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Nostalgia de la hazaña. La infancia lectora en José Martí

Nostalgia de la hazaña. La infancia lectora en
José Martí

Nostalgia for the deed. The childhood reading in José Martí

María del Rocío García Rey
Universidad Autónoma de México, México

e-mail: mariagrey@unam.mx

Resumen
El presente artículo toma como base La Edad de Oro, de José Martí, para
plantear que a través de esta publicación ex profeso para niños, el autor
postuló que tanto lectura como escritura eran acciones que los infantes debían
llevar a cabo para bregar por un futuro libre de sometimientos políticos.
Leer coadyuvaría a devenir “hombres de mañana que sabrían restituir la
hazaña en su momento histórico latinoamericano.

Palabras clave: Hazaña, horizonte de expectativas, lectura-escritura,
infancia.

Abstract
This article is based on The Golden Age by José Martí. It sets out that through
this publication deliberately made for children, the author puts forward
that both, reading and writing, are actions that children should be able to
accomplish in order to struggle for a future, free of political subjugation.
Reading will contribute to become “the man of tomorrow who will be able
to restore the deed in its historical Latin American moment.

Key words: Deed, horizon of expectations, reading-writing, childhood.

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Revista Pucara, N.º 25 (157-170), 2013

“[…] Tienen los poetas de hoy
–auverneses sencillos–en Lutecia alborotada y suntuosa–

la nostalgia de la hazaña”.

José Martí

1. Preliminares

La faena de José Martí, como escritor de textos infantiles no fue primigenia
en América Latina, recordemos el trabajo del colombiano Rafael Pombo
(1833-1912) con sus Cuentos pintados y morales para niños formales, o
a Sánchez Barra (1806-1855), considerado por Bravo–Villasante, como
el Iriarte peruano (Cfr. Bravo–Villasante, 290); pese a estos trabajos, sí
podemos decir que Martí (1853-1895) es uno de los pocos escritores de su
tiempo que incluyó los textos infantiles en su proyecto de reconstitución y
formación de Nuestra América.

Para Martí, la infancia sería parte de los sujetos de salvación de un presente
horadado y falto de certezas. La infancia es significada como el grupo
que, mediante el conocimiento del mundo, podría ser capaz de redimir
el presente y construir un futuro donde la libertad política sería la mayor
garantía de cambio. Cabe aclarar que para nuestro autor, tal como lo señala
Jorge Viera: “No hay patrones de edad fijos, determinados. Martí desdeña
toda estrechez de criterio en ese sentido” (“Notas sobre la función de La
Edad de Oro”,
309).

La Edad de Oro se publicó de julio a octubre de 1889. Fue un periódico
dedicado ex profeso a los niños de América. Esta publicación tuvo textos
predecesores del mismo Martí; en ellos el autor sitúa a los infantes, ora en
el escenario de la historia, ora los coloca como iconos capaces de salvar a
los adultos por medio del amor y la ternura que ofrecen; tal es el caso de
Ismaelillo, publicado en 1882: «Hijo, en tu busca / Cruzo los mares: / Las
olas buenas a ti me traen: / Los aires frescos limpian mis carnes / De los
gusanos/ De las ciudades. (Martí “Amor Errante”, en Ismaelillo 39).

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La Edad de Oro, eje de este escrito, es parte de los textos en los que
Martí lucha, desde la escritura, contra lo que en el “Prólogo al Poema del
Niágara llama, «la nostalgia de la hazaña». «[…] Tienen los poetas de
hoy – auverneses sencillos – en Lutecia alborotada y suntuosa – la nostalgia
de la hazaña. La guerra antes fuente de gloria cae en desuso, y lo que pareció
grandeza comienza a ser crimen» (Obras 209).

