ISSN 1390-0862
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Las castas y la plebe: versiones y perversiones
del indio en la narrativa colonial e hispanoamericana
del dieciocho1
Castes and the populace: versions and perversions of the Indian in the
colonial and Spanish American narrative of the eighteen century
Luis Hachim Lara
Universidad de Santiago de Chile
E-mail: luis.hachim@gmail.com
Resumen
En la delegación del poder colonial por parte de los españoles a los
españoles americanos o criollos, éstos transfirieron la episteme y los ejes
de la crisis del sistema colonial a la colonialidad. En este contexto, los
letrados (españoles, españoles americanos y subalternos de las diferentes
agencias) en América, asumieron el conflicto e incluso aportaron al diag-
nóstico, pero revalidaron la marginalidad de la plebe. El poder criollo en la
colonialidad reproduce los acuerdos y desacuerdos respecto a la alteridad.
En este sentido se tratará de establecer comparativamente la posición de
poder del letrado español, del español americano o criollo, e incluso del
mestizo frente al indio y al sujeto plebeyo.
Palabras clave: Estudios coloniales, Catolicismo ilustrado hispanoameri-
cano, Pensamiento crítico y literario latinoamericano, Historias Naturales.
Abstract:
In the delegation of the colonial power on the part of the Spaniards to
the American or Creole Spaniards, the episteme and the axes of the crisis
were transferred from the colonial system to the “colonialidad”. In this
context, those with authority (Spaniards, Americans and subordinate Span-
iards of the different agencies) in America assumed the conflict, and they
1 Este trabajo es parte del proyecto Fondecyt 1085194: “Literatura y narración en
las Historias naturales hispanoamericanas del siglo XVIII.
Revista Pucara, N° 22 (101-111), 2010
(Recibido: 25-11-2009) (Aceptado: 10-01-2010)
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even contributed to the diagnosis, but they confirmed the outcasting of the
populace. The Creole power in the colonialidad reproduces the agreements
and disagreements regarding the “alteridad”. In this sense, it would be to
establish the position of the Spanish authorities’ power comparatively, of
American or Creole Spanish, and even of the mestizo in front of the Indian
and of the plebeian fellow.
Key words: Colonial studies, Spanish American cultured Catholicism,
Critical and literary Latin American thought, natural Histories.
***
[E]l racismo ha sido entendido más como una
patología europea o norteamericana, que como un
mal latinoamericano.
sInclaIR thomson
Fanon frente al colonialismo francés, escribió: “Pero la guerra conti-
núa. Y tendremos que curar todavía durante muchos años las heridas múl-
tiples y a veces indelebles infligidas a nuestros pueblos por la ruptura con
el colonialismo” (2003: 228). En la colonialidad latinoamericana la guerra
contra los “indios” no ha terminado. Más aún, después del trauma de la in-
vasión europea no se ha declarado el cese de hostilidades y por tanto no ha
existido reparación. La raza como un eje importante de dominación en el
periodo colonial, implicaría pensar un proceso que permita definir el mo-
mento de la construcción discursiva del indio por parte de los españoles, la
situación de éstos en las castas, hasta su deriva en la plebe. Indios, castas y
plebe, términos que aparentemente trasuntan más el rechazo que la progre-
sión de un sistema. Las bases de estas prácticas racistas se constituyen de
manera exógena, a partir del discurso de la limpieza de sangre, que siendo
parte de la mentalidad aristocrática cristiana de los conquistadores (Santia-
go Castro-Gómez, 2005: 54) antes del siglo XV, conformó en América el
ejercicio del poder y la reflexión progresiva sobre el estatuto, legal, social
y económico de los indígenas.
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En el siglo XVI el “patrón original era muy simple. Había dos ca-
tegorías: “españoles” e “indios” […] Los indios debían ser considerados
vasallos libres y súbditos de la corona […] (Magnus Mörner, 1969: 49).
