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Escritura de mujeres: daño ambiental, orden materno,
cartografías de la violencia

Womens’ writing: environmental damage, maternal
order, cartographies of violence

Alicia Ortega Caicedo
e-mail: alicia.ortega@uasb.edu.ec

Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador)

Resumen

Este ensayo presenta una lectura de tres novelas contemporáneas escritas
por mujeres en América Latina, desde una perspectiva que invita a repensar
la relación con la Naturaleza, en el horizonte de los afectos y una estrategia
política que bien coincide con lo que Arturo Escobar denomina “la defensa
del lugar”. El trabajo busca poner en diálogo los mecanismos de destrucción
medioambiental y el impacto del discurso tóxico, en el escenario de una
reflexión anclada en la violencia, la maternidad y el feminicidio, en diálogo
con los estudios de género y una aproximación ecocrítica. La loca de
Gandoca
, 1991, de Anacristina Rossi (Costa Rica); Distancia de rescate,
2014, de Samanta Schweblin (Argentina); y Poso Wells, 2007, de Gabriela
Alemán (Ecuador), constituyen el corpus seleccionado para pensar las
problemáticas planteadas.

Palabras clave: Literatura latinoamericana, novela contemporánea, escritura
de mujeres, ecocrítica, violencia, maternidad, feminicidio, Anacristina Rossi,
Samanta Schweblin, Gabriela Alemán.

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Revista Pucara, N.º 28 (159-179), 2017

Sumary

This essay aims to present a reading around three contemporary novels written
by women in Latin America, from a perspective that invites us to rethink the
relationship with nature, on the horizon of affection and a political strategy
that matches well with what Arturo Escobar calls “the defense of place.”
The work seeks to articulate the mechanisms of environmental destruction
and the impact of toxic discourse on the stage of a reflection anchored in
violence, motherhood and femicide, in dialogue with gender studies and an
ecocritical approach. La loca de Gandoca, 1991, by Anacristina Rossi (Costa
Rica); Distancia de rescate, 2014, by Samanta Schweblin (Argentina); and
Poso Wells, 2007, by Gabriela Alemán (Ecuador) are the corpus selected to
think about the issues raised.

Key words: Latin American literature, contemporary novel, women’s
writing, ecocriticism, violence, maternity, femicide, Anacristina Rossi,
Samanta Schweblin, Gabriela Alemán.

***

Introducción

La actual crisis ecológica y el daño ambiental restablece la pregunta por la
Naturaleza, y problematiza el modo como –en nombre de la civilización,
el progreso, el crecimiento continuo– la humanidad ha capitalizado el
entorno natural a costa de su destrucción, desde una visión instrumentalista
de explotación: la naturaleza extrahumana como objeto científico/de
dominación y como fuente de recursos naturales. Ramón Fernández Durán
denomina “antropoceno” a la época actual, marcada por la crisis ecológica
como consecuencia del despliegue del sistema urbano-agro-industrial a
escala global: un sistema que ha actuado como una auténtica fuerza geológica
con fuertes implicaciones ambientales. Desde esta perspectiva, estamos

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viviendo/padeciendo una nueva era histórica, afectada por la incidencia de
la “especie humana”. Al menos, por una parte de ella, condicionada por la
lógica del capitalismo global.1 Aunque se trata de un fenómeno de impacto
mundial, el daño se recrudece en territorios periféricos y pauperizados.
Territorios convertidos en sumideros de residuos, usualmente habitados
por comunidades –marcadas por la exclusión étnica, cultural y social–
expulsadas o expropiadas de sus tierras, condenadas a ocupar espacios
contaminados, víctimas de disputas territoriales en nombre de la privatización
y la explotación de los recursos naturales, la acumulación del capital, la
inversión extranjera. Me interesa articular los mecanismos de destrucción
medioambiental y el impacto del discurso tóxico, en el escenario de una
reflexión anclada en la violencia, la maternidad y el feminicidio, en diálogo
con los estudios de género y una aproximación ecocrítica. El corpus narrativo
permite abordar las problemáticas señaladas desde tres ámbitos regionales:
Centroamérica, el Río de la Plata, los Andes: La loca de Gandoca, 1991,2
de Anacristina Rossi (Costa Rica); Distancia de rescate, 2014,3 de Samanta
Schweblin (Argentina); y Poso Wells, 2007,4 de Gabriela Alemán (Ecuador).

1. “…el actual capitalismo global, fuertemente estratificado y con muy
diferentes responsabilidades e impactos de sus distintas sociedades e individuos, que
ha logrado alterar por primera vez en la Historia el sistema ecológico y geomorfológico
global. No solo el funcionamiento del clima de la Tierra, o la composición y características
de sus ríos, mares y océanos, así como la magnitud, diversidad y complejidad de la
biodiversidad planetaria, sino hasta el propio paisaje y territorio, convirtiéndose el
sistema urbano-agro-industrial ya en la principal fuerza geomorfológica. Una tremenda
fuerza de carácter antropogénico, activada y amplificada por un sistema que se basa
en el crecimiento y acumulación (dineraria) sin fin” (4). Ramón Fernández Durán, El
antropoceno: la crisis ecológica se hace mundial. La expansión del capitalismo global
choca con la biosfera
. Recuperado de: < http://www.ecologistasenaccion.org/IMG/pdf/
el_antropoceno.pdf>. Consultado 2016/05/23.

2. Rossi, Anacristina (1993). La loca de Gandoca. San José de Costa Rica:
EDUCA. Todas las citas están referidas a esta esta edición.

