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La lectura, de lo verbal a lo no verbal

Vicente Robalino
Pontificia Universidad Católica del Ecuador

e-mail: vrobalino@puce.du.ec

Resumen
La falta de interés por la lectura, entre los estudiantes universitarios, es un
problema que escapa a la propia iniciativa de las instituciones educativas
del estado. Dos factores que han impedido la formación de lectores han
sido el uso mecánico de la computadora y el celular, y la falta de una
metodología que comprenda, básicamente, la experiencia lectora y la po-
sibilidad de aprehensión de lo leído.
En este artículo se plantea la lectura como un tránsito de lo verbal a lo
no verbal, a partir de un reconocimiento de las reglas que permiten la
codificación y decodificación de un género determinado, sea este narrati-
vo, poético, periodístico, etc., y la construcción de la imagen de lo leído
dentro de un contexto específico que el lector va construyendo con su
experiencia en la vida cotidiana, como un acto de recreación lúdica de la
lectura.
Palabras clave: lector, géneros, texto verbal, texto no verbal, contexto,
imagen, ficción.

Abstract
The lack of interest in reading among college students has become a pro-
blem that escapes the initiative of governmental educational institutions.
Two factors that have prevented the education of readers have been the
mechanical use of computers and cell phones, and the absence of a metho-
dology that explicitly encompasses the reading experience and the possi-
bility to aprehend the text.
This article presents reading as the passage from verbal to non verbal
going from the acknowledgment of the rules that allow the codifi-
cation and decodification of a determined genre, such as narrative,

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poetic, journalistic, etc.; as well as the construction of an image from
the reading within a specific context built by the reader, along with
his experience in his everyday life as a playful recreational act of rea-
ding.
Key words: reader, genres, verbal sign, non verbal sign, context, image,
fiction

***

Cómo podríamos llamar a nuestro estudiante, lector de comienzos del
siglo XXI. ¿Es el “desocupado” lector a quien invoca Cervantes, el “pío
lector” a quien acuden los narradores de la novela decimonónica o el “lec-
tor cómplice” en quien depositaba toda su confianza Julio Cortázar? Es
alguien que, además de estar por muchas horas pegado a la imagen del
computador y apremiado por dar respuesta a las decenas de mensajes que
llegan a su celular, lee por obligación algún texto o no lo hace, sino que
acude a los cientos de resúmenes que se han hecho sobre la obra que el
profesor le impuso que leyera, para de esta manera cumplir, bien o mal,
con la tarea. Pues estamos frente a un lector que, por comodidad o por
falta de motivación, se siente obligado a leer. Un lector que, concluido el
semestre y con una calificación aceptable en la lectura de su texto, se olvi-
dará de que los libros existen. El estudiante-lector al que me refiero no es
aquel que por vocación ha escogido la especialización de Lengua y Lite-
ratura y posee ya un camino trazado en la lectura, camino que lo afianzará
en la universidad, sino al común de los mortales; es decir, estudiantes de
las demás carreras y profesionales de esas carreras y a los ciudadanos en
quienes –con raras excepciones– no existe el hábito de la lectura.
Para este caso no voy a buscar culpables –el hogar, la secundaria o la pro-
pia universidad–, solo me atengo a esta desoladora constatación de que en
un país como el nuestro, igual que en tantos otros, la lectura no existe ni
como iniciativa individual ni como remembranza de doce años de estudio
(primaria y secundaria).
A pesar de las tareas que, con el fin de formar lectores, hace el Ministerio
de Educación y la campaña de lectura, que desde hace muchos años ha
emprendido el escritor ecuatoriano Iván Egüez, la carencia de lectores es
inobjetable. Si bien es cierto que los profesores de lengua y literatura no
tenemos la “fórmula mágica” para en uno o dos semestres entregar a la