La condición legal mostraba la subordinación de los indios a los españoles
y más tarde la de los esclavos negros reducidos al estrato inferior en esa
jerarquía. El mestizaje posterior da origen a las “castas coloniales […] lo
menos parecid[as] a esas otras castas de la India, de Ceilán, de Nepal, de
Pakistán; [y que fueron] el resultado de la fusión de sangres distintas o,
simplemente […] híbridos que resultan del cruce de razas o de éstas con
los híbridos de los diferentes cruces (Manuel Alvar, 1987: 23-25). Esta
situación en el siglo XVII establece un estatuto social que incorpora las
castas estratificadas básicamente en función de españoles y de indios, en
un sistema altamente jerárquico y legitimado por supuestos orígenes de
nobleza o pureza de sangre en el caso de los europeos.
Sin embargo, los españoles no impusieron este sistema de
castas como un sistema rígido totalmente. La finalidad no era im-
pedir toda posible mezcla entre ellas, sino, fundamentalmente,
para impedir el acceso de la cultura dominada a las posiciones de
poder dentro de la sociedad. De allí que desde el comienzo, se
desencadenara un amplio proceso de mestizaje racial y cultural,
que en el curso del tiempo fue haciendo surgir nuevos sectores
intermedios entre ambas castas […] (Aníbal Quijano, 1980: 54).
La racialización del indio se construye a partir del estatuto legal, lue-
go social, culminando en un particular y perverso estatuto económico que
en el siglo XVIII afectó y conformó la plebe, siendo un
término usado con frecuencia en la época, para denominar a esa
masa disgregada que era el pueblo de las ciudades. El término
tenía una evidente connotación despectiva, por lo que se le acom-
pañaba de algún adjetivo, como vil, ínfima, «gavilla abundante
y siempre dañina», «baja esfera»… Sinónimo de populacho y
pueblo. Los plebeyos se definían porque, en una sociedad que
pretendía acatar una rigurosa estratificación social, sus miembros
carecían de ocupaciones y oficios permanentes (Alberto Flores
Galindo, 2001: 75).
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La plebe —precedente del pueblo y del proletariado— se definió no
solo por sus condiciones de inestabilidad social, sino también por su (pau-
pérrima) condición económica.
La dificultad que puede ofrecer la comprensión del concep-
to colonial de plebe, se resuelve cuando quedan entendidos los
siguientes […] puntos. [Q]ue […] hacía referencia […] exclusi-
vamente a su nivel de pobreza y a cierta conducta general que
aparecía como propia de la gente pobre de la ciudad. Así, pues, la
plebe estaba constituida por mestizos, mulatos, zambos, negros
libres y la multitud de combinaciones que se englobaban en la
designación de “pardos” (Severo Martínez Peláez, 1973: 238).
En las narrativas y en los discursos literarios, “el factor indio” —fun-
damento de la dinámica de las castas y de la plebe— ha sido insuficien-
temente tratado, por tanto en esta versión de una de las genealogías del
racismo, es importante argumentar sobre esta carencia.
La palabra indio surge en el mundo occidental y, por simplificación
y economía para el imperio español, cubrió un campo ambiguo y peyora-
tivo que no tuvo registro semántico hasta fines del siglo dieciocho con el
Diccionario geográfico de las Indias Occidentales o América 1786-1789
del ecuatoriano —Mariscal de Campo y Gobernador de La Plaza de La
Coruña—, Antonio de Alcedo y Bejarano. El especialista Raúl Reissner,
en su artículo “El indio de los diccionarios” escribe, “Nebrija, en vez de
ampliar la definición incluyendo a los indios americanos en las ediciones
de 1545 y 1581, simplemente la suprime. […] Se posterga [hasta fines
del dieciocho] la existencia léxica del indio de América y se elimina el
conocimiento del indio de la India” (Raúl Reissner, 1985: 10). La acepción
de indio no se registraba en los diccionarios, pero los administradores del
imperio demostraron competencias enunciativas para discriminar y asignar
roles laborales de acuerdo a características fenotípicas.
