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Ana de los ríos, naturaleza, patrimonio e hibridación

Ana de los ríos, nature, heritage and hybridization

Ana de los ríos, natureza, patrimônio e hibridização

Cecilia Velasco
Universidad de las artes

maria.velasco@uartes.edu.ec

Resumen. En este ensayo me propongo demostrar que la nouvelle
titulada Ana de los Ríos, escrita por la cuencana Teresa Crespo de
Salvador, refleja de una manera poética la riqueza natural y
patrimonial de Cuenca, y deja ver la hibridación en cuanto al lenguaje
con el que está narrada, las paradojas entre la ciudad y el campo como
espacios de ambientación y la construcción del personaje femenino
juvenil

Palabras clave: Nouvelle juvenil, Teresa Crespo, patrimonio,
naturaleza, hibridación

Abstract. In this essay I propose to demonstrate that the nouvelle titled
Ana de los Ríos, written by Teresa Crespo de Salvador, from Cuenca,
reflects in a poetic way the natural and patrimonial wealth of Cuenca,
and reveals the hybridization in terms of the language with which it is
used. narrated, the paradoxes between the city and the countryside as
setting spaces and the construction of youthful female character.

Keywords: Juvenile Nouvelle, Teresa Crespo, heritage, nature,
hybridization

Resumo. Neste ensaio proponho demonstrar que a novela intitulada
Ana de los Ríos, escrita pela cuenca Teresa Crespo de Salvador, reflete
de forma poética a riqueza natural e patrimonial de Cuenca, e revela a
hibridização em termos da linguagem com a qual utiliza, narra, os
paradoxos entre a cidade e o campo como espaços de ambientação e
construção da personagem feminina joven.

Palavras-chave: Youth Nouvelle, Teresa Crespo, património,
natureza, hibridação


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Recibido: 06.12.2022 Aceptado: 23.12.2022


El ejemplar que tengo en mis manos de Ana de los Ríos, de Teresa
Crespo de Salvador fue publicado por editorial Salvat en 1986, en un
proyecto conjunto con la Municipalidad de Cuenca, el Consejo
Provincial del Azuay y el Centro Interamericano de Artesanías y Artes
Populares (CIDAP) (De Salvador Crespo 1986). Cuenta con
ilustraciones de Eudoxia Estrella (1925-2021), destacada artista
plástica cuencana, que ejerció también la docencia, cofundadora de la
Bienal de Arte.

HIBRIDACIÓN

El lenguaje

En el texto original en Word, mediante el que hice un “levantamiento”
de la nouvelle de Crespo he introducido algo más de cien notas al pie
de página con la finalidad de dar información extra que ayude a
contextualizar la obra, para explicar la presencia de palabras escritas
en kichwa que aparecen junto con la lengua castellana (Real Academia
Española s.f.) dominante en la obra, así como para brindar información
sobre ecuatorianismos y americanismos. Para ello, he realizado
consultas en tres fuentes necesarias: el Diccionario de americanismos
(Asociación de Academias de la Lengua Española 2010); el de
ecuatorianismos (Córdova Malo 1995) y una obra que recoge términos
propios de los habitantes de la provincia del Azuay. (Encalada
Vásquez 2018)

He recurrido al Diccionario Kichwa. (Ministerio de Educación 2009),
así como al Diccionario Quichua-Español, Español-Quichua, de Luis
Cordero, (Cordero 1892 (Primera edición) 1967), insigne presidente
ecuatoriano de fines del siglo XIX. Además, a una obra que explica el


13 Morlaco: tercera acepción, como adjetivo, que finge tontería o ignorancia

(DRAE).

proceso de estandarización de escritura del kiwcha, (Montaluisa
Chasiquiza 2019).