Tal nostalgia es parte de un juego de tiempos, donde el pasado es intervenido
por las acciones del sujeto histórico en ciernes: el niño. La ausencia de cauces
nuevos y de batallas libertarias propician que aparezca lo nombrado por
María Zambrano, como: “la historia como signo del dolor”; sin embargo,
pese a esta aflicción., sumamente nítida en los textos de Martí, la restitución
de la hazaña, para el mismo autor, podría estar en la conciencia histórica
fomentada en los niños, pues por medio de esta «[…] se podrá ir logrando
más lentamente lo que la esperanza pide y la necesidad reclama» (Zambrano
13). La liberación se convertía en el mayor anhelo que formaba parte del
horizonte de expectativas de Martí. La hazaña-sacrificio se perfilaba como
una acción que debía ser conocida y ejercida por los niños, en tanto seres
pequeños pero pensantes. Por ello el autor presenta en “Tres héroes”
(contenida en el primer número de La Edad de Oro) la actuación heroica de
un pequeño: Cuando Napoleón entró a España «para quitarles a los españoles
su libertad, un catalancito murió combatiendo al ejército de Napoleón. [...
Al niño lo encontraron muerto, muerto de hambre y de frío pero tenía en la
cara como una luz, y sonreía como si estuviese contento» ( “Tres Héroes”,
en La Edad de Oro 15).

Se trataba de restituir a los niños a un estatuto visible dentro de la polis,
misma que los había postrado en la invisibilidad como sujetos históricos
y como sujetos lectores. Un ejemplo del cambio político que puede ser
propiciado por los niños se encuentra en el siguiente fragmento:

El niño habla con toda la fuerza de la sinceridad y de su honor:
¿quién le ofende a su Cuba? ¿Por qué Cuba, de hijos más trabajadores
y cultos en su mayoría, y más universales y emprendedores que
los hijos de España, no puede emanciparse de España? (Sobre las
Antillas
165-166).

¿Cómo formar a los futuros ciudadanos? ¿Cómo asegurar que la infancia
una vez letrada, tuviera conciencia del futuro, es decir “de lo que está por

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llegar? (cfr. Zambrano 18) ¿Cómo hacer que la lectura fuera entendida por
los niños como “dimensión” en la que ellos eran parte activa? Se trataba
de una lectura salvadora porque el anhelo cobraba forma de esperanza, es
decir, tomaba forma “la concreción de un esperar”. (Zambrano, ibíd.). Tal
anhelo-esperanza estaba estrechamente relacionado con una sociedad libre
de sometimientos políticos. En este sentido, la actuación de Martí como
guía intelectual y política de los niños tenía como condición sine qua non,
la alfabetización, pues esta era entendida como garantía para desterrar los
“extravíos políticos”.

[…] Cuando todos los hombres sepan leer, todos los hombres
sabrán votar, y, como la ignorancia es la garantía de los extravíos
políticos, la conciencia propia y el orgullo de la independencia
garantizan el buen ejercicio de la libertad. Un indio que sabe
leer puede ser Benito Juárez, un indio que no sabe leer llevará
perpetuamente en cuerpo raquítico un espíritu inútil y dormido
[…] (Escritos sobre Educación 29).

El conocimiento, la liberación y la llamada toma de conciencia tienen, en la
lectura el vehículo idóneo; sin embargo, es preciso aclarar que esta acción
no era pensada por Martí para ejercerse en las escuelas.

2. Lectura y horizonte de espera

La labor política y literaria de Martí ha sido analizada y comentada
vastamente, empero, ha sido olvidado por varios de los estudiosos del autor,
que fue precisamente él quien marcó un parteaguas al nombrar abiertamente
a los niños y al involucrarse en la redacción de una publicación periódica
no escolar, ex profeso para ellos: La Edad de Oro. No hay que soslayar
que a fines del siglo XIX seguían siendo pocos los escritores, al menos
en el territorio latinoamericano, que viraban la pluma y la mirada hacia
la infancia. En palabra de Graciela Montes: «Sabemos […] que durante
muchísimos años la cultura occidental se desentendió de los niños […], y
que fue tardíamente a partir del siglo XVIII, cuando se empezó a hablar de
infancia. Hasta entonces habría sido insólito escribir para niños. Los niños
recibían en forma indiscriminada» (Montes 121).

