Territorio, jóvenes y ciudad: La resistencia de los jóvenes en los territorios urbanos

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Territorio, jóvenes y ciudad: La resistencia de los
jóvenes en los territorios urbanos

Territory, young people and city: The resistance of
young people in urban territories

Território, jovens e cidade: A resistência dos jovens
nos territórios urbanos

Oscar Useche
E-mail: oscarusal@gmail.com

Clara Inés Pérez
E-mail: clarainesperez9@gmail.com

UNIMINUTO - BOGOTÁ3

Recibido: 08: 08: 2018 Aceptado: 22:09:2018
Resumen

¿Es posible concebir la ciudadanía como resistencia? Este interrogante
problematiza la acción política resistente que adelantas los(as) jóvenes en
los territorios y que desborda la representación. Se pone el acento en la
potencia transformadora que hay en los ensayos de democracia directa o
participativa, sostenidos en la acción micropolítica. En ellos se diseñan
otros modos de vida y otros territorios en los que el problema de la convi-
vencia humana traza nuevas coordenadas que cuestionan el patriarcado,
la omnipresencia del mercado y la guerra. Son territorios de la indig-
nación en los que se proclaman como objetivos vitales la igualdad y la
búsqueda de la paz con la naturaleza.

3 Este artículo es producto de la investigación “Bienes Comunes y terri-
torialidades para la paz en Colombia” del grupo “Ciudadanía, paz y desarrollo”,
de la Universidad Minuto de Dios, del que hacen parte los autores.

Pucara, Nº 29, 51-69, 2018
https://publicaciones.ucuenca.edu.e /ojs/index.php/pucara/issue/archiv
ISSNe 2661-6912

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Palabras clave: Jóvenes, territorio, resistencias, ciudadanías.

Abstract
Is it possible to conceive of citizenship as resistance? This question
problematizes the resilient political action that young people are carrying
out in the territories and that overflows representation. Emphasis is placed
on the transforming power that exists in the trials of direct or participatory
democracy, supported by micropolitical action. They design other ways
of life and other territories in which the problem of human coexistence
draws new coordinates that question patriarchy, the omnipresence of the
market and war. They are territories of indignation in which equality and
the search for peace with nature are proclaimed as vital objectives.
Keywords:
Young people, territory, resistance, citizenship.

Resumo
É possível conceber a cidadania como resistência? Essa questão
problematiza a ação política resistente que os jovens dos territórios
estão tomando e que extrapola a representação. A ênfase é colocada no
poder transformador que existe nos julgamentos da democracia direta
ou participativa, apoiada pela ação micropolítica. Eles projetam outros
modos de vida e outros territórios nos quais o problema da coexistência
humana atrai novas coordenadas que questionam o patriarcado, a
onipresença do mercado e da guerra. São territórios de indignação em
que a igualdade e a busca da paz com a natureza são proclamadas como
objetivos vitais.
Palavras chave: Jovens, território, resistência, cidadania.

Introducción

El problema abordado por la investigación está referido a la relación de
los(as) jóvenes en la construcción de territorios urbanos y hasta que pun-
to, en medio de una violencia molecular creciente, desarrollan formas
de resistencia basadas en su capacidad de creación para participar de la
emergencia de nuevos modos de existencia. En esta dirección, el objetivo
principal planteado, atañe a las formas como los jóvenes, que resisten en
las ciudades a la violencia y a la dominación, participan de la configura-
ción de territorialidades emergentes en clave de paz.

Este estudio tiene su justificación en el despliegue, en las últimas décadas,
de la cuestión juvenil (Martín-Criado, 2005), que se ha expandido en las
grandes ciudades latinoamericanas, ligada a la necesidad de construir po-
líticas públicas que permitan a los Estados asumir medidas, casi siempre
de urgencia, para contener el desbordamiento de las manifestaciones más
violentas de la crisis social de sectores de la población, como los(as) jóve-
nes, a quienes no han podido darles un tratamiento regulatorio eficiente.