La prolífica de la escritora cuencana Teresa Crespo (1928-2014), que
abarca narrativa, poesía, poesía en prosa y teatro, ha sido objeto de
varios comentarios críticos, algunos de los cuales se recogen en su
libro titulado de poesía titulado Rondas y Canciones. (Crespo de
Salvador 2000), provenientes de personalidades como Filoteo
Samaniego, Rubén Astudillo y Astudillo, monseñor Alberto Luna
Tobar, Simón Espinosa, entre otros. Además, Ana de los Ríos fue
objeto de una adaptación al formato audiovisual tras un proceso de
selección. La materia narrativa sirvió como “guion para el Programa
“Expedición Andina” del Convenio Andrés Bello”. (Crespo de
Salvador 2000, 96)

Las páginas de esa novelita juvenil están habitadas por una lengua
literaria universal, la del castellano, pero también por peculiaridades
del habla morlaca (de paso, la palabra tiene una acepción peyorativa13
y habría surgido para los habitantes de la región austral por parte del
naturalista Francisco José de Caldas que visitó esa región del país en
1804)

El aislamiento ha provocado que aquí todavía suenen
antiguas voces españolas, que ya no están vigentes en otras
partes del orbe hispanohablante. A esto hay que agregar,
necesariamente, la presencia fuerte y vital de la cultura
quichua, que ha aportado y aún aporta con elementos
culturales a la formación de la cultura cuencana y azuaya en
general. Circulan en nuestra lengua voces quichuas
españolizadas y completamente naturalizadas, con lo que se
demuestra que la cuestión de la interculturalidad es un hecho
real, vivo. (Encalada Vásquez 2018, 8)

Empezaré por el título de esta nouvelle, en el que se alude al nombre
completo de la ciudad ecuatoriana de Cuenca, pues “el día lunes 12 de


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abril de 1557, por orden del virrey del Perú Andrés Hurtado de
Mendoza, Gil Ramírez Dávalos, en unión de un grupo de españoles y
de los caciques Diego, Juan Duma, Luis y Hernando Leopulla
fundaron una ciudad bajo el nombre de Santa Ana de los ríos de
Cuenca.” (Alcaldía de Cuenca s.f.)

Con “Santa Ana de los ríos de Cuenca”, se alude a que dicha urbe
“ofrece un paisaje singular, definido por los parques lineales urbanos
que se conforman en las riberas de los ríos Tomebamba, Tarqui,
Yanuncay y Machángara, como verdaderos corredores biológicos
bañados por las limpias aguas procedentes del Parque Nacional Cajas,
y otras cuencas.” (CIDEU 2020)

Y será la presencia de los ríos y de la orografía características de la
ciudad y la provincia los elementos que signarán el accionar de los
personajes y su modo de vida en Ana de los Ríos. El elemento fluvial
y el montañoso juegan un papel clave en la personalidad de la ciudad.
Asimismo, el factor histórico es determinante, pues la ciudad se asienta
en la zona de pasado cañari, dato relevante tanto en términos de la
diglosia imperante en la Sierra ecuatoriana, -y que se ve reflejada en
la lengua literaria elegida por Crespo- como para comprender datos
sobre la rica arquitectura y la naturaleza cuencana.

Como ya mencionamos, históricamente, en este valle
andino se han desarrollado diversas culturas. En el siglo XIV,
se asentó aquí la ciudad cañari de Guapdondélig, la “llanura
tan grande como el cielo”, primer nombre, en lengua cañari,
que nuestros antepasadosdieron a la ciudad, tal vez
maravillados ante las bondades naturales, geográficas y
estratégicas de la zona (Junta de Andalucia y Municipalidad
de Cuenca 2007).

Tras la llegada de los incas, Guapdondélig se transforma en
Tomebamba o Tumipamba, “planicie del tumi o planicie del cuchillo.”
(Junta de Andalucia y Municipalidad de Cuenca 2007). Y luego, con
la llegada de los españoles, la urbe recibe otro nombre. Como se sabe,
Cuenca es idéntico nombre al de la ciudad española. “El Gobernador
Ramírez Dávalos “ha de guardar en la fundación y población” de la

ciudad que llevará el nombre de la urbe castellana limitada por los ríos
Júcar y Huécar, donde nació el noble Marqués y ahora Virrey del Perú,
Hurtado de Mendoza” (Alcaldía de Cuenca s.f.).

