo XVI ante el avance de las castellanas con la notable estabilidad de las fronteras entre los diversos tipos arquitectónicos tradicionales en esas mismas regiones y durante el mismo período.

No es la homogeneización cultural lo que conduce en mayor medida a la homogeneización de nuestro entorno construido, sino la desaparición progresiva de la necesidad primero y de la voluntad después de adaptar de la arquitectura al contexto en el que se construye.

Minusvalorar la importancia de la tradición local, llegando incluso a prescindir de ella, es únicamente factible cuando la mecanización y la abundancia de recursos energéticos disponibles lo permiten. Para ello, ha de ser posible, utilizando las famosas palabras de Milton Friedman, Premio Nobel de Economía en 1976, “fabricar un producto en cualquier lugar, utilizando recursos de cualquier lugar, por una empresa localizada en cualquier lugar, para ser vendido en cualquier lugar” (Adam, 2012, p.78). Sin embargo, el hecho de que sea factible el prescindir de esa adaptación al medio tampoco la convierte en necesaria. En consecuencia, finalmente, para que este cambio se produzca, para que la “mecanización tome el mando”, se requiere además un marco ideológico que lo valide.

Es este punto donde la exaltación del “progreso” como fin en sí mismo juega un papel decisivo en el proceso. Sin el aval de esta ideología, la Nueva Era Global no conduciría ineludiblemente a una arquitectura global, pero precisamente el “mito del progreso infinito” fue identificado por Mircea Eliade como la ideología que domina e inspira la cultura contemporánea, como el dogma propio de nuestro tiempo. Según este dogma “el verdadero cometido del hombre consiste en cambiar y transformar la Naturaleza”, ya que “está capacitado para obrar mejor y más aprisa que la Naturaleza”, y “está llamado a convertirse en dueño de ésta” (2016, p. 186).

Hobsbawm dirige también nuestra atención hacia estos factores puramente culturales en The Invention of Tradition (1983, p. 8), afirmando que, aun cuando suela aducirse que el abandono de la tradición local se produce cuando ésta ya no está disponible o ya no es viable desde un punto de vista práctico, la realidad es que suele sobrevenir antes de que esto ocurra, cuando deja de ser utilizada y actualizada de forma deliberada. Sin negar la mayor dificultad de adaptar prácticas preindustriales a los requerimientos de sociedades industrializadas, atribuye su abandono a corto plazo al propio rechazo ideológico a la tradición “por quienes la ven como obstáculo al progreso o, aún peor, como su adversario militante”. Esta idealización de lo que Samir Younés denomina “inventio ex nihilo” (2012, pp. 21-22), y, en consecuencia, de las nuevas tecnologías y, sobre todo, de la imagen de las mismas, es decir, de la apariencia novedosa o tecnológica, está estrechamente relacionada con una visión de la historia como desarrollo lineal hacia un grado de perfeccionamiento progresivamente más elevado hoy ya trascendida (Boas, 1955; Lévi-Strauss, 1962, pp. 11-59; Oliver, 2006, p. 124; Harari 2014).

El arquitecto Leopoldo Torres Balbás, una de las principales referencias españolas en el estudio de la tradición arquitectónica, en 1933 explicaba con bellas palabras cómo:

El artesano, concienzudo y lento, no puede luchar con las producciones de la fábrica. Su humilde clientela desdeña además por anticuados los muebles fuertes y pesados de los abuelos, los lienzos ásperos y eternos, tejidos en casa, los cacharros hechos por los alfareros del lugar, y las casas viejas en las que vivieron sus ascendientes. Prefieren todas esas cosas frágiles, pretenciosas y efímeras, que tienen una apariencia de lujo burgués y que admiran tras los escaparates de las tiendas ciudadanas (1988, pp. 159-161).

Mientras que, dado que no se trata tanto de una cuestión funcional como ideológica, “sus productos son acogidos por las clases acomodadas y la moda de lo primitivo y regional impónese” (1988, p. 161). La cultura material tradicional seguía siendo adaptable a las necesidades del presente, como corresponde a cualquier tradición que mantiene su vitalidad (Figura 6).

Fuente: Propia

Figura 6: Vista de la Plaza del Sol en el Barrio de Gracia, Barcelona: edificios de distintas alturas, estilos y épocas definiendo juntos una única identidad, en base a la continuidad de una serie de rasgos arquitectónicos propios del lugar (2011). 