3. Schweblin, Samanta (2014). Distancia de rescate. Buenos Aires: Random
House Mondadori. Todas las citas están referidas a esta esta edición.

4. Alemán, Gabriela (2014). Poso Wells. Quito/Asunción: Euterpe. Todas las
citas están referidas a esta esta edición.

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Profanación

Las más finas cualidades de nuestra naturaleza, como la frescura de las
frutas, solo pueden ser conservadas si las tratamos con la mayor delicadeza.

David H. Thoreau, Walden

A inicios de los años noventa, algunos planes de desarrollo turístico
amenazaron la supervivencia del Refugio Nacional de Vida Silvestre
Gandoca-Manzanillo, localizado en la provincia de Limón, litoral caribeño
de Costa Rica.5 Importa destacar la ubicación, porque se trata de un sitio
que presenta la más alta biodiversidad en las tierras bajas del Atlántico.
En dicha coyuntura, la escritora costarricense Anacristina Rossi accede a
documentos que evidencian la concesión ilegal de una zona del Refugio, por
parte del entonces Ministro de Recursos Naturales, a una empresa italiana
(una concesión sin estudios de impacto medioambiental, para un plan
urbanístico presentado como desarrollo turístico). Después de la denuncia
pública, y ante la amenaza de muerte, Rossi optó por interponer un Recurso
de Amparo, mecanismo judicial al que todo costarricense tiene derecho
cuando otras alternativas legales se ven agotadas. Frente a la imposibilidad
de encontrar un mecanismo de defensa del lugar en el marco de la legalidad
y el aparato estatal, Anacristina Rossi recurre a la escritura como estrategia
de lucha ecologista y recurso de resistencia para preservar el lugar y frenar
el desarrollo turístico en la zona. La publicación de la novela La loca de
Gandoca
(1991) provocó una polémica a nivel nacional, que incidió en
decisiones que afectaron el curso de las actividades desarrollistas en el

5. El Refugio de Gandoca es parte de la Reserva de la Bioesfera, declarada
por la Unesco Patrimonio de la Humanidad: “ha sido el corredor biológico para la
transmigración de especies entre Norteamérica y Suramérica. [Sus bosques] mantienen
una riqueza de germoplasma de la más promisorias, para el mejoramiento genético de
los cultivos tradicionales, para investigaciones fitoquímicas, en el campo de la salud,
plaguicidas naturales, etc. Es una reserva de la fuente de materia prima con la cual
nuestros antepasados llenaban sus necesidades” (Rossi, 1993, 58-59).

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Refugio.6 Este impacto, que trasciende el éxito editorial por su resonancia
política,7 dota a la novela de una riqueza particular: desencadena una lectura
que interroga el lugar de la literatura, la escritura femenina, la hibridez
textual.8

La novela desmonta los mecanismos de destrucción medioambiental, como
resultado de la implementación de proyectos de “ecoturismo” en complicidad
con instancias de corrupción estatal. La loca de Gandoca entreteje dos
historias paralelas: la lucha que lidera la protagonista, Daniela Zermat/alter
ego de Anacristina Rossi, va de la mano con el relato de una historia de amor.
La novela narra la disputa de Daniela por preservar el Refugio de Gandoca,
frente a decisiones de funcionarios gubernamentales e inversionistas
extranjeros que privilegian una política desarrollista en beneficio del capital,
la propiedad privada, la especulación inmobiliaria, a costa de la destrucción
ambiental. En el presente narrativo, Gandoca entra en la escritura desde una
memoria afectiva: una memoria anclada en el Refugio, que evoca imágenes
de una vida familiar entrelazada con la materialidad silvestre en peligro:

6. Andrew M. Ray, “Luchando contra el fin del mundo: resistencia, decolonialidad
e interculturalidad en La loca de Gandoca”, en Nomenclatura, Aproximaciones a los
estudios hispánicos
, Primavera 2013. Recuperado de:< http://uknowledge.uky.edu/cgi/
viewcontent.cgi?article=1014&context=naeh>. Consultado 2015/10/25.

7. La novela lleva 25 ediciones y más de cien mil ejemplares vendidos. En
proceso de traducción al inglés y al francés. Fue lectura obligatoria en los colegios entre
1994 y 2011. Existe una adaptación teatral de Luis Carlos Vásquez y Euclides Hernández.

8. A raíz de la publicación de la novela y la lucha de varios grupos ambientalistas,
el Ministerio de Ambiente, Energía y Telecomunicaciones, con la intervención de la
Contraloría General de la República, quitó los permisos de construcción que habían
sido otorgados arbitrariamente por otros funcionarios. Los hoteles, del empresario
Jan Kalina, fueron demolidos, tras determinarse que dichas construcciones invadían
parte de la zona marítimo-terrestre en el refugio de Gandoca-Manzanillo. Según varias
declaraciones de la autora, la lucha por la protección ambiental en la Reserva continúa,
en el esfuerzo por detener proyectos que buscan impedir la protección del Refugio. El
territorio está calificado como Patrimonio Natural del Estado. Sin embargo, durante las
últimas décadas, el Refugio sufrió graves daños ambientales que provocaron la pérdida
de especies animales y vegetales, destrucción de humedales y construcciones ilegales,
como resultado de la ambición comercial desarrollista.

