Resumen
En el presente ensayo, la autora analiza la construcción de “lo argen-

tino” en textos de Jorge Luis Borges, y las representaciones de la ciudad de
Buenos Aires, en proceso de modernización, hacia las décadas iniciales del
siglo XX, en textos de Roberto Arlt. Estos cuentos son leídos en el contexto
de las disputas por un espacio en el campo literario argentino, en proceso
de autonomización, y de su incidencia en la definición del canon literario
de ese país en la primera mitad del siglo XX.

Palabras Clave: Literatura argentina, Boedo, Florida, canon literario, mo-
dernización, civilidad.

Summary
In this paper, the author analizes the construction of “argentinian” in

Jorge Luis Borges texts, and modernizing Buenos Aires city representation,
in Roberto Arlt short stories. The discussion context deals with the disputes
for a place in argentinian literary field —during its process of becoming au-
tonomous—, and its incidence in the construction of the literary canon in
that country, during the first half of 20th century.

Key Words: Argentinian literature, Boedo, Florida, literary canon, moder-
nization, civility.

La modernización literaria en Argentina: / Martha Rodríguez

121Aceptado: 15-10-2010.Recibido: 16-08-2010.

La modernización literaria en Argentina:
cuentos de Jorge Luis Borges y Roberto Arlt

The literary modernization in Argentina:
Jorge Luis Borges and Roberto Arlt´s short stories

Martha Rodríguez
Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador

e-mail: marodriguez@uasb.edu.ec

portación de materias primas agropecuarias y minerales, principalmente hacia
países europeos. No obstante, no podía hablarse aún de que existiera una in-
tegración nacional (sus economías y sociedades regionales se encontraban
poco vinculadas entre sí; en muchos casos, la comunicación y los intercam-
bios con el exterior habían crecido más que hacia el interior). Aun así, pronto
se transformaron las ciudades litorales y los puertos, así como las áreas pro-
ductoras. Mejoraron significativamente las comunicaciones por ferrocarril
(sobre todo en Argentina, Uruguay y Cuba, siguiéndoles de cerca Chile y
México), y el crecimiento demográfico transformó la configuración y las es-
tructuras sociales de varias capitales. Buenos Aires, en particular, figura entre
las urbes de crecimiento más acelerado en los años de transición de un siglo
al otro: de 664000 habitantes en 1895, pasó a 1300000 en 1914 (Zanetti 4).

Desde una perspectiva sociológica, la inmigración–desde otros países,
o desde áreas rurales, hasta ciudades más grandes–provoca importantes quie-
bres en los imaginarios sociales, así como cuestionamientos a la noción pre-
via de identidad nacional. Estos fenómenos se mostraron con violencia y
contraste en ciudades como Buenos Aires, durante los años los primeros de-
cenios del siglo XX.

Uno de los efectos de la modernización socio-económica, en el ámbito
cultural, fue la conformación de un campo literario, y la búsqueda de auto-
nomización del mismo. La noción de campo literario se refiere a un ámbito
simbólico de las sociedades modernas, en el que intervienen diversidad de
actores, y en la que se producen y circulan bienes ligados a la palabra escrita;
se dice que gana autonomía cuando consigue configurarse como una estruc-
tura independiente del estado y de otros poderes externos, y funcionar con
reglas propias en cuanto a producción y circulación de bienes (Bourdieu 28
y 327). Esta autonomización del campo literario iba acompañada de otros
efectos, visibles en las producciones literarias del momento: se gestaba, entre
tensiones, el surgimiento de una narrativa moderna.

El surgimiento de las narrativas del 20 al 50 es en parte el resultado de
los esfuerzos autonomizadores del campo literario, al calor de debates en
diferentes escenarios y con la mediación esencial de publicaciones como las
revistas culturales y los diarios. Este fenómeno se observó sobre todo en las
ciudades latinoamericanas de mayor crecimiento económico y demográfico,
con mayores requerimientos de especialización de sus trabajadores, inclui-
dos los letrados.

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1. El contexto modernizador. Un campo literario en construcción
Al iniciar el presente ensayo, es necesario realizar algunas precisiones

conceptuales. La modernidad, en palabras del filósofo ecuatoriano Bolívar
Echeverría, es un fenómeno global y globalizador, iniciado hace varios siglos,
y que hace referencia al «carácter peculiar de una forma histórica de totali-
zación civilizatoria de la vida humana» (141). La base de la modernidad ca-
pitalista industrializada implica que las formas de ese modo de producción
configuran y condicionan las diversas manifestaciones del mundo de la vida.
En el caso de las regiones menos desarrolladas económicamente, la incorpo-
ración a estas dinámicas globales se realiza en condiciones de dominación y
dependencia, a través de cambios en diversos órdenes, denominados en con-
junto modernización. Estos procesos, conducentes a la transformación interna
de las sociedades para que estas adscriban al sistema mundial, requieren de
negociaciones, intercambios e imposiciones culturales, que son más acusados
y contradictorios en sociedades dependientes, como las nuestras.

