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La violencia en contra de la mujer en la literatura cuencana

Violence against women in Cuenca literature

Violência contra a mulher na literatura de Cuenca

Oswaldo Encalada Vásquez
osencavas@hotmail.com
Universidad del Azuay


Resumen. El presente ensayo indaga en las formas de violencia que,
dentro de nuestra sociedad cuencana, se ejercen en contra de la mujer.
Estas formas perniciosas de las relaciones sociales se expresan y
expresaron en los diferentes discursos literarios que se han producido
en nuestras letras. La literatura no es reflejo -tipo espejo- de la
sociedad; pero el arte es un componente de la formación social. Esto
significa que, en la literatura, deben estar presentes, de alguna manera,
ciertos rasgos que le pertenecen a la formación social. Nuestro objetivo
es, precisamente, ese, demostrar y desmontar la forma y el contenido
de esas manifestaciones que aluden de forma directa y frontal, o apenas
velada o ligeramente eludida sobre la violencia que se ha ejercido y
ejerce en contra de la mujer. ¿Cómo se visibiliza el discurso respecto
de esta noción de violencia? ¿Lo acepta como algo connatural o como
una práctica social que debe ser denunciada, por lo menos, o si, lo que
sería mejor, como una práctica que debe ser imperiosamente
eliminada?

Palabras clave: Literatura cuencana, violencia, mujer, cultura


Abstract. This essay investigates the forms of violence that, within
our Cuenca society, are exercised against women. These pernicious
forms of social relations are expressed and expressed in the different
literary discourses that have been produced in our letters. Literature is
not a reflection -mirror type- of society; but art is a component of the
social formation. This means that, in literature, certain features that
belong to the social formation must be present in


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some way. Our objective is precisely that, to demonstrate and
dismantle the form and content of these manifestations that allude
directly and frontally, or barely veiled or slightly evaded, to the
violence that has been and is being exercised against women. How is
the discourse made visible regarding this notion of violence? Do you
accept it as something natural or as a social practice that must be
denounced, at least, or, what would be better, as a practice that must
be urgently eliminated?


Keywords: Cuenca literature, violence, women, culture

Resumo. Este ensaio investiga as formas de violência que, dentro de
nossa sociedade cuenca, são exercidas contra as mulheres. Essas
formas perniciosas de relações sociais se expressam e se expressam
nos diferentes discursos literários que foram produzidos em nossas
cartas. A literatura não é um reflexo -tipo espelho- da sociedade; mas
a arte é um componente da formação social. Isso significa que, na
literatura, certas características que pertencem à formação social
devem estar presentes de alguma forma. Nosso objetivo é justamente
esse, demonstrar e desmantelar a forma e o conteúdo dessas
manifestações que aludem direta e frontalmente, ou mal veladas ou
levemente eludidas, à violência que foi e está sendo exercida contra as
mulheres. Como se dá visibilidade ao discurso sobre essa noção de
violência? Você a aceita como algo natural ou como uma prática social
que deve ser denunciada, pelo menos, ou, o que seria melhor, como
uma prática que deve ser eliminada com urgência?


Palavras-chave: literatura Cuenca, violência, mulheres, cultura


Recibido: 01.12.2022 Aceptado: 14.12.2022



Ahora sé que me dieron esta alma en medio de una batalla.
Alucinado por las cerillas enemigas

miré el cadáver de mi madre bajo el cisne que la amaba.

Dávila Andrade, Origen II.

Hemos decidido comenzar este trabajo con esta hermosa y enigmática
cita del gran poeta César Dávila Andrade (1918-1967). Lo que resalta
en el sentido del texto, además de la presencia mítica, es la idea de una
confrontación en el principio del ser, desde su concepción: “me dieron
esta alma, batalla, enemigas, cadáver”. Es muy clara la noción de
violencia que nos transmite la voz poética.

Pero no solo en la poesía de este autor encontramos estas referencias a
la violencia en el acto genésico. También en la narrativa volvemos a
tenerlas. Este es el caso del cuento titulado Durante la extremaunción,
donde se halla lo siguiente:

[Se habla del protagonista del cuento]. Había nacido
de un encuentro violento y ciego, en un miserable ataque de
furor carnal perpetrado sobre su madre, una noche de agosto
en el campo, mientras los fuegos fatuos de la pradera danzaban
en torno al estupro. (1984, p. 195).


Definiciones previas

Para intentar una marcha, sin contratiempos ni tropiezos, en este
campo tan sensible y complejo, veamos los significados de palabras
tan cercanas como “violencia, violento, violentar”. Según el
Diccionario académico, en su última edición, tenemos lo siguiente:

Violencia:
1.
f. Cualidad de violento.
2. f. Acción y efecto de violentar o violentarse.
3. f. Acción violenta o contra el natural modo de proceder.
4. f. Acción de violar a una persona.
Violento:


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1. adj. Dicho de una persona: Que actúa con ímpetu y fuerza y se
deja llevar por la ira.
2. adj. Propio de la persona violenta.
3. adj. Que implica una fuerza e intensidad extraordinarias.
4. adj. Que implica el uso de la fuerza, física o moral.
5. adj. Que está fuera de su natural estado, situación o modo.

Violentar:

1.-
tr. Aplicar medios violentos a cosas o personas para vencer su resiste
ncia.

Como se puede ver, en todos los casos, se alude a una clase de acción
donde se ejerce alguna fuerza. Pero, para nuestro propósito es mejor
comenzar con la quinta definición de “violento”. El Diccionario ha
puesto: “Que está fuera de su natural estado, situación o modo”.

Aquí cabe la pregunta básica: ¿Cuál es el estado natural de cualquier
formación social?

¿Es, como erradamente suponía Rousseau, en El Contrato social (s/f),
que el hombre es naturalmente bueno y libre? Nosotros planteamos
que toda sociedad, sencilla o compleja, tiene siempre una fuerte dosis
de violencia que se ejerce en contra de los individuos, en mayor o
menor grado. El hecho de “ingresar” a la cultura implica un coste que
se debe pagar, por parte de cada individuo. Así, la escuela es ya una
forma de violencia que se la ejerce porque es la única manera de educar
y proporcionar conocimientos, destrezas, habilidades, profesiones,
además de cierta disciplina. Si se dejara a la libre voluntad de todos los
individuos ¿cuántos querrían educarse? Esa es la gran interrogante que
los pedagogos no se atreven a enfrentar.

¿La violencia es connatural o está naturalizada en la sociedad?