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Recuerdo ese verano como el punto más alto y perfecto de
todos nuestros años de vida en común. Habían florecido los sangríos
y el suelo estaba lleno de flores amarillas. También habían florecido
las ipomeas y una alfombra apretada y multicolor cubría la arena.
Las orquídeas se abrían en los cocoteros y detrás de la playa, antes
del yolillal, la blanca multitud de los lirios salvajes perfumaba el
silencio marino. Unos negros pasaban con sus mulas dejando huellas
redondas en las que los niños metieron los pies. Luego topamos con
una comitiva de indios de los que no hablan castellano. Pensé que
durante siglos, indios y negros habían mantenido intacto ese litoral. Y
en ese instante tuve la horrenda certeza de que vos y yo, Carlos, los
diecisiete hermanos de Wallis y Wallis –cuyos padres habían nacido y
vivido y amado en esa costa y bautizado en mecaitelia sus maravillas–
estábamos exactamente al comienzo de su profanación (31).

La estrategia discursiva de la novela se potencia cuando la palabra invade esa
zona oscura de leyes y decretos que regulan y desregulan la privatización de
la tierra y el control de la vida orgánica en su infinita variación. La palabra de
Anacristina Rossi se instala allí donde la tautología de la propiedad privada
manda:

• Es que es un Refugio con propiedad privada.
• Ya sé, pero los propietarios saben desde hace años que allí la propiedad

privada tiene ciertas limitaciones para proteger la vida silvestre.
• No. La propiedad privada es la propiedad privada. No se puede limitar.
• ¡Pero se puede regular! Vea un ejemplo: suponga que yo tengo un lote

en un barrio residencial y decido construir en él una central atómica.
Obviamente no me dejarán.

• Pues a lo mejor la tienen que dejar. La propiedad privada manda (15).

El entorno de Gandoca es, en principio, el soporte espacial de una memoria
afectiva: es el lugar en donde Daniela y su esposo José Manuel fueron
felices, levantaron casa y fundaron familia: “Y sellamos nuestra unión en
ese mar, el sitio más hermoso sobre la tierra” (13), afirma la narradora desde
el recuerdo. La carga afectiva que potencia la memoria narrativa sensibiliza

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la escritura frente al entorno natural: el conocimiento acumulado por Daniela
acerca de esa naturaleza está anclado en los afectos y el juego: el lazo que
junta los cuerpos es el mismo que los afirma en Gandoca. Es ese mismo
conocimiento al que recurrirá Daniela en defensa del lugar, puesto que “de
un tiempo para acá amanecen árboles talados, se levantan hoteles y cabinas
sin ton ni son y echan aguas cloacales y basura en las playas y ríos” (14). En
el presente narrativo, José Manuel ha muerto en un accidente, víctima de un
largo proceso de intoxicación alcohólica. La intoxicación del cuerpo amado
es percibida y relatada como un indicio más de la destrucción que afecta a
todos, como metáfora de pérdida y deterioro.

La novela describe el deambular de la protagonista entre oficinas y
Ministerios, en su esfuerzo por salvaguardar el Santuario de Gandoca. En
el curso de su trayectoria, se estrella una y otra vez con un cuerpo legal
de carácter arbitrario, que articula la sola lógica del capital en la ejecución
de proyectos de urbanización e intereses empresariales: comprar, talar,
drenar, fumigar, construir, cementar, exponen la sintaxis de un razonamiento
de intervención espacial que modifica y destruye el entorno natural, sin
precautelar el ejercicio de acciones reguladoras o de control ambiental.
La playa de Gandoca es referida constantemente por Daniela como lugar
perfecto: “El Refugio Gandoca era un sitio perfecto, nuestro sitio sagrado”
(26). En términos culturales, la idea de “paisaje perfecto” deja entrever
imaginarios de paraíso, lugar sagrado, mundo cerrado, bienaventuranza,
“lugar interior”. La novela puede bien ser leída como el relato de una caída: la
pérdida del paraíso, la expulsión del Edén, la caída al infierno. En el proceso
de esa caída, la narradora registra los indicios de una suma de acciones que
revelan prácticas de profanación y destrucción:

El mar de Refugio de Gandoca es una cosa distinta. […]
Yo lo conozco bien y sé que no es un mar sino un lugar interior, un
temperamento, una importante etapa en el conocimiento de sí. Sentarse
en las playas del Refugio de Gandoca es trascenderlo todo, incluso su
propia arbitraria belleza, sus flores y sus algas, eternas, perfumadas,
putrescibles (25).

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Nombres sonoros y evocadores de tortugas verdes
–Tortuguero–, árboles que sangran por ciclos como las mujeres
–Cahuita–, transparentes brazos de mar –Manuel Antonio– o tesoros
coloniales –La Isla del Coco– eran pura destrucción: miles de
toneladas de basura, de plaguicidas, tala inmisericorde, concesiones
ilegales a compañías extranjeras y cientos de mega proyectos turísticos
devastadores como el del hotelero masivo Serafín Cataló que había
destruido un manglar, el hermoso río Pánica, una montaña, dos
cementerios indígenas y estaba apropiándose de una bahía entera. Y
según las autoridades no había manera de regular estas inversiones
pues si el capital extranjero se regula, se va (137).