La vida moderna se encuentra definida por ciertos rasgos distintivos,
entre los cuales se cuentan el progresismo (el paso de “lo atrasado a lo ade-
lantado”) y, en relación con éste, el urbanicismo. Según Echeverría, «la
constitución del mundo de la vida como sustitución del caos por el Orden y
de la Barbarie por la Civilización se encauza a través […] del proceso de
construcción de una entidad muy peculiar: la Gran Ciudad como recinto ex-
clusivo de lo humano» (152). Este rol central del urbanicismo en la moder-
nidad
capitalista explica las cifras de movilidad demográfica hacia los polos
de crecimiento económico; se relaciona también con los conflictos sociales
que han acompañado a estos eventos, y que se muestran en los cuentos que
se revisará más adelante.

En el presente ensayo voy a centrarme en representaciones –en cuentos
de Jorge Luis Borges y Roberto Arlt– del impacto cultural y de algunas con-
tradicciones surgidas durante los procesos modernizadores iniciados en Ar-
gentina desde fines del siglo XIX. El análisis de estos cuentos está precedido
de una reflexión sobre el papel de la postura estética de ambos escritores,
representantes de tendencias opuestas en disputa por el reconocimiento en
el campo literario de ese país.

A inicios del siglo XX, las naciones de Latinoamérica se encontraban
mejor organizadas y más estables que pocas décadas atrás, con hegemonía
de sus oligarquías liberales, y con economías nacionales orientadas a la ex-

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47Borges escribe el ensayo “El Idioma de los Argentinos” en 1927, en defensa del
lunfardo. Más adelante, en “Las alarmas del doctor Américo Castro”, de 1941, denuncia
el “coloniaje idiomático” por parte de Academia Española de la Lengua, y propone a
la literatura argentina como la fuerza decisiva en el proceso de construcción de la cultura
del país. Concomitantemente, reorienta con ello el horizonte cultural y literario, apar-
tándolo de España y Francia, y dirigiéndolo hacia la cultura anglosajona. Es su versión
del cosmopolitismo, que sustentará sutilmente desde las mencionadas tribunas de la
prensa escrita y en su propia obra literaria, en las décadas del 30 al 50 (Cfr. Bordelois
y Di Tullio).

gundos, en particular, ejercían activismo político (eran socialistas, anarquis-
tas, marxistas): “Boedo se centraba en la ideología, Florida en el ideal esté-
tico, aquéllos elegían la narrativa como género, mientras que éstos daban
preferencia a la poesía; aquéllos eran populistas, éstos intelectualistas”
(Gnutzmann, 19). Entre los principales actores de “Florida” se contaban Jorge
Luis Borges, Leopoldo Marechal, Ricardo Güiraldes; activistas ligados a
“Boedo” fueron Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta, Álvaro Yunque. El es-
critor Roberto Arlt tenía vínculos ideológicos más estrechos con el segundo
grupo, así como mayor proximidad en el aspecto temático de su obra; sin
embargo, por algunos años se mantuvo cerca del primero (de hecho, Ricardo
Güiraldes fue quien apadrinó la aparición de su novela El juguete rabioso).

En lo estético, Roberto Arlt defendía el realismo, al igual que narrado-
res como Ricardo Güiraldes, Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta, entre
otros; defendían las vanguardias y, más adelante, la línea del cosmopoli-
tismo: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea, Manuel
Mujica Láinez, Silvina Ocampo, Julio Cortázar, Ernesto Sábato y José
Bianco. No obstante, la contienda no se reducía a lo estético: era también
política. La élite económica agro-exportadora y algunos sectores de la vieja
aristocracia criolla abanderaban la defensa de la corrección idiomática, bus-
cando resistir a la descomposición promovida por las lenguas francas de los
inmigrantes.

La batalla por la preservación purista del idioma fue impulsada, en lo
académico, por el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires,
creado en 1923 por inspiración de Ricardo Rojas; dicho Instituto basaba su
prestigio la preeminencia de los filólogos españoles Américo Castro, su di-
rector, y Ramón Menéndez Pidal. Vinculados a ella, varios actores de “Flo-
rida” se sumaron con fervor a las discusiones47; extendían así, al campo
literario, las restricciones y la normalización que, en lo social, se perseguía

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El periodismo, en particular, propició el surgimiento de nuevos mode-
los de intelectual, de estilos de escritura y de nuevas sensibilidades. Desde
1870 la prensa había crecido de manera espectacular: se editaban grandes
tirajes, los precios bajaron y aumentó la publicidad que los auspiciaba; todo
ello contribuyó a la conformación de un público lector, procedente sobre
todo de las clases medias que, con las políticas liberales, habían tenido ac-
ceso a la educación. El periodismo dinamizó, además, las tensiones y acer-
camientos (Zanetti 18) entre las facciones que integraban el campo literario,
y visibilizó actores, temáticas y estéticas antes inéditos.

En lo literario, durante las décadas de 1920 a 1950, en Latinoamérica
se dieron pasos decisivos en la búsqueda de crear culturas nacionales, en un
proceso que se denomina modernización literaria. Para definir lo que es una
literatura moderna, son válidas para la región las reflexiones del crítico Ale-
jandro Moreano respecto del Ecuador. Sostiene que las literaturas de la Co-
lonia y la República —hasta las dos primeras décadas del siglo XX— fueron
parte de una «actividad cultural enajenada» (54). Moreano resalta que, trans-
curridas varias decenas de años luego de la Independencia, la alienación
continuaba siendo «la atmósfera ideológica del pensamiento social y político
y de la creación literaria y artística.