El vacío semántico sobre el indio implicaba a la luz de la alteridad,
discriminar pero no definir. Cada español peninsular o español americano
“limpio de sangre” sabía distinguir entre un mulato y un castizo, un mesti-
zo y un Coyote, un criollo de un Salta atrás, un indio de un cholo, un negro
de un lobo, etc. El sistema colonial y su eje de dominación racista fueron
heredados por el poder español-americano. La transferencia onomástica
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del indio asiático, al nuevo “ente” extraño al conocimiento europeo, sirvió
—en primera instancia— para eludir la alteridad y consumar la ocupación
en un territorio sin sujetos. Sin embargo, no se trata de cuestionar los re-
cursos culturales de la lengua española, con los que inventarió y mensuró
América y a sus habitantes. Lo que sí se puede criticar y más aún condenar,
es la tendencia de algunos letrados e historiadores a reducir la diversidad
a lo biológico, anticipando proféticamente el racismo nacional socialista o
fascista. Igualmente, tampoco podemos achacar a la importación de ideas,
el entusiasmo por las tretas racistas de los criollos que administraron el
poder, que se consolidó en esa primera etapa colonial. La abundancia de
literatura al respecto confirma que, en las nuevas condiciones de Colonia-
lidad, la raza siguió siendo un dato relevante para clasificar y asignar roles
específicos a los sujetos sociales por parte del poder criollo/mestizo. Sin
embargo, en el contexto de las geopolíticas del conocimiento, es posible
establecer diferencias epistémicas sobre el indio entre los europeos ilustra-
dos, españoles peninsulares y españoles americanos o criollos. Incluso, las
perspectivas indigenistas enunciadas por las agencias criollas y jesuitas,
introducen la consideración de la alteridad en polémica con la Ilustración
eurocéntrica.
Juan Ignacio Molina y Felipe Gómez de Vidaurre, jesuitas chilenos
expulsos en el año 1767, como resultado del edicto del Real Decreto de
Carlos III, terminaron en el exilio italiano sus Historias naturales. El Abate
Molina escribió en italiano el Compendio della storia geografica, naturale
e civile del regno del Cile [Compendio de la Historia Geográfica, Natural
y Civil del Reyno de Chile, título de la edición española] que se publicó en
Bolonia el año 1776, sin el nombre del verdadero autor.
Por otra parte, su compañero de orden, Felipe Gómez de Vidaurre,
a instancias del propio Molina y sus compañeros jesuitas americanos, es-
cribe otra Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile en 1789,
publicada en Chile el año 1889 en la Colección de Historiadores de Chile
(dos tomos) al cuidado de José Toribio Medina, quien agrega una Introduc-
ción y notas.
El Abate Molina y Felipe Gómez de Vidaurre en sus respectivas his-
torias, escriben sobre el indio, pero esta palabra no representa lo mismo
para cada sujeto. En esta aproximación exploratoria se debe aclarar que
el lugar y perspectiva de enunciación del español peninsular en la narra-
ción del indio, es diferente del lugar y perspectiva del español americano
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o (criollo). La enunciación indígena, obviamente representa la diferencia
radical frente a la cultura colonial blanca y criolla.
El español peninsular y el español americano comparten el lugar de
enunciación teológico y antropológico en el espacio de lo que entendemos
por cultura Occidental. Sólo la perspectiva de enunciación diferencia rela-
tivamente al europeo del criollo. El español americano reafirma la cultura
y el proceso de occidentalización en función de criterios evangelizadores,
humanitarios, políticos, emancipatorios y también independentistas. En las
narrativas coloniales, los términos que adjetivan o sustituyen la palabra
indio, refieren a los bárbaros, salvajes, antropófagos, homúnculos, paganos
u otros seres del bestiario europeo.
