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Estoa. Revista de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca

versión On-line ISSN 1390-9274versión impresa ISSN 1390-7263

Estoa vol.8 no.15 Cuenca ene./jun. 2019

https://doi.org/10.18537/est.v008.n015.a03 

Artículo

Sobre la condición del diseño urbano y arquitectónico: desde el posmodernismo hasta el siglo XXI.

On the condition of urban and architectural design: from postmodernism to the 21st century

Francisco Fuentes1 

1 Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, fuentes88@hotmail.com.


Resumen:

La arquitectura posmoderna, durante las décadas de 1960 y 1970, cobra interés por las teorías del signo, el mensaje, y los significados, así como por la filosofía fenomenológica y existencial. Además, se reflexiona sobre las experiencias sensoriales ante el espacio construido desde una nueva concepción del mismo, compartida por otras disciplinas con intereses comunes, y se consolida así una perspectiva fenomenológica y constructivista, posestructuralista y de-constructivista, que en adelante determina el curso del diseño urbano-arquitectónico hasta nuestros días. Se plantea la importancia de una revisión y crítica de conceptos clave que, como la identidad o los imaginarios urbanos, se refieren al punto de vista de los actores de la ciudad, como un factor indispensable para entender la “naturaleza compleja del diseño”.

El resultado es un cambio de teorías y conceptos para comprender tanto la realidad compleja que afronta el diseño, como uno de sus niveles de realidad: la dimensión significante de las acciones, interacciones, e imaginarios urbanos.

Palabras clave: cognición; espacio público; epistemología genética; sistemas complejos

Abstract:

Postmodern architecture, across the 1960 and 1970 decades, was concerned to semiotic and meaning theories, including the existential and phenomenological philosophy. Build space’s perceptual experiences took relevance under new space-thinking view, shared by another same matter researching disciplines in a phenomenological frame, but constructivist, poststructuralist, and deconstructivist too, which drives the stream of architectonic and urban design forward to today. The importance of a revision and critique of key concepts such as identity or urban imaginaries, which refer to the point of view of the city's actors, is raised as an indispensable factor in understanding the "complex nature of design". The result is a change of theories and concepts to understand both the complex reality faced by design and one of its levels of reality: the significant dimension of urban actions, interactions, and imaginaries.

Keywords: cognition; complex systems; genetic epistemology; public space

1. Introducción

Durante la segunda y tercera década del siglo anterior se inició un cambio en las concepciones fundamentales de la arquitectura: el Modernismo. Se trataba de un cambio que obedece a la necesidad de reconstruir las ciudades europeas y de diseñar edificios complejos y urbanizaciones que tomasen en cuenta la dimensión simbólica de sus habitantes. Un rasgo que caracteriza ese período histórico es una “civilización universal en gestación”, que evoluciona de diferentes formas en los distintos países, pero que tiene en común una nueva concepción del espacio-tiempo, pues ya no se consideran las formas de manera independiente sino “la organización de formas en el espacio” (Giedion, 2009, p. 21).

En el presente escrito veremos cómo algunos de los aspectos más relevantes de este cambio conciernen no solamente al ámbito del diseño urbano-arquitectónico, sino a otras disciplinas, científicas y humanísticas, interesadas en la relación entre el espacio construido y los actores urbanos. Veremos que entre los planteamientos del modernismo tenemos una nueva idea del espacio, pero también de la figura humana (lo que podemos llamar subjetividad o individualidad), y de la dimensión simbólico-cultural-significante de las acciones e interacciones sociales.

En la siguiente sección veremos que, como respuesta a un Movimiento Moderno estancado en su propósito de “cerrar la brecha” entre razón y emoción, entre pensamiento y sentimiento, emerge el Posmodernismo en arquitectura de manera paralela al posestructuralismo en otras disciplinas que, en las ciencias y humanidades de entonces, tenían interés por el sujeto, por los agentes sociales o actores urbanos; es decir, por una dimensión simbólica de la cultura basada en el sentido y significado de lo que dicen y hacen las personas en el espacio urbano y arquitectónico. Se trataba de explicar cómo las personas comprenden el sentido de sus propias acciones y de las acciones de otros, es decir, de las interacciones sociales reflejada en las funciones o usos sociales del espacio edificado (como ejemplos tenemos las obras de Max Weber y Durkheim).

Así, el punto de vista de los actores urbanos, como objeto de estudio, ha motivado distintos cambios en el pensamiento urbanístico y arquitectónico, ya sea desde una perspectiva historicista, epistémica, o crítica; pero también ha propiciado cambios en las ciencias sociales y en la filosofía misma, lo que podemos resumir como un cambio de paradigma del conocimiento, algo cuya comprensión resulta fundamental en la delicada tarea pedagógica del diseño urbano y arquitectónico.

Lo que ha cambiado son las categorías conceptuales fundamentales de la arquitectura (tiempo, espacio, ciudad, etc.), y su relación con la filosofía, las humanidades, las ciencias sociales, y otras disciplinas híbridas o integradoras, como la psicología social, las neurociencias, las ciencias cognitivas, o la lingüística cognitiva, entre otras (véase por ejemplo: Montaner, 2010, 2013, 2015; López, 2008, 2014, 2015; Mallgrave, 2013; Otero-Pailos, 2010; Pérez-Gómez, 2016) Todo ello es debido también a la poderosa influencia de la filosofía en las circunstancias que condujeron a repensar dichas nociones fundamentales, lo cual podemos constatar a partir de los movimientos o corrientes filosóficas mencionadas arriba, y que se observan en el planteamiento de la Nueva Tradición de “cerrar la brecha” entre pensamiento y sentimiento.