Así, la retórica montalvina, a pesar de su bautizo liberal y ecuatoriano,
se nutrió siempre de los contenidos de la ideología aristocrática y de las imá-
genes de Francia o de la antigua Roma […]; la generación ‘decapitada’ per-
cibió sus vivencias como el desgarramiento existencial de una conciencia
extranjera» (54). Una literatura moderna es, entonces, una que atiende a te-
máticas propias, con personajes y formas ligados a las culturas nacionales,
en proceso de definición por aquellas décadas. En las décadas de 1920 y
1930 se busca definir, afanosa y a veces violentamente, cuáles eran los per-
sonajes representativos de un país, cuál su lenguaje, cuál su representación
en los textos literarios.

La Buenos Aires modernizada de los años 20 no fue ajena a estos deba-
tes. Se discutía cuál debía ser la nueva norma literaria —si las estéticas de
vanguardias, promovidas por revistas como Proa y Martín Fierro; o una li-
teratura de denuncia social, como la producida en torno a Los pensadores,
publicación denominada luego Claridad. Las mencionadas revistas fueron
escenario de discusiones teóricas, pero también se generaban prácticas al in-
terior de los grupos que las sustentaban: los de “Florida” y “Boedo”. Los se-

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por su reflexión filosófica dentro de los textos literarios. En las décadas se
1930 y 1940 publicó en diversas revistas culturales y específicamente lite-
rarias (Alfar, Baleares, Criterio, Destiempo, Martín Fierro, Prisma, Proa,
Síntesis
) y co-dirigió otras tantas (Anales de Buenos Aires, Destiempo) (Cfr.
“Jorge Luis Borges...”). En la revista Nosotros publicó poemas e importantes
ensayos sobre literatura; en el diario La Nación, numerosos poemas, cuentos,
ensayos (varios reunidos posteriormente en Otras inquisiciones), textos de
crítica literaria (sobre Dante Alighieri y La Divina Comedia). No obstante,
su tribuna más importante fue la revista Sur, dirigida por una acaudalada re-
presentante de la burguesía porteña, Victoria Ocampo. Esta publicación —
que apostó desde 1931 por la cultura “alta” y la visión cosmopolita— fue
clave en el acercamiento entre las intelectualidades latinoamericanas, de
EE.UU. y Europa, así como en la promoción de selectos escritores argenti-
nos que compartían dicha perspectiva.

El papel de Sur resultó particularmente decisivo en la construcción del
nuevo canon; lo hizo bajo la égida del mismo Jorge Luis Borges, quien desde
inicios de los años 40 afirmaba ya su lugar en la esfera literaria argentina:
con el Premio Nacional de Literatura de 1941 por El jardín de senderos que
se bifurcan
, y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escri-
tores (SADE) por Ficciones. El autor muestra una voluntad de participar ac-
tivamente en la definición del canon literario argentino, basado en su
particular noción de literatura, ya definida por él en esos años: la ficción im-
poniéndose sobre el referente de la realidad, y la perspectiva universalista
en menoscabo del localismo. Esta visión se explicita en sus numerosos en-
sayos y textos publicados en los mencionados diarios, revistas y magazines;
también figura ya, implícita, en diversos escritos de esa década: en su pró-
logo a La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares (1940), su Antología
de Literatura fantástica
(1940, junto a Bioy Casares y Silvina Ocampo) y
su Antología poética argentina (1941).

La propuesta estética de Roberto Arlt tuvo un recorrido más pausado,
menos esplendoroso y ganó menos reconocimientos en vida. El mexicano
Pedro Orgambide sostiene que «Arlt, en su literatura, no pintó la crisis ar-
gentina de 1930 sino la crisis más general que está vinculada a ella: la de un
estilo de vida» (Orgambide, citado por Ghergo, 1). Hijo de emigrantes po-
bres, el narrador y cronista, recibió críticas, en los años 20, a causa de su
falta de corrección idiomática. No obstante, mereció también la aclamación

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con la imposición del habla castiza: era una política en desmedro de escri-
tores con el estatuto de migrantes o de descendientes de éstos.

Íntimamente ligado a la noción de corrección idiomática, se competía
por la legitimidad en un ámbito simbólico más amplio: el que definía al “ser
argentino”. En esta línea de defensa nacionalista, Jorge Luis Borges planteó,
a fines de los años 30, el «neologema de las ‘orillas’» (Cfr. Sarlo, 44-50).
Esta idealización del espacio y los habitantes de “los márgenes” (urbanos y
sociales) se vuelve un emblema identitario, en sustitución de la ciudad y el
país que ya no existían, que se habían esfumado en nombre de la moderni-
zación socioeconómica. Constituía casi un símbolo de la nueva estética: por
un lado reclamaba contener la esencia de “lo argentino”, por otro conjugaba
transgresión, novedad. El lugar y sus habitantes —los argentinos ‘viejos’,
en oposición a los hijos de emigrantes que reclamaban tal estatuto— son re-
tratados con nostalgia por el autor, en un momento en que gauchos y com-
padritos apenas constituían referentes de la realidad de entonces.

