ISSN 1390-0862

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Un recorrido necesario: el pensamiento
hispanoamericano y las preguntas por el

conocimiento de la realidad y la literatura1
A necessary path: Hispano American thought and questions

of knowledge about reality and literature

Clara María Parra Triana
Universidad de Concepción, Concepción, Chile

E-mail: cparratriana@hotmail.com

Resumen
Presento un recorrido interpretativo por las formas de asumir el co-

nocimiento dadas en Hispanoamérica a finales del siglo XIX y principios
del XX, momento en el cual triunfa el humanismo como una manifestación
de la modernidad intelectual, que se debate frontalmente con la postura
positivista asumida tanto a nivel ideológico como político y educativo. El
antipositivismo fue su contraparte y, por lo tanto, dio la posibilidad de brin-
dar a los estudios literarios un espacio propio, tal como fue la historiografía
literaria.
Palabras claves: Modernidad intelectual, positivismo, antipositivismo,
estudios literarios, historiografía literaria.

Abstract
I show a reading path through the ways knowledge were taken in His-

pano America at late Ninetieth century and early Twentieth century, when
humanism stands as a show of intellectual modernity that fights against
1 Este estudio forma parte de la tesis doctoral en literatura latinoamericana en la
Universidad de Concepción (Chile), dirigida por la Dra. Cecilia Rubio. La in-
vestigación tiene como objetivo determinar las apuestas claves que hicieron de
los estudios literarios hispanoamericanos una manifestación legítima y autónoma
dentro del pensamiento del subcontinente.

(Recibido: 15-11-2009) (Aceptado: 10-01-2010)

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ideological, political and educative Positivism. Antipositivism was its de-
tractor, and for that reason offered the possibility for Literary Studies ha-
ving their own place, as Literary Historiography was.
Key words: Intellectual modernity, Positivism, Antipositivism, literary
studies, literary historiography.

Introducción
A continuación observaremos la forma como emergen los afanes por

la autonomía intelectual y crítica, mediante la instalación y enfrentamiento
de respuestas a los interrogantes por el conocimiento de la realidad hispa-
noamericana generadores de sistemas de pensamiento que buscaban jus-
tificar nuestra existencia histórica. Dichos sistemas adquieren una cierta
coherencia formal que la historia de las ideas ha denominado como po-
sitivismo
y antipositivismo. De la instauración del primero y la reacción
crítica del segundo, se derivó la controversia referente al ser de la historia
y la producción cultural de las sociedades hispanoamericanas, que dará sus
primeras señales en la historiografía, fundada en el criterio de pensar la
historia a través de los discursos que le han dado forma. De estas pugnas
ideológicas y epistemológicas, nace la inquietud por el establecer los es-
tudios literarios como un recurso para analizar y comprender la literatura
no sólo en sus factores estéticos, sino también en su presencia histórico-
cultural en la sociedad.

Primera generación del debate hispanoamericano
Sabemos por José Luís Romero y Ángel Rama que en las ciudades

hispanoamericanas del siglo XIX la élite criolla adoptó la consigna del
progreso y asumió la letra como su bandera. Así fue hasta bien avanzado
el siglo XIX. Efectivamente, los grupos de letrados constituían una clase
aparte, por lo general dirigente (con beneficios económicos y, por lo tanto,
políticos), que les permitía tener gran influencia en los destinos de las na-
ciones. El letrado “dibujó” otra ciudad dentro de la ciudad, y se mantuvo al
pie del poder (si no en el poder mismo), haciendo cumplir sus proyectos.

El papel de los letrados en el siglo XIX fue social y políticamente
relevante, debido a que su actuación incide en los procesos de cambio y
concientización colectiva. De hecho, sus productos literarios, legislativos,
periodísticos, entre otros, se ponen al servicio de causas comunes. La lite-

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ratura es entonces un medio de difusión, un instrumento para los idearios
y polémicas, pues se hace necesario transmitir mediante la ilustración la
conciencia crítica en emergencia.