En un ensayo del año 2002, titulado La educación, entre la violencia
y la cultura
, habíamos planteado, respecto de la omnipresencia de la
violencia, lo siguiente:

El paso de la naturaleza a la cultura debe entenderse como el
paso de lo animal a lo humano. Este hecho debió ser tan
imponente y grandioso, casi incomprensible para la incipiente
mente humana, que casi todas las culturas han visto este paso
como un hecho maravilloso, como un acercarse a la divinidad,
porque solo los dioses son los dueños de los bienes culturales,
en el principio de la historia de cada pueblo.

Si los dioses son los poseedores y son seres muy distantes de
lo terreno, la única forma de apropiarse de esos bienes suele
ser mediante un acto delictivo: un robo, un engaño, el
quebrantamiento de una norma, es decir, mediante un acto de
violencia y de agresión. Los pueblos han expresado en sus
mitologías y en sus relatos fundacionales, este hecho. El paso
de la naturaleza a la cultura se produce por la apropiación o la
adquisición de un bien. A veces es el fuego (mito de Prometeo
y algunos mitos shuar), otras veces es la capacidad de
confeccionar objetos de cerámica, o la posibilidad de formar
vestidos.

En la Biblia encontramos que el paso de la naturaleza a la
cultura se da por medio de una falta, como era de esperarse;
pero esta falta lleva a un doble resultado: Se adquiere un bien
moral, como es el conocimiento de la diferencia entre el bien
y el mal, conocimiento que eleva al hombre a la categoría de
los dioses. Pero también se adquiere un bien propio de la
cultura material: el vestuario: “Dios el Señor hizo ropa de
pieles de animales para que el hombre y su mujer se vistieran,
y dijo: Ahora el hombre se ha vuelto como uno de nosotros,
pues sabe lo que es bueno y lo que es malo”. (Gén. 3,21)

Esta es la forma como los pueblos y las culturas pasan
(simbólicamente) del estado de la naturaleza a la cultura.
Ahora bien, este paso debe darse y se da todos los días, en el
momento en que nace un niño, puesto que nace como un ser
absolutamente natural. Entre el parto humano y el parto de otro
mamífero, no existe diferencia, como tampoco existe entre el
recién nacido humano y el de otras


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especies; y si es que existe alguna diferencia, es a favor de los
otros seres. Los potrillos pueden ponerse en pie a las pocas
horas de nacidos; en cambio, el bebé humano es totalmente
indefenso y natural. Al niño hay que convertirlo en ser
cultural, es decir, debe realizar su pasaje de la naturaleza a la
cultura. Este pasaje se llama educación.

La historia de los llamados “niños-lobo” muestra que estos
niños que fueron abandonados o se extraviaron, por alguna
razón, tienen una conducta absolutamente natural, que en nada
se diferencia de la conducta de otros mamíferos o antropoides.

Todo aprendizaje -y el paso de la naturaleza a la cultura es el
principal aprendizaje- tiene un coste en energía, en tiempo, en
trabajo. Todo trabajo implica una suerte de sacrificio de la
parte natural. La educación de los esfínteres en los niños
significa una violencia a la naturaleza de los deseos e
imposiciones biológicas. El abandono del paraíso de lo natural
-el paraíso terrenal de la Biblia- significa necesariamente una
dosis de sacrificio. De este modo podemos concluir que la
cultura es una serie de elementos que se oponen a la naturaleza
y al instinto. La cultura es un conjunto de normas que limitan,
o quizá eliminan, parte de la libertad individual y la libertad
natural -libertad de la que sí gozan los animales-.

El niño grita así que nace, y su primera
infancia se va toda en llantos. Para acallarle, unas
veces le arrullan y le halagan; otras le imponen
silencio con amenazas y golpes. O hacemos lo que él
quiere, o exigimos de él lo que queremos; o nos
sujetamos a sus antojos, o le sujetamos a los nuestros,
no hay medio; o ha de dictar leyes o ha de obedecerlas.
(Rousseau, 1967. P. 339)

Podemos imaginar a la cultura como una enorme telaraña de
disposiciones, reglas, prohibiciones, conductas aceptables. El
ser humano está atrapado en esta telaraña. Se puede decir que,
de alguna forma, es la víctima; pero en cambio, es la única

forma de ser humano. La conducta social es un conjunto de
normas que deben ser acatadas necesariamente. Quien no las
acate se vuelve un elemento pernicioso para la sociedad y debe
ser retirado, apartado, marginado convenientemente para
evitar que haga daño con la falta de acatamiento a las normas.
(Encalada, 2002, pp. 127-128)

Para responder a la pregunta del acápite tendremos que aceptar que
hay formas de violencia que son connaturales a toda formación social,
y, en cambio, que hay otras formas que están naturalizadas.

La diferencia entre los dos conceptos es la siguiente:

Connatural:

1. adj. Propio de la naturaleza de alguien o algo. La muerte es conna
tural al ser humano.

Naturalizar:

1. tr. Admitir en un país, como si de él fuera natural, a una person
a extranjera, concediéndole los derechos e imponiéndole los deber
es de los ciudadanos de ese país.

2. tr. Introducir y emplear en un país, como si fueran naturales o p
ropias de él, cosas de otros países. Naturalizar costumbres, vocabl
os.
U. t. c. prnl.

3. tr. Hacer que una especie animal o vegetal adquiera las condicio
nes necesarias para vivir y perpetuarse en un entorno distinto de a
quel de donde procede. U. t. c. prnl.

4. prnl. Dicho de un extranjero: Habituarse a la vida de un país co
mo si de él fuera natural.

5. prnl. Adquirir los derechos y deberes de los naturales de un país
.

La diferencia es claramente perceptible. Lo “connatural” es parte
intrínseca de algo. “Naturalizar” implica una especie de integración
de algo que viene de afuera. Planteamos que la


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violencia en contra de la mujer, algunas veces se la siente como
connatural a la sociedad; y, en otros casos, se la siente como una
práctica naturalizada.

La literatura y la sociedad

La literatura no es reflejo -tipo espejo- de la sociedad; pero el arte es
un componente de la formación social. Eso es totalmente evidente, y
significa que en la literatura deben estar presentes, de alguna manera,
ciertos rasgos que le pertenecen a la formación social. Nuestro objetivo
es, precisamente ese, demostrar y desmontar la forma y el contenido
de esas manifestaciones que aluden de forma directa y frontal, o apenas
velada o ligeramente eludida a la violencia que se ha ejercido y ejerce
en contra de la mujer. ¿Cómo se visibiliza el discurso respecto de esta
noción de violencia? ¿Lo acepta como algo connatural o como una
práctica social que debe ser denunciada, por lo menos, o si, lo que sería
mejor, como una práctica que debe ser imperiosamente eliminada?