Los escenarios de estos debates respecto del nacionalismo eran diver-
sos: la Universidad, su Instituto de Filología, las tertulias, las múltiples re-
vistas y magazines culturales y literarias, los prólogos de los libros, la radio,
la prensa escrita. No obstante, los diarios jugaron un papel complejo en estas
disputas, dados su propio desarrollo y sus características diferenciales de las
revistas: la publicación diaria requiere de mayor número y diversidad de re-
dactores, persigue el favor de un público —sobre todo de clase media— que
por esos años se incorpora masivamente como lector —consumidor de ese
producto cultural. Los diarios, más que las revistas, propiciaron encuentros
entre miembros de los grupos de “Florida” y “Boedo”. Trabajaron como re-
dactores de El Mundo —junto a Arlt— el poeta Leopoldo Marechal (mar-
tinfierrista, pero también hijo de emigrantes europeos), Conrado Nalé Roxlo
y Horacio Rega Molina —ambos vanguardistas—, así como Alberto Ger-
chunoff. Estas coincidencias espaciales provocaron intercambios —como
la mencionada relación entre Güiraldes y Arlt—, paralelos a las manifesta-
ciones de ruptura entre ambos sectores del campo literario.

Una de las figuras descollantes de “Florida” fue, sin lugar a dudas, Bor-
ges. Si bien en la década de 1920 el autor introdujo el ultraísmo y defendió
la noción de “las orillas”, en la de 1930 trabajó ampliamente en la promoción
del cosmopolitismo como norma literaria. Desde esos años el prestigio del
autor fue en aumento: por su erudición, por su estilo cada vez más depurado,

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48Diario El Mundo llegó a vender más de medio millón de ejemplares el día en que
él publicaba su columna (Cfr. Ghergo 7).

de un numeroso público capitalino, que pertenecía a sectores populares y
emergentes, en particular a la clase media; ellos seguían con avidez las
“Aguafuertes porteñas”, la columna de diario El Mundo que Arlt sostuvo
entre 1928 y 194248.

El conjunto de la obra arltiana —cuentos, novelas, crónicas— consti-
tuye un acto de resistencia, tanto en los temas como en su lenguaje. El de-
nominado “anarquismo discursivo” de sus escritos potencia el carácter
desafiante de los temas y personajes, que traducían, tácita y expresamente,
su «menosprecio hacia el sistema cultural oficial». (Lindstrom, citado por
Ghergo, 7) Paradójicamente, hacia los años 30, ese mismo estilo descarnado
y mordaz, los tópicos, caracteres y situaciones propios de ‘la vida puerca’,
de la oscura cotidianidad bonaerense, fueron premiados con el favor popular.
Las “Aguafuertes porteñas” construyeron, para las décadas posteriores, un
fresco que revelaba las múltiples contradicciones internas de una cultura ur-
bana apenas inaugurada pero que mostraba ya las huellas de su crisis.

El particular estilo arltiano, como el de otros autores de la época, se
forjó en el periodismo, en un ejercicio recíproco que, a su vez, educó el gusto
de los lectores, aunque debieron transcurrir varias décadas para que a la cró-
nica le fuera reconocido un estatuto literario. Pero en su momento, las agua-
fuertes proporcionaron a su autor un nombre para negociar breves espacios
en un campo literario dominado por publicaciones fulgurantes como Nos-
otros y Sur.
El escritor fallece, en la pobreza, en 1942.

No obstante el precario reconocimiento desde la “alta cultura”, la pro-
puesta de Arlt fue revalorada pocos lustros después —ingresando con justi-
cia al canon literario latinoamericano. Como se dijo, más que un estilo ella
es una poética del desencanto de las promesas —no cumplidas— de la
misma modernidad que celebraban otros discursos contemporáneos. Su mi-
rada pesimista, desacralizadora, desprestigiadora de los órdenes de lo real
(socio-político), imaginario y simbólico (que incluye a lo literario), no podía
ser bien recibida por los intelectuales ligados a revistas como Sur. Al res-
pecto, el narrador argentino Tomás Eloy Martínez comenta un episodio, du-
rante una entrevista con Victoria Ocampo:

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En algún momento del diálogo le pregunté por qué Sur nunca
había sido hospitalaria con la obra de Roberto Arlt. Me contestó
olímpicamente: ‘Porque Arlt no se acercó a nosotros’. Buscar el
centro, situarse junto al centro aunque uno camine por el costado:
tal era —y sigue siendo— la idea del poder en la literatura argen-
tina. Para Victoria Ocampo, como para muchos críticos y profesores
que son sus epígonos, el centro de la literatura no está en quienes la
hacen o la leen sino en los que vicariamente escriben sobre ella.