Algunos autores citados arriba hablan del surgimiento y actual desarrollo del paradigma fenomenológico en arquitectura, y también resulta evidente la importancia de la filosofía de Heidegger, ya que su obra marcó el curso de nuevas concepciones en arquitectura y ciencias sociales, y es una influencia antes referida por Norberg-Schulz (2005), Pallasmaa (2011, 2016), Mallgrave (2013), Mallgrave y Goodman (2011), Montaner (2015), Pérez-Gómez (2016, pp. 3-6), Otero-Pailos (2010), y también por urbanistas mexicanos como López Rangel (2014, 2015), Tena (2007), y Lindón (2014), entre otros.

Recordemos que las influencias principales que derivaron en dicha propuesta constructivista provienen de las geografías alemana y francesa, además de la Escuela de los Annales y la Escuela de Sociología Francesa, a partir de categorías conceptuales tales como imaginarios, habitar, identidad, mundo cotidiano, etc., como veremos enseguida.

Como ejemplo de ello podemos mencionar el concepto de espacio público, ampliamente empleado en la actualidad, como uno de los grandes temas de estudio en ciencias sociales, urbanismo, o geografía, ya que “el concepto de espacio público es multidimensional, puede abarcar aspectos muy abstractos tratados desde la filosofía y la teoría social, política y jurídica.” (Borja en Sánchez y Domínguez, 2014, p.13) Y es que en el ámbito del diseño no podemos separar los aspectos formales de los cualitativos, es decir, aquellas cuestiones relacionadas con la estructura, tectónica, simetría, lleno y vacío, y otras de carácter espacial y compositivo, con asuntos más complejos como los sociales, políticos, estéticos, etc.

Así, se plantea aquí que dichos conceptos cualitativos, los que describen las experiencias de las personas habitantes de la urbe, se encuentran relacionados e interdefinidos con aquellos de carácter formal (por ejemplo al definir las formas arquitectónicas como “pesadas” o “ligeras”, etc.), y quienes diseñan el espacio urbano-arquitectónico podrían echar mano de la fenomenología y la hermenéutica, aplicando su propia experiencia de vida como actores urbano-sociales, para interpretar y comprender el punto de vista de los demás a la hora de emprender un proyecto en su especialidad.

Así, con el propósito de responder a la necesidad de plantear nuevas preguntas y modelos de investigación, como señala el decano urbanista López Rangel (2008, 2014, 2015), estamos asumiendo que, como parte de tal propósito, nos hallamos básicamente ante una nueva manera de entender la realidad. En este caso nos referimos a un aspecto de la realidad que llamamos objeto arquitectónico como tal, pues siguiendo a Montaner (2013) vemos cómo a partir del Movimiento Moderno entra en crisis la idea de “objeto arquitectónico”.

En su artículo “Hacia una conceptualización del diseño basada en el pensamiento complejo” (2014), López Rangel señala que una teorización general de los procesos de diseño solamente puede construirse acercándonos a “la naturaleza genética de los diseños” (p. 15), entendiendo por ello un punto de vista evolucionista llamado también epistemología genética por Piaget. Así, los estudios de la complejidad ofrecen nuevas vías de comprensión y conocimiento del espacio construido, y de la actividad del diseño en particular, ya que una epistemología genética, constructivista y transdisciplinar (véase, por ejemplo: García, 2007, López, 2008, 2014, Tena, 2007), permitiría entender las complejas relaciones entre arquitectura, sociedad y ciudad.

En la siguiente sección de este trabajo vamos a poner atención a propuestas representativas de algunas corrientes disciplinares interesadas en la subjetividad de los agentes o actores urbanos, como punto importante para la actividad del diseño urbano-arquitectónico. Como resultado veremos la vigencia de algunas categorías conceptuales que pueden servir en las nuevas teorizaciones sobre el diseño, para referirse al punto de vista de los habitantes urbanos. Entre dichas categorías tenemos las de imaginarios urbanos, identidad urbana, y cognición social, mismas que hacen referencia a procesos cognitivos tales como la capacidad de elaborar conceptos complejos y teorías sobre la realidad.

Para concluir diremos que resulta conveniente adentrarse en los estudios de la cognición desde la perspectiva de la epistemología genética, ya que la otra opción nos la ofrece el punto de vista cartesiano y positivista, desde el cual los procesos cognitivos pueden reducirse a la actividad del cerebro, sin tomar en cuenta los factores socio-culturales.

2. La “naturaleza genética” del diseño

Si el espacio arquitectónico manifiesta el signo de su tiempo, el llamado Movimiento Moderno, reflejo de la posguerra del siglo pasado, marcó el surgimiento de nuevas concepciones en arquitectura y urbanismo, en particular acerca de disyunciones teórico-conceptuales como: espacio-tiempo, sujeto-objeto, interior-exterior, público-privado, y otras igualmente importantes. El estudio de dichas categorías disyuntivas ha llevado a definir ámbitos teóricos como la historia de las ideas y la crítica de la arquitectura, con lo cual, además de reconocer su capacidad para establecer soluciones técnicas a los propósitos constructivos, a menudo se ha identificado a esta disciplina con la filosofía (Montaner, 2010, pp. 7-22).

Como respuesta a lo que Montaner llama “una permanente crisis del objeto autónomo” (2013, p. 16), esto es, del objeto arquitectónico proveniente de los ideales clásicos, surge la concepción moderna como tal, al mismo tiempo que “la doble y consecutiva crisis del objeto clásico simétrico y del objeto moderno aislado” tiene que ver con la creciente importancia del contexto, tanto en lo social, lo urbano, o lo meramente topográfico y paisajístico (Montaner, 2013, p. 18).

En palabras de Montaner, (2013, pp. 10-16), con la crisis del sistema clásico de las beaux arts asistimos a una crisis permanente del objeto artístico y arquitectónico, pues el interés recae no en los objetos aislados y singulares, sino en las relaciones entre ellos, que se configuran, así como sistemas de objetos, todo lo cual es reflejado en los nuevos conjuntos de edificios, espacios públicos, unidades vecinales, campus universitarios, y también en proyectos paisajísticos. En suma, “la arquitectura moderna rompe y supera” un “orden burgués cerrado y jerárquico y, al experimentar con nuevos sistemas de relaciones mucho más flexibles, ofrece una libertad que incluye desde la tecnología de la construcción de edificios hasta la conformación de los espacios libres” (Montaner, 2013, p. 13).