La narración reviste un tono coloquial al momento de traducir los
innumerables diálogos de Daniela, en su esfuerzo por desmontar un marasmo
de papeles que ahoga toda posibilidad de salvaguardar la vida silvestre
amenazada. Asimismo, al ser la protagonista quien escribe el relato como
último recurso en su lucha por la defensa del lugar, su palabra configura
una suerte de poética del espacio, puesto que brinda imágenes descriptivas y
sensoriales acerca de Gandoca como espacio plenamente habitado y acogido:
la perspectiva narrativa amplifica olores, texturas, sonidos, de una naturaleza
animal y vegetal que conforma la vida silvestre defendida. Esa descripción
está cargada de apego y un sentido de enraizamiento vital, que sensibiliza
el horizonte espacial de la escritura. Memoria, afecto y conocimiento,
convergen en el proyecto novelístico de Anacristina Rosi. Es un dispositivo
afectivo el detonante de una estrategia en defensa del lugar.9

9. En carta personal, Anacristina me relata que a inicios de los noventa todavía
se preservaba una selva espesa detrás de la pleamar, en la costa del Caribe sur. En
ese espacio, Anacristina había levantado su casa. Transcribo sus palabras, justamente
porque revelan el rico entramado autobiográfico, afectivo y de conocimiento local en
el que ancla su escritura: “En esa época no había empezado el desarrollo turístico. Los
doscientos metros que están detrás de la pleamar eran selva espesa, pues toda la costa del
Caribe sur había sido sembrada de cacaotales por los afrodescendientes y ellos dejaron
entre doscientos y cuatrocientos metros de la pleamar hacia atrás en la selva virgen, para
que la brisa marina no destruyera la flor del cacao. Esos cacaotales fueron abandonados
en los años setenta, así que todo había vuelto a ser selva, cuatrocientos metros junto al

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El conocimiento al que apela Anacristina Rossi es uno de carácter local y
referido a su experiencia del habitar cotidiano. Se trata de un conocimiento
que satura la escritura y define a la protagonista de la novela en su permanente
ejercicio de interpelación: el desplazamiento que repite Daniela de oficina en
oficina sutura los descosidos jurídicos, coloca sentido allí en donde la ley
ausente, a pesar de sus trampas y remiendos, hace evidente la vulnerabilidad
de la vida y los intereses económicos en juego. Es el cuerpo de la protagonista
en movimiento el que resignifica el escenario biopolítico, reformula los
referentes de la vida en su inscripción real y a la vez intangible: “¿Qué es
vida silvestre? ¿La arena dorada y las plantas fósiles son vida silvestre? ¿Es
vida silvestre el mareante olor de los lirios salvajes? ¿El silencio de las cinco,
previo al concierto de pájaros, también? ¿Y el silencio nocturno?” (16). Lo
que está en juego es la construcción de una subjetividad femenina en su
relación con la exterioridad social, animal, vegetal: el ejercicio de cuidado y
protección, propio del saber materno, es asumido en relación a una vida que
trasciende la filiación biológica, en sentido propio e individual.

El antropólogo colombiano Arturo Escobar,10 en el marco de una reflexión
en torno a medio ambiente y desarrollo, propone que una defensa del espacio
debe incorporar el conocimiento local acumulado, prácticas económicas
basadas en el lugar y modelos culturales de la naturaleza. En esta perspectiva,
la relación entre lugar y cultura resulta relevante al momento de pensar

mar selva virgen y atrás bosque secundario. Entre esos trescientos metros de selva virgen
y el bosque secundario estaba mi casita. […] En eso salió de la selva de enfrente un
oso caballo […]. Me apuntó con el hocico por un tiempo que a mí me pareció infinito
[…]. Y entonces yo supe lo que tenía que hacer. Tenía que quedarme y luchar por los
osos caballos, que estaban extinguiéndose. Yo le fallé al oso caballo. A pesar de todas
mis luchas ese animal se extinguió en esa parte de Costa Rica. Desde el punto de vista
de la petición que el animal –o el universo a través de él– me hiciera, fallé. La loca
de Gandoca
fue un fracaso estruendoso pues no logré salvar a los osos caballos de
su extinción […]. Lo que sí hizo la novela fue poner sobre la mesa de las discusiones
públicas el tema ambiental y de la corrupción…. (30 de julio 2015).

10. Escobar, Arturo, “El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar:
¿globalización o posdesarrollo?”, en Lander, E. (compilador). (1993). La colonialidad
del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas
. Buenos
Aires: CLACSO.

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políticas de protección e intervención. Políticas que cruzan vínculos de
identidad y lugar. Es justamente en esa intersección desde donde escribe
Rossi: su lugar de enunciación ancla en la experiencia, el conocimiento
personal acumulado y el apego al lugar habitado. En el proceso de su defensa,
la protagonista apela a una serie de acciones y relatos que se inscriben en lo
que Escobar denomina “conocimiento local”: el entretejido afectivo con su
gente, el mapa mental de la playa y sus bosques, es el insumo de una novela
que desdibuja la frontera entre ficción, autobiografía, testimonio, crónica.

En esta perspectiva, el conocimiento local y la carga afectiva depositada
en la escritura rompen la dicotomía naturaleza/sociedad, en la disposición
a reconocer el entorno biofísico y el humano no como dominios distintos y
separados. Los “modelos locales” que observa Daniela tienen que ver con el
uso que las comunidades indias y negras, pesqueras y autárquicas, han hecho
del espacio en una convivencia pacífica con la vida silvestre. (“Pensé que
durante siglos, indios y negros habían mantenido intacto ese litoral”, 31). En el
transcurrir de la trama anecdótica, inversionistas y políticos aúnan esfuerzos
para sembrar la desunión y romper la frágil alianza entre la protagonista, líderes
comunales, afrocaribeños e indígenas bri bri. Difícil sobrevivir a tramposas
maniobras de despojo, presiones políticas, enfrentamientos, atomización
comunitaria, promesas de urbanización, empleo y enmascaramiento de
desarrollo sostenible. Tal como observa Fernández Durán, las resistencias
campesinas e indígenas se han intensificado en muchos de los territorios
periféricos mundiales, pero asimismo se han visto frenados como resultado
del “monólogo metropolitano”: “profundamente autista y altamente
destructivo de sus entornos inmediatos y del mundo entero” (12). Frente a
una situación de desamparo absoluto, Daniela/Rossi asume la palabra como
herramienta de registro, documentación y lucha: “Verlo bien y contarlo, para
que conste que una vez existió el paraíso. Me despidieron del Ministerio y me
enajenaron la comunidad, los intereses comerciales parecen triunfar sobre la
salud, la belleza, la vida. Ahora solamente ‘me queda la palabra’” (105). La
loca de Gandoca
se construye desde esa pérdida, allí donde se instala un
Yo que modula los límites de su expansión discursiva, en función de una
lucha política. En suma, de un Yo que busca insertarse desde la escritura en
la dinámica social, partir de lo íntimo y privado para invadir y trastornar