Algunos gobiernos hablan de producir “ciudadanía juvenil”. De hecho,
en Colombia, al tiempo que crecía el juvenicidio, tan emparentado con
la guerra, con las vidas precarias y con prácticas mortales “socialmente
aceptables” (Muñoz, G, 2015), se emitió en 2013 un Estatuto de ciudada-
nía juvenil que resalta los procesos de construcción de entidades territo-
riales para la juventud (Colombia Joven: Art. 31) para la implementación
de dinámicas propias y diversas.

Ahora bien, las “políticas de juventud” no son nuevas; desde comienzos
del siglo XX en USA, con Stanley Hall (2007) y en Alemania, se echaron
a andar “teorías científicas” que incorporaban el tratamiento a la adoles-
cencia a una perspectiva biomédica y dejaban ver la preocupación biopo-
lítica (Foucault, 1999) sobre los y las jóvenes alrededor de su potencial
de conflictividad y poder de transformación.

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En este texto presentaremos algunas de las bases conceptuales sobre la
noción de territorialidad, en los contextos de los procesos de subjetiva-
ción que se dan alrededor de la ciudadanía que se ofrece a la juventud,
sitiada por las violencias de larga trayectoria en la sociedad colombiana.

La producción de los sujetos juveniles y de los territorios

El sujeto joven ha sido producido a través de dispositivos de subjeti-
vación que construyen diversos espacios de enunciación, ya sea el de
los jóvenes transgresores, violentos, o, de otra parte, el de los que ha-
cen parte de generaciones desafiantes y polisémicas que tienen tanto la
capacidad de configurar bandas y pandillas vinculadas al crimen y la
delincuencia, como dar a luz expresiones estéticas de la mayor calidad,
ser legiones de rebeldía o un segmento jugoso para el consumo. En todo
caso, como señala Roxana Reguillo, los jóvenes siguen haciendo estallar
las certezas y los aparatos institucionales se muestran incapaces de hacer
bajar las aguas de la inconformidad o el desencanto intentando desarro-
llar operaciones semánticas para nombrar estos fenómenos y políticas de
inclusión, casi siempre remediales.

“Rebeldes”, “estudiantes revoltosos”, “subversivos”, “delincuentes” y
“violentos”, son algunas de los nombres con que la sociedad ha bauti-
zado a los jóvenes a partir de la última mitad de siglo. Clasificaciones
que se expandieron rápidamente y visibilizaron a cierto tipo de jóvenes
en el espacio público, cuando sus conductas, manifestaciones y expre-
siones entraron en conflicto con el orden establecido y desbordaron
el modelo de juventud que la modernidad occidental, en su “versión”
latinoamericana, les tenía reservado”. (Reguillo, 2000: 21-22)

Uno de los problemas para la constitución de la ciudadanía moderna ha
sido su correlato territorial. Los procesos de ciudadanización impulsa-
dos por las burguesías latinoamericanas han sufrido de corta visión para
abordar la complejidad de la configuración de los territorios e instaurar
un Estado nacional suficientemente garante de derechos y con la legiti-
midad para contar con la lealtad de sus ciudadanos (Colom, F. 1998). Su

permanente negociación con las perspectivas más conservadoras no ha
hecho más que producir territorios en disputa en donde fuerzas prove-
nientes del pasado o los para- estados surgidos de la criminalidad o los
proyectos revolucionarios, que surgieron de la inequidades, desarrollen
composiciones territoriales que hacen que proliferen verdaderos estados
de excepción (Agamben, 2004) que vacían de contenido el paradigma de
la ciudadanía moderna.

Habría que intentar desarrollar herramientas analíticas más potentes para
abordar la cuestión del territorio y examinar si la constitución de fuer-
zas nuevas en sectores sociales como el de los jóvenes, anuncian otras
maneras de habitar el espacio de nuestras ciudades convulsionadas. La
construcción del territorio es un proceso social y cultural que llena de
sentido el espacio que se instituye como bio-espacio (Fals, 2000) o, lo
que es lo mismo, lugares para el florecimiento de la vida. El habitar es
la manera como emergen los modos de existencia que se dan los seres
humanos y éste se genera a la manera de una red ecológica que define los
vasos comunicantes entre las relaciones sociales y el intercambio con los
procesos de la vida propios del entorno natural.

