ISSN 1390-0862

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Esencialismo, especies y géneros naturales1
Essentialism, species and natural kinds

Julio Torres Meléndez
Universidad de Concepción. Concepción, Chile

E-mail: jutorres@udec.cl

Resumen
En este trabajo se propone una determinación del rango de las dis-

tintas respuestas posibles acerca de la naturaleza de los géneros naturales,
considerando especialmente el caso de las especies biológicas. Defenderé
que hay una convergencia filosóficamente significativa entre dos de estas
respuestas que aparecen inicialmente como inconsistentes. Describiré esta
convergencia en términos de un encuentro de valores epistémicos (Ruse:
1999), es decir, en términos de una coincidencia entre aquellos rasgos de
una teoría que nos importan por su relevancia para la explicación cientí fica.
Palabras clave: género natural, especies, esencialismo, valor epistémico

Abstract

This paper aims at stating the range of the various possible respon-
ses regarding the nature of natural kinds, especially considering the cases
of biological species. I will put forward the existence of a philosophica-
lly significant convergence between two of these responses that initially
appear as inconsistent. I will describe this convergence in terms of a co-
occurrence of epistemic values (Ruse, 1999), that is, in terms of a coinci-
dence with those theory features that are of interest to us because of their
significance to scientific explanation.
Key words: natural kind, species, essentialism, epistemic value
1 Este artículo es un resultado parcial de una investigación financiada por el pro-
yecto FONDECYT Regular 1090082 (Fondo Nacional de Desarrollo Científico y
Tecnológico, Chile 2009).

Revista Pucara, N° 22 (9-20), 2010

(Recibido: 15-10-2009) (Aceptado: 15-11-2009)

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1. Introducción
Los llamados términos de géneros naturales son términos que nom-

bran, paradigmáticamente, substancias como el agua, elementos como el
cobre y el oro, fenómenos físicos como el calor y la electricidad, especies
biológicas tales como tigres y seres humanos. Estos términos condensan
aquello que hemos aprendido del mundo natural en la medida que inte-
gran a nuestra red de conceptos algo que, al menos, en una aproximación
mínimamente realista, no es totalmente una construcción humana sino que
hace referencia a una entidad que está ahí en la naturaleza y que no es
dependiente de nuestras perspectivas e intereses para ser lo que es. Una
evidencia de ello es que muchos de estos términos se han incorporado a
las teorías científicas. Los científicos hacen referencia a fenómenos físicos
como el calor, a elementos químicos como el cobre, a especies biológicas
tales como tigres y ballenas; y desarrollan investigación empírica para dar
cuenta de la naturaleza de estas entidades. Una cuestión inicial que surge
aquí es si estos términos tienen el mismo significado al interior de una
teoría científica que aquel que tienen en el lenguaje que hemos construido
culturalmente. Cuando un artesano funde y refina trozos de mineral de co-
bre y luego construye objetos decorativos o herramientas de cobre, ¿llama
‘cobre’ a lo mismo que un químico llama cobre? De la misma manera,
deberíamos preguntarnos si los términos de géneros naturales que hoy usa-
mos tienen el mismo significado que tenían, por ejemplo, hace quinientos
años. Pensemos en nuestro concepto de cobre antes de la teoría química
o en nuestro concepto de tigre antes de la teoría evolutiva de las especies
de Darwin. Antes de la teoría química nuestras creencias asociadas, por
ejemplo, al cobre no incluían su peso atómico, sino sólo probablemente
características superficiales tales como color y maleabilidad. Y de los ti-
gres, antes de la teoría de Darwin, nuestras creencias no incluían que estos
animales tenían lejanos ancestros comunes también a los seres humanos,
sino que se pensaba en ellos como entidades históricamente estáticas que
fueron creadas por Dios independientemente de las otras especies.