Sin embargo, existía un fuerte rechazo ideológico, sin antecedentes históricos conocidos, a dar continuidad a sus centenarios procesos de adaptación y transformación.

Según lo expuesto, este fenómeno depende, pues, en gran medida de un factor cultural. En consecuencia, podemos afirmar que podría llegar a combatirse con éxito por medio de herramientas también fundamentalmente culturales, o al menos una importante parte de sus causas. Sin adoptar políticas culturales en esta línea, y, sobre todo, formativas, difícilmente cualquier otro tipo de medidas podrán resultar exitosas a largo plazo. Sin una educación y una mentalidad favorables a la conservación y adaptación a nuestro tiempo de una tradición viva, la homogeneización arquitectónica incidiría e incide incluso en aquellas regiones donde la continuidad con la tradición local, adaptándola a las necesidades del presente, es aún hoy la alternativa más sencilla y asequible para edificar (Figura 7).

Determinado esto, conviene también tratar de esclarecer a continuación cuáles son los principales motivos que pueden movernos a querer revertir o atenuar ese proceso homogeneizador.

Fuente: Propia

Figura 7: Introducción de estructuras meramente representativas de hormigón armado en muros preexistentes de tapial en Tamegroute, Zagora, Marruecos: estructuras redundantes, simuladas, se disponen hacia la calle para transmitir un mensaje de “progreso” y “prosperidad” (2014). 

4. Tradición arquitectónica e identidad local

Son múltiples los valores que reconocemos en las tradiciones arquitectónicas: sociales, ecológicos, estéticos, etc., siendo todos ellos las principales razones que se aducen para reivindicar la reversión o contención del proceso globalizador. En cualquier caso, sólo algunos de estos valores, tales como los medioambientales o su papel en la definición de lo que denominamos identidad, suelen destacarse sobre el resto en el debate actual.

Las implicaciones ecológicas de las anteriormente citadas palabras de Milton Friedman parecen claras. Sin embargo, las consecuencias humanas del deterioro de la identidad local suelen quedarse al margen, y requieren por tanto un análisis más detenido, al no ser tan fácilmente reconocibles los efectos negativos producidos por ella.

El sociólogo Zygmunt Bauman ha analizado ampliamente el complejo concepto de la identidad, publicando importantes textos sobre la materia, como Modernidad líquida, La ambivalencia de la modernidad o sus conversaciones con Benedetto Vecchi, reunidas en castellano bajo el título de Identidad. Expone en ellos tanto la relevancia que la cuestión de la identidad ha adquirido en nuestro tiempo como la problemática a la que ha de hacer frente, resultando particularmente esclarecedores por sus conexiones con el ámbito de la arquitectura.

Para Bauman, la globalización ha tenido importantes consecuencias sociales, lanzándonos a un perpetuo estado de fragilidad, al haber minado la antigua estabilidad de nuestra identidad. Esta estabilidad, en lo relativo a nuestro entorno construido, no dependía de una tradición estática, sino en una tradición donde los lentos pero constantes procesos de adaptación y cambio estaban acompañados siempre por la permanencia o la continuidad selectivas de parte de sus caracteres.

La definición identitaria en base a esa estabilidad es condición indispensable para hacer referencia a nuestras relaciones con el resto de la sociedad, pero el proceso globalizador ha hecho que los vínculos que nos conectan a los demás se vuelvan cada vez más inestables, siendo difícil confiar en su pervivencia a largo plazo. Lo que Bauman denomina el “estilo consumista” disuelve progresivamente la durabilidad de la identidad, que sólo una minoría privilegiada puede elegir a voluntad. La oferta de identidades se multiplica imparablemente. La ciudad, el paisaje, la comunidad, la familia, el amor o el trabajo se están convirtiendo en algo mudable, resultando cada vez más arriesgado esperar de ellos lealtad o estabilidad. Este estilo impone que todo, siempre que podamos permitírnoslo e independientemente de que se trate de parejas, hogares u objetos, haya de satisfacernos de forma instantánea, requiriendo para ello una constante búsqueda de la novedad (Bauman y Vecchi, 2007, p. 137). Por ello, afirma que hemos pasado de una fase de “modernidad sólida” a otra “fluida”, “líquida”, que denomina de este modo por analogía con los fluidos, que no pueden “conservar su forma durante mucho tiempo y, a menos que se les vierta en un contenedor ceñido, siguen cambiando bajo la influencia de incluso la menor de las fuerzas” (Bauman y Vecchi, 2007, pp. 111-112). “La herramienta pasada de moda la tiramos a la basura” (1986, p. 13), escribía Le Corbusier en 1923 en Hacia una Arquitectura, llamando a los arquitectos a librarse de la “acumulación bochornosa de viejo detritus” (1986, p. 288), y trasladando así al campo arquitectónico una ideología que iba a conquistar el mundo contemporáneo.