Se puede aprender a concebir los territorios como rizomas, que se extien-
den a saltos y se organizan por intensidades antes que por evoluciones
lineales o dicotómicas. Con esto se alude a territorios de composición
múltiple en la que se combinan fuerzas de diversa proveniencia. “Cual-
quier punto del rizoma puede ser conectado con cualquier otro, y debe
serlo” (Deleuze & Guattari, 1997: 13). Así, la referencia a una unidad
territorial o a la constitución de sujetos de tales territorios está en rela-
ción con una dinámica permanente que produce variaciones que hacen
siempre relativa la idea de totalidad.

El territorio no nos precede. Se deviene territorio por la vía de una com-
binación de movimientos que puede expresarse en la serie conceptual:
territorialización- desterritorialización-reterritorialización. A través de
este proceso se intenta darle consistencia al espacio de vida de las co-

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munidades, cuando estas se asientan sobre la tierra. Generalmente esto
ocurre por la vía de la territorialización, es decir, por el camino de ser
“capturado por unos aparatos geométricos, semiológicos o interpretati-
vos rígidos que hace que en nuestra vida no podamos abrirnos hacia un
acto creador” (Garavito, 2000: 58). En tal sentido, la historia colombiana
y de otros países latinoamericanos, está llena de momentos de territoria-
lización asociados a la difusión de distintos tipos y niveles de violencia,
que diagraman los territorios, los jerarquizan y constituyen las oposicio-
nes binarias que trazan las fronteras entre los aceptado y reconocido y lo
destinado a la exclusión.

Violencia, territorios juveniles y el lado oscuro del capital social

Para los(as) jóvenes, los trayectos para su reconocimiento como actores
decisivos en la edificación de las ciudades han estado definidos por la
urgencia de contar con referentes simbólicos, que les permita salir del
anonimato y establecerse en las coordenadas de la memoria urbana, así
como aparecer en los lineamientos de las políticas sociales. El ideal de
jóvenes como sujetos ciudadanos ha estado inscrito en las legislaciones
recientes, solamente después de que muchas de sus organizaciones mos-
traron su rostro de pandillas en armas, su capacidad de disturbio, sus
intentonas de delimitar sus territorios como espacios de guerra, imbuidos
de la lógica amigo-enemigo (Salazar, et al. 98).

La fragmentación urbana, que más que geo-económica, es de orden sim-
bólico y cultural hace que los islotes de riqueza y prosperidad constitu-
yan sus propias subjetividades que operan a la manera de barreras que
ponen en el afuera de sus imaginarios a todo lo que viene del margen. Así
las músicas de los(as) jóvenes de las barriadas irredentas, o sus escrituras
sobre el cuerpo, sus formas de rebusque económico o sus paisajes grises
se intentan mantener lejos de la memoria y solo existen con cada episo-
dio en que se ratifica su vocación de ruptura de los frágiles equilibrios
sociales, o su violencia cruel y excedente.

Esta es una dinámica que se naturaliza cuando tal tipo de confrontaciones
y de intercambios que dan contextura a la ciudad se eleva al estatus de
normalidad. Sin embargo este es solo uno de los planos de la vida urba-
na, a veces el que interesa hacerse más visible y ser amplificado por las
grandes máquinas de subjetivación del mercado y los grandes medios de
comunicación. Las otras facetas generalmente no están focalizadas por
las luces de las cámaras o por el acontecer noticioso. La cuestión es que
si los territorios se configuran como una composición de actos creativos,
entonces no admitirán ser congelados en la representación dura de la ad-
ministración de la vida que se proponen los poderes centrales.

Cualquier rendija por donde emerja el territorio asido a la potencia que
produce el vínculo con la tierra y la naturaleza, siempre dinámicos; cual-
quier eclosión de intensidades afectivas que hacen posible el goce esté-
tico o las prácticas de libertad de los(as) jóvenes; cualquier manifesta-
ción de subjetividad grupal y comunitaria entre ellos(as) producirán una
nueva composición del tejido social que hará las veces de agenciamiento
de modos de resistencia que esbozan otras territorialidades, que difícil-
mente podrán ser simplemente cartografiadas para ser incluidas en la
geografía económica del capital, o en las estrategias de la guerra.