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Cierto es que la modernidad insertó, en territorio Latinoamericano durante la
segunda mitad del siglo XIX, a los niños en su programa pedagógico dentro
de las escuelas, pero en el caso de Martí, reiteramos, el aprendizaje, estaba
fuera de esta institución. Por ello, además de ser un programa pedagógico,
la escritura de sus textos y particularmente de La Edad de Oro, se convierte
en un programa periodístico y político. Esto representó una más de las
rupturas con el pacto literario de ese momento, pues los niños lectores (ya
de América Latina, ya de Europa) eran vistos como seres ingenuos, faltos de
capacidad racional; por eso, los textos escritos para ellos fueron, no pocas
veces, guiados por una construcción ideológica que asociaba a los niños
con la llamada inocencia. En la Edad es claro el objetivo de proporcionar
saberes más que divertimento.

Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como
buenos amigos […] para contarles a las niñas cuentos lindos con
que entretener a sus visitas y jugar con sus visitas y jugar con sus
muñecas, y para decirles a los niños lo que deben de saber para ser
de veras hombres. (“A los niños que lean la Edad de Oro, en La
Edad de Oro
9).

Devenir “hombre de veras” tenía como base fundamental la lectura y la
escritura. Las prácticas letradas de la infancia eran parte de los anhelos de
Martí, por ello el lector-mediador adulto no está presente en La Edad. La
lectura y la escritura se convertían, así, en actividades autónomas, propias
de los niños que, hay que decirlo, nuestro autor asume, de facto, como
alfabetizados:

Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que
escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían. Por
eso La Edad de Oro va a tener cada seis meses una competencia,
y el niño que le mande el trabajo mejor, que se conozca de veras
que es suyo, recibirá un buen premio de libros, y diez ejemplares
de La Edad de Oro en que se publique su composición, que será
sobre cosas de su edad, para que puedan escribirla bien, porque
para escribir bien de una cosa hay que saber de ella mucho. Así
queremos que los hombres de América, sean: hombres que digan
lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros
(10).

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Lectura y la escritura adquieren un estatus de praxis necesaria en lo que
Ricœur llama (retomando a Kosellek) horizonte de espera. Es posible
observar, con base en los relatos –particularmente– de historia, publicados
en La Edad de Oro, que tal horizonte es: «[una] red de perspectivas cruzadas
entre la expectativa del futuro, la recepción del pasado, lo vivido en el
presente […] en una totalidad en que la razón de la historia y su relación
coincidirían» (Ricœur “Hacia una hermenéutica de la conciencia histórica”,
70).

Cierto es que en cualquier proyecto está implícito un horizonte de espera
que equivale a un anhelo de construcción / re-construcción llamado futuro,
pero la impronta en Martí está en que en el todavía no, el futuro pensado
dialécticamente, se halla en la infancia (pensada además como grupo
homogéneo) que leerá, aprenderá, escribirá y llevará a la praxis política lo
leído en La Edad. Ese es uno de los objetivos del relato histórico (e incluso
de ficción) que hace Martí para la infancia. Afirma, por ejemplo, que en la
edad de piedra, “no había libros que contasen esas cosas”. En contraparte no
es casual que en el retrato de El Padre Las Casas, esté presente la belleza a
través del acto de escritura y lectura (en ese orden):

No se puede ver un lirio sin pensar en el Padre Las Casas,
y parece que está vivo todavía, porque fue bueno. No se puede ver
un lirio sin pensar en el Padre Las Casas, porque con la bondad
se le fue poniendo de lirio el color y dicen que era hermoso verlo
escribir […] peleando con su pluma de ave porque no escribía de
prisa. Y otras veces se levantaba del sillón, como si le quemase:
se apretaba las sienes con las manos, andaba a pasos grandes por
la celda y parecía como si tuviera un gran dolor. Era que estaba
escribiendo, en su libro famoso libro de la Destrucción de las
Indias,
los horrores que vio en América cuando vino de España la
gente a la conquista. Se le encendían los ojos y se volvía a sentar,
de codos en la mesa, con la cara llena de lágrimas. Así paso la vida
defendiendo a los indios (La Edad de Oro 158).