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el ámbito público, incidir en la esfera política, contaminar su propia huella
discursiva con los residuos que evidencian la problemática testimoniada.
La escritura se inscribe como evidencia, como prueba, como mecanismo
judicial de intervención y defensa. Se trata de una estrategia que explora
modalidades del yo femenino, en el esfuerzo por alcanzar mecanismos
de inserción social frente a un cerco legal que invalida su palabra bajo el
calificativo de locura e insanidad mental –viejo y probado recurso de toda
sociedad patriarcal–.

La novela de Rossi rompe todo protocolo de diferencia genérica: participa del
testimonio, la crónica, la autobiografía, la ficción literaria. La voz narrativa
asume Gandoca como lugar vivido y de enraizamiento, de allí que el lugar
deviene referente y escenario, pero también proyecto político, sujeto de
derecho, defensa y reapropiación, motivo central de una escritura marcada
por la hiperconciencia narrativa. La novela se cierra con la escena en que
Daniela toma la decisión de escribir el texto que leemos. Así, se inserta en
la tradición narrativa de mujeres que escriben sobre mujeres que escriben:
una línea de reflexión que interroga el lugar de la escritura femenina, las
estrategias de una subjetividad que busca erosionar el territorio de su propia
inscripción histórica. La novela puede ser leída como el relato de un proceso
(en el sentido kafkiano), una génesis al revés que replica la aventura de
conquista y colonización. Una aventura sedimentada en la memoria de varios
siglos, que hiere, estría y punza la tierra. Esa tierra que deviene basural,
contaminación, objeto de dominación, disputa y profanación: “Después
de comprar [los inversionistas] drenaban porque odiaban los pantanos.
Esparcían agroquímicos porque odiaban todo bicho, todo cangrejo. Cortaban
la selva porque lo que deseaban era hacer jardines. Talaban los árboles a la
vera de los ríos para construir tarimas y no ensuciarse los pies” (36). La
riqueza toponímica invade el texto, un amplio abanico de nombres propios
detallan el archivo de una geografía habitada. La escritura de Rossi incorpora
los fragmentos disgregados de una memoria llamada a consolidar el archivo
de Gandoca. En la matriz de ese archivo se aloja la novela: allí coinciden
la autoridad toponímica, la herida testimonial, la subjetividad femenina,
la invención lúdica, la estrategia política de activismo ecológico desde la
literatura.

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Como gusanos en el cuerpo

Distancia de rescate (2014), de la argentina Samanta Schweblin, sitúa el
problema de la toxicidad en el mundo contemporáneo, como horizonte
de una reflexión que toca la dimensión bio-política del ejercicio materno.
Se trata de un diálogo a dos voces, entre Amanda y David, la voz de un
niño que empuja a su interlocutora adulta a recordar y narrar una serie de
acontecimientos que anteceden la experiencia del presente narrativo. Una
experiencia, la del paso a la muerte, que devuelve con insistencia la mirada
al lugar en el que se sostiene la relación madre/hija(o). Si proteger, cuidar,
amar, son funciones claves del orden materno, el diálogo novelado busca
descubrir el “punto exacto” en donde el hilo invisible que une a la madre con
su hija se tensa y amenaza con romperse. Un punto de ruptura que estalla no
por descuido materno, sino porque estar en el mundo, su sola habitabilidad,
se vuelve una experiencia peligrosa. En el curso del devenir cotidiano, un
punto/situación cualquiera puede poner en riesgo la “distancia de rescate”,
propia del saber materno: “así llamo, explica Amanda, a esa distancia variable
que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque
siempre arriesgo más de lo que debería” (22). El espacio habitado deviene
inseguro y riesgoso, aún en la cercanía materna de la cotidianidad doméstica.
El peligro penetra allí en donde la imaginación espacial todavía preserva
valores de pureza y protección: la naturaleza, el entorno rural de un pequeño
pueblo, el lugar de vacaciones, lejos del cemento urbano y la contaminación
ciudadana. La toxicidad parece esparcirse y penetrar como gusanos, en
todas partes
, y también en el cuerpo. En este escenario de vulnerabilidad
extrema, el saber acerca de la distancia de rescate, transmitido de generación
en generación, de madre a hija –“Mi abuela se lo hizo saber a mi madre, toda
su infancia, mi madre me lo hizo saber a mí, toda mi infancia, a mí me toca
ocuparme de Nina” (89)−, pierde sustento y valor referencial. A ese saber,
en palabras de David, “se le escapa lo más importante”: la posibilidad de
identificar, en cualquier momento, el punto letal del que parece imposible
escapar.

