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La Madre España y sus lecciones. El impacto de la guerra civil...

La Madre España y sus lecciones.
El impacto de la guerra civil española en el campo

intelectual ecuatoriano
The mother country, spain, and its teachings. The impact of the spanish civil

war on the ecuadorian intellectual field

Niall Binns
Universidad Complutense de Madrid, España

e-mail: nbinns@filol.ucm.es

Resumen
Al igual que en otros países hispanoamericanos, la guerra civil de España
(1936-1939) suscitó intensas pasiones en la vida política e intelectual de
Ecuador.1 Cinco años de vida republicana habían convertido a la antigua
madre patria en un espejo donde podían verse reflejados muchos de los
temores y aspiraciones de las repúblicas americanas. En ese espejo, trizado
por la guerra, miraban y se miraban, espantados y esperanzados, políticos,
intelectuales y amplios sectores de la sociedad ecuatoriana, movilizados
como nunca en un contexto político, nacional e internacional, de extrema
agitación. La repercusión de la guerra civil en la sociedad y la intelectualidad
ecuatorianas permite comprender el alcance de esta movilización y la
intensidad de los renovados vínculos con España.

Palabras clave: intelectualidad, guerra civil española, política, república.

Abstract
Like other Latin-American countries, the Spanish civil war (1936-
1939) gave rise to intense passions in the political and intellectual life

1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación “El impacto de la guerra civil es-
pañola en la vida intelectual de Hispanoamérica”, financiado por el Ministerio de Educación y
Ciencia de España (HUM2007-64910/FILO). Esta financiación me ha permitido acudir a bi-
bliotecas, hemerotecas y otras instituciones de Ecuador, a las que quisiera expresar mis agra-
decimientos: la Biblioteca Cultural del Banco Central del Ecuador y el Centro Cultural Benja-
mín Carrión, ambos de Quito; la Biblioteca-Archivo “Aurelio Espinosa Pólit”, de Cotocallao;
la Biblioteca Carlos A. Rolando, que forma parte de la Biblioteca Municipal de Guayaquil.

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in Ecuador. Five years of republican life had converted our old mother
country into a mirror where many of the fears and ambitions of the
American republics were reflected. In this mirror which was broken by
the war, frightened and hopeful politicians, intellectuals and large groups
of the Ecuadorian society watched and watched themselves and the others
as they were mobilized as never before in a national and international
political context of extreme unrest. The impact of the war on the
Ecuadorian civil society and on the intellectuals allows us to understand
the implications of this mobilization and the intensity of the renewed links
with Spain.

Key Words: intellectuality, Spanish civil war, politics, republic.

***

El redescubrimiento de España
La caída del rey Alfonso XIII en abril de 1931 tuvo, para la América Hispana,
un valor primordialmente simbólico. Libre de nostalgias imperiales, la
República aportó un baño de modernidad a España y un nuevo comienzo para
las relaciones transatlánticas, la posibilidad de reestablecerlas en términos
de igualdad y fraternidad, y sin el paternalismo, las fobias y las tensiones de
antaño. Gracias a las múltiples reformas ensayadas por la república, España
rápidamente se convirtió, en una década de dificultades socioeconómicas y
una aguda crisis del capitalismo, en un modelo democrático para la izquierda
y para muchos liberales hispanoamericanos. Era un campo de pruebas para
una serie de preocupaciones compartidas: el anhelo democrático, la lucha
contra la amenaza fascista, la limitación de los poderes de la Iglesia y el
Ejército, las posibilidades y los riesgos de las reformas agrarias y educativas,
y la esperanza de una distribución más equitativa de la riqueza del país.
Al mismo tiempo, previsiblemente, la república española fue observada
con recelo y como un modelo pernicioso por los sectores conservadores y
católicos de Hispanoamérica y Ecuador, que se identificarían abiertamente
–a partir de julio de 1936– con los planteamientos tradicionalistas y
autoritarios de Franco.