PARADÓJICO PERSONAJE JUVENIL FEMENINO

Orfandad y fuerza

El personaje infantil de esta nouvelle de Teresa Crespo es una niña,
cuya historia se cuenta en la obra, pionera en el campo de la literatura
infantil y juvenil ecuatoriana, y tal vez a esa condición de obra
precursora se deba el que su lenguaje y la materia narrativa sean de
una naturaleza más compleja de lo que en ciertos sectores se
comprende como infantil. En un artículo que recoge un brevísimo
panorama de la LIJ ecuatoriana, se dice de la escritura de Crespo: “Su
producción se caracteriza por su lenguaje de tono lirico, que incluye
varias exposiciones y descripciones que encapsulan gran material de
tipo antropológico o geográfico.” (González y Rodríguez 2010) Y
añaden, líneas después: “La obras de Crespo generalmente no son, por
su temática, de interés para los niños.” (González y Rodríguez 2010)
Dado que no se ofrecen argumentos para sustentar esta afirmación, no
la consideraremos sino como una posible hipótesis de lectura: se
percibe una carga antropológica notable, y la temática no es infantil.

Por su parte, Simón Espinosa plantea cierta condición que debería
tener el lector niño de la obra de Crespo:

Hay una lección moral ecológica que sin duda llegará
a los niños capaces de leer este cuento… ¿Será leído por
niños? Creo que sí, con tal de que tengan cierta edad más allá
del uso de la razón. (…) La edición de esta obra ciertamente
es una importante contribución a la literatura infantil
ecuatoriana y uno de los tributos más bellos, tiernos y sentidos
a la nostalgia por la ciudad natal…” (Crespo de Salvador
2000, 92)

De Ana y de su padre se dice al comenzar la obra: “No recordaba a su
mama, pero él le había dicho que fue buena y que murió al nacer la
niña.” (De Salvador Crespo 1986, 6). El de la orfandad es tema


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frecuente en la literatura infantil y juvenil, sea porque varios de los
cuentos infantiles tradicionales están ambientados en épocas antiguas,
cuando la muerte era harto más frecuente, debido a guerras, hambre,
dificultades de prevención de la salud, -lo que tendría que ver con una
matriz de naturaleza histórica- o porque niños y niñas huérfanos
pueden desarrollar un papel más bien simbólico. Sobre lo primero, si
se piensa que Ana de los Ríos está ambientada en una zona rural del
Ecuador, caracterizada por la vida campesina al margen de las
comodidades de la vida civilizada, no es descabellado sostener que la
madre murió por carecer de los cuidados médicos necesarios.

Pero, por otro lado, en el plano simbólico, la orfandad de los personajes
infantiles puede significar mucho más. Ya en el Psicoanálisis de los
Cuentos de hadas
, Bettelheim planteaba lo siguiente:

Así pues, la típica disociación que los cuentos hacen
de la madre en una madre buena (que normalmente ha muerto)
y una madrastra perversa es muy útil para el niño. No sólo
constituye un medio para preservar una madre interna
totalmente buena, cuando la madre real no lo es, sino que
también permite la cólera ante la «madrastra perversa», sin
poner en peligro la bondad de la madre verdadera, a la que el
niño ve como una persona diferente. (Bettelheim 1974, 85)


Desde una perspectiva más moderna, se ha analizado el tópico de la
orfandad en varias obras de la literatura infantil y juvenil. El escritor
mexicano Adolfo Córdova lo hace y descubre varios matices; uno de
ellos es que al carecer de las figuras de autoridad paterna y/o materna,
el niño o la niña puede adoptar un rol desafiante, aunque, al mismo
tiempo se sienta a la deriva y vulnerable.

Los huérfanos son unos incitadores (y por eso muchos
de estos libros han sido censurados por los adultos desde hace
décadas, pero ese es tema de otra charla). Los huérfanos
quieren que los lectores desobedezcan a los adultos, que se
manden solos y escapen con ellos. Deben aprovechar que no

tienen padres para iniciar su propio camino, en libertad; jugar
y entrenarse, hacia la adultez. (Córdova 2016)

Niña y niño

Es digna de analizar la convivencia de nuestra pequeña protagonista
junto a su padre. Podríamos traer a colación el capítulo titulado
“Infancia”, de Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo, en
cuyas páginas la filósofa reflexiona sobre el modo en que niñas y niños
son criados, y en los roles desempeñados por los padres y las madres.
Por un lado, para una niña crecer sin la madre puede representar una
ventaja en el sentido de la construcción de su identidad y la
consecución de su autonomía, pues se dice:

Su espontáneo impulso hacia la vida, su gusto por el
juego, la risa y la aventura llevan a la niña a encontrar estrecho
y asfixiante el círculo maternal. Querría escapar de la
autoridad de su madre. Es una autoridad que se ejerce de una
manera mucho más cotidiana e íntima que la que han de
aceptar los chicos. (De Beauvoir Primera edición 1999,
edición de 2018, 233).