El afán de cambio y novedad de ese “estilo consumista” hace que los lugares, previamente asociados a tradiciones culturales particulares, con el sentido de continuidad que ello comporta, se transformen progresivamente en los “no lugares” que en 1992 identificara Marc Augé como productos originales de nuestro tiempo, aquellos carentes de una identidad propia ligada a ellos (2008, pp. 83-85). Tradicionalmente espacio y lugar eran conceptos ampliamente coincidentes, mientras que en la actualidad cada vez menos espacios pueden considerarse propiamente lugares (Giddens, 1993, p. 17). Otros antropólogos, entendiéndolo en ese mismo sentido, denominan a este proceso “deterritorialización” (Kearney, 1995, p. 553; Hernández Martí, 2006). Lo local se desvanece. Nuestras ciudades van convirtiéndose de forma progresiva en las “ciudades genéricas” (Figura 8) que aclama Rem Koolhaas (2008a), quien no ha hecho sino plasmar en sus escritos la realidad de la particular cruzada que un buen número de arquitectos han librado desde hace décadas contra los lugares de identidades sólidas, proclamando la inevitabilidad de asumir los dictados de la era de lo que el mismo Koolhaas denomina “espacio basura” (2008b).

Fuente: Propia

Figura 8: Vista parcial del frente marítimo de Alicante, España: la “ciudad genérica” devorando progresivamente el singular paisaje del lugar (2011). 

Fuente: Propia

Figura 9: Nuevo acceso a la “Casa del Greco”, Toledo: en esta casa-museo, ambientada previamente para conectar al visitante con el pasado de la ciudad, se subraya ahora su nítido contraste con la arquitectura propia de las tendencias del momento (2010). 

En el marco de esta ideología, los productos del pasado, como la propia arquitectura tradicional, sólo parecen aceptables y disfrutables cuando son “congelados, catalogados y empaquetados en un buen diseño a la moda” (Figura 9) que subraye que han sido ya apartados de su uso cotidiano, que su desarrollo ya se ha detenido (Augé, 2008, p. 83; Bauman y Vecchi, 2007, p. 156). Desecharlos o momificarlos cual objetos de museo se convierten en las dos únicas soluciones satisfactorias bajo los dictados de esta forma de pensamiento.

5. La reivindicación contemporánea de la identidad local perdida

Lo estable, o lo que, como la tradición arquitectónica, evoluciona tan sólo lentamente, se opone de este modo a lo que comúnmente se considera el éxito, resultando por ello frecuentemente menospreciado y, sin embargo, por paradójico que resulte, crecientemente anhelado.

La sociología se ha ocupado ampliamente de este problema, determinando que se debe a que tendemos a definir nuestra propia identidad no sólo con nosotros mismos, sino también a través de nuestros vínculos sociales y de nuestros lazos con determinados lugares (Relph, 1976; Anholt, 2009, p. 157). Por ello, al tiempo que el ser humano ha ido olvidando progresivamente sus tradiciones y renunciando a sus principales referencias locales, ha surgido en él un creciente temor a la pérdida de su identidad, tanto colectiva como individual (Simmel, 1971), ya que sentirse arraigado es quizá una de las más importantes y menos reconocidas necesidades humanas (Weil, 1952, p. 41). Lo que permanece, lo que perdura más allá de la fugacidad de la propia vida humana, es fundamental para dotar de solidez al mundo que nos rodea. Los entornos que conservan su condición de lugares se convierten por ello en uno de los más importantes recursos para fundamentar esa solidez, ese arraigo.