Los proyectos de emancipación satisficieron a algunos segmentos de
la sociedad hispanoamericana, y la crítica a sus resultados no se hizo es-
perar. Ya no sólo se trataba de desalojar a la colonia española sino de en-
contrar la forma de despojar a la sociedad hispanoamericana de cualquier
sombra que significara volver a los hábitos íberos, vistos como sinónimo
de esclavitud, servidumbre y dogmatismo. Esta primera reacción antico-
lonialista y desespañolizadora la encabezó una generación letrada que se
originó en la conciencia criolla, la cual reveló la urgencia de una reforma
en las mentalidades hispanoamericanas, en la que encontramos a Sarmien-
to, Alberdi, Mora, Lastarria, entre otros.

Hacia 1830, el proceso de emancipación política de las anti-
guas colonias de España, salvo Cuba y Puerto Rico, estaba termi-
nado. Pero el proyecto integrador y unitario que era consustancial
al proceso también se diluye y comienza una etapa de luchas cau-
dillistas, guerras internas y conflictivos cambios de poder, buscan-
do formas de gobierno independiente del que no existían tradicio-
nes ni experiencias (Osorio, 2000: 39).

Esta generación de hombres de letras que atestigua las independen-
cias opone a la revolución, sinónimo de desorden y anarquía, la evolución
como camino necesario para alcanzar el progreso que se enfrentaba a la
barbarie de los pueblos originarios y de la herencia española (cf. Zea 1980).
Es en la búsqueda de la civilización que se concentran entonces los pro-
yectos políticos, educativos y sociales, tales como la inmigración europea,
propuesta por Sarmiento para desespañolizar y sajonizar a las sociedades
en favor de su mejoramiento. Se inicia de esta forma la preocupación por
las realidades y problemas locales, y su consecuente necesidad de supera-
ción, que lleva a esta élite a proponer como posible solución aceptar de los
desafíos de la razón y sus implicaciones a favor de la libertad, el orden y el
progreso, como lo señala Gabino Barreda en su “Oración Cívica” de 1867:
“Conciudadanos: que en lo de adelante sea nuestra divisa libertad, orden y
progreso; la libertad como medio; el orden como base y el progreso como
fin” (296).

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Códigos y polémicas positivistas en la América hispana
El terreno fértil que fue la América hispana para el positivismo orto-

doxo radica en la inconformidad latente con el pasado colonial y el anqui-
losamiento de las instituciones ostentadoras del poder político, espiritual y
social. El pensamiento positivista ofrece la oportunidad para que las inte-
ligencias hispanoamericanas indaguen en su realidad fuera de la influencia
española, con lo que contribuye a una declaración de autorreconocimiento
para los pueblos y las sociedades. No fue simplemente una muestra de
diferenciación, sino ante todo de identificación: la urgencia por determinar
quiénes eran los hispanoamericanos antes, durante y después de la tur-
bulencia emancipatoria, establece como primera necesidad la disposición
de las problemáticas propiamente hispanoamericanas enmarcadas en un
orden industrial y progresista.

Aquella inquietud propicia la revisión crítica del legado íbero, que
lleva a las más pesimistas conclusiones en materia de herencia cultural, so-
cial e histórica. Se culpa a España de la pobreza, atraso y falta de iniciativa
para resolver los propios conflictos, y se le tilda de antimoderna, perezosa
e inferior, comparada con otras naciones que ponen como estandarte el
trabajo para el progreso, y no como una forma de castigo.

Tomados así los conflictos de Hispanoamérica, los voceros del positi-
vismo, que además tenían la ventaja de ser hombres de acción en el sentido
político, ven a la educación como el medio para cultivar en la sociedad
los anhelos de mejoramiento, tecnificación y cientificismo. Tendría que
ser una educación laica, concentrada en las ciencias físicas, químicas y
matemáticas, sin dejar mucho espacio a las orientaciones especulativas,
consideradas, de alguna manera, también ficticias. Veamos, por ejemplo, la
“Carta a Mariano Riva Palacio sobre la instrucción preparatoria”, que Ga-
bino Barreda redacta en 1870, y que es, de alguna manera, el resumen de
su aporte positivista para la educación pública adoptada por el porfiriato:

Como usted podrá notar a primera vista, los estudios prepara-
to rios más importantes se han arreglado de manera que se comience
por el de las matemáticas y se concluya por el de lógica, inter po-
nien do entre ambos el estudio de las ciencias naturales, poniendo
en primer lugar la cosmografía y la física, luego la geografía y
la quí mica, y por último la historia natural de los seres dotados

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de vi da, es decir, la botánica y la zoología (Cit. en Zea 1980 12.
Vol. I).