En la narrativa criolla, la palabra indio implica la diferencia pero tam-
bién el conflicto. Esto favorece la acción criolla en función de sus propias
agencias e intereses. Una conocida historiadora escribe: “debemos tomar
en cuenta que la rebelión de Túpac Amaru les sirvió a los criollos para
evaluar si las condiciones estaban suficientemente maduras para el auto-
gobierno” (Scarlett O’Phelan, 1987: 197). Por otra parte, la enunciación
indígena siempre ha sido mediada y pese a la abundante historiografía
blanca y criolla disponible, no es fácil acceder a trabajos que produzcan
conocimiento nuevo sobre ello. El indio, el sujeto de las castas y la ralea
plebeya no escriben Historias. Podemos identificar fragmentos en la acti-
vidad narrativa con que los sectores indígenas acompañaron más del cente-
nar de insurrecciones Gustavo Faverón Patriau afirma “más de un centenar
de rebeliones, levantamientos, sublevaciones, motines y alzamientos indí-
genas” agregando que “Scarlett O’Phelan ha enumerado ciento cuarenta”
(Faverón Patriau, Gustavo, 2006: 171) que se desarrollaron durante el siglo
dieciocho, y de esas, apenas se conoce la de Juan Santos Atahualpa (1742-
1752), José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru (1780-1781) y la insu-
rrección de Julián Apaza Tupac Catari (1781). Los discursos indígenas,
reclamaciones y comunicados autonomistas fueron incluyentes respecto a
los criollos. Los discursos, manifiestos y declaraciones de independencia
de los criollos fueron excluyentes.
El lugar y perspectiva de enunciación del sujeto colonial y sus versio-
nes en la narrativa colonial, ya ha tenido suficiente atención en la literatura,
no así la vaguedad y ambivalencia del sujeto criollo que a su pesar constru-
yó la cultura que emplazó y desmanteló solo las prácticas más conflictivas
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del sistema colonial. En un doble sentido; la autonomización política y la
construcción de un saber natural —en este caso científico— es importante
estudiar el aporte de las Historias naturales escritas por estos dos jesuitas
chilenos. Específicamente, se trata de estudiar las representaciones del In-
dio en las dos Historias naturales; el Compendio de la Historia Natural y
Civil del reino de Chile (1776) de Molina y la Historia geográfica, natural
y civil del Reino de Chile (1789) de Felipe Gómez de Vidaurre.
Molina en su Historia Natural nos dice que concluye su “narrati-
va, formando una idea ligera del hombre, considerado como habitante de
Chile” (Molina: X). Igualmente, compara el habitante de la Patagonia y
Magallanes, “los cuales se diferencian de los Chileños [es decir indígenas]
en las facciones, en las costumbres y en sus lenguajes” (Molina: 3).
El sabio jesuita, a partir de esta primera denominación, construye una
perspectiva referencial del araucano, que para él es el verdadero chileno.
Igualmente la Historia civil traduce el empeño de los dos jesuitas por asig-
nar a la comunidad y organización de los araucanos un carácter civilizado,
dejando al desnudo el recurso de los conquistadores para ejercer violencia.
En la página 377 del Compendio, Molina fija su perspectiva: “El hombre,
centro a quien se refieren por ley de la naturaleza todas las cosas criadas
de nuestro globo, goza en el Reyno de Chile de todo el vigor que le puede
suministrar la beneficencia del clima” (Molina: Ibíd.). Al mismo tiempo
define su lugar de enunciación: “Entre los mismos criollos que Paw quisie-
ra reducir si pudiese a una vida corta, he conocido yo viejos de 104, 107,
y 115 años; mi abuelo paterno y bisabuelo, que también fueron criollos,
vivieron prósperamente, el uno 95 años, y el otro 96” (Molina: 378). Ve-
mos que así, indirectamente el Abate se reconoce criollo. Posteriormente,
establece su criterio sobre los otros miembros o castas: “Los habitantes de
Chile se dividen en indígenas o nativos, en generación europea, y en raza
africana. […] La carnación de estos pueblos [indígenas] es de un color
pardo bermejo, que tira a cobre” (Molina: 380-381).