Tal cosa no ocurre sino en medio de tensiones y conflictos de amplio
espectro. Incluso es válida la pregunta por: ¿Cuánto de construcción de
identidades y de lucha por el reconocimientos como fuerza social vigente
hay en las formas de violencia que aplican las bandas juveniles y otras
estructuras delictivas? Las teorías del capital social han intentado expli-
car estos procesos como de creación de capital social negativo. Hay que
recordar que los primeros expositores de este concepto le daban unas
connotaciones afirmativas, al enunciarlo como el volumen de recursos
del que disponen los individuos o colectivos a partir de las redes de re-
laciones, conocimientos y reconocimientos mutuos que han alcanzado
cierto grado de estabilización y/o institucionalización (Bourdieu y Wac-
qüant, 1995).

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De alguna manera esto se aplica a los grupos en violencia. Desarrollos
posteriores idearon la noción del “lado oscuro del capital social” (Portes
y Landlot, 2000); o en investigaciones sobre jóvenes urbanos de Colom-
bia y Guatemala, la de “capital social negativo” (Moser y Mcllwaine
(2006), para caracterizar estas manifestaciones de los modos de violen-
cia organizada al que recurren segmentos de las juventudes de nuestras
ciudades, unas veces replicando y adscribiéndose a formas más organiza-
das de violencia adulta, otras intentando algún nivel de emancipación y
confrontación con otras violencias institucionales o extra institucionales
que habitan los territorios.
No cabe duda que allí se producen formas de desterritorialización, en el
sentido de que estos grupos juveniles tienden a desmarcarse de los terri-
torios de los poderes centrales legitimados. Para Deleuze, la función de
desterritorialización es el movimiento por el que se abandona el territorio
instituido; es entonces la operación de la línea de fuga (1997). En todos
los casos, los territorios están también configurados por vectores de des-
territorialización o de reterritorialización.

Pero generalmente se mueven en dos planos: el de las desterritorializa-
ciones suicidas que desembocan en un agujero negro catastrófico, que
puede ser el caso de los grupos juveniles en violencia, o el de la re-
territorialización. Esta puede darse como el producto de una operación
de cooptación de las resistencias para que se remitan a los territorios
instituidos del dinero, el trabajo o el poder político. En este caso hay un
bloqueo de la línea de fuga. O puede darse como un movimiento en que
se logra asumir prudentemente la fuga, teniendo “siempre un pequeño
trozo de una nueva tierra”; y desde allí multiplicar las conexiones y las
posibilidades de nuevas composiciones. (Deleuze, 2005)

La potencia de la des-territorialización

Por supuesto la densidad del tejido social que van hilando los(as) jóve-
nes desborda en mucho las estructuras en violencia. Ella está cargada de

campos de fuerza aptos para la creación y el entrelazamiento que da luz
a lo común. Es de allí que pueden surgir los mundos nuevos poblados de
cuerpos cuya potencia reside en la diversidad de posibilidades estéticas y
productivas. La singularidad de estos sujetos en movimiento y su capaci-
dad para establecer conexiones inéditas va configurando lo colectivo, la
enunciación de comunidades que nacen con sus propios ritmos, con narra-
tivas inesperadas, con experimentaciones que transforman el entorno y dan
lugar a otras interacciones con el deseo, con la tierra y con todo lo vivo.

Al crear sus propios nichos existenciales se desdibujan los espacios del
Estado y de los grandes artefactos institucionales y se mella su poder para
imponer suavemente sus aparatos rígidos, sus cuadrículas de ordenamiento
del territorio y sus agenciamientos de control sobre los(as) jóvenes que per-
siguen que lo local, lo cercano, no sea otra cosa que un calco del centro. Si
los jóvenes perseveran en su vocación vital, procurarán que prolifere lo di-
verso y se resistirán a las tentativas de homogenización territorial, buscan-
do otros tipos de enlaces con colectivos de pares que experimentan en bús-
quedas equivalentes para inventar otras maneras de funcionar en sociedad.