La dialéctica entre el pasado y el futuro son intercambiadas con un presente
carente de hazañas; vacío de acciones libertarias; en contraposición con cierto
pasado que rescata Martí, en el que ante la colonización, el sometimiento, la
injusticia, se desplegaba un desfile de hombres e incluso niños constructores

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de la hazaña-sacrificio. El anhelo vuelto nostalgia es lo que Kosellek nombra
el todavía no, el espacio de espera, de anhelo. Tal espacio es intervenido por
Martí con textos dirigidos a los futuros ciudadanos: los niños. Su acción
como luchador-escritor consistía en textualizar para los infantes la historia
en general, no sólo de América, pues ya él mismo, a propósito de La Edad
de Oro,
lo había dejado asentado en una carta a Manuel Mercado: «El abono
se puede traer de otras partes, pero el cultivo se ha de hacer conforme al
suelo. A nuestros niños los hemos de criar para hombres de su tiempo, y
hombres de América» (Correspondencia a Manuel Mercad 255). Se trata de
una «presencia de estructuras textuales, tanto ideológicas como estilísticas
[…] Las epistemes de este estilo responden al vacío espiritual que los
modernistas leían en los textos de su época» (Schulmann 18-19). Así, en
los textos de La Edad, predominaban las narraciones cuyo subtexto era la
liberación, en cualquier ámbito. En efecto, tal como lo planteó Jorge Viera:

Su concepto de libertad es, […] lo esencial de la revista. Libertad
americana frente a España, y determinadas advertencias sobre la
ingerencia (sic) extranjera en la patria. Y una marcada intención de
perfilar una «toma de conciencia latinoamericana (310).

No hay que soslayar que en tales escritos estaba presente también la marca del
ejercicio letrado. Los hombres, en los relatos de Martí, devienen valerosos y
hermosos, no sólo por enfrentar, por ejemplo, un ejército enemigo, también
por ser lectores y productores de textos. Es en la perspectiva de la praxis ya
letrada, ya de enfrentamiento en el campo de batalla donde, en términos de
Ricœur, está presente “la dimensión de actuar” La actuación, una vez más,
es claro que forma parte de la dimensión axiológica. Lo afirmado puede
observarse, en “La última página”, correspondiente al primer número de La
Edad
:

Treinta y dos páginas es de veras poco para conversar con
los niños queridos, con los que han de ser mañana hábiles como
Meñique, y valientes como Bolívar: poetas como Homero ya no
podrán ser, porque estos tiempos no son como los de antes […]
lo que ha de hacer el poeta de ahora es aconsejar a los hombres
que se quiera, y pintar todo lo hermoso del mundo […] y castigar
con la poesía, como con un látigo , a los que quieran quitar a los
hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los

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pueblos, o quieran que los hombres de su país los obedezcan como
ovejas y les laman las manos como perros. Los versos no se han
se han de hacer para decir que se está contento o se está triste, sino
para ser útil al mundo, enseñándole que la naturaleza es hermosa,
que la vida es un deber, que la muerte no es fea, que nadie debe
estar triste mientras haya libros en las librerías, y luz en el cielo, y
amigos y madres (“La última página”, La Edad de Oro 64).

La vasta utilización del adverbio “como” (de la misma manera / del mismo
modo) en los escritos de nuestro autor, cobran fuerza en las palabras
citadas porque son lo que marcan el poliptoton: De la lectura se ramifica el
aprendizaje, de este la habilidad como la de Meñique; la valentía como la
de Bolívar; la inventio como Homero con el agregado de que “el poeta del
presente” –Martí– debía ser el guía de los otros hombres y niños, para que
estos tuvieran claro que “la vida es un deber”.