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El fervor suscitado por la guerra civil se debe, en gran medida, a la fascinación
y turbación producida por las noticias y las imágenes de la que fue, como
se suele decir, la primera guerra mediática de la historia. Las imágenes
siguen siendo memorables: iglesias incendiadas, camiones de milicianos
encaminados hacia el frente, cadáveres de monjas desenterrados y expuestos
en plena calle, milicianas en mono azul blandiendo fusiles, cuerpos de niños
mutilados puestos en fila y numerados, madres llorando sobre las ruinas
de una casa, Madrid devastado, Guernica devastada y obispos españoles
levantando los brazos en el saludo fascista. Estas imágenes estremecieron
y espeluznaron a públicos cautivos en todo el mundo y de manera
particularmente vibrante al público ecuatoriano.

La división de la intelectualidad ecuatoriana en dos bandos se puede ver en
la prensa de la época, y en los intelectuales que escribieron en ella como
cronistas: a favor de la República, El Día y El Telégrafo; más favorables a
Franco, El Universo, El Debate e inicialmente, aunque de modo más tibio,
El Comercio. Para ambos bandos, la fuerte identificación emocional hizo de
España no sólo un modelo sino una madre, y la expresión “Madre Patria”,
antes patrimonio de los sectores más conservadores, se resemantizó como
término y empezó a ser empleado con entusiasmo también por la izquierda.
Como una viva muestra de este redescubrimiento de la Madre Patria, la
poesía ecuatoriana examinaba, con extrañado entusiasmo, la superación
de un distanciamiento secular, y celebraba la nueva unión entre España
y Ecuador que se estaba forjando en la lucha común contra el fascismo.
Así, Nelson Estupiñán Bass saludó a España –a la España republicana de
los puños cerrados– “con el machete en alto”, consciente de que la guerra
civil era indisociable de su propia lucha y de la de sus hermanos “negros”
víctimas de la persecución y el racismo en todo el mundo:

Desde esta tierra ardiente
a la que los ríos se esfuerzan por bajarle la rabia,
España leal,
en el primer cumpleaños de tu desangre
te saludo con el machete en alto,
el saludo del negro ecuatoriano que siente que en su carne se
escribe tu tragedia.

(B. Carrión 30).

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Asimismo, el indigenista cuencano Humberto Mata –cuyos múltiples,
extensos y apasionados poemas sobre la guerra civil no llegaron a reunirse
en el anunciado libro Brigada U. H. P.– reconoció, en “Juzga, España
miliciana”, que “os odiaba fuertemente, con sangre de indio y puma, / a
Vos, Señora España de corona y de cetros”. Ahora, sin embargo, España se
había convertido para él en “compañera, miliciana mujer del triunfo y del
clarín”, y la sincronía emocional –a pesar de la lejanía– era estrechísima: “El
chorro de tu sangre desemboca en mi aorta / y soy tuyo: / indio tuyo, blanco
tuyo, / miliciano prisionero en la línea ecuatorial del mundo” (Repertorio
Americano
XXXIII.11, marzo 1937: 174-175).

La guerra en carne propia

Fueron pocos los ecuatorianos que vivieron en carne propia la guerra, pero
de sus experiencias surgieron textos apasionantes para lectores que tuvieron
que informarse casi exclusivamente a través de las grandes agencias
internacionales. La voz de un compatriota que había estado allí, que había
visto y oído la guerra, que la había sentido y presentido, tenía un prestigio
extraordinario. Hay cuatro testigos ecuatorianos de la guerra que son,
me parece, de mucho interés: el sacerdote jesuita Carlos Vela Monsalve,
el legionario José Hernández Subiria, el brigadista internacional y aún
aspirante a político Carlos Guevara Moreno y el narrador y poeta Demetrio
Aguilera Malta.