Por el otro lado, en la medida en que, tal como dice la pensadora en la
primera línea del mencionado capítulo “No se nace mujer, se llega a
serlo” (De Beauvoir Primera edición 1999, edición de 2018, 207), los
progenitores tienen un papel fundamental en la cimentación de la
identidad femenina. Si bien, como dice de Beauvoir, varias niñas que
crecen solamente con el padre tienen la ocasión de “huir de las taras
de la feminidad” (De Beauvoir Primera edición 1999, edición de 2018,
220), a menudo se busca una figura de mujer –maestra, familiar,
institutriz- que cumpla con la función de transmitir comportamientos
y valores clásicamente femeninos.

(…) le proponen virtudes femeninas, le enseñan a
cocinar, a coser y a cuidar la casa, al mismo tiempo que la
higiene personal, el encanto y el pudor; la visten con
incómodas y preciosas prendas, que es preciso cuidar mucho;
la peinan de manera complicada; le imponen normas de


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compostura (De Beauvoir Primera edición 1999, edición de
2018, 221-222).

Efectivamente así ocurre con Ana, a quien su padre “encarga” donde
una comadre para que la niña crezca en un ambiente más “civilizado”,
o sea, en la ciudad, y aprenda a leer y escribir, amén de hábitos
femeninos. En el caso de la presente obra, las dos tareas: la de construir
una identidad femenina y la de introducir a la niña en el mundo letrado
son las que el padre ve imposible de ser desarrolladas en el campo, y
por eso decide que su hija viva en la urbe y aprenda a leer. El padre
quiere que su hija vista como una mujer mestiza cuencana. La quiere,
como dice de Beauvoir, como una “muñeca”.

Ana tenía que salir a Cuenca, tenía que aprender esas
letras que a él se le atragantaban, tenía que calzase esos
zapatos que a él le taconeaban en el corazón cuando alguna
chola le miraba tentadora. No quería que su hijita viviera
remontada como una cabra salvaje. Quería que luciera esos
centros, esos bolsicones bordados, esas polcas brillantes con
vuelos como de nubes, esos zarcillos que cantaban en sus
orejas como campanillas locas al pasar junto a una cholita
togada (De Salvador Crespo 1986, 12).

En términos de la composición de esta mínima familia de un padre y
una hija, parecería una medida de salud psicológica y de equilibrio
emocional que el padre decida que su hija, la chica ya púber, se separe
de él. Así, en términos de los tabúes de la humanidad, se aleja del todo
el del incesto. Por otro lado, en términos simbólicos, la adoración de
la niña por su progenitor, que Freud ha denominado como el complejo
de Electra, no tiene que ver con el deseo sexual, sino con que el sujeto
femenino se ve convertido en objeto de obediencia y amor. “Si el padre
manifiesta ternura por su hija, ésta siente su existencia magníficamente
justificada; está dotada de todos los méritos que las otras han de
adquirir trabajosamente; está colmada y divinizada” (De Beauvoir
Primera edición 1999, edición de 2018, 226)

Casi resulta perturbadora la siguiente escena, en la que un hombre
solitario, al ver a la hija adolescente “maltoncita” de su compadre, se
desvive en cumplidos:

- “¿Cómo estás, pes, Taita Pacho? ¡Por fin se animó a
sacar a la guagua, linda ha sido pes, velay!” Y el taita,
orgulloso de su Ana, como una reina en su trono, arriba de la
mula. –Ya ha estado maltoncita la guambrita, añañay las
trenzas, añañay los ojos, boquita de frutilla madura”, dijo el
compadre Morocho, cuando con su recua de mulas cargadas
de raspadura, chocolate y naranjas, salió de un chaquiñán que
acortaba el camino. Venía de la Costa, de tierras de Naranjal
(De Salvador Crespo 1986, 18).