Luego, nos dice: “son tan robustos aquellos Indios, y sufren con tal
vigor y constancia todo género de fatiga cuando se dan al trabajo, que
son preferidos para aquellas cosas o haciendas que requieren esfuerzos
extraordinarios (Molina: 382). Y “los que moran en las sierras andinas son
generalmente más altos; y aun yo creo, como dejé dicho al principio, que
estos y no otros sean los tan célebres Patagones, de quienes se ha hablado
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tanto en Europa” (Molina 382-383). “Los puelches, que habitan los Andes
Chilenos australes, usan unos sombreros de pieles, adornados con plumas
vistosas, y se pintan el cuerpo con varios colores” (Molina: 385).
En la estrategia nominal de Molina, vemos el uso mayoritario de “in-
dios” y “chileños” en la primera parte de su Historia, para nombrar a los
nativos. Igualmente opta por términos de la lengua chilena (mapudungun)
para nombrar a los Puelches, Pehuenches, Boroanos, Poyas y Caucaus.
Posteriormente, utiliza designaciones españolas; Criollos, Americanos,
Patagones, Montañeses. Ciertamente, esta breve y limitada muestra de tér-
minos para designar a los indígenas o nativos, se reduce sólo a la primera
y segunda parte de la Historia Natural y civil del Reyno de Chile. Se debe
anotar que en la segunda parte de la Historia Civil, las estrategias ono-
másticas de Molina cambian ya que el uso mayoritario recae en la palabra
“araucano”, y además utilizó el gentilicio correspondiente a cada zona y
las etnias, evitando el uso descrito en el cuadro de castas.
A su vez, Felipe Gómez de Vidaurre en su Historia geográfica, natu-
ral y civil del Reino de Chile (1789), específicamente el Libro sexto titula-
do “Hombres de Chile” (296-353), también estudia a los “indios”. El inicio
del Libro ya pone el problema en su centro:
Sobre ninguna cosa de América han escrito más malamente
[los Ilustrados] que sobre el hombre. A ninguno de sus animales
han degradado más de su orden que lo que han hecho con el hom-
bre. Le han concedido tan poca racionalidad, que han llegado a
dudar si era capaz de los sacramentos de nuestra sagrada religión
(Gómez de Vidaurre: 295).
La pluralidad onomástica con que Gómez de Vidaurre nombra a los
nativos o “naturales” se vincula a los gentilicios.
Si se han visto como desaparecen los copiapinos, los coquim-
banos, los quillotanos, los mapochinos, los promaucaes, los curis,
los cauques, los pencones, esto es, los indios en todo lo que pre-
sentemente ocupan los españoles, ha sido, o que se han incorpora-
do con sus vencedores por mutuos matrimonios, o porque, perdido
el dominio de sus tierras y mal contentos con la sujeción en que los
ponía la jurisdicción española y los preceptos de la religión cristia-
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na, se han retirado al distrito de sus compatriotas que defendían su
libertad (Gómez de Vidaurre: 298).
En este sentido, Gómez de Vidaurre al dar cuenta de las enfermeda-
des, asume igualmente la denominación que analizamos:
las viruelas que ha introducido la Europa en estas partes. Esta en-
fermedad no conocida en la América hasta entrados los europeos
en ella, hace en los indios tan grande estrago, que se puede afirmar
sin miedo de arriesgar la verdad, que de cien naturales atacados de
ella, apenas sale bien uno (Gómez de Vidaurre: 298).
He subrayado en la cita del jesuita chileno, la palabra indio y natural.