Mi propósito en este trabajo es, por una parte, exponer el rango de las
distintas respuestas posibles acerca de la naturaleza de los géneros natura-
les y, particularmente, de las especies biológicas como géneros naturales.
La posibilidad de esta descripción muestra, incidentalmente, que el pro-
blema de la determinación de la naturaleza de los géneros naturales y de
las especies es un genuino problema filosófico. Por otra parte, defenderé

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que hay una convergencia filosóficamente significativa entre dos de estas
respuestas que aparecen inicialmente como inconsistentes. Describiré esta
convergencia en términos de un encuentro de valores epistémicos (Ruse,
1999), es decir, en términos de una coincidencia entre aquellos rasgos de
una teoría que nos importan por su potencialidad explicativa.

2. Dos intuiciones
En la discusión acerca de los géneros naturales pueden distinguirse

dos intuiciones a partir de las cuales pueden construirse argumentaciones
filosóficas, para responder a esta pregunta acerca de la variación o no del
significado de los términos de géneros naturales con la modificación de
nuestro conocimiento acerca de la naturaleza del mundo físico, modifi-
cación que llamaré, de aquí en adelante, simplemente cambio teórico.
Entenderé aquí por cambio teórico tanto el cambio histórico en la teoría
científica, es decir, la superación de una teoría o de un paradigma teórico
por otro, como también la variación de los conceptos acerca de los géneros
naturales que hay entre el discurso científico y los conceptos propios de las
representaciones provenientes de la cultura tradicional. Tal variación pue-
de ser histórica, como puede no serlo, en la medida que estas concepciones
pueden convivir en la cultura.

La primera intuición nos dice que el término ‘cobre’ usado por una
persona que hace quinientos años construía herramientas o joyas de cobre,
no puede tener el mismo significado que tiene para el químico que sabe
hoy cómo se identifica científicamente el cobre; o que el término ‘tigre’ no
tiene el mismo significado para el biólogo que aquel que tiene para el nati-
vo en las selvas de Birmania. Esta es la intuición inicial. Hay, me parece, al
menos dos maneras de comprenderlas argumentativamente:

1.1. Hay una interpretación moderada de acuerdo con la cual la pri-
mera persona en nuestro ejemplo, mirada desde nuestra perspectiva, tiene
un concepto distinto de tigre en la medida que sus presuposiciones e intere-
ses son diferentes al del biólogo que hoy llama pantera tigris a esa misma
población de tigres. En este sentido, estas personas tienen conceptos distin-
tos de tigre, pero ambos conceptos capturan una realidad y no está exclui-
do que su coincidencia extensional pueda ser estricta. Esta interpretación
moderada la encontramos, por ejemplo, en la tesis del realismo promiscuo
de John Dupré:

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De acuerdo con el realismo promiscuo, hay muchas, quizás
muchísimas, formas de clasificación que naturalmente se dan para
los objetos y que reflejan las divisiones reales entre ellos. Pero
no cualquier clasificación reflejará realmente tales divisiones. Así
mi posición es realista, insisto en que hay algo en la naturaleza
que legitima un buen conjunto de clasificaciones; de hecho no veo
peligro en afirmar que una buena clasificación refleja géneros na-
turales en tanto la concepción de género natural en cuestión esté
claramente separada de cualquier conexión con el esencialismo,
pues se reconoce que una cosa puede pertenecer a muchos géneros
naturales diferentes (Dupré, 2002: 54).

Esta tesis de Dupré pone énfasis en que las clasificaciones vernáculas
están lejos de coincidir con las clasificación que hace el taxónomo y que
tampoco existe alguna justificación para creer que estas clasificaciones tra-
dicionales y las científicas puedan ser convergentes.