Acaso el deber de la vida, el no temerle a la muerte y la salvación hallada en
los libros como objetos sacralizados eran parte, en Martí, de lo que Schulman
ha nombrado «una búsqueda angustiada, persistente y prolongada de las
regiones de la experiencia […] de crear narraciones contrahegemónicas»
(Schulman 10). El trinomio: deontología-muerte-salvación intelectual, era
parte del horizonte de espera; pero además, había dado forma al futuro
que devenía anhelo: “hombres de veras” “hombres de mañana / madres
de mañana que amen a su tierra”. Lo que nuestro autor reconstituye en
el escenario discursivo para los niños es la dimensión histórica, pues en
términos de Zambrano, Martí mostraba a los niños que

el tiempo no tiene una estructura simple, de una sola
dimensión, diríamos. Pasa y queda. Al pasar se hace pasado, no
desaparece. Si desapareciera totalmente no tendríamos historia.
Más si el futuro no estuviese actuando, si el futuro simplemente
fuera no estar todavía, tampoco tendríamos historia. El futuro
se nos presenta primariamente, como lo que está por llegar
(18).

El ejercicio contra hegemónico bien podemos decir halla básicamente
dos vertientes: por una parte se trata, como hemos dicho de un texto que
originalmente fue visto por los otros escritores como un ejercicio inocuo, en

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tanto se trataba de escribir para un grupo sin importancia: los niños; por la
otra, Martí elabora una escritura un tanto híbrida pues, en La Edad coloca
en el mismo espacio literario personajes y temas tanto “históricos”, como
de ficción; de esta manera el relato literario adquiría el mismo estatus, para
Martí, que el relato meramente histórico. En este sentido podemos suscribir
el planteamiento de Ricœur: «La historia es escritura [...] y por lo tanto, al
ser escritura, utiliza los mismos procedimientos y las mismas figuras que la
ficción».

En La Edad, además, la historia permea cada narración, cada relato,
aun cuando en apariencia no sea histórico. Esta marca está plenamente
relacionada con lo que hemos señalado. El entrecruzamiento entre pasado –
presente-futuro (233).

Ahora hay en Estados Unidos un juego muy curioso, que
llaman el juego del burro […]. Dicen en Estados Unidos que
este juego es nuevo, y nunca lo ha habido antes; pero no es
muy nuevo sino otra manera de jugar la gallina ciega. […]Los
niños de ahora juegan lo mismo que los niños de antes […]. La
gallina ciega no es tan vieja, aunque hace como mil años que se
juega en Francia. Y los niños no saben, cuando les vendan los
ojos que este juego se juega por un caballero muy valiente que
hubo en Francia, que se quedó ciego un día de pelea y no soltó
la espada ni quiso que lo curasen, sino siguió peleando hasta
morir, ese fue el caballero Collin-Maillard. Luego el rey mandó
que en las peleas de juego, que se llamaban torneos, saliera
siempre a pelear un caballero con los ojos vendados, para que
la gente de Francia no se olvidara de aquel valor y de ahí vino
el juego (“Un juego nuevo y otros viejos”, La Edad de Oro 52,
54).

Los actos que tanto niños como adultos, podían creer únicamente parte de un
presente, son resignificados en tanto Martí los coloca en un espacio dilatado,
se trata de sucesos que vale la pena reproducir en el presente –una vez que
fuera asumida, por parte del lector, su historicidad– porque representaban
la muestra de que «pasado y porvenir se unen […] en tanto el hombre se
encuentra así, viniendo de un pasado hacia un porvenir» (Zambrano14)
incluso en los actos más cotidianos, como los juegos.

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3. Hacia la construcción del homo legens latinoamericano

La Edad de Oro, para su autor, era una empresa editorial “con humildad de
forma” pero no por ello anodina. El proyecto del homo legens latinoamericano
nacía para Martí como una actividad urgente para redimir un espacio vacuo
y en el caso de Cuba, aún colonizado. De acuerdo a Bolívar Echeverría,

[…] el homo legens es el ser humano cuya vida entera como
individuo singular está afectada esencialmente por el hecho de la
lectura; aquel cuya experiencia directa e íntima del mundo, siempre
mediada por la experiencia del mismo que le transmiten los usos y
costumbres de su comunidad, tiene lugar sin embargo a través de
otra experiencia indirecta del mismo, más convincente para él que
la anterior: la que adquiere en la lectura solitaria de los libros (26).