Christian Norberg-Schulz, quien a lo largo de su obra se ha ocupado singularmente del estudio del concepto de lugar, lo define como una totalidad compuesta de cosas concretas que determinan una particular esencia: el carácter del lugar, que él denomina “genius loci” (1976, pp. 3-10). Tomaba este término de los espíritus que las creencias romanas asociaban a cada lugar según su particular personalidad, aunque en numerosas culturas han existido prácticas similares. En la esencia del lugar encuentra dos funciones psicológicas fundamentales: orientación e identificación, la primera con un significado puramente topológico, la necesidad de saber dónde se está, y la segunda como capacidad para definir la identidad de la persona a través de su identificación con determinados lugares. La función de la orientación fue magistralmente estudiada por Kevin Lynch en 1960 (2008), siendo comúnmente materia de estudio en las escuelas de arquitectura. La de identificación, sin embargo, no ha tenido hasta hoy la atención que se merece en los estudios de arquitectura, pese a ser la más importante de las dos, según el propio Norberg-Schulz, para quien, además, esta disfunción ha conducido a la proliferación de arquitecturas alienantes, incapaces de generar lugares en un sentido pleno (1976, pp. 3-10). Es por ello en este aspecto en el que habríamos de incidir singularmente a la hora de reorientar nuestra docencia para dar respuesta a esta demanda.

Dicho esto, en los lugares propiamente dichos reconocemos numerosas referencias que contribuyen a definir nuestra propia identidad, tanto en la configuración general como en los más pequeños detalles de los mismos. Estas referencias pueden ser de carácter individual o de carácter colectivo, pero en la ciudad tienen generalmente preeminencia las colectivas, las que dan servicio a toda una comunidad. Éstas responden a grupos sociales de distinta escala, desde naciones o ciudades completas, hasta miembros de una pequeña comunidad o vecindario, pasando por grupos más difíciles de delimitar, como los practicantes de una determinada religión o los seguidores de unas ideas políticas concretas. Pueden ser físicamente patentes, permaneciendo construidas o siendo huellas de otras destruidas, estar más o menos estratificadas, resultar más o menos legibles: desde edificios, monumentos o partes de ellos, hasta reminiscencias de anteriores tramas urbanas o configuraciones espaciales pretéritas (Figura 10). Pero también pueden subyacer en el paisaje urbano, subsistiendo únicamente en la memoria colectiva, que puede llegar o no a asociarlas, de forma consciente o subconsciente, a un determinado lugar. Entre las subyacentes, podríamos aún establecer una nueva diferenciación. Por un lado, tenemos aquéllas que, pese a su historicidad, han dejado de existir de forma aparente, como pueden ser los recuerdos de ciertos sucesos. Por otro, aquéllas que, aun formando parte de lo mitológico o legendario, o deformada su memoria por el transcurso del tiempo, desempeñan un papel análogo al de las anteriores.

Fuente: Propia

Figura 10: Vista de Utrecht: tipos, funciones, escalas, lenguajes y épocas, incluida la presente, conviven en su centro histórico, definiendo en conjunto la peculiar identidad de la ciudad. Al fondo, el barrio construido en torno a su estación ferroviaria se alza hoy a modo de manifiesto de la arquitectura genérica, sin carácter definido (2012). 

En 1963, en La idea de la ciudad Joseph Rykwert trata ampliamente del papel de las referencias colectivas al analizar tanto la ciudad romana como sus paralelos en otras culturas, mostrando “la ciudad como un símbolo mnemónico total o, en todo caso, como un complejo de símbolos en que el ciudadano, a través de ciertas experiencias palpables, como procesiones, fiestas estacionales y sacrificios, se identifica con su ciudad, con su pasado y sus fundadores” (2002, p. 209).

Entre estas referencias, la arquitectura tradicional, en concreto, tal como se expone en el ya citado Plan Nacional de Arquitectura Tradicional:

Es una de las principales señas de identidad de los diversos colectivos que les han dado vida. Cada una de estas arquitecturas constituye un testimonio único e inherente de la comunidad que la ha producido, por ello unifican colectivos y refuerzan vínculos de identidad compartida. La enorme diversidad de matices que cada área geográfica conlleva se manifiesta en lo construido. Ello hace que cada lugar tenga una personalidad arquitectónica propia, y en su conjunto todas ellas reflejen la gran variedad y riqueza cultural de nuestro territorio. La naturaleza de esta arquitectura se basa en una serie de principios que le otorgan un valor relevante para la memoria colectiva del ser humano (2014, pp. 8-9).