Dentro de esta línea de reflexión cabe preguntarse: ¿Cómo se
manifiesta la violencia en contra de la mujer en los discursos literarios
de las diferentes épocas en nuestro medio?

Además, habría que revisar y centrar algo de nuestro interés en los
géneros del discurso literario, si es prosa, si es verso. Si la pertenencia
a un movimiento artístico permea o la ve como más naturalizada en el
medio; si el romanticismo, si el realismo social, si las vanguardias.
Otro punto de encuentro para la reflexión debería ser si el discurso
masculino o el femenino son idénticos en la captación de la violencia
o si hay diferencias. Todo esto irá de la mano con la presencia de los
textos literarios, que son, finalmente, los que tienen la palabra para
afirmar o negar cualquier aseveración.

También intentaremos identificar el tono de la narración con que el
autor enuncia la violencia. Su cercanía o su distancia con los hechos
narrados, si hay “asepsia” en la enunciación, como si nada pasara y
todo fuera absolutamente natural, por tanto, aceptado en el nivel de la
sociedad descrita en la obra literaria.

La literatura no es la descripción realista de la vida. La literatura es
ficción, en mayor o menor grado, con mayores o menores ingredientes
de la formación social donde se produce.

La violencia puede presentarse en diferentes campos. Así, por
ejemplo, puede ser violencia sexual, física, psicológica, económica.
Del mismo modo, hemos encontrado que la violencia puede ser
mediada y alimentada por la diferencia física (de fuerza), por las
diferencias de clase, de edad, de poder económico. Naturalmente,
también hay violencia entre los miembros de una misma clase
social. En este último caso parece que los implicados en un acto
violento sienten esta situación como connatural. Es lo que podemos
percibir de la cita de Montalvo (1832-1889), que, aunque no es del
ámbito geográfico de nuestro interés, sirve para demostrar lo dicho:

Una noche, paseando con luna por los alrededores de
una ciudad del Ecuador, di con un indio ebrio que, ciego de
cólera, estaba matando a su mujer. No contento con los puños,
se apartó de prisa, cogió una piedra enorme, y se vino para la
víctima derribada en el suelo. Verlo yo, dar un salto, echar a
mis pies al furioso, pisarle en el pescuezo, todo fue uno. La
india se levanta, se viene a mí sacándose de la boca con los
dedos un mundo de tierra de que el irracional le había
henchido; y cuando puede hablar, suelta la tarabilla y me atesta
de desvergüenzas: ¡Mestizo ladrón! ¿Qué te va ni qué te viene
en que mi marido me mate? Hace bien de pegarme; para eso
es mi marido. Shúa, manapinga, huairu-apamushca, ándate de
aquí: quiero que me pegue, que me mate mi marido. (1975, p.
96).

La frase quichua se puede traducir como: (shúa) ladrón, (manapinga)
sinvergüenza, (huaira-apamuscha) traído por el viento, hijo ilegítimo,
bastardo.

Ya dentro de nuestras letras podemos encontrar explicitaciones de este
género de violencia en autores como Alfonso Andrade Chiriboga
(1881-1954), en su serie de libros titulados Espigueo:


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Se trata de casos de violencia doméstica en el mundo indígena:

Primer ejemplo:

Los azahares de la novia no se marchitaron, como
debieron, a besos, sino que fueron achucharrados con la tunda
que recibió de su hombre, borracho, en la primera noche de
bodas…Es que solo el palo, según la ética indiana, logra
asedar a la mujer y establece la preeminencia del macho… (I,
1947, p. 46).

Segundo ejemplo y el mismo libro:

La pasión del celo casi nunca llega a sojuzgarla, así
como no tiene empeño en ser fiel a su esposo, aunque sienta la
necesidad de ser querida por él, y duda del amor de su hombre,
mientras este no la maltrata…Contándose los cardenales y
eritemas que ha hecho en su cuerpo el arreador de su marido,
se siente satisfecha, no sé si por una tendencia
MASOQUISTA, o porque en la etiología indiana, el maltrato,
en esta forma, no llega a ser sino una caricia desmedida…Por
consiguiente, la india, cuanto más pegada de su esposo, se
siente más querida. (p. 50).

Tercer ejemplo:

La madrina, después de endilgar a Juana una andanada
de consejos, procurando hacerle entender que una mujer que
se casa, ya no puede ser sino de su marido; que cuando este
llegue a maltratarla, no se aflija, porque cuando el indio pega
a su mujer, prueba que le quiere… (IV, 1953, p. 139).

En estos tres ejemplos se puede percibir que la voz del narrador se
expresa en una actitud totalmente aséptica, como si su conciencia
aceptara que las cosas son de esta índole y están dentro de lo natural y
lo esperado. Es, pues, una violencia connatural al hecho de ser mujer
indígena y casada con otro indígena.

Otro autor cuencano, Alfonso Cuesta y Cuesta (1912-1991), también
nos presenta una escena de esta violencia que se la siente como
connatural:

- ¡Mama! ¡mama! Temeridad está haciendo arizhca (1)
compadre Luis a tía, arriba. ¡Anda!

Y dentro de su choza, un indiezuelo haraposo tira del rebozo a
su madre, implorando a gritos:

-Anda, vos defiende. ¡Corre! ¡Ya mata!

(…)

-Ya para qué he de irpes, ya de haber pegado. ¡Pero hecho
bien, a que no sea challi! (Ingrata).

Y en nota de pie de página –respecto de la palabra quichua arizhca-
aclara el narrador: “Es costumbre entre algunos indios maltratar a sus
mujeres a poco de casados, como para acostumbrarlas…” (1970, p.
220).

Un ensayista como Luis Monsalve Pozo (1904-1976) trata también del
mismo asunto y explica, aunque sin decirlo, que se trata de una
violencia connatural:

Pero esto no quita para que el marido considere a su mujer al
mismo tiempo como simple cosa suya y que la misma mujer
se considere como de propiedad absoluta de su marido, por
más que este sea de un nivel mental inferior al suyo… De aquí
que ella, voluntariamente, con toda resignación y aún con una
especie de complacencia natural e íntima, conceda a su marido
todos los derechos: el de procrear con ella, el de hacerla
trabajar todo el día y, sobre todo, el máximo derecho: el de los
azotes. (1943, p. 342).

Obsérvese que el autor habla del “derecho” para golpear a la mujer.

Ya en el campo de las relaciones entre clases diferentes la situación
cambia. El violador pertenece a una clase más elevada que la víctima.
Esto se puede observar en el siguiente texto:


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La india, tambaleante, fue tras el hombre blanco.