El mencionado texto de Tomás Eloy Martínez reafirma el plantea-
miento de que el canon literario —ya avanzado en su configuración, hacia
1950— es un campo de disputas eminentemente políticas:

El primer libro canonizado fue Martín Fierro, al que Ricardo
Rojas y Leopoldo Lugones compararon con el Mio Cid y la Chan-
son de Roland
. [...] Lugones situó a Hernández en el centro del
canon y Borges puso a Lugones en el mismo lugar, casi medio siglo
más tarde. [...] A él le preocupaba menos reivindicar a ese precursor
—ya vetusto y sin imitadores— que establecer su propia obra como
paradigma de lo que debía ser la literatura argentina.

[...] Para ello fue trascendente] la clase que dictó el 7 de di-
ciembre de 1951 en el Colegio Libre de Estudios Superiores, [...]
luego corregida por el autor y publicada en la revista Sur (enero-
febrero 1955) con su título definitivo: ‘El escritor argentino y la tra-
dición’. La clase era un acto de protesta contra el nacionalismo
peronista de aquellos años. Tendía a demostrar que el color local o
la inclusión de ciertos ‘rasgos diferenciales’ no eran suficientes para
definir un libro como argentino. Según Borges, La urna de Enrique
Banchs, en la que improbables ruiseñores se asoman a los suburbios
de Buenos Aires, es una obra tan argentina como Martín Fierro.
‘Nuestro patrimonio es el universo’, dictaminaba, con razón. Aun-
que la conferencia ocupa sólo siete páginas de las Obras Completas,
influyó sobre la literatura argentina posterior con más énfasis que
ningún otro instrumento teórico o ejercicio narrativo.

Tan trascendente fue, que terminó por zanjar la disputa entre realismo

49Estos cuentos de Borges muestran la fluctuación histórica de las tensiones entre
bonaerenses y gauchos; en algunos, ellas han desaparecido ya, y los gauchos pueden
constituirse, junto a los orilleros, en los representantes máximos de la identidad argen-
tina (Cfr. Borges, “El indigno”, en El informe de Brodie, 32).

y cosmopolitismo como la norma literaria canónica en ese país. En los años
50, Borges es ya ampliamente reconocido como árbitro en este debate, y va-
rios narradores que escribieron en Sur —como Ernesto Sábato, quien publicó
en ella su novela El Túnel; y Julio Cortázar— tendrían poco después un re-
conocido lugar en Latinoamérica, en el contexto del nuevo fenómeno pu-
blicitario-literario de los años 60 denominado el boom.

2. Dos actores del campo literario argentino de la década del 30 y sus
cuentos

Jorge Luis Borges (1899-1986) es autor de El informe de Brodie
(1970). No obstante, su año de publicación, el libro reúne textos que se am-
bientan en las áreas rurales argentinas de fines del siglo XIX —“La intrusa”
y “El Evangelio según Marcos”—, y representan adecuadamente tensiones
y conflictos propios de la modernización socio-económica. Sus personajes
son campesinos —hijos de inmigrantes extranjeros—, asentados desde ge-
neraciones anteriores en una pampa que poco a poco había sido despoblada
de gauchos49.

El narrador postula que en “La intrusa” se cifra “un trágico cristal de
la índole de los orilleros antiguos” (Borges 17-18). El retrato nostálgico de
estos orilleros se construye a partir de la descripción de sus oficios, sus
bienes, sus lujos; sobre todo, del carácter moral de los hermanos Cristián y
Eduardo. Ellos eran “calaveras”, sí, pero representaban ante todo el coraje
y la solidaridad a muerte —valor máximo, a ejercerse exclusivamente entre
hombres. Su machismo incuestionable, férreo, era un rasgo connatural: «en
el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera
importarle, más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamora-
dos [de la mujer que Cristián llevó a casa]. Esto, de algún modo, los humi-
llaba» (20-21).

Esta solidaridad, el amor fraterno —y la lealtad a él— justifican ple-
namente el crimen conjunto de la mujer, llegada solo para producir incordio
en la vida cotidiana y la relación entre los dos hermanos. Se trata de un

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mundo ancestral y salvaje, constituido a partir de valores exclusivamente
masculinos, sin espacio para la mujer. El crimen tiene otro cariz, forma parte
de una ontología, de una condición del ser del “argentino viejo”. No opaca
en absoluto la positiva percepción respecto de los orilleros.

No obstante, se revela también una percepción elitista, de clase, en el
narrador de “El Evangelio según Marcos”. Este se refiere a los gauchos con
cierta sorna: son analfabetos, desconocen lo que es una guitarreada, carecen
casi de lenguaje y de memoria. En el caso concreto de la familia Gutrie, po-
seían, en peligrosa simbiosis, «como rastros oscuros, el duro fanatismo del
calvinista y las supersticiones del pampa» (128).

El cuento representa, actualizadas, las decimonónicas tensiones entre
la capital, sede de la civilización (con el colegio inglés, la facultad de medi-
cina, la ciencia, los saberes diversos que circulan en las urbes), y la barbarie
rural. En el presente texto, la condición salvaje es capaz de tomarse como
revancha la vida del estudiante citadino, asesinado en un oscuro ritual con
tintes religiosos. El emisario de la urbe es castigado por su desconocimiento
de aquella condición “primitiva”, de la superstición y el oscuro fanatismo
del hombre rural. El narrador no presenta ningún posible puente o espacio
para el diálogo entre el mundo bárbaro del campo y la condición letrada,
cuyo ámbito natural –y su único espacio de existencia– es ahora la urbe.