Además, durante los años sesenta del siglo anterior se fortaleció una corriente de investigación -el estructuralismo- basada en la obra del lingüista Ferdinand de Saussure, desde la cual se difundieron conceptos como sistema y estructura, significado y significante, lengua y palabra, etc., y que en el posmodernismo arquitectónico representa un intento por acercar el paradigma de la semiótica a la arquitectura (Mallgrave y Goodman, 2011, p. 40).

Tomamos como referencia el llamado Movimiento Moderno (entre las décadas de 1920-1930) como el momento en que se plantea un cambio de paradigma del conocimiento, enfocado ahora hacia la figura humana y a la manera en que ocurren los cambios, fluctuaciones, y transformaciones del espacio construido, y también enfocado a la manera en que se entrelazan los diversos procesos involucrados. Hoy tenemos una enorme complejidad de los procesos de urbanización, lo que resalta la necesidad de acuñar nuevas categorías conceptuales que, de acuerdo con (López, 2014, pp. 18-19), describan correctamente dichos procesos.

Recordemos que el propio López indica la necesidad de acercarse a “la naturaleza genética de los diseños”, incluyendo aquí los procesos socioeconómicos, medioambientales, y ecosistémicos, tratando de “esclarecer las transformaciones mutuas”, y las inter-definiciones entre tales procesos” (2014, p. 24). En tal sentido, nos vemos orillados a entrar de lleno a manejar un paradigma que la ecología fue la primera disciplina en mostrar: la Teoría de Sistemas Complejos, una amalgama de nuevas teorizaciones sobre la naturaleza, la sociedad, el territorio, y el conocimiento, basada en los principios universales de la Termodinámica y en la llamada Teoría General de los Sistemas, planteada por Ludwig von Beralanffy en el año 1968 (véase por ejemplo: Montaner, 2013, pp. 10- 11, López, 2008, pp. 22-27; 2014, pp. 15- 16; 2015, pp. 8- 19).

También el paradigma estructuralista alimentó nuevos horizontes en arquitectura, coincidente con la idea del espacio arquitectónico que puede entenderse como un texto, y por ende acarrea la necesidad de traducir, interpretar, y comprender los significados implícitos en dicho texto. Además, la influencia de la fenomenología de Husserl y el existencialismo filosófico de Heidegger coincidieron para profundizar en una nueva concepción del espacio, algo ocurrido no solamente en la teoría, diseño, y crítica urbano-arquitectónica de la segunda mitad del siglo XX, sino también en la geografía cultural, antropología social, sociología urbana, y otras disciplinas cercanas.

Y es que, hablando desde el llamado “pensamiento urbanístico contemporáneo”, nos encontramos ante una situación “compleja y aparentemente caótica” del espacio urbano (López, en el prólogo a López y Tena, 2015, p. 7), por lo cual, frente a los cambios ocurridos durante las últimas cinco o seis décadas, resulta imprescindible “plantear nuevas preguntas y nuevas problemáticas, formular nuevas hipótesis, e innovar métodos y modelos de análisis” (López, en el prólogo a López y Tena, 2015, p. 7).

Podemos resumir diciendo que estamos ante un nuevo paradigma, de un nuevo estatuto o condición del diseño y del conocimento sobre el espacio urbano-arquitectónico en general, en la medida que dicho paradigma, definido por Piaget como Epistemología Genética (García, 2007), concibe el conocimiento como un proceso complejo que comparte características con otros procesos de la naturaleza, la sociedad, y el territorio. Dichos procesos se interrelacionan y comparten características tales como: la auto- organización, la recursividad o retroalimentación entre sistemas complejos, y entre los subsistemas que los constituyen, así como las propiedades emergentes o nuevos procesos surgidos a partir de interacciones previas, los loops o “bucles recursivos”, o patrones de comportamiento determinado por oscilaciones de las diversas variables en los sistemas, etc. (véase: López, 2014, pp. 18-26).

En palabras de este autor, existen ciertas condiciones socio-históricas que propician una interacción entre los procesos socio-culturales y los procesos de diseño, lo cual debe plantearse como una cuestión compleja cuyo estudio requiere una integración disciplinar. Siguiendo a Morin, (López, 2014, p. 30) afirma que, respecto de los procesos de diseño, deben considerarse cuatro etapas que incluyen una prefiguración conceptual, los procesos constructivos, su impacto socio-ambiental, y su mantenimiento aunado a los procesos culturales imbricados. En tal sentido, tenemos como ejemplo el término “urbanización sociocultural” (Tena, 2007, p. 76) que se refiere a un proceso complejo de largo plazo donde el espacio urbano genera cierto conjunto de efectos en el marco cultural-simbólico de la sociedad que lo habita, llámese identidad, imaginarios urbanos, representaciones, e interacciones sociales, etc., y esto a su vez modifica con el tiempo dicho espacio urbano y dicho territorio. En suma, es un proceso caracterizado por la retroalimentación entre el espacio construido, las relaciones sociales, y la subjetividad de los actores que habitan dicho espacio, proceso que caracteriza a los sistemas complejos.

Como un aspecto de la realidad así entendida, es decir, como lo que ahora estamos llamando un sistema complejo formado de sistemas complejos, etc., se ha planteado antes (Norberg-Schulz, 2005), la importancia de distinguir entre las categorías conceptuales empleadas en arquitectura para hablar de la obra (conceptos formales acerca del diseño y de los procesos constructivos, tectónica, etc.), y aquellas otras empleadas (conceptos cualitativos) para hablar de la experiencia o sentimiento que despierta o impresiona a nuestros sentidos al estar frente a la obra, algo que, en palabras de Montaner (2010, p. 13), es básico a la hora de hacer crítica, como herramienta heurística y de innovación en el diseño, de los estilos y de la misma tradición arquitectónica.