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sociedad asiduos lectores, sí poseemos una experiencia que bien podría
ayudar a orientar la lectura de los demás, en este caso de los estudiantes
universitarios.
Creo que la primera tarea que se impone en la formación de lectores es
la de romper con los innumerables prejuicios que los estudiantes traen
a la universidad. Tales perjuicios surgen del desconocimiento de las pe-
culiaridades que posee un discurso determinado, pues no es igual leer
una noticia que una crónica, una crónica que un reportaje, un cuento que
una novela, ni ninguno de los anteriores géneros narrativos se parece a la
lectura de un poema. De ahí que la lectura de cada uno de estos géneros
y subgéneros implica, desde el punto de vista de la pragmática, una acti-
tud descriptivo-interpretativa distinta; un proceso de decodificación muy
particular. Solo en un segundo momento se podría plantear una lectura
integradora, es decir, el descubrimiento de las posibilidades dialógicas
que un discurso, en su peculiaridad, propone.
Un tercer momento estaría dado por el reconocimiento del contexto en el
que ese discurso se inserta. Insisto en la peculiaridad del contexto de ese
determinado discurso, no en la aglomeración de datos histórico-cultura-
les, sino solo de aquellos a los que el discurso como tal alude o construye
su referencia, según el tipo de discurso de que se trate.
Si bien es cierto que los límites de la lectura, por ejemplo de un texto
narrativo, están dados por la textualidad lingüística, concretamente por
cada uno de sus niveles de configuración del sentido (las acciones y sus
actantes, la espacialidad y la temporalidad, la enunciación narrativa...), el
lector va construyendo, a medida que aprehende el texto, el signo-icóni-
co del universo narrado, es decir, la estructura no verbal, la imagen o el
conjunto de imágenes que se desprenden, precisamente del signo verbal.
Sin embargo, dicha representación no es un mero remedo del mundo, sino
una representación imaginaria, creativa, pues el lector está actuando no
como mero copista o transcriptor del mundo real, sino como su intérprete.
Entonces, la lectura, si bien parte del reconocimiento puntual de su ver-
balidad, asciende, por decirlo así, a la reconfiguración no verbal. En otras
palabras, lo verbal es “traducido”, por el lector, a la imagen y esta es la
imagen que, a manera de remembranza, perdura en la mente del lector.
Quién no recuerda las calles y los bulevares parisienses de Rayuela o el
México de Bolaño o las plantaciones de banano de Macando en los cuen-
tos de García Márquez o el Rincón de los Justos. Este tránsito de lo ver-
bal hablado a la imagen icónica es quizá más evidente en la radionovela.

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Recuerdo, por ejemplo, cómo al escuchar la descripción de los espacios
donde transcurría la acción de una de las radionovelas, yo reconstruía
imaginariamente dichos espacios: un patio, una calle y, sobre todo, el tro-
te de los caballos.
En la poesía, el efecto de iconicidad se produce de manera similar al de la
narración escrita (un cuento, una novela) y a la narración oral que propone
la radionovela. Pues la imagen visual, auditiva, táctil, olfativa, perdura en
la mente y en la sensibilidad del lector, enfatizada aún más por el juego
de las percepciones, es decir, por la sinestesia o simplemente por la com-
binación cromática, o por la onomatopeya, la aliteración y todo lo que se
conoce como simbolización del significante. Así, yo recuerdo los juegos
fónicos de Altazor, que hay que leerlos en voz alta. Los efectos visuales
de “Alturas de Machu Picchu” y los de Catedral salvaje. Estos mismos
efectos, aunque con fines distintos a los de la poesía, se pueden apreciar
en los anuncios publicitarios que hiperbolizan las percepciones para obli-
gar al oyente o televidente a comprar un determinado producto, como por
ejemplo una colonia, un perfume, una marca de cigarrillos, o los efectos
visuales, olfativos y hasta táctiles de la comida o el sabor refrescante de
una bebida gaseosa. En el fútbol –espacio privilegiado del intercambio de
lo verbal y de lo no verbal– es muy singular apreciar cómo los aficionados
mientras ven, o después de ver las imágenes de una jugada las verbalizan;
esto es lo que hacen los locutores deportivos: “traducir” las imágenes –las
jugadas– a palabras y acudir a lo paralingüístico –entonación, tono, ges-
tualidad– para transmitir al oyente la misma emoción que él está vivien-
do, de tal forma que ese “goool” sea escuchado con la misma intensidad
de la imagen aprehendida.
Otro arte que se caracteriza por la fluidez de lo verbal y no verbal es el
cine, no por los diálogos de los personajes sino por las posibilidades que
ofrece de traducir la imagen a la verbalidad narrativa: una historia conta-
da, unos personajes, un espacio, un personaje. Así, por ejemplo, para mí
ha sido muy grato recordar las imágenes del filme Atrapado sin salida,
con Jack Nicholson, o las de El Satiricón de Fellini o aquella maravillosa
imagen de la tortuga en un agua transparente en la película Las estaciones
de la vida
o las imágenes de las mujeres (muy parecidas a las de la novela
Pedro Páramo) de la película, basada en la obra de García Lorca, La casa
de Bernarda Alba
.
Estas apreciaciones sobre el acto de la lectura, es decir, la imagen como