Al legar a la alcoba, en tanto que el patrón franqueaba sus
puertas, la virgen se detuvo en el umbral, ya recelosa.

-Entra no más…Ven a que veas… ¡Una huallca! - Y al decir
esto, tendió hacia ella un collar de vidrios a colores.

Alucinada, la india cayó en su lazo y entró.

Bruscamente, el infame echó llave a la puerta y corrió hacia la
víctima. Esta huyó. Trató de ganar la ventana.

El hombre se interpuso.

-Aura de qué te asustas, pes… -dijo cambiando de táctica –,
¡tontita! – Y trató de ponerle él mismo el collar, acariciante.
La india, inquieta, rogaba:

- ¡Abre la puerta, amo! Amito… te has chumado… ¡Abre!

Mas, al sentirse estrujada brutalmente, se deshizo de un abrazo
y dio gritos, golpeándose a las puertas.

Con salto de lobo, el canalla llegó junto a ella y le tapó la boca.

-¡Calla, tonta!

La virgen arañaba, mordía, sacudiéndose en vano,
completamente perdida. Al fin cayó.

Minutos después, se abrió la ventana del cuarto y perfilose en
su marco el busto enorme de la bestia, ávida de aire, con el
rostro congestionado, surcado de rasguños latentes.

Afuera, el sol –buitre de fuego- picoteaba los cuerpos
inanimados de los ebrios.

……………………………….

La india, corazón de aquella tarde trágica, lloraba en un rincón
del cuarto.

Molestado por el llanto, el amo fue hacia ella.

-Basta de lloros –le dijo-. Si avisas… les demando. ¡Me deben
tu padre, tu madre, todos! En cambio, si callas, será tuya la
chacra de la quebrada. La puedes sembrar mañana mismo.
Para vivir aquí.

La india seguía llorando.

-¿Vas a callar?- dijo el patrón, con ira. Y viéndose
desobedecido la echó fuera, a empellones.

-Te repito –añadió por último-. Si quieres, convén en lo dicho,
si no ¡qué me importa! Ustedes son los que pierden. (Cuesta y
Cuesta, 1970, pp. 217-218).

En el texto anterior, además de la violencia de clase y la prepotencia
del amo, se nota también, un intento de engaño para tratar de encubrir
la violencia del crimen e intentar congraciarse con la víctima, para
obtener algo de buena voluntad o aceptación. Esto mismo se presenta
en otro autor cuencano como José María Astudillo Ortega (1896-
1961), en su novela Entre barro y humo (1951):

La chola Clorinda, en sus largos silencios,
recapitulaba mentalmente, su humilde historia, sus amables
páginas de hija de la calle. Segunda, tercera, quinta, no sé cuál
vez. De la primera no quería acordarse. Eso fue un sábado
inglés. Fue un desconocido, un sátiro, que la violó, cuando
apenas tenía 9 años…La llevó, la llevó, ofreciéndola aretitos
de oro… a una calleja, a un descampado, tras un chozón
erizado de pencos y cañabravas, sin un perro, sin nada. Un sol,
un sol de mediodía. (p. 56).

En este texto percibimos la violencia como un acto de ninguna
preocupación o trascendencia para la formación social.

El engaño, como una forma de violencia basada en la mentira y en el
convencimiento, aparece en Manuel María Muñoz Cueva (1895-
1976), en su cuento titulado La gorriona: “En efecto la chica [la


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protagonista, llamada ‘Gorriona’] era hija de una señorita de la ciudad,
engañada por un militar”. (2000, p. 24).

Junto al engaño y muy cerca de su campo significativo se encuentra la
seducción -ataviada como sustantivo o como verbo-. Tal hecho se
percibe claramente en un relato de Arturo Montesinos Malo, cuyo
título es Mi Vicente, y que se halla recogido en el volumen Cuentos-
El color del cristal
(1981): “Su historia fue muy ordinaria. Parece que
a los veinte años la sedujo un cantinero y la dejó embarazada (…)
Volviendo a su historia, el cantinero la insultó y le prohibió que
asomara la cara por la taberna, cuando ella fue a contarle que estaba
embarazada”. (pp. 62-63)

Se trata de hechos comunes y sin ningún tipo de consecuencias legales
posteriores. Son formas de violencia o connatural o naturalizada en la
sociedad.

Los celos pueden llevar, también, a situaciones de violencia
injustificada. En el siguiente texto de Jorge Dávila (2022), se mira esto,
precisamente, además de la cruel ironía entre el color azul (propio del
cielo) y los resultados de la agresión. El breve relato se titula Celoso:

- Dijiste que me ibas a dar algo azul -dijo Magdalena con algo
de temor en la voz, viendo que Augusto se preparaba a salir.

Rápido como un rayo, él se volvió a la mujer y le asestó
tremendo golpe en el ojo izquierdo.

-Coqueta, sonriéndole y haciéndole venias a ese cabrón de
Eduardo Sendars en la misa de mi finada tía Isabel.

Llorosa, Magdalena alcanzó a murmurar algo como «estás
loco». Y él le propinó otro golpe, esta vez en el ojo derecho.

-¡Dos cosas azules, por puta y por respondona! -grito ya en la
puerta y salió tirándola con fuerza. (p. 129)

La violencia alimentada por la diferencia de clase del victimario se
presenta dentro del magisterio, con la real superioridad del jefe, en lo
administrativo y, por tanto, del que tiene la capacidad de otorgar un

empleo o de mantenerlo. En este caso los delincuentes son un grupo,
donde no pueden estar ausentes los económicamente poderosos. De la
novela Gleba (1952) de Mary Corylé (1901-1976):

Nunca tuvieron una Maestra tan dedicada y buena como la
Niña Lolita. Solo que la pobrecita, sin saber cómo, de la noche
a la mañana, se llenaba de hijos… Como era tan joven y
bonita… Así sería la voluntad de Taita Diosito… Y, más que
todo, por eso mismo les ha de haber querido tanto a sus
huahuas…

*

El Cura, que adivinaba una tragedia en la vida de la Maestra,
que, para los demás era de libertinaje, se aventuró cierto día:

- Pero, Lolita, ¿por qué no se vence un poco? Mire que el mal
ejemplo suyo es de múltiples efectos: en primer término, por
cuanto una Maestra debe ser el espejo límpido y terso en el que
se miren diáfanas las almas de los niños; en segundo lugar: el
estado de preñez y después la crianza de los chiquitines, no es
cosa edificante para los adultos del pueblo; y, por último,
porque su conducta –ligera, por lo menos- da margen a que los
gamonales tenorios de aquí comenten a su gusto, le hagan
propuestas inconvenientes y desdorosas y anden jactándose de
ser los héroes de sus amoríos.