Hay que señalar también la importancia de distinguir entre un marco científico, para hablar de los conceptos formales, y otro filosófico para las cuestiones cualitativas y su caracterización conceptual (lo que se retomará en la siguiente sección). De tal modo, la percepción de un edificio, o de un espacio público agradable, o de unas formas arquitectónicas “bellas”, lleva a preguntarnos por una teoría del conocimiento que pueda responder por las sensaciones, acciones, percepciones, y otras experiencias subjetivas de las personas en su andar cotidiano por el espacio urbano.

Esta ha sido una preocupación de distintas disciplinas, entre las cuales Jordi Borja cita la geografía, antropología, etnología, sociología, psicología, e incluso el periodismo, pues todo ello atañe a las especialidades de urbanistas, planificadores, arquitectos y científicos sociales “interesados en la relación entre las formas urbanas y los usos sociales” (Sánchez y Domínguez, 2014, p. 14).

Al preguntarnos cuáles han sido las respuestas por parte de la arquitectura y el urbanismo ante la creciente complejidad ya señalada, ante los hechos sociales, político-económicos, culturales, y otros involucrados en el diseño y construcción de lugares para vivir, en una época ya globalizada de finales del siglo pasado, es importante mantener una perspectiva histórica y crítica a la vez, pero también filosófica y epistemológica.

En suma, parece claro que las formas arquitectónicas se hallan inextricablemente ligadas a eventos sociales y culturales, estéticos y político-económicos, pero también teórico-tecnológicos, y evidentemente filosóficos en sus distintas ramas. Por ello puede decirse que en arquitectura “cada posición formal remite a una concepción del mundo y del tiempo, del sujeto y del objeto” (Montaner, 2008, p. 9). Al respecto podemos constatar que para explicar o definir tales categorías conceptuales es necesario recurrir a otros conceptos que provienen del orden socio-histórico y urbano-socio-cultural, en la medida que “no se puede concebir un proceso sin que ocurran y definan otros” (López, 2008, p. 35). En otros términos, tenemos una interdefinición entre las categorías conceptuales usuales “entre diversos ámbitos del diseño” por un lado, y el ámbito de los procesos socio-históricos, y político-económicos, como mencionaba Jordi Borja (Sánchez y Domínguez, 2014) por el otro. Nos situamos así de nuevo en la necesidad de establecer prioridades en los procesos de enseñanza-aprendizaje de la especialidad del diseño, teniendo como objetivo principal, en palabras de (López, 2014, p. 23) “determinar la naturaleza compleja de las teorizaciones y estrategias epistemológicas del diseño contemporáneo”.

Como se mencionó párrafos antes, entre los temas de nuestro interés hay una constante acerca de la complejidad de los procesos socio-urbanos, principalmente porque ello “implica necesariamente la presencia del sujeto activo” (López y otros, 2014, p. 12), como también otros hechos socio-culturales donde se involucra la subjetividad humana, es decir, las mentes o conciencias individuales de los agentes sociales.

De tal modo, como parte de ese amplio tema de estudios se mencionó arriba lo referente al posmodernismo, el posestructuralismo, y el deconstructivismo, en arquitectura, urbanismo, y ciencias sociales, como corrientes de pensamiento que acuñaron conceptos clave como los de identidad cultural, imaginarios urbanos, habitabilidad, vida cotidiana, habitus, o agencia, etc., acerca de los cuales se ha mencionado como herramientas heurísticas a la fenomenología y la hermenéutica.

Podemos entender el interés por la fenomenología por parte del posmodernismo, como movimiento estilístico e intelectual ocurrido durante el periodo de posguerra, que enraizó y floreció en las décadas de 1970 y 1980 (véase Otero-Pailos, 2010, p. xii; Mallgrave y Goodman, 2011, pp. 17 y ss.), como uno de los orígenes intelectuales poco explorados en dicho pensamiento posmoderno. En la introducción a su libro Phenomenology and the rise of the Postmodern (2010), Otero-Pailos repasa minuciosamente los orígenes del pensamiento posmoderno en arquitectura, señalando que es uno de los temas menos examinados.

Según este autor, la arquitectura fenomenológica representa una fase temprana del desarrollo intelectual del posmodernismo, y una siguiente fase posestructuralista legitimó el trabajo intelectual, además del histórico, en arquitectura (2010, p. xv). Continúa citando a Husserl y a Norberg-Schulz como referentes para subrayar la creciente importancia de nuestras capacidades de percepción, y para experimentar corporalmente los espacios construidos y las formas arquitectónicas. Ello puede apreciarse en una fase posterior del pensamiento posmodernista, por ejemplo, en el momento en que surge el libro Complexity and Contradiction in Architecture, (Robert Venturi, 1966), además de las teorizaciones que comparan la arquitectura con el lenguaje. (Véase: Charles Jencks, El Lenguaje de la Arquitectura Posmoderna (1977), obra que se adelantó por dos años al surgimiento del término en la filosofía francesa de Lyotard).

Y es que, “en el conocimiento de las determinaciones del diseño juega un papel fundamental el esclarecimiento de los actores sociales involucrados en el proceso de diseño, ya que es evidente la naturaleza socio-histórica de éstos” (López, 2014, p. 24).