Una similar lectura de la oposición civilización/barbarie es la que pre-
senta “Ragnarok”, cuento incluido en El hacedor (1960). La historia narrada
resulta ser un sueño —que, como es usual, busca “explicar el horror que
sentimos”—, en el que un conjunto de intelectuales elige a las autoridades
de la Facultad de Filosofía y Letras. En ese instante “los dioses” antiguos
irrumpen, luego de un “destierro de siglos”; sus atributos revelan su anima-
lidad (garras, picos), y su cloquear denota que olvidaron el habla: «siglos
de vida fugitiva y feral habían atrofiado en ellos lo humano […] Frentes
muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos
bestiales publicaban la degeneración de la estirpe olímpica» (Borges 47).
Pero el poder de la letra se impone sobre la condición salvaje, triunfa sobre
la animalidad y la ignorancia, en el espacio por excelencia de la civilización,
la urbe, y, dentro de ella, la moderna “sede del saber”: la universidad. Adi-
cionalmente, se cifra un cierto desprecio por los habitantes pobres de las ori-
llas: «Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y decente sino
al lujo malevo de los garitos y de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba

50La civilidad, de acuerdo al médico y sociólogo alemán Norbert Elías (1897-1990),
desde sus orígenes fue sobre todo herramienta de supervivencia en un entorno social y
de relaciones humanas que había abandonado su fundamento en la violencia física para
asentarlo en “las intrigas, las luchas que se libran con palabras y en las que se deciden
asuntos de carrera y de éxito social. Estas exigen y fomentan propiedades distintas […]:
reflexión, cálculo a más largo plazo, autodominio, regulación exacta de las propias emo-
ciones, conocimiento de los seres humanos, y del medio en general” (Cfr. Elías, 483).

una prostituta, tengo prontuario y moriré con las espaldas desfondadas a ba-
lazos, mientras tú te casarás algún día con un empleado de banco o un sub-
teniente de la reserva» (116). Aquellas vidas están cercadas, no por elección
propia, sino por inscribirse en un orden social que no contempla espacio
más allá de las normas de la civilidad50, del respeto a la propiedad privada,
de las reglas de una economía que cambia, crece y deja de mirar hacia el in-
terior del país.

Estos hombres, recluidos en lupanares o en tienduchas, permanecen
inmóviles y mudos hasta que, sin motivo aparente, revelan su agresividad
contenida, de fieras enjauladas: «Y es que todos llevamos adentro un abu-
rrimiento horrible, una mala palabra retenida, un golpe que no sabe dónde
descargarse […], porque en la noche sucia de [nuestra] pieza el alma [nos]
envasa un dolor que es como desazón de un nervio en un diente podrido»
(125). Habitan los extramuros, no por voluntad propia, como se dijo, sino
para evitar la violencia que ésta emplea para excluirlos; para librarse de
la reclusión, de la cárcel que la Ley les tiene dispuesta. Sin embargo, no
apartan su interés respecto de aquel mundo ‘otro’, al cual tienen prohibido
el acceso: a cada forastero que llega interrogan sobre las novedades allá;
entre tanto,

Si se habla es de cacerías de mujeres en el corazón de la ciu-
dad, su persecución en los clandestinos de extramuros donde se
ocultan; si se habla, es de riñas con bandas enemigas que las han
raptado, de asaltos, de emboscadas, de robos, escalamientos y frac-
turas. Si se habla es de viajes en transportes nacionales a ‘la tierra’,
si se habla es de la cárcel […], de los procedimientos de los jueces,
de los políticos a quienes están vendidos, de las pesquisas y sus fe-
rocidades, de interrogatorios, careos, indagatorios y reconstruccio-
nes, si se habla es de castigos, dolores, torturas, golpes sobre el

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un clavel; en un saco ajustado se adivinaba el bulto de una daga […] eran
taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y […], si nos
dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos» (47).
Los letrados disparan sus revólveres para conjurar este amago de rebeldía,
y eliminan a los dioses antiguos, ya desplazados en la realidad por la civili-
dad y la modernización.

Para Borges, entonces, la ortodoxia idiomática era un rasgo no nego-
ciable de la condición letrada; tanto como lo era para la configuración de la
identidad nacional, el dotar de prestigio a la imagen del “criollo viejo” —
por ejemplo, Evaristo Carriego—, para «inscribir ‘las orillas’ en una línea
que las librara del tango y del suburbio guarango» (Sarlo 46). Una noción
aristocratizante del “ser argentino” rondaba estos planteamientos; era lo que
los de “Boedo” criticaban en los de “Florida”.