[...] una educación, repito, emprendida sobre tales bases, y
con sólo el deseo de hallar la verdad, es decir, de encontrar lo que
realmente hay, y no lo que en nuestro concepto debiera haber en
los fenómenos naturales, no puede menos de ser, a la vez que un
manantial inagotable de satisfacciones, el más seguro preliminar
de la paz y del orden social porque él pondrá a todos los ciudada-
nos en aptitud de apreciar todos los hechos de una manera seme-
jante, y por lo mismo, uniformará las opiniones hasta donde esto
es posible (Id. 17 Vol. I)

Barreda llega a México a instaurar en el Plan de Estudios para la
Escuela Preparatoria el desideratum positivista más radical e influyente
jamás visto a nivel educativo e instructivo. Su visión tuvo como principio
tanto la utilidad y la dignidad social, como la preparación efectiva para el
servicio comunitario, lo que conduciría a la riqueza material y al progreso
de la nación. Había que cultivar a los hombres para que trabajaran a pesar
de los obstáculos que pudiesen presentar la tierra y la raza americanas,
pues a los ojos del positivismo éstas constituían una dificultad para el desa-
rrollo de la sociedad. La educación, o mejor, la instrucción, sería el medio
por el que se controlaría mejor el proyecto de modernización, aunando
estrategias políticas de bienestar nacional con estrategias educativas de
cultivo científico.

El acento que pone el positivismo hispanoamericano en la moder-
nización instrumental para alcanzar los niveles de desarrollo material de
sociedades como la norteamericana o la inglesa, fortalece y alimenta el
ímpetu de la sociedad hispanoamericana hacia tales tendencias. El deseo
de adjudicar el propósito de la existencia humana al progreso material hace
que la burguesía naciente trabaje fuertemente en la consolidación de una
moral colectiva que le diera la razón a dicho fin; pero como el racionalismo
y el utilitarismo chocan con la mentalidad secular, había que convocar a
una laicización de la moral persiguiendo fines prácticos beneficiosos para
todos, con el fin de que el aparato instrumental se mantuviera en pie. Se
percibe así cómo la sociedad hispanoamericana mantuvo la actitud posi-
tivista como forma de resistirse a las mentalidades que, por un lado, pro-

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clamaban la conservación de tradiciones coloniales, y por otro, pretendían
la recuperación de lo nativo y natural (en el sentido de no-civilizado) o
reivindicaban la imaginación y la metafísica. El positivismo mantuvo una
ambigüedad esencial, pues al mismo tiempo que defendía la libertad, le po-
nía límites, dando a entender que el individuo aún no estaba preparado para
buscar la suya propia. A este principio se le reconoce una preocupación por
la solidaridad y participación colectiva, en un tranquilo orden, a expensas
de la libertad individual. Es en este aspecto en donde el positivismo revela
su debilidad con respecto al proceso de modernización: lucha en contra del
dogma, siendo dogmático y disfraza sus pretensiones absolutistas abogan-
do por necesidades elementales.

Reacciones antipositivistas hispanoamericanas
A pesar de que el positivismo se percibe como un “estado de concien-

cia intelectual de Occidente” (Zum Felde, 1954: 189) y que alberga grandes
proyectos que buscan solucionar problemas medulares de las sociedades
en proceso de autonomización, las falencias epistémicas que exhibe, pro-
ducen en sus propios exponentes reacciones de reformulación, oposición y
crítica, pues su sistema se hace insuficiente. En el contexto mexicano, en
donde posee todo un apoyo político ideológico (no sólo científico), genera
en su etapa más avanzada las revisiones críticas que pronto se le oponen,
como el caso de los discípulos de Gabino Barreda.

Los antipositivistas hispanoamericanos observaron que el sistema
positivista redujo la visión y los anhelos de la sociedad a fines puramente
materiales, dejando de lado la comprensión de su papel histórico. Ellos
lucharon por abrir el cercado moral, ensanchando la confianza en una éti-
ca basada en la dignidad humana y, ante todo, en el rol del hombre como
sujeto de la historia. Para ellos la bonanza material es solo una necesidad
primaria, pues el verdadero fin de la humanidad es la fundamentación del
espíritu.