Llevar a la niña a vivir a la ciudad no solo garantiza que la chica reciba
una benéfica y necesaria influencia femenina, sino que pondrá en
contacto a la chica con el mundo civilizado al dejar atrás la belleza y
rusticidad de la naturaleza: “Ana era hija de un leñatero de Sayausí,
tenía doce años y era hermosa como una flor silvestre, delgada, de ojos
negros como el capulí, piel morena y pelo lacio que le hacía parecer
una potrilla salvaje” (De Salvador Crespo 1986, 5).

Barbarie y civilización

Es perfectamente comprensible, por otro lado, que el campesino desee
la educación formal para su hija si se piensa en el modelo de la ciudad
letrada del que nos ha hablado el intelectual Ángel Rama. Para vastos
sectores de la población de América Latina, el acceso a la
alfabetización ha sido muy difícil, en especial para sectores
campesinos y rurales, quienes ven en el dominio de la lectura y la
escritura razones de prestigio y ascenso social. En los periódicos, el
padre de Ana ve fotografías de personas hermosas y distinguidas,
además de “letras grandes y negras, letritas pequeñas, letras metidas
entre rejas, otras volando, sentadas, paradas, chumadas, reclinadas,
letras, letras, letras” (De Salvador Crespo 1986, 13).

Fue evidente que la ciudad letrada remedó la majestad
del Poder, aunque también puede decirse que este rigió las
operaciones letradas inspirando sus


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principios de concentración, elitismo, jerarquización. Por
encima de todo, inspiró la distancia respecto al común de la
sociedad. Fue la distancia entre la letra rígida y la fluida
palabra hablada, que hizo de la ciudad letrada una ciudad
escrituraria,
reservada a una estricta minoría (Rama 1998,
43).

La propuesta de la ciudad letrada tienta a taita Pacho, que así se llama
el padre de Ana, y tienta a la niña desde el primer momento. Para esa
púber, a quien el espantapájaros, los riachuelos, los frutos y peces
cautivan –de modo especialísimo, los árboles-, la imagen de la ciudad
resulta cautivadora. Cuenca parece encarnar un alma femenina
seductora y coqueta que prontamente atrapa a la niña aventurera,
aunque melancólica. Además, tras adoptar los zapatos y el uniforme
escolar que cubren su cuerpo libre y silvestre, se convierte pronto en
una alumna ejemplar, que recibe las asignaturas propias del sistema
educativo fiscomisional.

Y al fin Julio y los exámenes, la velada para entregar
los premios, la comedia, las recitaciones. A la Anita la madre
superiora le prendió varias medallas con cintas en el pecho:
“Aprovechamiento, Conducta, Catecismo, Costura, Trabajos
Manuales”. Y su taita, que vino para la ocasión y que estaba
sentado al lado de su comadre, el rato de la emoción cogió la
mano de esta, y así, al disimulo, ambos quedaron
transmitiéndose todo el orgullo, toda la alegría de mirar que la
Anita había sabido corresponder” (De Salvador Crespo 1986,
41-42).

Crecimiento y orden

Ana, vive confiada plenamente en su padre y disfruta los elementos
que rodean su vida: el río, las piedras, los árboles, la imaginación y los
juegos. El mundo masculino está representado en la firmeza del padre
trabajador y protector y en el espantapájaros que ella fabrica durante
la estación anual de cosechas:

Así, su “Juancho” giraba al viento como un cristo
florecido –“¡Parecido al del camino a Sayausí!”-, espantaba

los pájaros voraces, pero atraía a los quindes, las mariposas y
abejas que volaban vibrando alrededor, y le hacían música
para sus danzas; porque Ana agarrada a la punta del poncho,
giraba, giraba, giraba hasta que, mareada, caía sobre la yerba;
luego, hablaba con él, le contaba cosas. Sabía que sólo
volvería al año siguiente, era un cariño nostálgico, como un
“amor de verano” (De Salvador Crespo 1986, 8).