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interpretación del signo verbal, están orientadas hacia la escritura. Desde
esta perspectiva no estaría considerada la oralidad. Para Walter J. Ong,
la posibilidad que ofrece la escritura de convertir en imágenes lo leído,
constituye una verdadera “tiranía” de la escritura:
Aunque las palabras están fundadas en el habla oral, la escritura las encie-
rra tiránicamente para siempre en un campo visual. Una persona que sepa
leer y a la que se le pida pensar en la expresión ‘no obstante’, por regla
general […] se hará alguna imagen al menos vaga de la palabra escrita,
y será […] incapaz de pensar alguna vez en la expresión ‘no obstante’
durante, digamos, 60 segundos sin referirse a las letras sino sólo al sonido
(Ong, p.21; énfasis suyo).
Si bien es cierto que la “traducción” de lo verbal en imagen podría con-
vertirse en un acto mecánico de cosificación de la escritura, en este estu-
dio el tránsito de lo verbal a lo no verbal lo consideramos como un acto de
transformación estético-creativo y de motivación de la lectura. Para ello,
al signo no verbal lo hemos despojado de su carácter técnico-mecánico.
No es un recurso pedagógico, sino una actividad lectora eminentemente
creativa de la que emerge la experiencia y la memoria lectoras: leer es
construir imágenes, teniendo como código de base la cultura escrituraria
del lector que necesariamente dialoga con los signos y símbolos de la
cultura representada en el texto.
La otra gran dimensión de la lectura estaría dada por el reconocimiento,
por parte del lector, de los elementos de la cultura oral, que subyacen
–como afirma Ong– en todo texto escrito. Es importante destacar la dife-
rencia que establece este autor entre oralidad primaria y oralidad secun-
daria. La primera correspondería a toda una tradición, en la actualidad
prácticamente inexistente como tal; la segunda se encuentra unida a la
cultura letrada y a una oralidad tecnológica como la del teléfono, la radio,
la televisión y demás medios audiovisuales (Ong, p. 21).
Este carácter de permanencia que posee la imagen al que me he referido,
no se corresponde con la fugacidad de la oralidad, como bien afirma Ong:
“Cuando una historia oral relatada a menudo no es narrada de hecho, lo
único que de ella existe en ciertos seres humanos es el potencial de con-
tarla” (Ong, p. 20). Precisamente esta peculiaridad de lo fugaz del relato
oral, y al mismo tiempo de conocimiento de la memoria colectiva, está
muy presente en la capacidad innata –llamémosla así– que posee el ser
humano para contar de manera espontánea un relato que lo escuchó de
sus padres o de sus abuelos o unos versos que también fueron escuchados.
Así, en todos está presente –letrados o no– la idea de estructura narrativa,

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es decir, de principio, medio y fin de un relato, así como también la exis-
tencia de un narrador, de alguien que cuenta una historia a alguien, de un
escucha. En la poesía oral sucede algo similar, el escucha tiene una idea
muy clara de la rima y de los tropos que están en el habla, especialmente
de la metáfora. Además, el poema que surge de manera espontánea en la
colectividad está asociado a las canciones, digamos a los boleros, a los
pasillos, algunos de los cuales fueron en su origen poemas.
De esta manera he aludido a dos dimensiones de la lectura: la primera
que se refiere a la escritura y el lector letrado, que realiza la transición del
signo verbal al signo no verbal, para reconstruir no de forma mecánica
sino viva y creativa; pues la idea no es tanto fijar, como se fija un anun-
cio publicitario, sino comprendiendo la índole estética y creativa, en sus
distintos niveles, que tiene un texto sea este una crónica, una noticia, un
reportaje y, de manera especial, un cuento, una novela o un poema y de los
niveles de ficción que cada uno de estos géneros posee. A pesar de la fa-
mosa sentencia de que una noticia es objetiva, veraz e imparcial, siempre
hay un punto de vista desde el que se narra y una inclinación natural a fic-
cionalizar. Esto no quiere decir que el comunicador social debe tergiver-
sar los hechos, no, sino darle a su texto la expresividad y la amenidad que
demanda lo contado. Un ejemplo, maravilloso de ficción y expresividad,
en la crónica periodística, nos ha dejado nuestro escritor Raúl Andrade.
La segunda dimensión de la lectura está dada por la cultura oral. En ella
se trata de rescatar las aptitudes naturales del lector para contar un relato
o recitar un poema e inclusive para crear, sin que, necesariamente, este
posea la etiqueta social de “escritor”. Así es posible convertir a la lectura
en una actividad creativa y, al mismo tiempo, lúdica, en la que es factible
proponer un intercambio pragmático de papeles: el lector se vuelve escri-
tor y el escritor, lector; con ello, el derrocamiento de las imágenes rígidas
y conservadoras de autor y de lector es inevitable.
Esta sería una de las formas, sin que sea necesariamente la única, de acer-
car, orientar y motivar la lectura. Y crear un espacio donde autor, lectura
y lector realmente se reencuentren y dialoguen.

Referencias bibliográficas:
Ong, W. (1987). Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México

D.F.: Fondo de Cultura Económica.