La pobre Maestra palideció más, sus ojos relumbraron de
lágrimas y, humildemente, confesó:

(…) A mis hijos los quiero entrañablemente; pero todos ellos
han venido a la vida sin mi voluntad. Mi Gustavo, el que está
educándose en Cuenca, fue quien, despedazando mis entrañas
vírgenes, abrió el sendero maldito a mis otros hijos. Y tengo
ya cinco…Vea, Doctor, a ese hijo lo creen fruto de mi primer
cariño y es fruto de mi afrenta primera y del insulto a la virtud
y al pudor narcotizados.

- Un hermano de mi padre que no faltaba de la
casa…Propuestas que fueron rechazadas


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enérgicamente…Regalos y promesas jamás aceptados… Y,
por último, el narcótico. Cierta noche de diversión, en una
copa de aguardiente: y mi madre y yo quedamos dormidas en
manos de un canalla. Abusó de ambas y, a los nueve meses,
nacía mi Gustavito (…)

- Entonces, el Doctor Reyes, Visitador Escolar, en ese tiempo,
me introdujo –preparándome él mismo – a la carrera del
Magisterio. No durmió hasta que me vio con el título de tercera
y de Maestra en el primer pueblo que serví. Allí… Mi Teresita
es hija de él… ¿Qué quiere Doctor?: él me había ayudado, por
lo menos, a salir de mi aterradora pobreza, y yo debía ser la
víctima de su satiriasis, como muchas de mis compañeras de
trabajo.

Después, las cosas han venido sucediéndose. En el primer
examen que hice rendir aquí, el jefe de los comisionados llegó
a amenazarme con que me pondría certificado pésimo, si no
condescendía con él. Me negué enfurecida; mas el arbitrio
infame de siempre: el licor con privativo, le hizo dueño de mi
cuerpo exánime.

- Cuando nació mi Ernesto y se lo comuniqué al desalmado,
me escribió que era una sinvergüenza y que él bien podía hacer
llegar aquello a conocimiento de la Dirección de Estudios, a
fin de que me destituyeran del empleo, como lo merecía. Y,
como ya tenía tres hijos y el cargo me era necesario, tuve que
callarme.

- Los otros dos menores tienen parecida historia, Señor Cura.
Siempre los hombres, prevalidos de su situación respecto de
una infeliz cualquiera, cobrándose con creces, un ponderado
favor, que no es otra cosa que el deber estricto de ellos. Sobre
todo con nuestra miserable clase: a casi todas nos pasa lo
mismo. (…)

Julio: mes en que los maizales brindan sus frutos maduros (…)
y mes igualmente, en que los niños ofrecen el rico y sabroso
fruto echado en su tierra por los Maestros. (…)

Las longuitas, vestidas con polleras y blusas nuevas, harían
ver, delante del Señor Cura, el Amo Teniente, los Patrones
venidos de Cuenca y todos sus taitas, cuánto les había
enseñado la Niña Lolita. (…)

La Maestra, más pálida, con su sencillo vestido azul marino,
andaba de aquí para allá: ordenando mejor a las niñas y
disponiendo la comida para el recibimiento de los malditos,
que, seguramente, esa noche le harían pagar caro su Comisión
Educadora
… Como eran tres los perversos… (…)

Los gallos cantaron ya la hora de media noche, cuando fuertes
golpes dados a las puertas del convento, despertaron al cura.

- Taita Curita –gritó una voz de niña-, allá abajo en la escuela,
los amos venidos de Cuenca, le matan a la Niña Lolita.

El Cura se vistió de prisa y, tomando su pistola, corrió hacia la
escuela, figurándose lo que podía ser.

Llegó: en la tierra del patiecillo se retorcía la Maestra, y los
Comisionados; con dos gamonales del pueblo, borrachos
todos, se reían de los alaridos que daba la infeliz.

- ¡Canallas!... ¡Miserables!... ¿A qué han vuelto?

- Ya ve, Curita –dijo el que hacía de jefe de los Comisionados-
; como no hay mujeres blancas en el pueblo y esta grandísima
perra está acostumbrada a darnos todo… Pero esta vez le dio
por resistirse y, en la huida, la bruta se quebró la pata… Así y
todo, no nos ha ido tan mal…

- ¡Desgraciados!... ¡Bandidos … Ahora se van a entender con
un hombre…

- ¡Claro!, como que defiende a su moza…

- ¡Infames!, se callan o disparo.

Y la pistola temblaba de coraje en las manos del Cura.


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Los cínicos se rieron; pero el Sacerdote hizo el primer disparo
que pasó por encima de las cabezas de ellos, llevándose un
mechón de pelos de uno de los malhechores.

Y fugaron los cobardes, no quedando sino la Maestra rodeada
de sus hijitos y la longa que diera aviso al Cura, los que,
desnuditos y tiritando de miedo, gritaban con la pobre mujer
en el patio.

- Bienaventurada tú, Maestra, que, por echar la simiente en la
mente de los niños, recibes en tu vientre la semilla maldita de
los hombres que humillan e infaman tu casta… Sí;
bienaventurada: por tu martirio oprobiante y execrado, ¡te será
concedido el Reino de los Cielos! (pp. 45 y sgtes).

Como se puede notar, con total claridad, el tono narrativo es tan
diferente de los anteriores. Aquí, la voz del narrador ha tomado
partido, en forma decidida, a favor de la víctima. La autora deja
traslucir sus sentimientos respecto de la situación, y por eso la condena
de forma tan contundente, aunque solo queda la recompensa divina y
no la justicia humana.

Otro caso es el de la violencia en la guerra. En Cuenca y en su región
se libró la única guerra de religión que ha existido en el país. La ciudad
conservadora y católica tuvo que enfrentarse con las tropas alfaristas.
Los testimonios literarios no son abundantes; pero son claros y
demuestran la visión de los que vivieron tan aciagos días. El primer
texto corresponde a Juan Íñiguez Vintimilla (1876-1949) en su novela
Viento y granizo (1942)

Evitando toparse con un grupo que se encontraba junto
a la Cruz, tomaron por el barranco para descender al puente;
pero aún no habían acabado de bajar, cuando les salieron al
encuentro algunos individuos de otro grupo que bebía en el
corredor de una cantina situada al pie, desnudando unos el
sable y otros el machete. Pepe Larriva, que iba delante, se
detuvo y, descubriéndose, agitó el sombrero como una
bandera, a la vez que les gritaba a los de abajo ¡Camaradas,
viva Alfaro! - ¡Viva! -
le contestaron, amainando la actitud y

cambiando el gesto de sus rostros patibularios que, revestidos
de amabilidad, todavía hubieran hecho correr. En el puente se
vieron detenidos por una gavilla; pero Mariano les dijo que
iban en comisión del General Alfaro a comprometer arrieros
para el regreso. De una de las tiendas de frente del camal salían
voces ahogadas de mujeres que rogaban entre sollozos: ¡Por
Dios, pero no tantos!
En el corredor había como veinte que
aguardaban el turno. Pasaron rápidamente, como si no les
vieran, aguantándose una lluvia de palabrotas soeces e
interjecciones brutales. (pp.132-133).