La novela relata el encuentro de Amanda y su pequeña Nina con Carla y
su hijo David, durante las vacaciones de verano, en una granja fuera de la

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ciudad. El relato es empujado por las preguntas que formula David, frente
a las cuales Amanda recuerda y narra en un estado de situación vital límite.
El fluir del relato responde al imperativo dictado por David: reconocer el
punto exacto en el que acontece un suceso accidental que interrumpe el
curso de la vida, que paraliza la potencia corporal (el punto exacto en el
que los gusanos tocan el cuerpo por primera vez). Se trata de un suceso
apenas perceptible en el torbellino del acontecer cotidiano, pero de impacto
mortal para el entorno biofísico y humano: un episodio minúsculo que tensa,
hasta romper, el hilo invisible que une el cuerpo a cuerpo de madre e hija.
El tóxico accidentalmente regado en el campo de soja ha tocado, de manera
azarosa y casi imperceptible, los cuerpos de Amanda y la pequeña Nina.
La invisibilidad del peligro hace eco de lo que Ulrich Beck definió como
la “sociedad de riesgo”: “Muchos de los nuevos riesgos (contaminaciones
nucleares o químicas, sustancias nocivas en los alimentos, enfermedades
civilizatorias) se sustraen por completo a la percepción humana inmediata”
(1998, 33). En el mundo contemporáneo, los peligros no siempre son visibles
ni perceptibles. La realidad que desactiva el funcionamiento de la distancia
de rescate, que pone en peligro su justa medición coincide con esa suerte de
segunda realidad a la que alude Beck: una que contiene sustancias peligrosas
no perceptibles, que supone una pérdida de la soberanía cognitiva, puesto
que los afectados desconocen los patrones de valoración con respecto a la
propia situación de riesgo: En el pueblo “No todos sufrieron intoxicaciones.
Algunos ya nacieron envenenados, por algo que sus madres aspiraron en el
aire, por algo que comieron o tocaron” (Schweblin, 104). El lector conoce,
en el curso de los diálogos de ambas madres, que David, aún más pequeño,
casi muere también intoxicado: acuclillarse en el riachuelo, meter las manos
en el agua, chuparse los dedos, son acciones cotidianas que sin embargo
encadenan una metonímica del peligro.

Fragmentos de un diálogo anterior entre Amanda y Carla conducen la
escritura hacia un escenario que instala la mirada en la comunidad: animales
que mueren intoxicados, nacimiento de niños y animales deformes,
abortos espontáneos. Son escenas de un mundo con marcas de fatalidad,
que alertan casi hasta la locura la sensibilidad materna. La novela linda con
una atmósfera de extrañamiento y pesadilla, porque el desesperado deseo

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por salvar la vida del hijo conduce a los personajes a una serie de acciones
radicalmente divorciadas de toda lógica racional: lo anómalo, la cercanía
e invisibilidad del peligro, moviliza mecanismos mágicos para resistir y
gestionar la vida. La vida se vuelve frágil al menor descuido: los cuerpos
tocan la tierra, el agua o el aire que bien pueden estar envenenados: “Con
qué fue que se intoxicó”, pregunta Amanda a Carla a propósito del accidente
ocurrido a David, “Eso pasa, Amanda, estamos en un campo rodeado de
sembrados. Cada dos por tres alguno cae, y si se salva igual queda raro. Los
ves por la calle, cuando aprendés a reconocerlos te sorprende la cantidad que
hay” (Schweblin, 70). La escritura trabaja la experiencia del dolor y el miedo
frente a una realidad familiar e incomprensible, que pone en riesgo la vida.

Amanda relata desde una sala de emergencia, en estado de agonía, de
dolor intenso y sin poder moverse. Los síntomas del veneno en el cuerpo
(fiebre, dolor, mareo, picor) se confunden con el despeñadero de palabras
que encadenan un discurso en delirio. El relato se entrecorta y avanza con
dificultad, envuelto él mismo por los efluvios del veneno en la sangre. David
interroga, y provoca de manera continua el relato de una madre que sabe va a
morir: un relato en la agonía, que pregunta por la hija intoxicada también de
manera accidental. El miedo y la angustia que moviliza la palabra situada al
filo de la muerte se debe, justamente, a la imposibilidad de rescatar a la hija:
el hilo que sostiene y hace posible medir la distancia de rescate se rompe, e
impide la continuidad de la palabra. La palabra de Amanda sobrevive lo que
dura en cortarse el hilo: la tensión de ese hilo, que sostiene ambos cuerpos
(madre-hija) en cercanía simbólica, garantiza la posibilidad misma del
relato: de un resto de lucidez en la conciencia narrativa. La novela concluye
cuando el hilo se desprende.

El logro de la escritora es trabajar con una palabra que porta los efectos del
veneno en el cuerpo: la palabra que emite un cuerpo envenenado, afiebrado,
desorientado, un cuerpo materno que habla desde la agonía. Descoloca
al lector la ubicuidad de la palabra de David, pues resulta difícil precisar
desde dónde habla y quién realmente habla bajo su nombre. Una extraña
práctica de transmigración ejercida sobre el cuerpo del pequeño David
en el momento del accidente para salvarlo, parece haber divorciado el

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Escritura de mujeres: daño ambiental, orden materno, cartografías de la violencia

cuerpo de su alma. La escritora juega con esta ambigüedad que perturba
la escritura y la percepción lectora. La enrarecida corporeidad de David
afecta la escritura, interrumpe y desorienta el diálogo de ambos personajes
de modo inquietante. Esa indefinida corporeidad desdibuja aún más el frágil
lazo entre vida y muerte, como si el cuerpo sobrevivido de David no fuera
sino un resto de vida apenas reconocible. Porque lo que está en riesgo es la
gestión de la vida, la posibilidad de su pervivencia, el anudamiento materno
–a nivel simbólico y orgánico– con el hijo. La palabra que trabaja la novela
se construye justamente en el umbral entre la vida y la muerte.