Este amigo, encarnado en un espantapájaros, es parte del mundo
natural que rodea a Ana, experimentado a través de sensaciones
placenteras surgidas en la interacción con el paisaje. “Juancho” no
supone para la niña ninguna relación obligada, y tan libre y espontánea
es, que aparece y desaparece según el ciclo de las cosechas. De hecho,
nace del hacer de la propia niña. Con el pasar del tiempo, la otra
presencia masculina, inofensiva también, pero viva, será la de Toño,
el hijo, huérfano de padre, de la madrina Eloísa. Con él y la mascota,
Ana se asomará a ver el río citadino, mucho más amenazante que el
del hogar infantil; con él a su lado, enfrentará tareas domésticas,
participará en desfiles religiosos, jugará hasta el cansancio, y vivirá la
desventura final. El padre instruye a su hija: “Y vos, Anita, a que
juegues cocinando, lleva esta maltoncita a que hagas locro para el
Toño, y esas macetitas para la azotea” (De Salvador Crespo 1986, 43).
Es decir que, ya en Cuenca, la pequeña es adiestrada para atender al
posible novio, Toño.

Durante los desfiles, la chica “se pasaba pegada a la madrina, porque
viéndole tan bonita ya comenzaban a lanzarle piropos, no los del Toño,
sino de los otros, “que no duelen pero sí hacen ponerse colorada”.
Ayudaba a despachar dulces a los clientes, que se tentaban de
comprarle, no tanto por los dulces como por las despachadoras.” (De
Salvador Crespo 1986, 41) La vida tumultuosa en la ciudad tiene
arrobada a la niña, para quien, además, parece regir un mandato
implícito: agradar a los hombres. El modelo de la madrina, empero,
desafía ciertas convenciones, pues ella es hermosa y no está atada a
opresivas condiciones matrimoniales.

Todo le hacía parecer un arbolito florido que
espejeaba en los aretes, las lentejuelas


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del fleco anudado del paño, los zapatos de charol, en sus ojos,
su risa, toda su persona. Era la más linda y, además, su libertad
de viuda joven hacía que no tuviera que estar sujeta al marido
para todo. Las otras tenían que atender a los guaguas, esperar
al hombre para la comida, curarle la chuma de los días de fiesta
y aguantar sus malos tratos (De Salvador Crespo 1986, 34).

Ana se adapta a la vida en la ciudad prontamente, el padre estrecha los
vínculos afectivos con la comadre, a quien piensa pedir en matrimonio
pronto, y hasta ha dejado su antiguo oficio: “—Mi hijita, ya nunca más
cortaré árboles, ahora soy ollero, vea cuántas cosas lindas sé hacer.”
(De Salvador Crespo 1986, 43) Antes del desenlace, todos –esta
especie de nueva familia ensamblada- viajan al campo, a la casa pobre
del inicio.

La Anita después de abrazar y besar a su taitico voló
al maizal a visitar al Juancho. Allí estaba plantado como si lo
hubiera hecho ella misma la víspera, igualito; el taita le había
adornado; se agarró a la punta del poncho y empezó a bailar
dando vueltas. Quitándole el sombrerito se puso a cantarle
zalamera (De Salvador Crespo 1986, 43).

La jovencita se despide de su viejo amigo. Al ver a su río amado, que
ha sido su compañero desde el comienzo, siente un terrible presagio.
Y comprueba que la piedra que solía acunarla es tocada cada vez más
alto por la corriente. Ya de vuelta en la ciudad, se comprueban los
desastres que la correntada del río crecido está causando:

Abajo pasaba el río, pero era un río terrible: había
crecido tanto que desbordaba las orillas, los sauces sólo
asomaban lo más alto de sus copas y los más viejos eran
desgajados de raíz, pues en la corriente galopaban piedras
inmensas, árboles y ramas, animales muertos, pencos con sus
raíces al aire, como manos desesperadas, troncos, restos de
casas y de puentes (De Salvador Crespo 1986, 46).