Es decir, se trata de referencias colectivas que poseen valor a escala global. Por ello, un europeo, por ejemplo, será capaz de reconocer y valorar la arquitectura tradicional de un determinado pueblo tunecino, por alejado culturalmente que pueda estar de sus habitantes, y este reconocimiento y esta valoración contribuirán al mismo tiempo a la definición de su propia identidad como europeo.

6. Conclusión

Mientras el llamado por Bauman “estilo consumista” continúa destruyendo identidades locales y generando lugares e individuos genéricos, la necesidad que nos mueve a conservar, enriquecer o incluso a inventar estas referencias es tan poderosa que impulsa la realización de enormes esfuerzos intelectuales y materiales con tales fines. Así, puede constatarse que cualquier sociedad, ante la carencia o eliminación de la identidad que le es propia, busca crearla ex profeso, invirtiendo enormes esfuerzos en su preservación, su potenciación o incluso su invención. Un buen ejemplo lo encontramos en lo ocurrido en multitud de lugares donde, tras la destrucción ocasionada por guerras, atentados o catástrofes naturales, por lo general se ha buscado a toda costa restituirles la identidad perdida. La catalogación y protección de edificios y conjuntos concretos, seleccionados entre los innumerables existentes, está salvando un gran número de la demolición. Ahora bien, si comparamos esta muestra con el inmenso número que va perdiéndose en paralelo, podemos comprobar que esto, por sí mismo, no basta para resolver este problema.

Se obvia de forma extendida el marco general en el que se produce el deterioro del paisaje cultural, la formación de los profesionales que más inciden en su transformación, entre los que se encuentran los arquitectos y los urbanistas, y, sobre todo y de forma muy llamativa, el vehículo requerido para la continuidad de la tradición: el artesano. Para el mayor éxito de las futuras políticas de conservación y reconfiguración de nuestras ciudades y paisajes habría de reconsiderarse la necesidad de proteger y potenciar esta figura, tal como se viene haciendo en países como Japón o Corea del Sur desde hace décadas, con sus programas de protección de sus “tesoros humanos vivos”, así como garantizar la continuidad de los conocimientos de los que es depositaria, en lo que existen ya sistemas formativos que están demostrando ser satisfactorios, entre los que podría destacarse en algunos campos el ejemplo francés, donde la formación reglada del artesano de la construcción goza de singulares prestigio y demanda. Sin embargo, todo ello quedaría sin efecto si no incidimos también en la formación que reciben al respecto las futuras generaciones de arquitectos, quienes con su mayor o menor interés y comprensión de la materia que nos ocupa determinarán el futuro de los saberes locales tradicionales y de los específicos caracteres a los que estos saberes han dado lugar.

Así pues, existe una alternativa que podría ser más viable y realista que limitarse a tratar de preservar una imagen estática e inalterada de los entornos mejor preservados, de los lugares que consideramos más representativos: no pretender dejar de actualizarlos, pero hacerlo en base a la continuación y constante adaptación al presente de la tradición arquitectónica que fundamenta su propia identidad, de forma que no se continúe perdiendo abruptamente su carácter, sino que únicamente se transforme mirando hacia el futuro sin perder de vista el pasado. No es tarea sencilla. Nos corresponde a los docentes la responsabilidad de afrontar el reto de que los arquitectos del mañana transformen su entorno de un modo más respetuoso con el lugar y su cultura, aportando a la sociedad mejores respuestas a esta demanda que las que hemos proporcionado en conjunto hasta la fecha. Tenemos ya una larga historia de éxitos y fracasos en esta dirección, que hemos de conocer, reconocer y explicar, un sin fin de paradigmas positivos y negativos poco o nada estudiados aún en los que apoyar nuestra labor. Rescatémoslos de su relativo olvido para responder con mayor éxito a lo que la sociedad demanda hoy a nuestra profesión.

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Recibido: 14 de Agosto de 2018; Aprobado: 29 de Septiembre de 2018

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