Aludimos con esto a procesos de desterritorialización que se esfuerzan
por deslindarse de la violencia, en los que incursionan los(as) jóvenes
como un camino para evadir las territorializaciones que implementan
los poderes centrales y que reproducen un tipo de normalización y de
legitimación de la autoridad como indispensable jerarquía organizadora
y proveedora de la disciplina conveniente a la división del trabajo y al
orden del mercado, del patriarcado y de la guerra.

Esta modalidad de desterritorialización circula por las matrices de lo
imaginable, de lo posible, a la manera de micro-territorios de lo utópico;
y, al mismo tiempo se convierten en intentos, en ensayos de micro-terri-
torios con un topos palpable, definible que, aunque efímeros, proveen
aprendizajes mayúsculos para la incorporación de elementos de culturas
emergentes que logran el despliegue de otras éticas y estéticas fundadas
en el amor y en la defensa de la vida.

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Los ensayos de las juventudes del Sur de Europa en la primavera de 2011
son bien ilustrativas de estas emergencias territoriales. Así lo describen
Feixa, et.al:

“La ciudad indignada es una urbe al mismo tiempo tópica y utópica
(…) la micrópolis utópica (…) es la meta de todas las acciones, donde
se ensayan otras reglas de vida (…) donde todo es , si no posible, al
menos imaginable. Pero al mismo tiempo los campamentos (del 15 M)
construyen micrópolis tópicas, reales, humanizadas (y algo caóticas)
(…) creando espacios de la nada, marcando con cintas adhesivas calles
y plazas, lugares públicos y comunitarios, consiguiendo alimentos para
subsistir, organizando asambleas y comisiones, recibiendo simpatizan-
tes, visitantes y periodistas, y comunicando lo que sucede en las plazas
a la ciudad mayor y al mundo, cara a cara o a través de las redes socia-
les, de la ciudad virtual” (2015: 158)

Esto fue un acontecimiento que floreció en aquella movilización de la
indignación en las ciudades del territorio español; pero se produce a dia-
rio en la medida en que se consiguen otras vías de convivencia, donde
se practican otras relaciones de poder que desbordan las que han nacido
como producción de sujetos de la sujeción; allí donde surgen brotes de
culturas de la emancipación, que estarán situadas en contextos espaciales
y territoriales singulares.

Los(as) jóvenes son una de tantas singularidades, fruto de procesos de
normalización y subjetivación que emanan de la sociedad en su con-
junto, tal vez con un cuerpo más evanescente, en permanente mutación,
afectado por una multiplicidad de influjos que provienen del entorno,
de las culturas que se entrecruzan, de la fuerza con que se vinculen al
medio natural; a partir de débiles referentes que los convocan a ser
la imagen especular de un mundo adulto-céntrico. La opacidad de las
fronteras puede favorecer la irrupción de lo nuevo, o arrastrar a seg-
mentos de esta juventud indeterminada a los territorios de lo ya trillado
y envejecido.

Transiciones ciudadanas desde los territorios urbanos de los(as) jó-
venes

El mundo urbano de los jóvenes entró de lleno a la vivencia de la vio-
lencia banalizada, la que copó por tanto tiempo a Colombia, con el terror
indiferenciado al que fueron sometidas las poblaciones rurales, en ese
universo de masacres y destierros que se veían como parte de un país
ajeno, pero que fue extendiendo su manto de miedo y muerte en las ciu-
dades crecidas demográficamente y empequeñecidas simbólicamente en
las dimensiones que humanizan, entre ellas la dimensión de lo político.

La política perdido su potencia mediadora y se refundió en la confronta-
ción, en la más clásica simplificación: la política como guerra. Los mil
rostros de la violencia abierta como fenómeno generalizado que arrasa-
ron a nuestras juventudes deben ubicarse en el contexto de la historia co-
lectivamente vivida. En ella se han fraguado los procesos de disolución
de las identidades, de las redes y dispositivos de poder que han hecho
uso de la fuerza letal, de los proyectos políticos y ético-culturales que
no pudieron constituirse o no tuvieron capacidad de afirmarse; todos los
cuales remiten al problema de la legitimidad del proyecto político y so-
cial dominante, al asunto de porqué y hasta donde el modelo territorial
asumido por las élites, y erosionado en todos los confines, se presentó
como proyecto viable de la sociedad nacional y las razones que marcaron
su declive o desintegración .