Y del mismo autor y de la misma novela extraemos lo siguiente:

Hacia la mitad del camino se abría, a mano derecha,
una especie de plazoleta tapizada de grama, en cuya rinconada
destacaban las paredes de una casa de dos pisos. Los pedazos
colgantes de tapices y algunos restos de desconchadas
pinturas, decían haber sido una villa de recreo. Se la conocía
con el nombre de la quinta del Dr. Yepes. Era un lugar solitario
y funesto, acerca del cual corrían muchas leyendas. Dos
campesinas, una joven y otra ya madura, probablemente madre
de la primera, que iban con dirección a la ciudad,
desembocaron en aquella plazoleta. Un pelotón de soldados
que, acaso de propósito esperaban allí, se lanzaron sobre las
infelices, arrastrándolas hacia las paredes, sin que les sirvan de
nada gritos y pataleos.

Mariano y Pepe que venían por el otro extremo, y que no
habían sido vistos por los asaltantes, creyeron prudente
detenerse y se agazaparon entre los matorrales de la orilla del
río. Vieron desnudarlas a tirón limpio, arrancándolas todas las
amarras de los vestidos, que quedaron tirados en la grama, y
perderse con las infelices tras las paredes. Mariano y Pepe,
arrastrándose por entre los matorrales ganaron el otro extremo
de la plazoleta, y desde allí les gritaron, al mismo tiempo que
les lanzaban piedras. Una cabeza y un brazo que asomaron por
tras de la pared les respondieron con varios disparos de pistola,


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y ellos pusieron pies en polvorosa. (pp. 133-134).

Esta escena ocurre entre el puente de Todosantos y el Vergel, en la
ciudad de Cuenca.

También existe el testimonio, en prosa, de un ensayista -Torres (1941)-
que vivió de cerca la violencia de estos hechos.

La toma de Cuenca por las tropas liberales de Eloy Alfaro se produjo
el 23 de agosto de 1896:

Declarado con el último repique de campanas el
término del combate, ya no se dio un tiro más, ni se abalanzó
el pueblo a vengar en los prisioneros el saqueo de la ciudad
ofrecido a las tropas y a los indios de los arrabales; el villano
asesinato del mayor Guillén; las torturas a que sujetaron a los
jóvenes que apresaron aquella mañana del cinco de julio y en
la noche del 24 de mayo; los sacrílegos atropellos al clero, los
robos, tarquinadas y estupros, las atrocidades todas, en fin, de
que fueron víctimas los azuayos desde que cayeron en poder
de los radicales. (p.101).

Pero es necesario aclarar, con total precisión, lo que son una
tarquinada y el estupro:

Según el Diccionario de Autoridades (1726-1739), una tarquinada, es
–hay que reconocer que se trata de un término ya en desuso- lo
siguiente:

TARQUINADA. s. f. Violencia torpe contra la honesta
resistencia de alguna muger. Dicese por semejanza à la que
executó Tarquino con Lucrecia. Lat. Violatio fœminæ.

Y en el mismo lexicón tenemos que el estupro es:

ESTUPRO. s. m. Concúbito y ayuntamiento ilícito y forzado
con virgen o doncella. Es del Latino Stuprum, que significa
esto mismo. Algunos escriben Estupro. FR. L. DE GRAN.
Mem. part. 1. Trat. 2. cap. 1. Pecar con soltera es simple
fornicación: con casada adultério, con doncella virgen

estúpro, con parienta incesto, con persona Religiosa y
dedicada a Dios sacrilegio o adulterio espiritual.

El ambiente de amenaza y de violencia continúa, según la descripción
del mismo Torres:

La noche siguiente al triunfo fue así, en efecto:
numerosos soldados que no se habían recogido todavía a sus
cuarteles y muchos de los que ese día salieron de la prisión,
anduvieron rompiendo puertas y ventanas para satisfacer sus
venganzas personales, y más que todo para atropellar a las
mujeres de la condición que fuesen; bien que las más de estas
habían resuelto ya defenderse de todos modos, y por la
madrugada hubo de verse tendidos en las calles los cadáveres
de varios soldados destripados a cuchillo. (p. 169).

El gran periodista que fue Manuel J. Calle (1866-1918) también habla
del crimen de la violación, y lo hace con un tono que muestra su
desencanto ante la despreocupación o impotencia de la justicia, que no
alcanza a proteger a las víctimas. De su libro Charlas (1929).

La historia parece ocurrir en algún pueblo innominado de la costa, por
la presencia de hombres de raza negra, que son los constructores del
tren de Alfaro:

Al frente, el cementerio, ahí a dos pasos, negros y
silenciosos, con rumor de árboles y claridad de fuegos fatuos
y luciérnagas… Silencio profundo: a lo lejos se oyen los
ladridos de algún perro vagabundo, el pito de algún celador y
el graznido lamentable de numerosas lechuzas que se ciernen
en el camposanto. Flota en la atmósfera del triste lugar, uno
como pesado vaho de angustia, y la proximidad de la
necrópolis desparrama sombras y visiones temerosas…

De pronto un grito, diez, gritos salidos de una misma boca –
boca de mujer-, estridentes, clamorosos; súplicas confusas,
tropel de asesinos, cuchicheo de verdugos… ¿Qué es ello?
Nada: que quince negros jamaiquinos están violando una
niña… ¿Hay cosa más natural, tratándose de esos morenos?...


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Los gritos se repiten, cada vez más débiles, cada vez más
angustiosos: dos buenos hombres de por allí acuden, dispersan
a balazos a esos negros, y alzan a la víctima, poco menos que
moribunda… ¡Apenas tenía catorce años!...

La prensa diaria ha dado cuenta de esta abominación, cometida
hace tres noches; pero aún no ha informado si esos
facinerosos, que en los Estados Unidos hubieran sido
linchados, se hallan en prisión o andan libremente en busca de
otras ocasiones. (p. 110).