Si, de acuerdo a Echeverría, la fascinación que ejerce la lectura constituye al
homo legens, hay que considerar que en el proyecto martiano, la lectura tiene
un propósito de educación política bien definida. No se trata de propiciar el
vicio por la lectura, sino de convertir el acto de leer, en el niño, en uno de
los caminos hacia el conocimiento. La lectura no implicaba alejarse de la
vida real. Por ello, recordemos que en “Tres héroes”, nuestro autor deja bien
claro al pequeño lector:

El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que
ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez,
deben trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres,
y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que
sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive
honradamente, es como el hombre que vive del trabajo de un
bribón, y está en el camino de ser bribón (“Tres Héroes” 142).

Con base en lo planteado anteriormente podemos comprender que para
Martí no se trataba de fomentar la lectura ni como actividad diletante ni
como práctica libresca, con nuestro autor se rompe aquello que Chartier ha
nombrado «el orden de los libros» (cfr. Chartier, 2005). Martí no oblitera
que el conocimiento está presente en las bibliotecas, en las librerías, pero
aquellos lugares no parecen representar en su proyecto de lectura para niños,
el cimiento principal. La lectura está presentada en publicaciones periódicas,

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no necesariamente en libros. La tarea era redimir, mediante textos amenos
pero imbuidos en la práctica axiológica la hazaña a un presente en el que los
paradigmas ora de lectura, ora políticos debían ser puestos bajo sospecha. De
esta manera, la lectura permite que el niño bregue contra lo que Echeverría
llama “la fugacidad de la palabra” Si tal fugacidad, para Echeverría, deriva
en una protoescritura, en el caso de Martí, esta es sólo el andamio para llegar
a la praxis política (cfr. Echeverría 28).

La actuación ética estaba puesta tanto en los lectores y quizá futuros
escritores, dueños de la palabra y en el poeta que servía para refutar
las injurias y pronunciarse con un no denotado hacia el imperialismo
norteamericano. Leamos un fragmento de Vindicación de Cuba, «¡No han
de vernos morir por la libertad a sus propias puertas, sin alzar una mano o
decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!» (“Vindicación
de Cuba”, en http//www.josemarti.info. Versión PDF. Consultado 8 de
agosto 2012). Las palabras, los axiomas, las consignas eran parte de lo
que Martí ya había dicho a los niños: «Para escribir bien de una cosa hay
que saber de ella mucho» (“A los niños que lean La Edad de Oro 10). El
conocimiento debía ocupar un lugar señero en el papel impreso, lo que no
equivalía precisamente a plasmarlo en libros. En “Vindicación de Cuba”,
texto que hemos tomado como ejemplo, se perfila el escritor-periodista que
con su ejercicio de letrado desea que los hombres que habrían de sucederlo
–en aquel presente, aún niños–, se guíen como él: elocuentes y sinceros.

Se trataba de restituir la hazaña en el escenario de la modernidad de
América, tal acción, como hemos visto, para Martí hallaba el camino, no
sólo en la brega abiertamente política, también en la práctica letrada, aquella
que formaba parte de un ideario de instrucción y educación desde la faena
periodística, pues como él ya lo había escrito:

Un proyecto de instrucción pública es una cementera de ideas:
cada mirada al proyecto suscita pensamientos nuevos. Pero los
tiempos dan enseñanza, y yo, boletinista novel, he aprendido
que los boletines deben ser sencillo y ligeros (“El proyecto
de instrucción pública –Los artículos de la fe. –La enseñanza
obligatoria, en Escritos sobre educación, 131).