En contraste con esta postura, el descendiente de inmigrantes Roberto
Arlt (1900-1942) realiza una apuesta por una “cultura de retazos” basada en
un conjunto de saberes no avalados por la universidad (Cfr. Ibíd., 55-59).
Condena la modernización de las urbes, a las que representa como espacios
del crimen, de las aberraciones morales, del mal. Condena, asimismo, su ca-
rácter excluyente respecto de los pobres, su perversa configuración del ha-
bitus de los nuevos ciudadanos. Como muestra de estos planteamientos
tenemos dos narraciones cortas: “Las fieras” y “Pequeños propietarios”.

En una estética que recoge la influencia del expresionismo alemán, “Las
fieras” presenta a varios personajes —prostitutas, ladrones, violadores, ase-
sinos—, que habitan los márgenes de la ciudad. Este tropos, en Arlt, carece
del romanticismo de las “orillas” de Borges: son antros del mal, separados
del mundo por mucho más que «el espesor de la vidriera que da a la calle,
[por donde circulan] las mujeres honradas del brazo de hombres honrados»
(Arlt 128). De manera inapelable, aquellos seres están señalados por el si-
lencio y por la inminencia de ser víctimas o autores de algún crimen. Son
vidas acorraladas, sin futuro, entes sin capacidad de reflexión, excepto el na-
rrador: «camino como un sonámbulo y el proceso de mi descomposición me
parece engastado en la arquitectura de un sueño que nunca ocurrió» (115).

Él dirige su discurso a una antigua amante, a la que jamás encontrará
a pesar de que ambos habitan en la misma ciudad, ya que las marcas sociales
de ambos constituyen un abismo insalvable, de exclusión mutua: él y ella
acaso sigan siendo iguales, «con la diferencia, claro está, que yo exploto a

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La modernización literaria en Argentina: / Martha Rodríguez

Ciudad: «Antes de convertirse en un arte aprendido individualmente y prac-
ticado privadamente, la civilidad debe ser una característica del entorno so-
cial. El entorno urbano debe ser ‘civil’ para que sus habitantes puedan
aprender las difíciles destrezas de la civilidad» (Bauman 104).

En “Pequeños propietarios”, se relatan aspectos de la convivencia de
dos matrimonios vecinos, dueños al fin de sus casas respectivas en un barrio
del arrabal. Aun salvando las proporciones, su estatura moral no se distancia
demasiado de aquélla de los protagonistas de “Las fieras”. El aprendizaje
de la civilidad realizado en la urbe implicaba, entre otros aspectos, el ocul-
tamiento del “odio que [las vecinas] no podían enrostrarse, la casi repulsión
que las separaba” (108). Implicaba asimismo la justificación —paradójica-
mente en nombre de “la moral”— de las mutuas traiciones, del carácter feraz
del barrio. Es así como, valiéndose de similar recurso, la Ley escrita, ambos
se acusan de violarla en lo relativo a las normas de construcción. En esos
contextos, la Ley se convierte en un instrumento de venganzas, de expresión
de las miserias personales, puesto que los “pequeños propietarios” se han
acogido al contrato social que propone la modernización urbana.

En una línea de reflexión cercana a la de Arlt, aunque con menos ironía
y brillantez, “Mandinga” de Elías Castelnuovo (Montevideo, 1893 - Buenos
Aires, 1980), evidencia el interés del autor por representar a personajes mar-
ginales, cuyas taras constituyen una acusación a la sociedad que los expulsa
del ámbito civil, del imperio de la Ley, de la salud y el orden. Todavía con
apelaciones a la estética naturalista, el realismo de Castelnuovo da espacio,
sin embargo, a la subjetividad de los personajes infantiles, asilados en un pre-
sidio que, retóricamente, anuncia que ejerce la educación con el objeto de “re-
formar” a los internos. El lugar se encuentra muy apartado de la capital, y es
el sitio idóneo para que los asilados —todos menores de edad, todos con an-
tecedentes penales— literalmente se coman unos a los otros, en réplica de lo
que la sociedad ha hecho de ellos, en el corto lapso temporal que han vivido.

Este cuento evidencia las aficiones “cientifistas” del autor, que se corre-
lacionan con la diversidad de oficios que desempeñó en su juventud; muestra
sus habilidades para las descripciones y clasificaciones taxonómicas; hace
gala de conocer el determinismo biológico, y realiza una suerte de elogio de
la locura: todo ello de cara a sancionar la exclusión que la sociedad ejerce
respecto de esos jóvenes. Ese conjunto de elementos son valiosos recursos
formales del narrador para presentar el caso de Mandinga, niño descrito con

La modernización literaria en Argentina: / Martha Rodríguez

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rostro, puñetazos en el estómago, retorcimiento de testículos, pun-
tapiés en las tibias, dedos prensados, manos retorcidas, flagelacio-
nes con la goma, martillazo con la culata del revólver…, si se habla
es de mujeres asesinadas, robadas, fugitivas, apaleadas… (125).

Apenas hablan, ya que hasta la palabra les recuerda su condena, su ex-
trañeza del mundo “normal”, de aquellos que “no-son-fieras”. En cierto
modo, van renunciando al lenguaje, como los “dioses antiguos” que retor-
naron en “Ragnarok”, la pesadilla de Borges.