De resto solo quedan sus rostros menos descifrados: el rostro de la polí-
tica-espectáculo como alienación de la naturaleza comunicativa del ser
humano, codificada en forma de política de representación de pésima
calidad, de política electoral expropiada al manejo del ciudadano común
y corriente, pues éste solo responde a la operación mediática que prece-
de y legitima los resultados. Este es el rostro del ejercicio sistemático
y permanente de la violencia directa e indiscriminada marcado por una
cada vez mayor indiferencia por el derecho del ciudadano hasta casi des-
aparecerlo como sujeto moderno, pues si no hay otra mediación que la

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violencia soberana solo queda el imperio del más fuerte para dominar la
vida de las poblaciones y entonces la política y el derecho se desvanecen;
y, aparejado con ello, el rostro del consumismo que transforma a la so-
ciedad en mera sociedad para el consumo y a los potenciales ciudadanos
en vacías masas de consumidores. Estos tres rostros se superponen, se
hibridan, se bifurcan y colonizan el espacio de lo vivido.

Todo ello hace parte de la producción social de los territorios urbanos.
Pero en el sustrato de las ciudades múltiples que habitamos se da la inte-
racción de los más variados circuitos culturales, valorativos y percepti-
vos de aquellos a quienes Manuel Delgado (1999) llama los “urbanitas”.
Los jóvenes, por ejemplo, trazan trayectos, en apariencia caóticos, que
comparten contenedores espaciales similares y simultáneos (barrios, lo-
calidades), que son re-creados desde posiciones diferenciales a partir de
la posición de poder que se ocupe en los órdenes divergentes de la ciudad.
De allí la importancia capital de los ejercicios de construcción de esos
micro- territorios de los(as) jóvenes que hacen posible la emergencia de
campos topológicos tangibles que anuncian otros modos de existencia.

La apropiación colectiva de los territorios, su transformación en lugares
para la vida (bio-espacios) es un aspecto esencial para el surgimiento de
ciudadanías nuevas, si es que ello se mantiene dentro de los horizontes
de posibilidad. Este es un debate sobre la factibilidad de una paz creíble
que se exprese en otras maneras de ordenamiento territorial. Un ordena-
miento territorial que se plantee investir nuestra democracia de un em-
puje vitalista en donde el planeta (la biósfera) no sea un simple territorio
para conquistar y dominar, sino nuestra morada para habitar y valorar.

La pregunta por la vida, que es la que nuclea la nueva visión de los te-
rritorios, nos obliga a repensar lo público como potencia, redefinirlo y
abrirle paso a lo común, propiciando que nuestra relación con la tierra
sea también una experiencia estética, diferenciada del consumismo, la
depredación y la violencia. (Useche, 2009).

Se requiere entonces de un abordaje del problema del territorio y las
territorialidades que se proponga tejer una relación profunda entre vida,
espacio y convivencia pacífica. Esta cuestión es mucho más compleja
en lo referido a los territorios urbanos. Hay una insistente convocatoria
a los (as) jóvenes a trabajar en la producción de órdenes territoriales
emergentes. Si esta labor cívica la asumen a profundidad las organizacio-
nes y redes juveniles comunitarias es mucho lo que pueden contribuir a
vislumbrar relaciones sociales en los que se propenda por la pacificación
del encuentro entre las personas y de estas con el entorno natural, de
tal manera que se desplieguen las potencias adormecidas que propicien
otras percepciones y representaciones de la ciudad plural.

La Ciudadanía como Resistencia: estrategias para la paz de las ciu-
dadanías de la diferencia

Definir una existencia en común, trazando reglas colectivas que surgen
del propio deseo, de la experiencia aprendida en los espacios en los cuales
se convive, hace inocua la suposición de un sujeto a priori inexistente (el
ciudadano) y unas instancias estatales trascendentales que, en la letra de
la Constitución, le otorgan y garantizan los derechos. En adelante los(as)
jóvenes que trasiegan por estas experimentaciones aprenderán a poner en
su justo lugar su relación con el Estado, a desconfiar de la exigencia de
obediencia universal a los mandatos que surgen de un pacto que no suscri-
bieron y que, no entienden cómo, se dice que aceptaron voluntariamente.