En perspectiva de Molina y el uso nominal para referirse a los indígenas y
este caso, podemos plantear que Gómez de Vidaurre, a pesar de enunciar
en el Libro Sesto: 296 a 350 la denominación “indio” veintinueve veces
aproximadamente, privilegia y asimila indios chilenos (veinticinco veces)
y araucanos (veintiséis) junto a la palabra chileno y naturales. Es preciso
aclarar que el jesuita usa como sinónimos, indios chilenos y araucanos
mostrando el empleo del gentilicio con una frecuencia mayor (cincuenta y
una veces) frente a la palabra indio (veintinueve) Incluso diría que indios
chilenos, araucanos y chilenos constituyen una sola opción semántica para
Gómez de Vidaurre. En suma, se puede percibir en él una adhesión a la
narración araucanista:
Esta tribu es la más célebre, no solo en Chile, sino en toda
la América, por su valor, por su gobierno militar, y por las cuasi
continuas guerras que ha hecho a los españoles desde el principio
de su entrada hasta nuestros días. Ellos han dado motivo, con sus
hechos, a que los mismos españoles hayan celebrado su valor en
diversos poemas y en casi innumerables historias. El nombre de
araucanos le viene de la provincia de Arauco, pequeña si, pero
que se ha usurpado la primacía sobre todas las otras. Se ignora si
este nombre de araucanos tan general, lo tuviesen aun antes de la
entrada de los españoles, o si estos sean los que lo hayan extendido
a toda la nación, por la oposición primera que estos hicieron. El
nombre, sin embargo, más ordinario con que ellos se denominan,
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es el de auca, que quiere decir hombre libre, o moluche, que signi-
fica hombre de guerra (Gómez de Vidaurre: 301-302).
En Juan Ignacio Molina y en Felipe Gómez de Vidaurre existe con-
ciencia de la pluralidad de sujetos y experiencias frente a la construcción
del indio por parte del Ilustrado europeo. La narración del indio en Molina
y en Gómez de Vidaurre admite la diferencia, no así la narración de Bu-
ffon, Raynal, De Paw que uniformizó la opción semántica para reducir la
heterogeneidad.
Las Historias naturales de estos jesuitas americanos narran la historia
y también el trauma de la ocupación violenta, desde la humanidad y la di-
versidad, por tanto contribuyeron a una memoria más cercana a los hechos
en América. La Historia natural es escritura y narración, en el sentido que
organiza el tiempo y el espacio en virtud de su propia inmanencia textual,
o por simplificar, de acuerdo a recursos formales que la Literatura ha pro-
visto desde su antigua tradición. Molina y Gómez de Vidaurre, coinciden
e imponen el uso de araucano, en reemplazo de indio. Subyace que estos
serían chilenos. Ambos eligen nominar en lenguas nativas a los cauques,
pehuenches, puelches, poyas, huilliches, etc. Evidentemente el análisis
cuantitativo, presenta limitaciones cuando advertimos especialmente que
Molina y Gómez de Vidaurre, aportan también a la construcción del sujeto
americano desde esa diversidad; “sobre la construcción del cuerpo de los
americanos se leen opiniones bien extravagantes, aun en autores modernos
y que son reputados por diligentes observadores” (Gómez de Vidaurre:
303). Molina escribe algo similar: “Me río conmigo mismo siempre que
leo en ciertos escritores modernos, acreditados de observadores exactos,
que todos los Americanos tienen un mismo aspecto, y que basta haber visto
uno para poder decir que se han visto todos” (J. I. Molina: 381) Su crítica
o ironía respecto al conocimiento de los americanos cuestiona y refuta a
los ya conocidos De Paw, Raynal; Buffon. La perspectiva de estos jesuitas
criollos predice el problema, todavía no bien resuelto, de la americanidad.
Es a partir de esta denominación que parcialmente, podemos empezar a
enfrentar el problema de la reducción de la diferencia en la plebe y pos-
teriormente en el pueblo, incluso en las masas que se vienen a manifestar
social y políticamente a fines del siglo diecinueve.
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