Pasada una semana del desastre, los niños quieren volver a pasear por
las orillas. “Al fin, la comadre Eloísa les dio permiso, pues el rio
pasaba tranquilo después de haber hecho tantas maldades. Era jueves

y quería quedarse a solas con su compadre.” (De Salvador Crespo
1986, 48)

La desgracia casi pasa inadvertida. La heroica Ana, capaz del sacrificio
extremo por su amiguito Toño, no se desespera al ser llevada por la
corriente. Por el contrario, se deja arrastrar por sensaciones dulces.
“¿Sería Amor?”, llega a preguntarse. Pronto, ella y todos sus objetos
personales son arrastrados por el agua. La voz narrativa afirma que era
ya Ana de los Ríos, el Mar, las Perlas, los Corales, las constelaciones.
En cierto modo, la chica se funde con los elementos de la naturaleza.

En la obra titulada Temas de la literatura infantil, subtitulada
Aproximación al análisis del discurso para la infancia, Fanuel Hanán
Díaz analiza las “Variaciones sobre el tratamiento del tema de la
muerte en la literatura infantil” (Hanán Díaz 2015) Lo más relevante
para nuestro caso tiene que ver con tres situaciones diferentes. Por un
lado, parecería que en las páginas de esta obra se insinúa “el deseo de
experimentar la propia muerte”. (Hanán Díaz 2015, 72) Cuando la
corriente ya se lleva a Ana, dice la voz narrativa: “Ella no se resistió:
tenía una sensación cálida y dulce. ¿Sería Amor? Y se sentía mecida
en unos brazos líquidos. No quería luchar. Se entregaba y se iba, se
iba…” (De Salvador Crespo 1986, 50).

Por otro lado, los lectores estamos frente a lo que denomina Hanán
Díaz como “muerte lacrimosa”, asociada con los sentimientos de pena
y dolor, en medio de una carga emocional muy fuerte, que hace al
lector experimentar empatía. Hay obras en las que se producen
“muertes necesarias”, es decir entre combatientes, piratas, soldados;
hay también las “secundarias”, de personajes que no son protagónicos,
y, finalmente, las “muertes importantes”, de los personajes
importantes con quienes se han establecido relaciones de
identificación. Normalmente acontecen a niños marcados por
desventuras y tienen un contenido trágico (Hanán Díaz 2015, 75)

Estas defunciones se presentan con mayor frecuencia en cierto estilo
de obras. “Estas historias, muy populares en la literatura finisecular,
estaban muy apegadas a las corrientes del realismo y el naturalismo.
Niños desposeídos, huérfanos, de clase marginal, deambulaba por las


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calles famélicos y mal tratados. Casi siempre terminaban sus días sin
ver la felicidad” (Hanán Díaz 2015, 75).

Ana ha sido la protagonista de esta nouvelle. Los lectores han sentido
empatía por ella. Es una niña huérfana, pero no ha sido famélica ni mal
tratada. Lo que es inobjetable es el desenlace trágico y la imposibilidad
de la protagonista de alcanzar la felicidad.

La nouvelle puede ser leída como la historia alegórica y circular del
crecimiento de una muchacha cuyo sacrificio radical parece permitir
la reinstauración de un orden: el padre deja su oficio de leñatero, o sea,
deja de talar los árboles, y está pronto a casarse de nuevo; de hecho,
antes del desenlace fatal, Ana obtiene permiso de su madrina porque
ese día los dos adultos –el padre y la madrastra- han planeado estar a
solas.

“Taita Pacho, la Eloísa y el Toño, agarrados de la mano, lloraban y sus
lágrimas caían al río. Era una manera de irse con ella.

El “Shungo”, ladrando y sacudiéndose, corría por la orilla” (De
Salvador Crespo 1986, 51)

PATRIMONIO CULTURAL

Como se sabe, la Bildungsroman o novela de formación relata el
proceso de crecimiento y maduración de un personaje juvenil hasta que
alcanza madurez. En el caso de la obra que nos ocupa, los lectores
alcanzamos a ver apenas una fase de ese proceso de crecimiento: tal
vez el situado entre la prepubertad y la pubertad.