Escritura cortante y cortada, tomada por la fiebre. La misma palabra que
construye el relato a la vez lo corta, lo interrumpe, lo fragmenta, lo repite.
Una palabra cargada de miedo no a la muerte, sino a la vida. A la vida
vulnerable. La vida en su dimensión más cotidiana, más doméstica, más
tranquila, provoca espanto. La materialidad de la relación con el cuerpo
materno se ancla en un espacio que deviene inhabitable, justamente como
resultado de una toxicidad que lo estría y se derrama en la escritura. Samanta
Schweblin maneja con acierto la palabra en agonía, la palabra de la madre
en dolor cuando el hilo que sostiene el cuerpo a cuerpo con su hija se rompe.
El diálogo que organiza la novela pone el acento en la función fática del
lenguaje: “seguí, no te olvides de los detalles”, “¿qué más, por qué te quedas
en silencio?”, “El punto exacto está en un detalle, hay que ser observador”.
El deseo de David en la conducción de la conciencia narrativa es suscitar
la palabra de Amanda, para entender el presente, aun al filo de la muerte:
“¿Por qué sigue entonces el relato? Porque todavía no estás dándote cuenta.
Todavía tenés que entender
(Schweblin, 92, cursivas en el original). ¿Por
qué entonces el relato?, parece preguntarse la autora. Entender el origen de
la fatalidad irreversible en el presente, del mal bajo la metáfora de gusanos
en el cuerpo, es una respuesta posible. Las preguntas que hilvanan el diálogo
instalan la escritura en una dimensión meta-narrativa. Cómo se narra el
peligro invisible (esa “pequeña desgracia”) que tensa hasta vaciar de sentido
la distancia de rescate, cuidada y preservada por la memoria colectiva
materna, es la interrogación que parece provocar el texto novelado.

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Cartografías

Poso Wells (2007), de la ecuatoriana Gabriela Alemán, es, en primera
instancia, una novela acerca de los laberintos y las criaturas de la noche que
pueblan los mundos suburbanos. Efectivamente, Cooperativa Poso Wells no
aparece en ningún mapa: “está en el hueco más apestoso y olvidado de los
límites del mundo que existe de este lado del Pacífico central” (13). Son
kilómetros de viviendas de palo, construidas sobre aguas servidas y barro
podrido, en una tierra fangosa del puerto de Guayaquil. Desde la perspectiva
de la voz narrativa y la percepción de sus habitantes, Cooperativa Poso Wells
parece reproducir la forma exacta del infierno. La novela se abre con la
narración de un suceso que linda con lo tremendista: once políticos mueren
electrocutados en un mitin de campaña presidencial, y el único sucesor al
candidato que ganó en la primera vuelta electoral (y murió electrocutado en
el accidente) ha desaparecido en medio de la multitud. La indagación de este
hecho, así como el de la desaparición de numerosas mujeres en Cooperativa
Poso Wells, son en principio el horizonte de un relato que parodia el patrón
propio de la crónica roja y el thriller. La perspectiva narrativa, impregnada
de humor negro, focaliza la voz de Gonzalo Varas, periodista que, en función
de detective, asume la tarea de resolver el enigma de los crímenes cometidos,
según la estructura propia del clásico policial. Tras las pistas para un reportaje
sobre las desapariciones, Varas se desplaza al interior de ese inmenso barrio
que porta todas las marcas propias de la marginalidad urbana: violencia,
ilegalidad y pobreza.

En el presente narrativo, Varas descubre que un grupo de ancianos ciegos
están relacionados con el secuestro del político y la desaparición de las
mujeres.11 En la conjugación de estos elementos, la novela posibilita una
reflexión que entrecruza violencia, territorialidad y feminicidio. Una red de
túneles, administrada por los ciegos, atraviesa el barrio y encierra los cuerpos

11. En el cruce de ambos ejes anecdóticos –el secuestro del político y la
desaparición de las mujeres–, la novela se abre a la representación del universo elegido
al interior de un explícito diálogo intertextual: la escritura ofrece una serie de claves que
remiten al texto de H. G. Wells, El país de los ciegos.

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Escritura de mujeres: daño ambiental, orden materno, cartografías de la violencia

desnudos de innumerables mujeres prisioneras. La secreta complicidad
entre el orden policial y la mafia criminal hace de Cooperativa Poso Wells
el paradigma de un lugar violento, precisamente como resultado de una
operación de estriaje, que localiza rostros y cuerpos en términos de votos
electorales y redes delincuenciales. Redes que son funcionales a los intereses
de grandes empresarios y corporaciones internacionales, que persiguen la
acumulación de capital y la concesión de tierras para la explotación ilimitada.
En la tercera parte, “El bosque nublado”, el universo ficcionalizado se anuda
alrededor de nuevos escenarios, que colocan la novela en la intersección
de particulares ejes de reflexión: globalización y conciencia ecológica son
instancias que definen el horizonte del acontecer narrativo. Los episodios
que encadenan la trama anecdótica ponen en escena oscuros pactos de
corrupción, cuyo eje de interés se ancla en la concesión de tierras para la
explotación ilimitada a cielo abierto. La voz narrativa devela sucesos que
dejan al descubierto una dimensión grotesca y monstruosa de la realidad:
los túneles secretos –descubiertos por el periodista, y en el que permanecían
ocultas decenas de mujeres sistemáticamente violadas por la secta de ciegos–
conectan con la misma red de intereses que tiene como blanco la invasión
de reservas comunitarias y la explotación de la tierra en busca de cobre. Se
trata de un mismo círculo de violencia que vulnera las zonas más frágiles
del cuerpo social: mujeres (desaparecidas) y, en otro escenario, campesinos
comuneros movilizados en “defensa del lugar”. No es difícil para el lector
asociar el lodo que cubre la piel desnuda de las mujeres prisioneras bajo tierra
con aquella disputada e invadida para la extracción minera. Como observa
la antropóloga argentina Rita Laura Segato, la violación de los cuerpos
femeninos y la conquista territorial han ido y van de la mano, a lo largo de las
épocas y civilizaciones más variadas (2008). La novela de Gabriela Alemán
invita a pensar los múltiples vínculos entre lugar y poder, territorialidad,
“hermandad mafiosa” y feminicidio, en el marco de una crítica al modelo
capitalista de progreso y desarrollo.