Podría indicarse antes de una etapa antipositivista en Hispanoaméri-
ca, un período post-positivista, que alberga la revisión de los saldos cienti-
ficistas y aboga por un idealismo de corte sociológico, tales como los tra-
bajos de Justo Sierra, José Ingenieros, Carlos Vaz Ferreira, Eugenio María
de Hostos, José Enrique Rodó, entre otros; quienes revelaron el dualismo
del positivismo perceptible en su práctica idealista-política y sus convic-
ciones científicas.

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Los intelectuales antipositivistas encontraron sus argumentos más
esenciales en la “filosofía vitalista” de Bergson, el anti-intelectualismo de
Nietzsche y la filosofía de la historia de Hegel, principalmente (aunque a
esta última la leen con gran distancia crítica). El antipositivismo en His-
panoamérica no consistió en una llana oposición al intelectualismo de los
positivistas, sino que se consolidó como el paso necesario a la considera-
ción de los valores extraexperienciales que constituyen el espíritu de una
sociedad llamada por fin a experimentar la autoconciencia y a realizar el
libre ejercicio de la autonomía intelectual y ética (Salazar, 1988).

En efecto, lo que comienza siendo una oposición al empirismo, pron-
to se convirtió en un credo de lo que se conocería como “Arte libre” y “Li-
bertad creadora”. Volver a la intuición, pero con rigor, sería la fórmula para
superar el empirismo y trabajar por el humanismo de la América española.

El grupo de jóvenes intelectuales mexicanos que conocemos como
el Ateneo de la Juventud, en el cual Pedro Henríquez Ureña y Alfonso
Reyes se conocen y conciben sus proyectos intelectuales y literarios, tiene
como credo el “arte libre”, y con la guía de Justo Sierra y la apertura de
las lecturas filosóficas de Antonio Caso, instalan la posición antipositivista
como la fundamentación del discurso crítico de línea humanista de la que
carece la ideología de “los científicos” (élite privilegiada del porfiriato,
eminentemente oficialista).

Los ateneístas realizan una lectura del “espíritu de América” tomando
como referencia el concepto de “evolución creadora” de Bergson. Es, sin
duda, el recurso más fuerte para oponerse al positivismo ortodoxo, cuyos
efectos en las mentes hispanoamericanas habían conducido al reduccionis-
mo y la ignorancia espiritual. La “evolución creadora” rivaliza con el neo-
darwinismo y con el determinismo spenceriano, pues abre la posibilidad de
reconocerle a la intuición su papel en la búsqueda de conocimiento.

El acento que aquellos ponen en el instinto (de cuño bergsoniano)
ofrece una mayor libertad y apertura que, junto con el rigor en reflexión
filosófica y axiológica, consolidan el establecimiento genuino del pensa-
miento moderno hispanoamericano, pues se revaloriza la cultura y la
historia, y se convierten en criterios para la comprensión y el planteamien-
to de los temas y problemas propios de Hispanoamérica.

Con esta tendencia de pensamiento, la América hispana atestigua
y experimenta la intervención social de la figura del intelectual, quien ya
no sólo es el hombre de letras, en el sentido político y social (superando las

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etapas didácticas y morales de su labor), y asume la actitud crítica, como
manifestación de una apertura históricamente necesaria (Gutiérrez, 2001).
El criticismo que en adelante se busca, pretende afianzar en complejidad y
el rigor que suponen la formación de un intelectual integral, de allí que su
inquietud por la filosofía moderna lleve a los antipositivistas a planear es-
trategias de integración que superen el provincialismo y abran los espacios
de comunicación especializada.

El antipositivismo destaca la urgencia por el reconocimiento de la
tradición latina (clásica) e hispana, superando añoranzas y disputas; en este
sentido, el llamado ya no sería a imitar, sino a interpretar. El gran código de
esta reacción crítica es, entonces, la constitución de nuestra propia historia
cultural a través de la interpretación de nuestras expresiones, manifesta-
ciones y creaciones que ayudan a la adquisición de conciencia de Hispa-
noamérica como un espacio poseedor de una realidad histórico-cultural
propia.