La pedagogía de la representación solo es efectiva si el Estado soberano
garantiza derechos y espacios de deliberación y toma de decisiones, y si
esto ocurre como reconocimiento de la fuerza que han ganado los sujetos
colectivos en medio de su acción micropolítica. No hay macropolítica
de representación, sin un correlato en la composición cotidiana de las
fuerzas sociales en los territorios. Cada vez es más claro para estas ju-
ventudes vinculadas a la acción social que el enfoque radicalmente indi-
vidualista que ha situado en la persona, y no en la comunidad, el sujeto
del pacto va en contravía de la justicia distributiva y hace imposible la

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justicia restaurativa con las que se sanan las heridas de los conflictos y se
puede imaginar una vida plena.

De ese magma es que van emergiendo las nuevas ciudadanías construi-
das en la relación entre las prácticas comunitarias (micropolíticas) y las
prácticas institucionales (macropolíticas). Ciudadanías de la indignación
y ciudadanías de la dignidad capaces de imaginar sus micro-territorios
y de hacer una interlocución con el Estado para mejorar la calidad de la
política de representación. En ese circuito se fortalecerá lo público no
estatal y se abonarán los territorios de lo común, esto es los que atañen a
procesos de auto-organización y auto-valoración que son los que definen
las aptitudes para resistir (Negri, 2006).

En la medida que los colectivos juveniles admitan que se delega com-
pletamente al Estado la autoridad para unificar y articular la sociedad,
las políticas públicas serán exclusivamente un instrumento privilegiado
para el ejercicio del poder central. No hay que perder de vista, solo para
mencionar uno de los problemas que esto entraña, que los Estados y la
sociedad mercantil han contribuido a diluir el sentido ético de lo público,
tal como enfatiza par el caso colombiano el estudio de Edgar Reveiz:

“Muchas de las fortunas de los colombianos han surgido de la ambigüe-
dad del Estado entre lo público y lo privado, de la imbricación entre lo
político y lo económico. Se han hecho controlando el Estado y no desde
la sociedad civil. El Estado como sistema de contratación es el núcleo
central para entender la dinámica política y económica. (1997)”

La acción política del común en cuanto interpela y va más allá de la
normatividad del sistema institucional, permite reinventar lo público, de-
velar las interpretaciones institucionalizadas de los problemas políticos
y, como en el caso de las comunidades locales, transformar las tensiones
que el pensamiento político precedente concibió tan solo como un con-
flicto entre población subordinada y poder central. Esto es lo que diluci-
da el surgimiento de múltiples redes locales no institucionales.

Hay que trabajar por hacer posible que los habitantes jóvenes de los
territorios de la ciudad sean capaces de afectar todo un campo social, y
de contagiar a la sociedad entera de sus propuestas y proyectos de vida,
así como de dejarse afectar por las propuestas de otros segmentos de la
población. Por eso es que se requiere abrir espacios para que surjan po-
líticas desde las comunidades para transformar los modos de vida y de
constitución de los territorios.

Los trayectos ciudadanos de los jóvenes no son lineales ni están definidos
por las dicotomías del tipo lo público-lo privado. Se mueven en zonas
liminales en las cuales se hace posible el desarrollo de potencias creativas
inéditas, incluidas las de nuevas formas de existencia y el lenguaje, im-
pregnados del impulso transformador de la sociedad y dispuestos permear
a los demás para devenir la participación activa de los ciudadanos en la
construcción colectiva del orden social. En esos vectores se rehacen las
reglas del vínculo y mandato en los bordes comunes de los asociados que
resisten y del régimen institucional con el que se aprende a dialogar de
otras formas.

Como todo esto es un problema en el que el poder está inmiscuido, ine-
vitablemente se hace necesario concebir el ejercicio del poder como un
modo en que ciertas acciones modifican otras, y que existe solamente
cuando se pone en acción (Foucault, 1985). En términos de estrategia no
hay relación de poder sin los medios de posible fuga, esto es de resistir.
Finalmente cada una de las partes de esta relación (poder y resistencia)
constituye para la otra una especie de límite permanente: un punto de
retroceso posible.