Poso Wells revela que el grosero rostro de la violencia urbana no es sino la
trama más visible de una violencia asentada en las redes de múltiples mafias
y corporaciones financieras, en competencia por los dominios territoriales.
Vale tener en cuenta las observaciones de la antropóloga Segato acerca

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de las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres: la violencia
corporativa, advierte Segato, se expresa de forma calculada y truculenta en
el cuerpo de las mujeres, dicha actividad denota expresamente el espíritu
de cuerpo de quienes la perpetran –se escribe en el cuerpo de las mujeres
victimizadas por la conflictividad informal, al hacer de sus cuerpos el bastidor
en el que la violencia se manifiesta, con el objetivo de alcanzar control
territorial (Las nuevas formas de la guerra). El discurso desquiciado de la
secta de ciegos amplifica y hace eco de un discurso político, cuya plataforma
demagógica enmascara los usos de una conciencia cínica: “Para remover
la tierra necesaria en busca de cobre habría que mover sesenta toneladas de
suelo al día. Adiós árboles, orquídeas y pajaritos: adiós bosque nublado. Bon
voyage
pues, mirándolo por el lado positivo, él haría millones al igual que
los canadienses” (Alemán, 117). Observa Peter Sloterdijk que el malestar
de la cultura se manifiesta, en el mundo contemporáneo, como un “cinismo
universal y difuso” (2007, 40). Para el filósofo alemán, el cinismo moderno
se relaciona con un “realismo perverso” y una abierta inmoralidad, pues el
cínico sabe lo que hace (sabe que está mal), pero “de lo contrario, otros lo
harían en su lugar” (40). La razón cínica apunta necesariamente a la defensa
del orden de lo existente; sobre todo, en sociedades –de carácter capitalista
y patriarcal– en donde cada vez resulta más difícil distinguir entre producir
y destruir.

Si Poso Wells evidencia mecanismos de control en relación a los cuerpos, las
cosas, el entorno urbano y ambiental, la perspectiva narrativa, centrada en las
acciones de Gonzalo Varas en su rol de reportero y detective, pone en escena
una política de empatía afectiva con los cuerpos y espacios vulnerados:
develamiento de redes y mafias, explosión de los túneles, desplazamiento
de la narración hacia el espacio abierto de la naturaleza. Hacia el final,
al interior de una comunidad en las laderas del Cotopaxi, un conjunto de
señales atmosféricas alertan una inminente explosión y un posible terremoto
de proporciones descomunales. Simultáneamente, la novela consigna el
discurso incongruente de los ciegos, que confunden, en el mismo escenario,
los signos de una naturaleza alterada con indicios apocalípticos del fin del
mundo. Finalmente, la conjunción de una serie de acontecimientos vuelve
imposible la expropiación de las tierras en Intag. Una suerte de pausa

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Escritura de mujeres: daño ambiental, orden materno, cartografías de la violencia

momentánea detiene la invasión, y la última escena retiene la imagen del
inversionista extranjero, abordando un avión: “Demasiado huecos negros,
demasiado vacíos legales que no dejarían explotar las minas en paz. Pero no
había apuro, para eso existía la tecnología satelital y él tenía en su poder un
mapa de Ecuador con todos sus depósitos mineros resaltados en una gran
gama de colores brillantes, y eran muchos. Solo sería cuestión de tiempo…”
(Alemán, 141). Si bien es posible reconocer en el gesto de posesión
cartográfica marcas de una conciencia cínica, la voz narrativa no deja de
torcer el itinerario de esa misma racionalidad: desestabiliza la clausura
del mundo representado desde un lúcido manejo del humor, los guiños al
policial, la crónica roja e incluso al cómic. Poso Wells es una novela sobre la
ciudad contemporánea, visibilizada desde sus miedos y ciclos de violencia,
pero también desde una apuesta por los afectos y el territorio.

***

Frente a la pregunta “qué es feminicidio”, Rita Laura Segato observa que
en el escenario del crimen contra mujeres importa pensar no solamente
en la relación vertical del perpetrador con su víctima, sino también en el
eje horizontal que vincula al perpetrador con sus pares. Este eje horizontal
visibiliza lo que Segato denomina “hermandad mafiosa”, que remite a esa
red que articula toda una estructura social y cultural –administración pública,
justicia, poderes locales, élite económica– que porta las marcas del patriarcado
y garantiza la impunidad del crimen. Si bien el feminicidio explícitamente
aparece en la novela ecuatoriana discutida, cabe sin embargo advertir los
cimientos de ese eje al momento de pensar las múltiples implicaciones que
reviste la manipulación de la justicia, el daño ambiental, la violencia urbana,
la sociedad de riesgo, en el mundo contemporáneo. La propuesta literaria
de Anacristina Rossi, Samanta Schweblin, Gabriela Alemán, penetra,
desmonta, devela, los invisibles lazos de esa red.

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