Una corriente de estudios con interés en tales procesos espaciales proviene de la geografía humana, a la cual podemos referirnos como una geografía constructivista, una geografía que se interesa por comprender e interpretar la manera en que los actores urbanos construyen su mundo de vida en relación con el espacio edificado. Para resumir las características de esta corriente disciplinar, que comparte con otras áreas disciplinares mencionadas aquí, se ha hecho referencia a una nueva concepción del espacio que toma en cuenta el punto de vista de quienes viven en las ciudades, examinándolos bajo conceptos clave como los de identidad cultural, imaginarios urbanos, habitabilidad, mundo vivido, y representaciones sociales, entre otros. Las principales fuentes de esta corriente disciplinar provienen de las geografías alemana y francesa, así como de la Escuela de los Annales y la Escuela de Sociología Francesa, principalmente. (López, 2008, pp. 28-29; 2014, p. 25; Lindón, 2012, pp. 588-598; 2014, pp. 57-58). También, en una “segunda línea geográfica de conceptualización del espacio” (Lindón, 2012, p. 596), puede hablarse de la centralidad de “lo social en términos del sujeto” por medio de lo cual tenemos un concepto de espacio “entendido como vivencia, como representación, como experiencia, como lugar y construcción social” (Lindón, 2012, p. 596).

Es importante señalar que “para las teorías sociales micro-sociológicas, la sociedad es producida y reproducida, creada y recreada, por las personas en su cotidiano quehacer dentro de contextos institucionales que han creado” (Lindón, 2012, p. 607). Además, en la concurrencia entre lo social y lo espacial hay un creciente interés por dichas prácticas, un interés expresado por “voces pioneras” de mitad del siglo XX que colocaron al sujeto-habitante “(…) explícitamente en el meollo de la reflexión (…) haciendo frecuentes los términos actor y sujeto en la teoría geográfica” (Lindón, 2012, p. 606).

Por otra parte, el inicio de la “construcción del estatuto científico del concepto de habitar” (Lindón, 2014, p. 56), se da a partir de la obra de Heidegger, sobre las categorías conceptuales -fundamentales en arquitectura- de tiempo, espacio, sujeto, y objeto, las cuales permitieron fundamentar nuevos proyectos constructivos que dieron mayor interés a las experiencias sensoriales, perceptuales, del espacio urbano-arquitectónico y sus significados. Según Norberg-Schulz, (2005, p. 249-250) “(…) la recuperación del lugar como un ‘aquí’ concreto que concentra un mundo presupone una actitud fenomenológica.” En un mundo de interacción y cambio la orientación y la identificación significan ‘habitar’. En el espacio construido se revela la “espacialidad del mundo”, y la arquitectura ofrece un espacio “que permite que la vida ocurra”.

Por ello, como un aspecto de la problemática planteada aquí, es en primer término una revisión de conceptos clave que nos permitirían conocer cómo se interrelacionan las categorías empleadas para definir la subjetividad del habitar, en particular el concepto de acción (agencia social), mismo que se examina más adelante. En seguida habría que relacionar tales categorías con otras referentes a procesos urbano-espaciales, y a procesos socio-histórico-culturales. Se considera, pues, necesario reconocer “la interrelación compleja de las diversas disciplinas que entran en el desarrollo y conformación del conocimiento en general y de aquellas que están involucradas en el proceso cognoscitivo en el ámbito de la problemática urbana” (López, 2008, p. 18).

En seguida veremos cómo algunas reflexiones, en las disciplinas mencionadas, llevan a plantear la necesidad de un enfoque interdisciplinar para abordar las categorías conceptuales ya señaladas (imaginarios, identidad, etc.) en términos de procesos cognitivos y de sistemas complejos, y al mismo tiempo rebasan el paradigma cartesiano según el cual las experiencias subjetivas de las personas -sus creencias, afectos, pertenencias, emociones, etc.- pueden explicarse exclusivamente como resultado de actividad neuronal y de la interacción de distintas zonas del cerebro. Al contrario, un enfoque constructivista pone atención al contexto de aprendizaje y a las relaciones socio-culturales de las personas, pero ya no busca verdades universales sino una comprensión e interpretación de la realidad. En una visión constructivista, el conocimiento científico no es el único modo de conocimiento objetivo; el conocer es, de ese modo, comprender e interpretar un aspecto o “recorte” de la realidad observándolo en términos de sistemas complejos, (García, 2008, pp. 35-39), para confirmar que de la misma manera es que podemos entender también los procesos de la cognición.

3. Urbanización, cognición y procesos socioculturales

Volviendo a las teorizaciones y estrategias cognoscitivas del diseño y su naturaleza compleja, tenemos ciertos planteamientos ya más definidos, tales como la importancia del gran cambio ocurrido en arquitectura a partir del modernismo, y de lo que Montaner (2013) llama “la crisis del objeto arquitectónico”. Con ello tenemos como resultado un objeto complejo, que a su vez se halla inserto en una realidad igualmente compleja, por lo cual se subrayan dos puntos importantes, centrándonos en la forma en que se entrelazan los procesos de diseño y los procesos socio-históricos mencionados, como se alude en la propuesta de Tena (2007) acerca de lo que llama “urbanización sociocultural”.

Con tal propósito se planteó primero un breve panorama de cómo distintas disciplinas, principalmente la geografía cultural y las ciencias sociales en general, se han interesado por la cuestión inicial referente a la subjetividad humana como factor clave en los procesos de diseño. Se habla así de una corriente de estudios interdisciplinar, la Teoría Social, interesada en aquellas cuestiones referentes a “(…) la naturaleza de la acción humana y al ser que actúa” (Giddens, 2006, p. 18), y por lo tanto son cuestiones que atañen a todas las ciencias sociales (Lindón, 2014; 2012).

Así, los individuos han tenido distintos estatutos en la teoría social, pues existen varias posiciones teóricas sobre el papel que juegan en la sociedad, y en cómo dicho papel debe ser examinado, e incluso hay aquellos puntos de vista que niegan que exista algún papel importante por parte de los actores sociales, limitándose a que la materia de estudio son las reglas y estructuras sociales.