1.2. Hay también una interpretación radical de la intuición del cam-
bio de significado. Aquellos que hacen una interpretación radical de esta
intuición coinciden en que hay aquí dos conceptos distintos para ‘cobre’ y
para ‘tigre’; pero agregan que no hay algo así como lo verdaderamente co-
bre o tigre fuera de la red conceptual que utilizamos para identificarlo. No
existe una instancia de evaluación conceptual independiente de nuestros
propios conceptos, de ahí que no pueda sostenerse que hay un concepto
verdadero o un concepto falso desde fuera del sistema de conceptos. Los
radicales aquí tienden, como siempre, a perder contacto con la realidad y
asumen una concepción que se ha llamado anti-realista. P. Kyle Stanford
ha defendido que para las especies debemos defender una posición de esta
naturaleza:

Las “especies” son entonces designaciones que usamos para
recoger distinciones importantes e interesantes entre grupos de or-
ganismos en un tiempo dado, esto es, las diferencias que desea-
mos investigar […], sin embargo, los esquemas útiles para dividir
organismos son varios y cambian como los intereses explicativos
de los biólogos lo hacen, sin que haya cambios en el mundo físico
que ellos organizan. Las especies no son independientes de los es-
tados de las mentes particulares, y por consiguiente no son reales

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Esencialismo, especies y géneros naturales/Julio Torres

u objetivas en el sentido tradicional de estos términos (Stanford,
1995: 86).

La segunda intuición nos dice que no hay cambio de significado para
los términos de géneros naturales con el cambio teórico. El argumento que
la apoya nos dice que no es una condición necesaria conocer la estructura
interna de un metal para usar correctamente la palabra que lo nombra. Se
ha argumentado que una evidencia de ello es que la mayoría de nosotros
podemos usar las palabras de manera correcta aunque seamos, por ejem-
plo, incapaces de diferenciar químicamente el cobre del oro. Hay me pare-
ce aquí también dos interpretaciones para esta intuición:

2.1. Una interpretación que quisiera llamar liberal y que sostiene que
hay diversas maneras de entender y de identificar el cobre (o cualquier otro
término de género natural), todas ellas constituyen una red de semejanzas
y diferencias y el término mantiene su significado a través del cambio teó-
rico gracias a esta pluralidad de descripciones disyuntivamente asociadas.
Por ejemplo, cobre será aquello que tiene este color rojizo bajo ciertas
condiciones, o este color verde bajo otras condiciones, o aquel metal que
es extraído de este tipo de mineral y presta esta determinada utilidad o que
tiene tal peso atómico. La conexión se mantiene a través del cambio teóri-
co gracias a lo que ha sido descrito por Wittgenstein como una relación de
parecidos de familia entre una multiplicidad de usos del término de géne-
ro natural (Wittgenstein, 1988, parágrafo 67). Hay una posición filosófica
acerca de la naturaleza de las especies que se describe a sí misma como
esencialista, pero que es ciertamente heredera de la noción de parecido de
familia. Se trata de la tesis de las especies como género natural estructura-
do como un cúmulo de propiedades homeostáticas (homeostatic property
cluster natural kinds
):

Una variedad de mecanismos homeostáticos –el intercambio
de genes entre ciertas poblaciones y el aislamiento reproductivo
respecto de otras, efectos de factores selectivos comunes, comple-
jo de genes coadaptados y otras limitaciones en la variación here-
dable, desarrollo constreñido, los efectos causados en el organismo
por el nicho evolucionario, y otros– actúan para establecer los pa-
trones de estasis evolucionario que reconocemos como manifesta-
ciones de especies biológicas (Boyd, 1999: 165).

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Bajo esta perspectiva podríamos identificar una especie en el cambio
teórico a través de alguna de estas propiedades contingentemente asocia-
das con las especies (pero que en conjunto integran el mecanismo homeos-
tático que constituyen lo que llamamos especies).