La libertad vista desde la postura antipositivista (espiritualista y vita-
lista) busca la expansión y las fluctuaciones del espíritu en los vaivenes de
lo impredecible; la creación libre le da la posibilidad al hombre de evolu-
cionar en su expresión y en su reflexión. Lo estético es, desde esta forma
de ver, la mejor muestra de la libertad a la que el hombre tiene derecho.
La apertura de la concepción de libertad buscó superar el concepto moral
positivista enmarcado en imperativos sociales categóricos.

Rodó: polemista de la inteligencia americana
En busca de una posición intermedia, que conciliara los beneficios del

uso de la razón práctica y la presencia de una inteligencia sensible, José
Enrique Rodó formula su visión de las tendencias filosóficas y culturales
de la América española. Conocida es su disertación de consejos para los jó-
venes americanos expuesta en Ariel. La resistencia a tomar como modelos
los triunfos norteamericanos, sin tener en cuenta que la América hispana
posee un carácter diferente: es el referente más claro para observar su resis-
tencia a los extremos positivistas, que pretendían una adaptación de modos
y estrategias ajenas para acelerar el proceso de modernización material
de nuestros pueblos. La apuesta por el “genio alado” alude a la necesidad
imperiosa del cultivo del espíritu –de un espíritu propio– que revitalice lo
que la practicidad y el utilitarismo habían acallado. ¿Por qué se dirige a la

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juventud? Porque ésta es la que exhibe los anhelos de renovación, y para
que no se quede sólo en anhelos, Rodó pone en palabras de Próspero el
programa que la inteligencia joven de Hispanoamérica debe seguir para
lograr el acceso a su mayoría de edad espiritual.

El pensador uruguayo alude a este “espíritu de renovación” porque
participa de las inquietudes por establecer un nuevo orden en la sociedad
iberoamericana. Observa que la urgencia por la libertad de las ideas, que
había dejado como saldo la emancipación política, había también degene-
rado en el hallazgo de falsos refugios práctico-ideológicos que desvirtua-
ron la búsqueda auténtica de los pueblos: la ganancia de su libertad espi-
ritual. Las palabras de Rodó son la expresión consciente de una coyuntura
en la que ejercer la crítica es posible, siempre y cuando no se descuide el
crecimiento individual. Ariel es la crítica al sinsentido que queda de la ace-
leración sin inteligencia ni sensibilidad, ya que no es el avanzar sin más lo
que hace a un pueblo crecer en su grado de civilización, es el conocimiento
de sus capacidades constituidas por un crecimiento continuado y creati-
vo
de una tradición.

En un comentario que escribe Rodó en 1910, titulado “Rumbos nue-
vos. Con motivo de la publicación de Idola Fori de Carlos Arturo Torres”,
explicita cuál es su distanciamiento del “mal entendido positivismo his-
panoamericano”. Inicia señalando los dos extremos viciosos de las inteli-
gencias hispanoamericanas: el fanatismo y el escepticismo. A cada uno de
ellos le reconoce sus defectos y bondades. El pensador uruguayo encuentra
que antes de caer en el vicio, las inteligencias han de conciliar las dos par-
tes, lo cual les permitirá acercarse más provechosamente a los deseos y a
una superior capacidad de conocimiento. En el fanatismo extremo ubica
Rodó al “criterio ortodoxo” que tendía a ver en el modelo anglosajón el
camino más propicio para recuperar “el tiempo perdido de la colonia”.
Sin embargo, también encuentra un extremismo de falso entusiasmo en
el idealismo que cree poder resolverlo todo. El autor no niega el potencial
del positivismo como “forma de espíritu original”, ya que con éste se re-
movieron tendencias anquilosadas de conocimiento y se pasó a dignificar
la labor de la razón. Como tal, el positivismo no podía ser desatendido.
Pero Rodó indica que al llegar los ecos vacíos de esta “forma de espíritu”
a Hispanoamérica,