En el fondo de cuestiones relacionadas con la subjetividad, y con conceptos clave como imaginarios urbanos, identidad, o representación social, entre otros, se refieren a procesos cognitivos tales como la percepción de objetos en el espacio y su categorización mediante conceptos y esquemas aprendidos socialmente. Así, descritas dichas experiencias ya sea como identidad cultural, imaginarios urbanos, o representaciones sociales, entre otros, se puede confirmar que se trata básicamente de procesos cognitivos de percepción, categorización, y conceptualización de su mundo circundante.

Desde este punto de vista es claro que el espacio construido influye en los procesos cognitivos de los individuos, esto es, en el desarrollo de capacidades o disposiciones para la acción y para relacionarse con los demás, lo cual incluye el lenguaje y los procesos de percepción, categorización, y conceptualización del mundo circundante. Por lo mismo, algunos de los procesos o fenómenos de la comunicación más problemáticos en la teoría social, como también la intersubjetividad y la interacción simbólica, ha sido el de la comprensión de significado en los distintos planos del discurso y de la acción social e individual.

En tal sentido, una breve revisión de la literatura referente a la subjetividad de los actores urbanos, de los agentes sociales que mediante sus acciones modifican el espacio habitado, puede mostrar la vigencia de una metodología interpretativa procedente de las ciencias sociales (Giddens), la geografía y la sociología francesa (Pierre Bourdieu, Cornelius Castoriadis, Ernest Laclau, Manuel Castells, Alan Touraine, etc.), imperante también en la geografía constructivista (Debarbieux), y en la metodología transdisciplinar desarrollada por Piaget y puesta en boga bajo su idea de una epistemología genética o constructivista. (Lindón, 2012, 2014; López, 2014, 2008; Montaner, 2013, 2010, 2015).

Sin duda, como menciona Montaner (2015, p. 52) una de las más importantes y novedosas aportaciones de la arquitectura en los últimos veinticinco años ha sido “(…) la paulatina importancia otorgada a los sentidos, a la percepción y a la experiencia humana. La tradición del realismo ha evolucionado hacia el realismo específico de la fenomenología”, de filósofos como Husserl, Maurice Merleau-Ponty, Bachelard, Heidegger, etc., lo cual es tratado en las teorías de Pallasmaa, Pérez-Gómez, y otros citados aquí. En un ejemplo de lo dicho, vimos el tema sobre los imaginarios, un campo de estudios con distintas influencias, sobre todo del humanismo representado por autores como Carl Jung, Mircea Eliade, Gilbert Durand, Cornelius Castoriadis, y Gaston Bachelard, principalmente (López, 2008, pp. 33- 35; 2014, p. 32; Lindón, 2012, p. 599).

Se mencionó arriba el ejemplo de la geografía constructivista, campo de estudios donde ya se prefiguraba el interés por la cognición humana, en el punto en que se define como una especie de discurso o “de ensamblajes de relatos y de imágenes -de imaginarios- que las motivan” (a las sociedades) y las “guían en su acción” (Claval, 2012, p. 46). Usando de nuevo el caso del espacio público (Fuentes, 2018; 2017), tanto en el enfoque geográfico, como en la Teoría Social, y en otras líneas de estudios, es hacia donde tenemos más referencias sobre el interés por la cognición humana, entendiendo aquí que nos referimos a procesos de percepción y ordenamiento de lo percibido, mediante categorías lingüísticas que al mismo tiempo son categorías del pensamiento, de la acción, y de interacción socio-cultural. Recordemos que para Borja (citado por Berdoulay, 2012, p. 60) los imaginarios suceden como “un entrecruzamiento entre el lugar, el sujeto, y la alteridad”. El mismo Berdoulay, (2012) señala que “la mediación del imaginario le permite al sujeto y al lugar construirse dentro de las relaciones complejas que se tejen entre el ser humano y su medio” (p. 62).

Algo semejante plantea Lindón (2014, p. 65) cuando entiende los imaginarios como “(…) mundos de creencias, de ideas, mitos, ideologías”, y dado que tales creencias, mitos, etc., siempre son referidos al espacio, entonces tenemos imaginarios espaciales que configuran y distribuyen, “(…) entre los sujetos que habitan los lugares, instrumentos de percepción y comprensión del territorio”, pues de ese modo el imaginario contribuye a organizar las concepciones, las percepciones, y las prácticas espaciales (Lindón, 2012a, pp. 65-71). Identidad e imaginario también son conceptos cercanos en tanto que se refieren a procesos donde se trata de un trabajo de creación de sentido, a la vez icónico y semántico, que consiste en el constante reacomodo de “un magma de figuras, formas, e imágenes”, afirma Debarbieux (2012, p. 144), quien refiere la idea de Castoriadis acerca de que “una sociedad se constituye y se singulariza mediante un imaginario”, mismo que permite a las personas fundamentar su relación espacio-temporal, lo que a su vez permite “un sentimiento de identidad y alteridad”. Éste es el caso referido por Berdoulay (2012, p. 50) al afirmar que “la espacialidad de los seres humanos provoca que se construyan como tales en el proceso mismo de su interacción con el entorno”.

Así, bajo el planteamiento hecho por el Dr. López Rangel, entre las nuevas teorizaciones concernientes al diseño, en los términos ya dichos, tratamos de puntualizar de qué manera se pueden integrar tales conocimientos, tan necesarios para entender las determinaciones involucradas en el diseño, es decir, sus aspectos socio-histórico-culturales. Para ello decíamos que nuestro foco de atención debe dirigirse ahora no al objeto arquitectónico separado de su entorno, sino todo lo contrario: al contexto. Ahora nuestro interés debe recaer en la manera en que se entrelazan los distintos procesos, los distintos niveles de realidad involucrados en los usos sociales, en sus significado histórico y cultural.