Las resistencias ciudadanas juveniles se desenvuelven básicamente en el
ámbito de la micro política; esta es una dimensión en donde la potencia
de acción no está delimitada por territorios de poderes centrales, sino por
micro-poderes que trazan nuevos trayectos y líneas por donde emerge lo
actual, lo novedoso. Son formas de constitución de espacios de libertad,
donde se crean posibilidades para nuevas formas de ciudadanía, espacios

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móviles de encuentro de diversas posiciones subjetivas. Da cabida a es-
feras como la estética, el lenguaje, la producción material, la generación
de nuevas relaciones humanas de convivencia o la producción simbólica.
(Useche, 2016)

A manera de conclusión

La obediencia a las leyes y mandatos no es garantía de que el Estado
pueda generar una cultura ciudadana, y menos en el contexto de las ac-
tuales sociedades urbanas. Hasta ahora se había tratado de dar poder de
participación a los ciudadanos comunes y corrientes para que accedieran
a las instancias de regulación y pudieran reclamar sus derechos. Pero,
finalmente se indaga por cómo involucrar a los(as) jóvenes ateniéndose
fundamentalmente a la especificidad de sus procesos y proyectos y pro-
curando la construcción concertada de las regulaciones que surgen en
el límite de cada renovación del pacto social, que exige la actualización
permanente del problema de los derechos.

Desde la potencia de la micropolítica es posible redefinir las relaciones con
la política de representación (macropolítica). Para ello es fundamental apo-
yarse en los rasgos de democracia social que afloran en las experiencias de
puesta en común de la vida, en donde se evidencian los múltiples trayec-
tos y deseos que constituyen las ciudadanías en ciernes. Allí, los actores
múltiples entretejen redes que luchan por convertir en acto (actualizar) sus
fuerzas y pugnan por hacerse visibles y ganar espacios de expresión.

El control de todas estas manifestaciones de la diversidad se hace cada
día más complejo para un centro único, como lo pretenden las políti-
cas de participación definidas desde el Estado para la población joven
(consejos juveniles, políticas públicas sectoriales, estatuto de ciudadanía
juvenil). La realidad del mundo de la participación que se ha ido confi-
gurando en Colombia, apunta a un tejido que se escribe y se reescribe,
que permite apreciar las huellas de las escrituras precedentes, pero que
continúa siendo, en esencia, un texto plural, escrito a muchas manos, del

cual apenas si se dibujan identidades y proyectos de auto-referencia, a
partir de los procesos de resistencia y afirmación de la vida.

En la tras escena de la acción de los(as) jóvenes emerge el reencuentro
de la dimensión política de trayectos subjetivos como el goce, el acer-
camiento humano pleno, el lenguaje, el juego. Es decir, la cultura como
acontecimiento político y ético, Se abre así una micropolítica de los
flujos culturales de resistencia, una disolución paulatina de los estratos
duros de la cultura que ahora se hace porosa y difumina las fronteras
entre los campos político y ético. Estamos ante el acontecimiento de una
política de la vida toda, de una especie de biopolítica de la resistencia,
que será el nicho para las emergencias ciudadanas que produzcan avan-
ces significativos en la democratización de la ciudad (Useche, 2016).

Las organizaciones juveniles pueden orientarse a crear fuerzas producti-
vas de naturaleza social, que se componen en los espacios y territorios de
las resistencias, que proyecten formas novedosas de lo común, alimen-
tadas por la diversidad y la capacidad generativa de cambios profundos.

Permitir la emergencia de territorialidades otras, que se creen desde las
redes de vínculos y encuentros de gran riqueza productiva y estética que
habita en los espacios locales que son re-imaginados a diario por los(as)
jóvenes que moran la ciudad y que sean, a su vez, forjados como sujetos
de esos nuevos tipos de ciudadanía, cívica, participativa, ecológica. Solo
así surgirán las subjetividades que puedan transformar el carácter vio-
lento de los conflictos urbanos y hacer de la diferencia una potencia de
cambio y no el motivo de las disputas violentas y los odios banalizados.

Territorio, jóvenes y ciudad: La resistencia de los jóvenes en los territorios urbanosRevista Pucara, N.º 29 (51-69), 2018

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