La violencia en contra de la mujer, una violencia doméstica y
naturalizada, se presenta también cuando, por el alcohol, el marido
llega a golpear a la esposa. Este género de conducta ha llegado a los
altos estratos de la poesía, tal como se puede ver en esta pequeña
muestra de Luis Cordero (1833-1912):


EL BEBEDOR Y SU MUJER

CUENTO

Empinaba don Julián

Con tanta frecuencia el codo,

Que siempre iba de este modo (1)

Al entrar por el zaguán;


Y, si Petrona le hacía

La más leve observación,

Levantaba su bastón

Y le daba para el día.

(1) Se suplica al lector que tambalee, para completar el sentido.
(2012, p. 109).

El crimen puede tener prolongaciones posteriores. Como consecuencia
de la violencia (violación) sobre la mujer pueden nacer niños, y estos
también sufren las estelas de esa conducta perniciosa. El único pecado
capital de estos niños es haber nacido como consecuencia de una
relación violenta, lo que en la literatura jurídica se llamaba “hijo
natural”, cuando había alguna forma de reconocimiento, porque en
muchos casos el niño quedaba como hijo de madre soltera.

Veamos, precisamente, este hecho, con la voz de Aguilar Vázquez,
((1897-1967), en la novela Los Idrovos (1997):

Por lo demás, el célebre pedagogo seguía célibe
consuetudinario i en auge su única pasión, la de los gallos que
la edad intensificaba en vez de disminuir. Después de la
muerte en olor de castidad de su hermana, aislose por
completo de los hombres i de las mujeres, de este no del todo,
pues los correveidiles del barrio, sabían de memoria que un
arrapiezo de rostro moreno, con unos cuantos lunares en las
mejillas, era hijo del Maestro, fabricado a título de ensayo en
una lavandera de carnes rollizas que de vez en cuando lavaba
la ropa sucia de don David, dentro de casa… Cara cortada al
padre, decían los fisonomistas, aludiendo a este retoño. (p.
435).

Lo notable –en el mal sentido, por supuesto– de este fragmento es que
el tono del narrador parece alegre y despreocupado, como si se trata de
“encubrirlo” con humor.

Aquí no se ha presentado, de forma explícita y clara, la marginación
que se prolonga en el niño; pero sí en el texto siguiente, que le
pertenece al novelista Luis Moscoso Vega (1909-1994), tomado de la
novela El espadachín Zabala (2009):

Doña Josefa Alvarado era una mujer de pueblo que
servía en casa del español don Juan Ignacio Zabala. Ganaba
tres reales al mes y un pan de jabón para el lavado de la ropa.
Se ocupaba en todos los quehaceres domésticos, siendo el
principal la cocina. Tenía veinticinco años cuando el señor
reparó en la gracia de la muchacha y


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comenzó a perseguirla. Antes, por aquella acostumbrada
manera de ni siquiera mirar a los sirvientes que crecen desde
niños en las casas de los patrones, jamás se fijó el señor Zabala
en que muy junto a él y en su propia mansión estaba
prosperando una bella joven, representante escogida del grupo
indígena que desde el tiempo de la Conquista y, más aún, en
la Colonia, quedaba al servicio exclusivo de los blancos en
todas las duras y pesadas faenas de la vida. En el campo, en
los latifundios de los señores, había miles de familias ocupadas
en labores agrícolas; y en la ciudad, muchas hijas e hijos de
los campesinos servían a las encopetadas gentes en cuantos
menesteres se ofrecían, incluyendo la satisfacción carnal de
los señoritos o, como en el caso del señor Zabala, viudo y sin
descendencia, del propio dueño de casa.

Josefa Alvarado hubo de ceder a las pretensiones del patrón
casi con la misma resignación, obediencia y rendimiento con
que ejecutaba un zurcido de medias. Don Juan Ignacio la
requería y buscaba en cualquier momento y la india lo
aceptaba sin pensar jamás en que podía ni debía exigirle
adehala alguna por este nuevo servicio que lo tomaba más bien
como preferencia y buena voluntad del amo. Nunca brotó el
diálogo ni el juego de amor hasta que un día, no sin mucho
recelo de parte de ella, tuvo que decirle que estaba encinta.
Como si hubiera recibido el aviso de que estaba puesta la mesa
o que había que comprar carbón para el planchado, don
Ignacio repuso:

- Está bien, mujer: habrá un sirviente más en casa.

Cuando nació el niño, la madre contempló a su hijo como una
de tantas hechuras para la comodidad y regalo del señor (…)

- ¿Qué nombre vas a ponerle al crío? - preguntó un día el señor,
con frialdad e indiferencia. Hay que bautizarle antes de los
ocho días. Que no se quede sin cristianarlo. No quiero que en
mi casa se cometan pecados ni se olviden los preceptos de la
Santa Iglesia.

Don Ignacio era buen cristiano y observante de los
mandamientos; dentro de su cáscara de hombre duro y de
patrón voluntarioso, había un punto de obligación y de
cuidado, aunque perdido en el dédalo de la más tremenda
confusión de la verdad.

- Habrás, si quieres, de ponerle Juan Mariano. Es bonito
nombre Juan, es el mío y de un gran santo de la Iglesia. Por
mí que se llame Juan, y por tu padre que vaya también
acompañado del suyo, Mariano. ¿Así se llamó tu padre?

- Sí, amo; Mariano Quintuña era. Yo soy Alvarado por parte
de mamita. Taita Quintuña, que hizo el favor a mama, no quiso
que llevara yo su apelativo. ¿Entonces será Juan Manuel
Alvarado, amo?

- No. Este se llamará Juan Mariano Zabala. No tengo por qué
quitarle mi apellido. Te regalo mi noble apellido en prueba de
agradecimiento a tus servicios. (pp. 30-31).

La presencia de los hijos naturales y de la total irresponsabilidad del
padre se puede ver en el siguiente texto de Astudillo Ortega (1896-
1961), en su novela Carretera (1973):

- [Al personaje llamado Lauro, el narrador ya lo ha señalado
como chazo, en otras oportunidades]. Lauro ‘debía’, y también
‘quería’ casarse. Unos pocos hijos naturales en unas cholas de
Cuenca, en unas indias de la playa y en una que otra
tejetoquillas de esas buenasmozas, ante quienes la carretera las
rendía un auto (sic), no daban para impedimento. Ella, la
Damita del estrato (sic) azuayo, la matrona de Marqués de
Polidoral y Sal -Azar de lo ancho de la seda, no hacía caso de
esas gentes; y él, D. Lauro Montalván, estaba tan
acostumbrado a esas travesuras. (p. 44).