El sacerdote jesuita y doctor en derecho Carlos Vela Monsalve, que vivía en
Chile a mediados de los años treinta, llegó a España cuatro días antes del
comienzo de la guerra. Vivió un mes en la “zona roja”, entre Tolosa y San
Sebastián, y luego pasó seis meses en la “España nacional”, «visitando los
frentes y las ciudades de retaguardia, haciendo vida de campaña, sorteando
en suma todos los accidentes de más de diez mil kilómetros recorridos»
(Vela Monsalve 3). Envió crónicas sobre la guerra a El Diario Ilustrado de
Santiago y a mediados de 1937 publicó España después del 18 de julio, un
libro que combinaba el testimonio personal de la guerra con entrevistas y
con un extenso análisis político, religioso e histórico de España y América.

En la zona republicana, Vela Monsalve vio cómo «la fiera humana, libre
de todo freno, sin la acción coactiva y tutelar del Estado, ha dado rienda
suelta a sus instintos», y cómo «los rojos de San Sebastián, lobeznos

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aulladores el primer día, a poco menos de un mes se han vuelto tan feroces
que pueden aleccionar a los desalmados tártaros» (27). El contraste con
las ciudades de la zona franquista le parecía radical. En Burgos, resonaban
los himnos nacionalistas, las «arengas del altoparlante» y los «atronadores
gritos de ¡Viva España!», y la guerra se palpaba en la presencia de requetés,
falangistas, y civiles con insignias y brazaletes, pero en todo lo demás había
una “absoluta normalidad”: «Corren los niños en los jardines; los transeúntes
invaden las vías, lentos, perezosos y sin prisa; en las terrazas de los cafés
se departe sosegadamente; los curiosos se detienen sin ninguna inquietud
en los escaparates de las tiendas» (123-124). España después del 18 de
julio
se publicó en Chile pero llegó pronto a Ecuador, donde fue comentado
favorablemente en El Comercio y fue reproducido en parte en El Debate
(“España”, 19 agosto 1937: 3).

En julio de 1937, el diario guayaquileño El Universo anunció la llegada
a Guayaquil de José Hernández Subiria, un “ecuatoriano nativo de Ibarra,
quien irisa en los 27 años y acaba de volver de España, después de haber
tomado las armas en favor de los rebeldes españoles que obedecen al
General Francisco Franco”. Hernández Subiria, que vivía en España desde
los dos años, ofreció en portada un testimonio escalofriante del terror “rojo”:
“Yo mejor que nadie puedo relatarles a ustedes lo que es el terror comunista.
He sido una de sus víctimas; me han destrozado mi alma”:

Cómo no voy a darme cuenta de lo que es el comunismo
cuando un oficial comunista, tomó de los piesesitos [sic] a mi
hijita de 17 meses y, delante de su madre, la levantó por los aires
lanzándola contra un muro y destrozándole el cráneo? ¿Qué culpa
tenía esa infeliz criatura de que su padre sustentara los principios
nacionalistas? Mi mujer y mi hijito fueron fusilados de la manera
más inhumana. Una hermana mía, monja de la caridad, fue violada
cobardemente, luego golpeada, cortados sus senos y por fin
asesinada, habiendo sido paseado su cuerpo desnudo por las calles
al igual que los de otras compañeras suyas... (2 julio 1).

La presencia del legionario en la ciudad y el debate sobre la fiabilidad de
estos atroces e improbables testimonios desató una polémica en la prensa
guayaquileña y en la comunidad española, que estalló el día 8 de julio, cuando

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Hernández Subiria acudió al Teatro Edén para pronunciar una conferencia
sobre “España ensangrentada”. En cuanto saliera al escenario, el cónsul de
la República Jaime Castells se puso de pie en un palco y denunció que el
conferenciante no era un militar, sino un “cura”. A estas palabras de Castells
“siguieron rechiflas y una ensordecedora gritería que impidió continuar
la conferencia”. A continuación, una lluvia de papas, cebollas y taguas
empezó a caer sobre Hernández y su público de profranquistas. Este boicot,
coordinado por el cónsul, surtió efecto. Después del revuelo provocado por
el incidente en los días inmediatamente posteriores (Castells fue llamado a la
Comisaría para declarar), el supuesto legionario desapareció de las noticias.2