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Fue éste un empirismo utilitarista de muy bajo vuelo y de
muy mezquina capacidad, como hecho de molde para halagar, con
su aparente claridad de ideas y con la limitación de sus alcances
morales y sociales, las más estrechas propensiones del sentido co-
mún. Por lo que se refiere al conocimiento, se cifraba en una con-
cepción supersticiosa de la ciencia empírica, como potestad infalible
e inmutable, dominadora del misterio del mundo y de la esfinge de la
conciencia, y con virtud para lograr todo bien y dicha a los hombres.
En lo tocante a la acción y al gobierno de la vida llevaba a una exclusi-
va consideración de los intereses materiales; a un concepto rebajado y
mísero del destino humano; al menosprecio o la falsa comprensión de
toda actividad desinteresada y libre; a la indiferencia por todo cuanto
ultrapasara los límites de la finalidad inmediata que se resume en los
términos de lo práctico y lo útil (Rodó, 1957: 503).

Así Rodó muestra que el positivismo, como “forma del espíritu”, res-
pondió a necesidades puntuales de una realidad específica, pero fue nuestra
disposición al fácil entusiasmo de los optimismos vanos no lo que llevó
a desvirtuar la tendencia positivista que en lugar de servir como impulso
vital dio muestras de la más penosa decadencia. Al espiritualismo genera-
do como reacción crítica le recuerda Rodó la dificultad de deshacerse del
positivismo debido a éste lo antecedió y lo provocó. Llama el pensador a
evitar cualquier extremo, mediante la conciliación de lo que recibimos con
lo que ya tenemos; no buscar partir de cero como pretendían los liberales
de tendencia antiespañola, que trataban de reivindicar las novedades sin
tener en cuenta los cimientos y antecedentes.

El problema de la historiografía literaria
Las ideas progresistas del positivismo y su reacción crítica, el anti-

positivismo, obligaron a los intelectuales a definir su postura a favor de un
método de aprehensión social que pusiera a Hispanoamérica al mismo ni-
vel de los estados ejemplares a nivel tecnológico e intelectual y que se pre-
ocupara al mismo tiempo por la formación y comprensión de su espíritu.
La interpretación ortodoxa del sistema filosófico positivista logró acepta-
ción masiva, debido a que sus exponentes eran a su vez reconocidos hom-
bres de letras y prestigiosos funcionarios públicos. Los antipositivistas, por
su parte, constituían una élite letrada cada vez más definida y distinguida

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que se esforzó por especializarse en problemas filosóficos, sociológicos y
literarios, por lo que su resonancia sólo alcanzó a llegar a círculos acadé-
micos e intelectuales de extracción pequeñoburguesa.

En esta marcada diferenciación se observa un momento significativo
para la historia intelectual hispanoamericana: la división del trabajo y
la especificidad de la labor letrada en la sociedad. Al no ser el antiposi-
tivista un hombre políticamente influyente, se ve obligado a subsumir su
labor y su postura a círculos notoriamente estrechos, provocando así una
paradoja que va a definir problemáticamente su voz: avanzará hacia la
profesionalización y la especialización, pero al mismo tiempo sucum-
birá a la marginación política no explícita
. En palabras de Henríquez
Ureña:

Nacida de la paz y de la aplicación de los principios del li-
beralismo económico, la prosperidad tuvo un efecto bien percep-
tible en la vida intelectual. Comenzó una división del trabajo. Los
hombres de pretensiones intelectuales trataron ahora de ceñirse a
la tarea que habían elegido y abandonaron la política; los abogados
como de costumbre menos, y después que los demás. El timón
del estado pasó a manos de quienes no eran sino políticos, nada
se ganó con ello, antes lo contrario. Y como la literatura no era en
realidad una profesión sino una vocación, los hombres de letras se
convirtieron en periodistas o en maestros, cuando no en ambas co-
sas. Muchos de ellos siguieron la carrera de derecho en las univer-
sidades, pero pocos ejercieron después su profesión (2001: 165).

Las producciones literarias y las producciones interpretativas que
éstas generan, también inician un proceso significativo: los escritores co-
mienzan a pensar en términos de proyectos literarios y sus receptores tra-
bajan con ellos a manera de conjuntos, adjudicándoles sentidos y propósi-
tos. El discurso de los estudiosos la literatura comenzó a influir en lo que
la sociedad percibía, ya que se vinculó a proyectos de mayor alcance como
el local-nacional. El sentido de la historia que acarreó la emancipación fue
el principal motivo para que se leyera la producción literaria en términos
nacionalistas.