2.2. La otra interpretación la llamaré conservadora, de acuerdo con
ella hay sólo una manera correcta de ser cobre aunque distintas maneras de
identificarlo. El conservador a diferencia del liberal está dispuesto a dis-
tinguir entre aquello que es la cosa y nuestras diversas maneras de identi-
ficarla. Y, por tanto, el significado del término ‘cobre’ se mantiene a través
del cambio teórico no porque haya diversas maneras de entenderlo que
estén conectadas disyuntivamente entre sí, sino porque ‘cobre’ siempre ha
significado lo mismo. Y su significado no está constituido por el contenido
conceptual o descriptivo que utilizamos para identificarlo en tal o cual cir-
cunstancia, sino por el cobre mismo, aquello que constituye la referencia
del término (Kripke, 1980; Putnam, 1975). Esta interpretación de la segun-
da intuición la expresada Saul Kripke de la siguiente manera respecto de
‘ballena’:

[...] los descubrimientos científicos de la esencia de las es-
pecies no constituyen un ‘cambio de significado’; la posibilidad
de tales descubrimientos fue parte de la empresa original. No ne-
cesitamos asumir que la negación del biólogo de que las ballenas
son peces muestre que su ‘concepto de ser pez’ sea diferente del
lego; él simplemente corrige al lego descubriendo que ‘las ballenas
son mamíferos, no peces’ es una verdad necesaria. (Kripke, 1980:
138).

La primera intuición según la cual habría una variación de significado
entre el uso pre-teórico de ‘cobre’ y el moderno uso teórico es defendida
por filósofos que niegan que haya algo así como una esencia a descubrir
en las cosas. Los moderados podrían llegar a aceptar que hay una realidad
independiente a nuestras estructuras conceptuales, aunque ella sea en sí
misma incognoscible (Locke y Kant serían representantes de esta posi-
ción). Los radicales renuncian al realismo y asumen el instrumentalismo o
posiciones relativistas tanto epistémicas como ontológicas (como lo hacen
respectivamente Quine y Kuhn). En cambio, aquellos filósofos que son
proclives a defender la segunda intuición se han visto conducidos a apoyar

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formas de fundamentalismo no intelectualista (Wittgenstein) o posiciones
esencialistas como las defendidas por Kripke y Putnam. Para estos últimos,
el significado de ‘cobre’ se ancla con su referente no a través de un conteni-
do descriptivo que forme parte del concepto sino por una relación indexical
entre el nombre y su objeto.

Hay, entonces, dos intuiciones que parecen estar separadas por un
abismo. Una sostiene que hay cambio de significado con el cambio teó-
rico, la otra lo niega. Sin embargo, quisiera defender aquí que hay una
convergencia filosóficamente significativa entre sus proponentes. Quisiera
mostrar que aquello que parecen tesis inconsistentes, producto de los ar-
gumentos que apoyan diferentes intuiciones iniciales acerca del cambio o
permanencia del significado de los términos de géneros naturales, pueden
llegar a una forma de consenso o de encuentro que no suponga una capitu-
lación de sus respectivos argumentos iniciales, un encuentro que se daría
sobre la base de lo Michael Ruse ha llamado los valores epistémicos de
una teoría, es decir, por un coincidencia en aquellos rasgos de una teoría
que nos importan por su capacidad explicativa (Ruse, 1999). Mostraré esto
a partir de una discusión de un radical anti-esencialista y de dos conserva-
dores esencialistas. El primero es Quine y los conservadores son Kripke y
Putnam.

Quine en Word and Object (1960), y más tarde en su artículo “Natural
Kinds” (1969), se pregunta cómo se ha generado en nuestra red de con-
ceptos los agrupamientos de la experiencia que dan origen justamente a la
noción de clase natural. De acuerdo a Quine lo que hace posible que apren-
damos algo acerca de la experiencia es nuestra propensión espontánea a
establecer relaciones en términos de similaridad. El concepto de espacio
cualitativo
que introduce Quine hace referencia a esta disposición innata;
este concepto le permite describirla, analógicamente, en términos de un
espaciamiento de cualidades de la experiencia de un sujeto que puede ser
detectada en condiciones experimentales. Este espaciamiento es subjetivo
y no podemos esperar que la naturaleza concuerde siempre. Es así como
los seres humanos agruparon inicialmente a las ballenas y a los salmones
en un grupo común dadas sus características morfológicas superficiales co-
munes, pero prontamente afinaron estos criterios de semejanza y los sepa-
raron en dos grupos distintos: la de los cetáceos y la de los peces. La cien-
cia muestra, de acuerdo a Quine, que nos alejamos progresivamente de los
patrones de similaridad superficial de color, sonido, forma, sabor y textura.