El único testimonio directo que he encontrado de los ecuatorianos que
lucharon con la República es el de Carlos Guevara Moreno. Guevara Moreno
realizaba prácticas de radiólogo en el hospital Saint Antoine de París cuando
se enteró del estallido de la guerra civil. Viajó con su esposa alemana al
frente de Madrid, donde fue nombrado teniente de la sección de laboratorios
analíticos. Hay versiones distintas sobre lo que hizo en España, pero a
comienzos de 1938 estaba ya de regreso en Ecuador. El 6 de febrero de 1938
tuvo lugar en la Plaza Arenas de Quito un gran “Homenaje a España Leal”,
organizado por un comité de intelectuales que incluía a Benjamín Carrión,
Jorge Icaza y Alejandro Carrión, y en el que intervenían Gonzalo Escudero,
Manuel Agustín Aguirre, Pablo Palacio, y el plato fuerte: un testimonio
sobre la guerra de Carlos Guevara Moreno, en el que contaba sus vivencias

2 Las dos figuras centrales del franquismo en Guayaquil arroparon a Hernández Subiria,
lo cual hace pensar que su performance podría ser simplemente una invención propagandís-
tica orquestada por ellos. Dos días después de la fallida conferencia, el hombre de Franco en
la ciudad –Alfonso Ruiz, marqués de Grijalba– se rió, en una improvisada “epigramilla”, de
la censura practicada en el Teatro Edén por Castells y otros de los que se autoproclamaban
defensores de la libertad: “Ecuatoriano y Teniente / del Ejército español, / que luchó, como
un valiente, / por España, cara al Sol, / no pudo anteanoche dar / su anunciada conferencia.
/ Porque no le dejó hablar / un grupito en la asistencia / que empezó a vociferar. / El público,
sorprendido, / se expresaba de este modo: / ‘Nos lo esperábamos todo / menos lo que ha su-
cedido. / Que sea quien representa / la Libertad de la Imprenta, / la Igualdad y la República,
/ precisamente el que atenta / contra la Tribuna Pública, / puntal de la Democracia, / tiene
muchísima gracia (...)’” (El Universo, 10 julio 1937: 3). Por otra parte, en su última interven-
ción en la prensa antes de desaparecer, Hernández Subiria dirigió una carta pública a Castells,
en la que reconocía que antes de la conferencia del Teatro Edén buscó la protección de Jaime
Nebot, director de la Unión Nacionalista Española del Ecuador y futuro editor de la revista
Nueva España (El Universo, 13 julio 1937: 5).

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en el frente madrileño y su participación en la batalla de Guadalajara como
teniente en la brigada XIV, “La Marsellesa”, de las Brigadas Internacionales.

Durante su discurso, mostró al público enardecido la cicatriz de una herida
recibida en la lucha. Era la garantía de la veracidad de su palabra, que
otorgaba a él, y más que nadie a él, el derecho de hablar, de opinar y de
aleccionar a los oyentes sobre España, y sobre la necesidad de unirse contra
el fascismo:

Llevo en mi carne la mordedura de la metralla fascista. He
pagado la deuda de la estirpe, tengo pues derecho a gritar ante el
mundo que se asesina a España. En el barro, en el hambre y en el
frío he comulgado con católicos, con protestantes, con marxistas,
con liberales. Todos sentíamos aullar en nuestra materia la protesta
animal contra la demencia humana. ¿Son hombres los que pueden
pulverizar hospitales?... ¿Son hombres los que esparcen por los
aires los miembros destrozados de los niños madrileños?... (Por
la España Leal
44).3