La ideología del liberalismo que impulsó los proyectos independen-
tistas y que posteriormente trabaja por la consolidación de los estados
nacionales, incluye también a los escritores como voceros de las causas

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nacionalistas, haciendo que sus obras sirvan de apoyo en la unificación
de las conciencias. Es así como con el amparo de la corriente ilustrada y
el cientificismo positivista, se presenta como necesidad para el proyecto
identitario la construcción de historias y compilaciones literarias:

Un aspecto importante y a menudo descuidado en el estu-
dio de este período es el que corresponde a la preocupación por
organizar y difundir los primeros repertorios literarios, tanto na-
cionales como de conjunto. En esos años se publican las primeras
antologías y los primeros esbozos de historias literarias. Se trata
de una tarea estrechamente vinculada con el proyecto general y
englobante de autoconocimiento y afirmación identificadora en la
organización de las repúblicas independientes (Osorio, 46).

Tales antologías sirvieron de herramienta para demostrar la existencia
de producción literaria que la hegemonía ibérica no se había interesado en
divulgar. El elemento positivista que interviene en la elaboración de estos
repertorios concentra la mirada en los datos históricos (biográficos y ane-
cdóticos) más que en la interpretación de los fenómenos literarios, ya que
lo importante por el momento es dar noticia de repertorios que resalten la
considerable producción literaria existente en la América Hispana.

Podría decirse que la elaboración de historias literarias es la primera
manifestación de estudio de la literatura de manera sistemática. A medida
que se reconoce un terreno propio para la literatura hispanoamericana (la
autonomización de su campo), el estudio de éste (o por lo menos las clasi-
ficaciones más elementales) contribuye en gran medida a su legitimación.

Estos registros realizados para incentivar los sentimientos patrióticos
son discriminadores. Eligen sin duda aquellas obras que simpatizan con
un sentimiento nacionalista, lo que media en el establecimiento de ciertos
cánones, marginando las expresiones que no se relacionan con el proyecto
político-social del momento. En consecuencia, la «historiografía literaria»
del siglo XIX en Hispanoamérica no logra escapar a los problemas de las
otras historias literarias nacionalistas: el de adjudicarle a la literatura una
función heterotélica, como la de ser documento de soporte histórico.

En este sentido, González Stephan (2002) indica que la transición de
los estudios derivados del positivismo (obsesionados por los datos) y la
formulación de métodos para trabajar con las ciencias humanas, se encuen-

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tra fundamentalmente en las propuestas de Andrés Bello, quien entendió
que las producciones culturales exigen otras formas de acercamiento y, por
lo tanto, necesitan de la configuración de su propia epistemología:

Los hechos empíricos no tenían en la mirada de Bello la
misma naturaleza; fueran éstos sociales o naturales determinarían
indudablemente la metodología de las diferentes ramas del saber
científico” (144), de tal modo que, “las observaciones de Bello es-
taban encaminadas para establecer las bases de un procedimiento
más objetivo en el ámbito de la producción del saber en las cien-
cias humanas o del espíritu según la acepción de la época (145).

En la visión de Bello, la historia debe ser una forma de explicar a los
pueblos la constitución de su espíritu. No puede ser el dato aislado o el in-
ventario sin relación. En el “Modo de pensar la historia” que publica en El
Araucano en 1848, acentúa la necesidad de ejercer la filosofía de la historia
como método de compresión y análisis de nuestra realidad. Dice Bello:
“¡Jóvenes chilenos! Aprended a juzgar por vosotros mismos, aspirad a
la independencia del pensamiento”
(Bello, 251), y esta independencia de
pensamiento no es otra cosa que el ejercicio de pensar nuestro proceso his-
tórico y reflexionar sobre éste tomando como fundamento fuentes propias:

¿Queréis, por ejemplo, saber qué cosa fue el descubrimiento
y conquista de América? Leed el diario de Colón, las cartas de Pe-
dro de Valdivia, las de Hernán Cortés. Bernal Díaz os dirá mucho
más que Solís y que Robertson. Interrogad a cada civilización en
sus obras; pedid a cada historiador sus garantías. Ésa es la primera
filosofía que debemos aprender de la Europa.