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Los patrones subjetivos están siendo sustituidos por patrones teóricos que
reflejarían la estructura interna de las cosas, aquello que Locke llamaría las
cualidades primarias de la materia. Según Quine, el avance de la ciencia
empírica nos permitirá finalmente prescindir de nuestra intuitiva noción de
similaridad y, también, de la noción dependiente de tipo o género de cosa
basada en esta noción. Estas nociones serían dispensables en la medida que
pueden ser reemplazadas por una relación que pretende ser objetiva al ser
definida a partir de una teoría científica en donde la semejanza en sentido
cualitativo deja de tener relevancia. Un caso paradigmático lo representa la
química, en donde los criterios de agrupamiento por similaridad compara-
tiva entre substancias según sus rasgos sensoriales, son reemplazados por
criterios basados únicamente en una determinación de la estructura mole-
cular. Quine menciona también el caso de la taxonomía biológica en donde
los antiguos criterios morfológicos o cualitativos han sido reemplazados,
en concordancia con la teoría evolutiva de las especies, por relaciones cau-
sales de naturaleza genealógica (Quine, 136). Las actuales discusiones en
filosofía de la biología acerca del concepto de especie y acerca de la nece-
sidad de reemplazar las tradicionales categorías morfológicas por sistemá-
ticas filogenéticas parecen confirmar las predicciones de Quine respecto de
la desaparición del espaciamiento subjetivo de cualidades.

3. Especies
¿Existe alguna manera de consensuar a un radical como Quine que

sostiene que el significado de los términos de géneros naturales cambian
radicalmente con el cambio teórico y el esencialismo asumido por los ar-
gumentos conservadores para defender la intuición de la estabilidad de
significado de estos términos a través del cambio teórico? Sostendré en
lo que sigue que existe una convergencia entre estas posiciones sobre la
base de una breve consideración de la aplicación de ambas tesis al caso de
la naturaleza del significado de los términos que tienen como referencias
especies biológicas. Esta convergencia consistirá en la coincidencia de de-
terminados valores epistémicos entre ambas intuiciones.

Putnam y Kripke han reincorporado a la discusión filosófica la anti-
gua tesis según la cual las cosas tienen propiedades esenciales y acciden-
tales. Tanto Putnam como Kripke han defendido su posición respecto de
la existencia de tales propiedades sobre la base del examen del significa-
do de términos como ‘cobre’, ‘agua’, y también de nombres de especies