El más importante de los testigos ecuatorianos fue, indudablemente,
Demetrio Aguilera Malta, que llegó a Madrid en julio de 1936 con una beca,
concedida por el Ministro de Educación Carlos Zambrano, aparentemente
para estudiar con Miguel de Unamuno en Salamanca. El momento no podría
haber sido menos propicio, pero Aguilera se encontró con la atmósfera
vertiginosamente revolucionaria de los primeros días de la guerra y decidió
3 La carrera política de Guevara Moreno terminaría enemistando a muchos de los in-
telectuales que lo acompañaban en la defensa de la España republicana, y esa enemistad sin
duda influyó en las acusaciones de falsedad y mitomanía que se le hicieron respecto a su par-
ticipación en la guerra civil. El ensayista guayaquileño Leopoldo Benites Vinueza cuestionó
abiertamente el mito: “Todos creían, menos yo, en el héroe antifascista. [...] He ido a Quito
con Carlos Guevara; como no teníamos fortuna, nos hospedamos en un hotel de segunda
clase, tenía una sola habitación, y no le he visto ninguna herida y por eso alguna vez lo llamé
‘Héroe sin herida’” (Calderón Chico 1991: 195-196). Asimismo, cuando en 1950 Jorge Enri-
que Adoum habló del papel en la guerra civil de escritores como Pablo Neruda, César Vallejo,
Nicolás Guillén y Langston Hughes, agregó con sorna: “No me refiero a ciertos ‘doctores’ en
aventura, a aquellos desertores del regimiento de Líster, que se han orgullecido de que ‘la
metralla fascista ha mordido su carne, con extrañas mordeduras invisibles, y que sólo han
servido para que traten de establecer su minúsculo fascismo del ‘momento’” (Adoum 27).

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quedarse. Se sabe poco de la estancia de Aguilera-Malta en España. Al
parecer, vivió siete meses en Madrid, un mes en Valencia y unos meses más
en Barcelona.

Sus tres obras sobre la guerra evitan la forma del testimonio directo, pero
es fascinante la forma en que Aguilera entreteje en ellas ficción y realidad.
El mismo subtítulo de su novela ¡Madrid! Reportaje novelado de una
retaguardia heroica, es elocuente al respecto: es una ficción que aspira
al valor testimonial de un reportaje, y relata con estremecido horror la
devastación y las muertes provocadas en Madrid por los aviones alemanes
e italianos.

En la obra de teatro España leal, la protagonista Paca Solana es la recreación
ficticia de una miliciana real que murió en Guadarrama durante las primeras
semanas de la guerra. Apareció en la portada de El Telégrafo en septiembre
de 1936, con una nota que hablaba de la “bella miliciana” que “tomó en
sus manos el fusil cargado de proyectiles y con paso firme, de heroína y
mártir, emprendió marcha hacia el campo del sagrado deber”. Una vez más,
realidad y ficción se fundían en la obra de teatro, que se iniciaba con la
decisión de Paca Solana de hacerse miliciana –pese a las protestas de sus
padres– y terminaba con su muerte en el frente.

Curiosamente, cuando en La revolución española a través de dos estampas
de Antonio Eden
Aguilera aborda el ensayo –un género habitualmente
propicio para lo testimonial–, también decide ficcionalizarlo, enfocando el
tema de la guerra desde la perspectiva del Ministro de Exteriores británico
Anthony Eden, para así explotar satíricamente la evolución ideológica del
político respecto a la guerra española. El Eden ficcional de Aguilera, como
buen aristócrata inglés, simpatiza desde el inicio con el bando franquista pero
termina apoyando a la República, y el ensayo concluye con un improbable
grito de “¡No pasarán!”. Todo es fantasía en el libro de Aguilera pero se
basa en un cambio real en el británico, que poco a poco se dio cuenta de
que la política británica de la “No Intervención”, cuyo fin último era el de
apaciguar a Hitler, no servía para nada.

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Como si fuese en carne propia