Se verá que, como se dijo arriba, frente a una concepción monolítica del conocimiento se ha dado una “fusión de horizontes”, es decir, un acercamiento de la epistemología en tanto conocimiento científico, con la filosofía en general, ya sea como metafísica y ontología, como fenomenología y hermenéutica, y más recientemente como filosofía del lenguaje, de la mente, de la percepción, y del conocimiento. Pasamos así a una propuesta personal, como se mencionó desde el principio, concerniente a nuevas teorizaciones sobre la “naturaleza genética del diseño” urbano y arquitectónico, y la naturaleza compleja de las teorizaciones y estrategias epistemológicas acerca del mismo.

Dicha propuesta ya estaba esbozada claramente en trabajos anteriores donde López, (2008) basándose en los trabajos de Edgar Morin, concluía que era necesaria “la construcción conceptual de la ciudad como un sistema complejo, compuesto e interrelacionado por innumerables subsistemas en continuo movimiento dialógico, recursivo, y hologramático” (p. 34). Así, como parte de las nuevas teorizaciones, tendríamos que buscar respuestas a cómo tales sistemas han llegado a ser lo que son hoy día. En tal sentido, vemos también la necesidad de una interdefinición conceptual para comprender los distintos ámbitos del diseño, y principalmente la relación entre conceptos formales y conceptos cualitativos.

De tal modo, la principal estrategia epistemológica en el diseño contemporáneo se basa fuertemente en una nueva concepción de la realidad y una nueva concepción del conocimiento. Y es que, como señala Montaner (2013, p. 18), los sistemas arquitectónicos contemporáneos “sólo pueden entenderse en relación con su contexto”. Tal es el colofón del libro Sistemas arquitectónicos contemporáneos (2013), donde Montaner subraya que “(…) la aportación de la modernidad en arquitectura no ha consistido en crear abstractos y autónomos, sino en pensar sistemas de relaciones entre los objetos” (p. 18).

A su vez, Pérez-Gómez puntualiza una nueva línea de estudios respecto del problema de la subjetividad, mencionado arriba, acerca de conceptos clave como habitar, identidad, e imaginarios urbanos, ya que es común suponer que toda imagen y representación social, todo imaginario y toda identidad urbana, se encuentran en las mentes de los agentes. Contrario a ello, Pérez-Gómez (2016, p. 228) señala que a partir de las investigaciones de Gilbert Ryle dejó de pensarse en un “mundo interior” como algo sustantivo, es decir, como un “algo”, como “cosa” o substancia. En tal sentido, reafirma la importancia del paradigma fenomenológico, por así llamar a la corriente de estudios desarrollada por los filósofos ya dichos. En este caso, la fenomenología de Merleau-Ponty, dice Pérez-Gómez (2016) demuestra que nos conocemos a nosotros mismos a través de los otros, mediante la presencia física de otros cuerpos que también constituyen un plano de significación.

Por otra parte, y tratando de profundizar en la temática de la subjetividad, en categorías conceptuales como identidad cultural, imaginarios urbanos, etc., y el papel de la fenomenología para su estudio, tenemos varias maneras de abordar los estudios que se refieren a la mente como un proceso corporizado. Las ciencias cognitivas que incorporan el paradigma fenomenológico (Lakoff, 2012; Gallagher, 2014) insisten en que los procesos de conceptualización y categorización, mediante los cuales los actores urbanos organizan el mundo cotidiano, son influenciados por la corporalidad de las personas en su interacción social. Según Lakoff (2012, p. 27), “ciertos tipos de estructuras neuronales pueden dar lugar a conceptos de relaciones espaciales”, sin todo lo cual sería imposible que las personas puedan llevar a cabo las acciones e interacciones cotidianas.

En periodos recientes, la atención de psicólogos y filósofos recayó sobre la cuestión de “cómo puede ofrecerse una descripción psicológicamente realista de las maneras como los sujetos categorizan las entidades de su entorno y razonan acerca de ellas” (Eraña, 2009, p. 15). Aquí vemos que ello sucede del mismo modo cuando los investigadores se ven orillados, ante las evidencias de una realidad compleja y aparentemente caótica, a desarrollar nuevos conceptos y teorías que les permitan tener una mejor comprensión y conocimiento de los actuales fenómenos y procesos urbanos. Hablando de una teoría del conocimiento respecto a la realidad de su interés, el investigador aplica un conjunto “de principios centrales de razonamiento” que le permiten seleccionar un conjunto de entidades y “procesar información acerca de ellas” (Eraña, 2009, p. 66).

Otra muestra de este tipo de enfoques es la de Shaun Gallagher (2014), quien echa mano del concepto de atención conjunta, el cual describe las capacidades “que sirven a nuestras relaciones con los demás, tanto cognitivas como emocionales y orientadas a la acción” (p. 225). Gallagher piensa que hay una estrecha relación entre la problemática de la cognición social (cómo entendemos a otros), y la “creación participativa de sentido”, o sea, cómo entendemos “el mundo que nos rodea”. Argumenta que hay mayor precisión en distinguir entre cognición social y creación participativa de sentido, pues esta última “(…) aborda la cuestión de cómo la interacción subjetiva contribuye a la constitución de significado y, de manera más general, a la co-constitución del mundo significativo” (Gallagher, 2014, pp. 240-241).

No obstante, uno de los problemas que parecen inaccesibles al conocimiento científico es el del significado de las acciones e interacciones sociales, y del papel que los agentes urbanos asumen, que es también el problema de la subjetividad y de la dimensión simbólica de la cultura, el problema del sentido de la identidad, de los imaginarios y las representaciones sociales. Ello nos lleva directamente al problema de los procesos de la cognición, es decir, nos plantea interrogantes acerca de cómo las personas perciben el mundo cotidiano y cómo lo ordenan mediante procesos lingüísticos y simbólicos, tales como el aprendizaje y manejo de conceptos y categorías socialmente instituidas.