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La sencillez y ausencia de densidad, como hemos visto, no era plausible
únicamente en lo que Martí llama boletines, pues tales características están
presentes en los textos de La Edad de Oro. Se trata de narraciones en las que
el autor recupera matices del registro oral para platicar con los pequeños
lectores de la historia, de poesía, de libros, «porque es necesario que los
niños no vean, no toquen, no piensen en nada que no sepan explicar. Para
eso se publica La Edad de Oro» (“La última página”, en La Edad.de Oro 65).
Los niños devenían partícipes activos en la asimilación del conocimiento;
conocimiento legítimo que podían obtener leyendo La Edad de Oro. Con
base en este planeamiento, fácilmente podemos hacer un ejercicio de ilación
para decir que, además de la liberación, otro subtexto que prevalece a lo
largo de la publicación es la importancia de le lectura. Cuando el autor
inserta en los cuentos y narraciones afirmaciones en torno a los libros, a la
lectura, es porque tales enunciados conforman en términos de la sociocrítica
un campo icónico.

Para decirlo en otros términos, toda actividad creadora de imágenes, toda
escritura y toda práctica de la imagen se ejerce en función de un campo
icónico (a la vez nocional y afectivo) específico de tal o cual formación
sociohistórica y sociocultural (Robin 269).

Veamos algunos ejemplos de la manera en que se despliegan, en La Edad de
Oro,
las imágenes relacionadas con la lectura y escritura:

Escritura

Cuando un niño quiera saber algo que no esté en La Edad
de Oro,
escríbanos como si nos hubiera conocido siempre, que
nosotros les contestaremos. No importa que la carta venga con
faltas de ortografía. Lo que importa es que el niño quiera saber. Y
si la carta está bien escrita la publicaremos en nuestro correo con
la firma a pie, para que se sepa que es niño que vale (“A los niños
que lean La Edad de Oro 9).

Las niñas también pueden escribirnos sus cartas y
preguntarnos cuánto quieran saber y mandarnos sus composiciones
para la competencia de cada seis meses. ¡De seguro van a ganar las
niñas! (ibíd.).

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[…] Aquí responderemos a las preguntas de los niños: aquí
tendremos la Bolsa de Sellos, donde el que tenga sellos que mandar,
o los quiera mandar, o los quiera comprar […] o preguntar sobre
sellos algo que le interese, no tiene más que escribir para lograr lo
que desea (“La última página”, 65).

[El padre] A veces, allá en el trabajo se ríe solo, o se pone de
repente como triste, o se le ve en la cara como una luz, y es que está
pensando en su hija: se le cae la pluma de la mano cuando piensa
así, pero enseguida empieza a escribir, y escribe tan de prisa,
tan de prisa, que es como si la pluma fuera volando. Y le hace
muchos rasgos a la letra, y la oes le salen grandes como un sol, y
las ges largas […] tienen que ver lo que escribe el padre cuando ha
pensado mucho en la niña (“La muñeca negra” 199).

Lectura
Se hace uno de amigos leyendo aquellos libros viejos. Allí

hay héroes y santos y enamorados y poetas, y apóstoles. Allí se
describen pirámides más grandes que las de Egipto; y hazañas de
aquellos gigantes que vencieron a las fieras; y batallas de hombres
y gigantes (“Las ruinas indias” 95).

No se puede leer sin ternura, y sin ver como flores y plumas por
el aire, uno de esos libros viejos forrados de pergamino, que hablan
de la América, de los indios, de sus fiestas, del mérito de sus artes
y de la gracia de sus costumbres (ibíd).

Todo lo suyo es interesante, atrevido, nuevo, fue una raza
atrevida, artística, limpia. Se leen como una novela, las historias
de los nahuatles y mayas de Mèxico, de los chibchas de Colombia,
de los cumanogotos de Venezuela (ibíd).


Hasta aquí hemos presentado algunas líneas para problematizar en torno a
la imagen y construcción de los lectores niños, en la obra de Martí. Pese a
que este no es un trabajo acabado, sí podemos cerrar, reafirmando que la
ruta del proyecto martiano, en La Edad de Oro, es la lectura-escritura, como
acciones para reconstruir y reconstituir la hazaña en la horadada historia
latinoamericana.

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