Hay un cierto orgullo cuando se consigue burlar al mundo oficial, mo-
dernizado, de instituciones sofisticadas e implacables: los relatos de esos
anti-héroes constituyen «fabulosas memorias, fiestas de traficantes polacos
y marselleses, rufianes grasientos como fardos de sebo, e implacables como
verdugos [que] despreciaban profundamente los países donde medraban, les
escupían en la cara a los empleados de policía inferiores, y compraban a los
jefes políticos con cheques que firmaban guiñando un ojo socarronamente»
(120). Para Arlt «la ‘vida puerca’ es la otra cara de este delirio tecnológico
y, también, la otra cara de la ciudad moderna» (61).

El siguiente relato, “Pequeños propietarios”, no tiene como personajes
a individuos del hampa, sino a simples habitantes de los nuevos y pequeños
barrios urbanos. Las dinámicas urbanas en el fondo traslucen un proceso —
orientado por las instituciones de poder— para administrar la violencia en
las interacciones (entre ciudadanos; entre éstos y las instituciones), más que
para erradicarla. Las estrategias para ello pueden implicar la eliminación de
los individuos no funcionales (como “las fieras”) o su incorporación al con-
trato social; esto se logra mediante la educación en las normas de ciudadanía,
en su aprendizaje de la civilidad.

Así entendida, la civilidad resulta ser un mecanismo de normalización,
de asimilación de ciertos modos de comportamiento social que priorizan «las
convenciones de estilo, las reglas del trato, la modelación de los afectos, la
valoración de la cortesía, la importancia del bien hablar y de la conversación,
las matizaciones del lenguaje…» (Elías 83-84). El abandono de la violencia
explícita (física) por otra más sutil (disuasiva) ha resultado indispensable para
el ordenamiento, educación y control de las poblaciones que habitan las ciu-
dades, sobre todo en los períodos de gran crecimiento demográfico. Desde
hace más de un siglo el lugar por excelencia para su aprendizaje es la Gran

Revista Pucara, N.º 23 (121-138), 2011

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Arlt, Roberto. Cuentos completos. Buenos Aires: Losada, 2002.

La modernización literaria en Argentina: / Martha Rodríguez

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rasgos de “bicho”, de “alimaña”, de “animal montaraz”, que finalmente ase-
sina a un recién llegado al reformatorio, un pequeño de cinco años, para co-
merse sus ojos.

He revisado en este ensayo algunos aspectos vitales de dos autores que
escriben en el contexto de las disputas por la legitimidad y la preeminencia
en un campo literario en proceso de autonomización. Los cuentos seleccio-
nados consiguen representar las tensiones que la ciudad modernizada pro-
piciaba en las décadas finales del siglo XIX y en las primeras del siglo XX.
Desde diferentes puntos de vista, describen situaciones e individuos que ha-
bitaban en “los márgenes”: de las ciudades, de los códigos civiles y morales
y de las instituciones estatales modernizadas —instancias todas que exclu-
yen a los débiles y pobres de las grandes urbes, sancionándolos con el rigor
represor de la Ley.

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Piedra de Sol: Un peregrinaje desde el cosmos al
hombre - Octavio Paz (1957)

The Sun Stone: A pilgrimage from cosmos to man
Octavio Paz (1957)

María Eugenia Moscoso
Universidad de Cuenca, Ecuador

e-mail: memoscoso47@hotmail.com

Resumen
Su reflexión está atravesada por un profundo conocimiento del hombre,

del mundo y de la vida y por su enorme inspiración, elementos que posibilitan
una obra fecunda y sugestiva en variados géneros: poesía, ensayo, crítica.

Piedra de Sol, el más grande poema de Octavio Paz, aborda los grandes
temas de la lírica occidental: la pareja y la presencia amorosa como trasunto
de un “cuerpo de luz”, el peregrinaje del hombre, la mujer y su simbología,
el tiempo, la historia, el ciclo vital. Enorme expresividad y gran proyección
metafórica reviste a esta sostenida como elocuente composición poética. Su
simbología está esculpida en el borde de aquella monumental piedra recu-
bierta que para los mexicas, aztecas o nahoas se traduce en su calendario:
Piedra de Sol -entendida como la fusión del mundo cósmico.

Este enorme poema se ubica entre la experiencia original del poeta en
su acto de creación y la ulterior experiencia del crítico en su acto de recre-
ación. Paz habría dicho: “Es este el lugar en el que se encuentran la poesía
y el hombre”.

Palabras Clave: Piedra, sol, mundo, hombre, Paz.

Summary
His reflection is traversed by a deep knowledge of man, world and life.

His inspiration brings elements that make it possible a very wide and sug-
gestive work in several genres: poetry, essay, and critic.

The Sun Stone, Octavio Paz´s most significant poem, deals with the
central topics of the western lyric: the couple and the lovable presence as a

Piedra de Sol / María Eugenia Moscoso

139Aceptado: 09-01-2011.Recibido: 10-08-2010.

__________. El jorobadito. Barcelona: Bruguera, 1981.
Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie. Madrid. Alianza, 1974.
__________. El hacedor. Buenos Aires: Emecé, 1960.
Castelnuovo, Elías. Larvas. Buenos Aires: Editorial Cátedra Lisandro

de la Torre, 1959.

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