En tal sentido, traté de mostrar la importancia de los procesos cognitivos que en la fenomenología de Husserl se definen como “noema” (la experiencia de lo que se presenta a nuestros sentidos) y “noesis” (la reflexión que hacemos, lo pensado acerca de tales experiencias), y que Norberg-Schulz (2005) examinó a profundidad para determinar, como antes lo habían hecho Heidegger, Bachelard, y Merleau-Ponty, que habitar consiste en producir significados, en asignar significados a los lugares cotidianos.

4. Conclusión.

Como ya hemos visto, la complejidad y diversidad de aspectos a considerar tanto en los procesos de diseño y construcción del espacio habitable, como del instrumental o bagaje teórico y conceptual necesario para investigar y comprender tales procesos, es difícil de abordar sin antes emprender una crítica de las categorías tradicionales, empezando por las categorías conceptuales que fundamentan el quehacer del diseño. Desde este punto de vista es claro que el espacio construido influye en los procesos cognitivos de los individuos, esto es, en el desarrollo de capacidades o disposiciones para la acción y para relacionarse con los demás, lo cual incluye el lenguaje y los procesos de percepción, categorización, y conceptualización del mundo circundante. Por lo mismo, algunos de los procesos o fenómenos de la comunicación, como la intersubjetividad y la interacción simbólica, más problemáticos en la teoría social han sido la comprensión de significado en los distintos planos del discurso y la acción individual y colectiva.

Se mencionó arriba lo que llamamos un giro hacia la multidisciplina y al surgimiento de nuevos enfoques de investigación. Entre ellos, los estudios de la cognición se han esgrimido para responder qué son o cómo investigar las experiencias de vida de los actores sociales. Por este lado, como vimos, hay amplias referencias en autores representativos de las nuevas corrientes de pensamiento involucrados en el diseño urbano y arquitectónico. También ocurre en geografía cultural, en el pensamiento urbanístico relacionado con la sociología fenomenológica, y en los estudios de la complejidad y el pensamiento sistémico, además de lo ya señalado en las áreas de la filosofía de la mente, de la psicología, del lenguaje y de la percepción. Se confirma así que, siguiendo a Pallasmaa (2016), en arquitectura, “(…) además de las cuestiones prácticas de la vivienda, el propio acto de habitar es un acto simbólico e, imperceptiblemente, organiza todo el mundo para el habitante” (p. 8).

Como vimos, dos aspectos relevantes en la presente exposición se refieren a una realidad compleja (la crisis del objeto arquitectónico y urbano), aparentemente caótica y difícil de conceptualizar como objeto de estudio, y por otra parte a la necesidad de re-conceptualizar dicha realidad y re-definir qué tipo de estrategias de conocimiento o heurística es necesario aplicar ante dicha realidad compleja. Así, no solamente ha cambiado la noción tradicional de ciudad, aquella que Max Weber puso de relieve en su interés por definir una tipología urbana, sobre todo en cuanto al problema epistémico de cómo abordar la subjetividad humana, tema hoy de interés bajo conceptos clave como los de imaginarios urbanos, habitar, y representaciones sociales, como identidad cultural, y sobre todo respecto de quienes diseñan el espacio construido y su necesidad de conocer y comprender la subjetividad de quienes habitan dicho espacio.

Si bien el problema de la subjetividad y del significado de las acciones humanas aún persiste, lejos de responderse parecen surgir nuevas preguntas. Entre ellas, tenemos que averiguar en qué sentido se corresponden los contenidos de conceptos como identidad, imaginarios, y representaciones, con los esquemas y patrones de acción, percepción, e interpretación que guían las acciones de los individuos en una sociedad. Pero en este punto se habla de una epistemología que difiere del empirismo lógico, y de la idea de que los fenómenos de la interacción simbólica y la comunicación sociales son hechos observables. En lugar de ello veremos que una epistemología constructivista se basa en postulados tales como: que la realidad a investigar es un “recorte”, es decir, un filtrado de datos a partir de criterios cuyo análisis corresponde a un procedimiento de reflexión y elucidación de conceptos, más que a una ciencia empírica o de laboratorio. Ejemplos de ello son las hibridaciones disciplinares entre fenomenología y ciencias cognitivas, que sostienen que los significados de las acciones, interacciones, y representaciones de los actores urbanos, hay que buscarlos en el contexto de los espacios públicos.

En conclusión, en primer lugar, se rebasa la idea de que cada disciplina por sí misma puede dar cuenta de la creciente complejidad de los fenómenos y procesos urbano-sociales, que comprenden a su vez las experiencias mentales, subjetivas, o fenoménicas, de los actores socio-culturales. Uno de los expedientes no resueltos se refiere a cuestiones como la producción de significado, y la correlación entre eventos mentales y cerebrales. En segundo lugar, tenemos el problema conceptual; en este trabajo se ha pretendido mostrar la amplitud de una investigación crítica que comienza necesariamente por la revisión de conceptos.

Estamos en una situación tal que se ven comprometidas nuestras concepciones clásicas, digamos, acerca del conocimiento, de su naturaleza, y de la forma de obtenerlo, así como también de la idea del sujeto y de la realidad misma, pues ahora parece claro que el conocimiento es una construcción socio-cultural y no una mera colección de datos sobre una realidad que hoy caracterizamos como compleja.

Así, el “problema crucial de la escala humana” (Montaner, 2013, p. 216) que el modernismo no supo resolver, llevó a una redefinición del espacio “…en función de la percepción de las personas”. Confirmamos, con los ejemplos de enfoques interdisciplinares dados aquí, que es importante tener presente la diferencia entre el paradigma del dualismo cartesiano y el de la epistemología genética. Esta distinción puede servir a quienes se interesan por la disciplina del diseño urbano-arquitectónico al introducir el constructivismo genético, y principalmente los paradigmas de la fenomenología y la semiótica, así como la hermenéutica y otras áreas de la filosofía y las humanidades, como herramientas heurísticas para conocer el papel de los actores urbanos.

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Recibido: 03 de Julio de 2018; Aprobado: 13 de Octubre de 2018

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