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biológicas. En los dos primeros casos, la esencia está constituida por una
propiedad intrínseca: la estructura interna de aquello que llamamos ‘agua’
y la estructura interna de lo que llamamos ‘cobre’. Estas son propiedades
esenciales pues en la formulación de Kripke el agua es H20 en todos los
mundos posibles y el cobre tiene el peso atómico 29 en todos los mundos
posibles. Ahora bien, ¿cuál es entonces la propiedad que hace a un indivi-
duo de tigre pertenecer a la especie de los tigres? ¿Cuál es la esencia de un
tigre? La respuesta que dan inicialmente tanto Kripke y Putnam es simé-
trica al caso de ‘agua’ y de ‘cobre’. No hay aquí propiedades cualitativas o
morfológicas que permitan definir a una población animal como pertene-
ciente a la categoría de especie, y al igual que en los casos de agua y cobre
se buscan propiedades internas que permitan obtener esta definición y el
código genético parece naturalmente constituir esa propiedad interna. Pero
a diferencia de casos como ‘agua’ o ‘cobre’, no existe ninguna propiedad
microestructural que pueda definir la pertenencia de un individuo a una
especie. Se ha leído justamente la tesis esencialista de Kripke y de Putnam
respecto de las especies en términos tales que la esencia de las especies
animales debe tener el carácter no relacional que tiene la esencia en sustan-
cias como el agua, y el primer candidato que cumpliría, como se ha visto,
estos requisitos es el código genético. Pero, bajo esta lectura, la propuesta
de Kripke y de Putnam queda rápidamente refutada, pues el código gené-
tico no permite definir una propiedad que pueda servir para individualizar
esencialmente a una especie biológica. La supuesta inadvertencia de la sin-
gularidad de los géneros naturales biológicos habría provocado la ilusión
de que hay una propiedad intrínseca, por ejemplo, en el individuo tigre
que lo hace pertenecer esencialmente al género natural tigre o también que
hay una propiedad intrínseca al género natural tigre que pueden poseer
quizás contingentemente los individuos que son tigres. Los fenómenos de
las especies gemelas y del polimorfismo muestran que el código genético
no puede ser una alternativa viable como propiedad esencial interna. De
acuerdo a Sober el evolucionismo destruye la estrategia explicativa del
esencialismo porque el pensamiento poblacional, que se impone por sobre
el pensamiento tipológico, hace innecesarias a las definiciones constituti-
vas en biología. Dice Sober al respecto:

Ninguna característica fenotípica puede postularse como la
esencia de una especie; la norma de reacción para cada genotipo de-

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muestra que es arbitrario señalar como privilegiado a un fenotipo por
oposición a cualquier otro. Consideraciones similares demuestran
que no puede postularse ninguna característica genotípica como la
esencia de una especie; la variabilidad genética que se encuentra en
las poblaciones sexuales es descomunal y, una vez más, no hay una
manera biológicamente plausible de particularizar algunas caracte-
rísticas genéticas como naturales al tiempo que otras se consideran
como el resultado de interferencias (Sober, 2004: 139)

Pero desde la tesis de Quine de la desaparición del espaciamiento
subjetivo de cualidades nada habría de erróneo en poner en un mismo ni-
vel la determinación de propiedades microestructurales como criterio de
identidad para casos como ‘agua’ con la búsqueda de criterios de identidad
no morfológicos para las especies. Lo que ha permitido transitar desde
la discusión de la esencia de ‘agua’ a la de las especies no es, según me
parece, una concepción errónea del concepto de especie en biología como
han pensado algunos críticos, sino la convergencia de valores epistémicos
entre la tesis de la desaparición del espaciamiento subjetivo de cualida-
des y del esencialismo de Kripke y Putnam. Ambas posiciones identifican
como referencia de los términos de géneros naturales no una propiedad
cualitativa sino una estructura interna, sea esta intrínseca como en el caso
de los elementos químicos o una estructura relacional como las unidades
reproductivas y las relaciones genealógicas que identifica el biólogo cuan-
do quiere determinar si una determinada población animal constituye o no
una especie.

Podemos interpretar la insistencia de Kripke y de Putnam en cuanto a
que ningún conjunto de propiedades cualitativas puede determinar la esen-
cia de una sustancia como agua y, simétricamente, que ninguna propiedad
morfológica cumple los requisitos para determinar esencialmente a una
especie animal, como una manera distinta de expresar la desaparición de
criterios subjetivos de similaridad. Existe una convergencia entre la tesis
de la desaparición del espaciamiento subjetivo de cualidades y el esencia-
lismo de Kripke y Putnam. Ambas tesis son modos distintos de presenta-
ción de un mismo proyecto que ha definido a la ciencia moderna, esto es, la
búsqueda de la independencia de las descripciones y explicaciones de los
fenómenos del mundo físico, respecto de las capacidades y singularidades
de los sistemas perceptuales de los seres humanos. Estos son los valores
epistémicos en los que coinciden las dos intuiciones iniciales.

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