No hacía falta, sin embargo, ser testigo directo de la guerra española para
sentirla con dolor, con pasión y con una virulenta indignación. Muchos
intelectuales tuvieron la sensación de ser testigos, a larga distancia, de
la tragedia española y de estar viéndola y viviéndola casi como una
experiencia propia: «Aquí estamos, con la oreja apegada a la tierra, / oyendo
cómo tiemblas», escribe Alejandro Carrión en los primeros versos de su
poema «Aquí, España nuestra!» (1). Vivir pendiente de España –con la
oreja apegada a la tierra
– era, inevitablemente, vivir sufriendo. La guerra
poblaba la imaginación de pesadillas. Así lo decía Manuel Agustín Aguirre,
en “España de los trabajadores”: la sangre de España «empapa los insomnios
de estas noches de plomo» (B. Carrión 40); pero la expresión más dramática
de la solidaridad emocional con España es «Vosotras que lloráis a vuestros
muertos», un poema de Aurora Estrada y Ayala dedicado a las madres de los
niños muertos en los bombardeos aéreos. La guerra civil constituía, para la
lejana lectora y espectadora en tierras ecuatorianas, el despertar a un nuevo
mundo dominado por la violencia y a un dolor destinado a convertirse en
compromiso político:

Pero hoy, nada es igual al sabor amargo de nuestras bocas pálidas
ni al temblor de nuestra angustia sin palabras!
Habíamos olvidado el llanto....
Hoi vuelve a cavarnos surcos en la cara,
más amargo y ardiente,
más corrosivo aún,
porque el martirio de vuestros hijos
nos hiere en la raíz de la Vida
i golpea en nuestra sangre de trabajadoras!

(B. Carrión 25).

Ahora bien, más allá del dolor y la compasión, del fervor militante y la
violencia verbal de los escritores ecuatorianos, latía una inevitable sensación
de impotencia. ¿Para qué servían, hasta qué punto eran capaces de cambiar
las cosas todos esos homenajes, todas las palabras de adhesión, tanta
grandilocuencia solidaria? Si España era un espejo en que se reflejaban los

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posibles destinos de Ecuador, la República se estaba desangrando y escribir
poemas o manifestarse a favor de la “España Leal” por las calles de Quito,
Guayaquil o Cuenca no parecía servir para nada. Lo decía Jorge Reyes:
“la tarea efectiva no se ha cumplido aún. Nadie ha querido hacer lo que
debía”. La impotencia no tardaba, así, en convertirse en mala conciencia
para muchos intelectuales. A fin de cuentas, como señalaba Reyes con
sorna, «permanecemos orondamente acomodados en nuestras habitaciones,
mientras los bandidos fascistas asesinan mujeres y niños de España. No
tenemos el sentido ni la conciencia de nuestra responsabilidad» (El Día, 18
julio 7-8).4

Fuentes de consulta:

Adoum, Jorge Enrique. “La República Democrática Española”. VV. AA., La
Federación de Estudiantes y su lucha contra Franco
, Quito: Imp. de
la Universidad, 1950: 20-31.

Calderón Chico, Carlos. Tres maestros. Ángel F. Rojas, Adalberto Ortiz y
Leopoldo Benites Vinueza se cuentan a sí mismos
. Guayaquil: Casa
de la Cultura, 1991.

Carrión, Alejandro. ¡Aquí, España nuestra! Tres poemas en esperanza y
amargura. Quito: Cuadernos del Mar Pacífico, 1938.

Carrión, Benjamín (ed.). Nuestra España. Homenaje de los poetas y artistas
ecuatorianos
. Quito: Editorial Atahuallpa, 1938.

Marinello, Juan. Ponencia en el II Congreso Internacional de Escritores para
la Defensa de la Cultura. Hora de España, Valencia, 8 (agosto 1937):
64-69.

Vela Monsalve, Carlos. España después del 18 de julio. Las dos bandas
en lucha y las tendencias de la Nueva España vistos por un testigo
presencial
. Santiago de Chile: La Gratitud Nacional, 1937.

4 Es curioso señalar que desde el otro bando, hubo intelectuales católicos –como
un editorialista anónimo de Dios y Patria– que mostraban la misma impotencia y la misma
mala conciencia: “¡Oh! si estuviéramos cerca, y si Dios nos hubiera favorecido con bienes de
fortuna, nosotros también, gustosísimos, hubiéramos corrido a enrolarnos en esas sublimes
falanges, que luchan por la fe y la civilización, y llenos de gloria hubiéramos clamado, al caer
con las armas en la mano como nuestros héroes españoles: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!”
(17 enero 1937: 1).