Naturalmente, la violencia en contra de la mujer la ejerce el mundo
masculino. Esto se puede percibir clarísimamente en el lenguaje. En
nuestro léxico usual circula la palabra “tumbar”, con el sentido de
poseer a una mujer. El verbo mencionado significa lo siguiente:


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“Hacer caer o derribar a alguien o algo”. Este es el uso aséptico del
Diccionario académico; sin embargo, lo que nos importa es el
sentido de fuerza y violencia que el término encierra.

Esta palabra aparece en testimonios literarios como los que vemos
a continuación: “Que es un pecado monstruoso violar a la infeliz
longuita virgen, que él dice tumbar”. (Corylé, 1952, p. 16).

Y Luis Monsalve Pozo (1943) refuerza esta visión de prepotencia
criminal: “Mientras los rentistas y bigardos -que no conocen más
trabajo y preocupación que tumbar mujeres- solo se acuerdan en ese
momento del medio, que es la excitación y la descarga”. (p. 341)

Hay otro verbo que es utilizado por amplios círculos populares para
designar, siempre desde la órbita masculina, la actividad sexual. Esa
palabra es “tirar”, elemento que no lo hemos encontrado en los
registros literarios, aunque aparece en un estudio lexicográfico
realizado por Manuel Villavicencio (2021). Esto es lo que dice: “Tirar.
Tener relaciones sexuales”. (p. 476)

Otra expresión de violencia, menos ostentosa y menos física, es la
burla, que puede terminar en formas peores, como lo plantea el
cuentista cuencano Arturo Montesinos Malo (1913-2009) en su relato
titulado Arcilla indócil (1983):

Cuando me dijo que quería casarse con el señor Francisco solté
una carcajada. Pensé: ‘El muy sinvergüenza parece un hombre
serio y está burlándose de esta boba’. Sí, me figuré que quizá
la pobre era tontita, aunque no aparentaba, porque a veces hay
mujeres que tienen cara simpática y son bobísimas por dentro
y a todos les da gana de tomarlas del pelo. (p. 32)

La violencia contra las mujeres también se presenta en autores
contemporáneos, los escenarios son, obviamente diferentes y en los
dos casos se alude a una situación de guerra, donde toda crueldad y
barbarie son posibles, dentro de la ficción del texto, naturalmente.

De Jorge Dávila Vázquez (Las conquistas inútiles, en Juegos de
fantasía & la vida secreta
):

Los alei ponían sitio a las ciudades enemigas, a veces por años;
las sometían luego de cruentas batallas, incendiaban las casas,
pasaban a cuchillo a los hombres y violaban a las mujeres, y
después de ese despliegue de crueldades, el lugar era
abandonado para siempre. (2019, p. 61)

De Carlos Vásconez, en el cuento Ovejas, (2019):

Nuestras tareas son varias y nos mantienen ocupados toda la
jornada: cuidar donde pisamos, cargar en los hombros agua o
licor, apostar a los naipes, arrear al ganado, raptar alguna
mozuela de un poblado olvidado y devolverla en la mejor
condición posible, cumplir a rajatabla las órdenes y los deseos
del coronel. (p. 66).

Conclusiones

Como lo hemos planteado, la obra literaria es el producto de personas
que viven dentro de formaciones sociales concretas, por lo tanto,
resulta inevitable que algunos rasgos de esas sociedades, se permeen y
emerjan en los textos. Si la sociedad permite, ve o siente al machismo
y a la violencia contra la mujer como cosa connatural o naturalizada,
eso mismo se puede manifestar en el discurso literario. Los textos
literarios -del género que fuesen- se convierten, así, en una suerte de
escenario donde la formación social pone en escena sus conflictos, sus
desigualdades y sus injusticias.

Hay autores (entre ellos, una mujer -Mary Corylé-) que consideran que
esta perversa conducta es, verdaderamente, delictiva; aunque, al no
existir el debido amparo dentro de las leyes humanas, en el momento
en que se escribe, prorroga -y espera -el premio en el cielo, sin que
medie ningún acto de justicia en la sociedad, y, por tanto, sin que el
delito sea sancionado con un castigo.

Solamente en el caso de Calle hay una referencia directa al ámbito de
la justicia y sus medios para apartar al que hace daño. Nos parece que,
en el resto de los casos, la voz del narrador no toma partido, no se
compromete, y, mejor, se decide por la desnuda presentación de los
hechos narrados. Aunque en el caso de los autores contemporáneos


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citados (Dávila y Vásconez), lo anómalo de la situación rezuma de los
textos.

Por último, si bien en la actualidad ha mejorado mucho el andamiaje
legal que trata de proteger a la mujer, se percibe que el asunto no
pertenece del todo al campo de la ley. Se necesita una profunda
modificación en los esquemas mentales-culturales de la gente. Y eso
será, siempre, consecuencia de una buena educación, dentro de todos
los ámbitos de la vida humana.


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Ana de los ríos, naturaleza, patrimonio e hibridación

Ana de los ríos, nature, heritage and hybridization

Ana de los ríos, natureza, patrimônio e hibridização

Cecilia Velasco
Universidad de las artes

maria.velasco@uartes.edu.ec

Resumen. En este ensayo me propongo demostrar que la nouvelle
titulada Ana de los Ríos, escrita por la cuencana Teresa Crespo de
Salvador, refleja de una manera poética la riqueza natural y
patrimonial de Cuenca, y deja ver la hibridación en cuanto al lenguaje
con el que está narrada, las paradojas entre la ciudad y el campo como
espacios de ambientación y la construcción del personaje femenino
juvenil

Palabras clave: Nouvelle juvenil, Teresa Crespo, patrimonio,
naturaleza, hibridación

Abstract. In this essay I propose to demonstrate that the nouvelle titled
Ana de los Ríos, written by Teresa Crespo de Salvador, from Cuenca,
reflects in a poetic way the natural and patrimonial wealth of Cuenca,
and reveals the hybridization in terms of the language with which it is
used. narrated, the paradoxes between the city and the countryside as
setting spaces and the construction of youthful female character.

Keywords: Juvenile Nouvelle, Teresa Crespo, heritage, nature,
hybridization

Resumo. Neste ensaio proponho demonstrar que a novela intitulada
Ana de los Ríos, escrita pela cuenca Teresa Crespo de Salvador, reflete
de forma poética a riqueza natural e patrimonial de Cuenca, e revela a
hibridização em termos da linguagem com a qual utiliza, narra, os
paradoxos entre a cidade e o campo como espaços de ambientação e
construção da personagem feminina joven.

Palavras-chave: Youth Nouvelle, Teresa Crespo, património,
natureza, hibridação