Nuestra civilización será también juzgada por sus obras; y
si se la ve copiar servilmente a la europea aun en lo que ésta no
tiene de aplicable, ¿cuál será el juicio que formará de nosotros,
un Michelet, un Guizot? Dirán: la América no ha sacudido aún
sus cadenas; se arrastra sobre nuestras huellas con los ojos venda-
dos; no respira en sus obras un pensamiento propio, nada original,
nada característico; remeda las formas de nuestra filosofía, y no se
apropia su espíritu. Su civilización es una planta exótica que no ha
chupado todavía sus jugos a la tierra que la sostiene (Bello, 251).

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Hemos de entender que Bello no apuntaba hacia un historicismo sin
más. Son los cuestionamientos por la consolidación de un humanismo
hispanoamericano lo que sugiere al abonar el terreno para un método, un
objeto y un corpus de trabajo. Su visión de la historia, directamente rela-
cionada con la de una filosofía de la misma, sacó del camino la carencia de
reflexión y la acumulación del dato por el dato: había que ejercer la apro-
piación de nuestras producciones culturales, y el único camino posible era
el análisis sistemático de nuestro arte.

El estudio de la literatura como hecho en sí comienza a configurarse
cuando el historicismo deja de imponerse al producto literario como una
condición esencial para su explicación. Si bien en el siglo XIX hispano-
americano se adquiere conciencia de que la literatura es un fenómeno so-
cial perteneciente a un espacio y a un tiempo particular, se inicia la supera-
ción de la idea de obligarla a ser simple reflejo de su momento histórico, y
se le trata como producto estéticamente autónomo.

Abundan sí las historias literarias, pero los trabajos historiográficos
entendidos como “estudios críticos de los procesos de formación del cono-
cimiento histórico-literario y de la calidad de ese conocimiento” (Gonzá-
lez-Stephan, 1985: 34) no logran su realización hasta que las concepciones
de la historia y de la filosofía de la historia se asumen como formas de
conocimiento plausibles para las producciones literarias y estéticas.

Conclusiones
En medio de la lucha que la élite criolla ilustrada XIX protagoniza

para que su campo de producción fuera reconocido y diferenciado, pueden
observarse los diversos intereses que rodeaban a las producciones litera-
rias. Los hombres de letras participan en los proyectos políticos, cimentado
con argumentos científico-sociales las necesidades de renovación, promul-
gando la autonomización del conocimiento de la realidad hispanoameri-
cana. Al despojarse por fin de la colonia española, los anhelos de libertad,
progreso y orden impulsan a los sectores letrados a proponer sus propios
proyectos de restauración, apoyados en el positivismo como sistema filo-
sófico, y posteriormente como manifestación ideológica. Pero pronto lo
que parece ser el cumplimiento de la promesa libertadora, resulta ser la
limitación de las aspiraciones, por el excesivo utilitarismo y el descuido de
las dimensiones no materiales del subcontinente. En consecuencia, peque-

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Un recorrido necesario: el pensamiento hispanoamericano.../Clara María Parra

ños grupos que procedían de la misma aspiración cientificista, optan por
cuestionar los rumbos de los excesos empiristas del positivismo y realizan
propuestas a favor de la construcción espiritual del continente. El antiposi-
tivismo se consolida como una forma de oposición a las tendencias cienti-
ficistas, utilitaristas y empiristas del positivismo, y realiza propuestas que
giran en torno a la función histórica del hombre, la reflexión metafísica y
la intelección de las producciones artísticas como formas de conocimiento
de la realidad cultural hispanoamericana.

En medio de esta pugna por el hallazgo de la mejor forma para apre-
hender la realidad y los problemas de Hispanoamérica se abren espacio los
estudios literarios a manera de discursos que contribuyen en la edificación
de las nuevas identidades nacionales y, al mismo tiempo se muestran como
manifestaciones de autonomía intelectual, en cuanto buscan fortalecer sus
bases epistemológicas, se esfuerzan por la legitimación de su objeto de
reflexión. Es la visión de la realidad que otorga la perspectiva histórica y la
reflexión sobre ésta que ofrece la filosofía de la historia lo que determina
que los estudios literarios iniciaran su proceso de autonomización como
manifestaciones del pensamiento hispanoamericano.

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