En el artículo “La inscripción del cambio social en los espacios de la
novela de formación hispanoamericana”, Víctor Escudero Prieto
(Escudero Prieto 2021) plantea que en la novela de formación y en la
picaresca europea suele observarse como un tema común el
desplazamiento del protagonista del campo a la ciudad, y que, junto
con este, se aprecia una situación nueva, de mayor movilidad social,
pues la ciudad suele albergar diversidad de oficios y profesiones. Si
bien en este texto se propone que en la ciudad hispanoamericana como
escenario de novelas de formación no se produce tanto desplazamiento
como en las urbes europeas, sino un estancamiento en un barrio o

sector -y no hay un intercambio con otras clases sociales-, es de mi
parecer que el traslado de Ana de la casita en Sayausi a la ciudad de
Cuenca permite a la chica una visión panorámica de los distintos
sectores urbanos y una experiencia de la urbe como escenario de
intenso intercambio comercial y social. De cierto modo, la maravillosa
experiencia del mundo natural es sustituida por la de los símbolos
culturales que llenan la urbe. “La ciudad moderna se ha ligado
normalmente con procesos y discursos dinámicos y crecientemente
complejos: a medida que se va nutriendo de nuevos grupos sociales y
aumenta la mezcla y la transferencia de experiencias, la trama que
cimienta el relato de la ciudad se vuelve más y más indiscernible”
(Escudero Prieto 2021).

Y en la plaza los guambras que coquetean, los chazos
y cholas dulceras que se lanzan pullas y desafíos. Los señores
y niñas gustando desde los balcones, de barandas de hierro
antiguo, entre dulces y mistelas, en esas hermosas casas del
parque con elegantes escaleras rematadas en bolas de cristal
de colores sobre las pilastras de los pasamanos, maceteros de
porcelana, linóleos brillantes como lagos en donde naufragan
flores, aves, paisajes y que da pena pisar por temor a trisarlos
como espejos. En las salas, divanes con almohadones y
muñecas de loza antigua, alfombras y mesas de mármol llenas
de finos “bibelots”. Y en las barandas de hierro labrado, la
fiesta del Septenario enredándose con su magia (De Salvador
Crespo 1986, 41).

Por otro lado, en el sentido de la ciudad como extensión del fluir del
agua y los ríos, Cuenca no es tan la antipoca del lugar de origen de
nuestra protagonista. Como se ha dicho, Ana parece convertirse en la
ciudad misma. La encarna a la perfección. La denominación de “Ana
de los Ríos” es la misma que de la ciudad, según consta en el acta de
fundación ya mencionada.

En estas páginas, en las que se da cuenta de una serie de calles e hitos
arquitectónicos de Cuenca, se habla de la iglesia situada cerca de un
parque central –por las pistas se sabe que es el Parque Calderón, y que
la construcción es la Catedral-, amén de barrios,


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calles, monumentos, puentes, festividades, tradiciones, rituales, de
todo lo cual se da cuenta en las numerosas notas que he puesto al pie
de página.

Cuenca fue declarada Patrimonio Cultural del Estado ecuatoriano en
1982, por albergar una serie de hitos arquitectónicos de culturas, como
la cañari, anterior a la incásica; así como hitos del periodo colonial y
republicano. Y en 1999, el centro histórico de Cuenca fue declarado
Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, como un modo
de ratificar el valor histórico, arquitectónico y cultural de esa ciudad
ecuatoriana.

Como se ha dicho, tanto Ana como su padre se sienten asombrados por
los muchos símbolos que deben descifrar. Ante ellos, por ejemplo, se
presentan al menos dos rituales religiosos: el del Pase del Niño y las
festividades de Corpus Christi, tradiciones arraigadas en la ciudad de
Cuenca desde la época colonial, llenas de signos de la heterogeneidad
cultural y del mestizaje característico de nuestro país y, con mayor
énfasis, de ciertas provincias.

La descripción que se ofrece en Ana de los Ríos del Pase del Niño –
una de la advocaciones para Jesús-, de los pases más pequeños
jerárquicamente y de los personajes que forman parte de la festividad,
coinciden plenamente con las descripciones que desde el punto de vista
antropológico se ofrecen de esta ceremonia popular que implica
desplazamientos a través de la ciudad, con la participación estelar de
niños y niñas que encarnan a diversos personajes, como los Reyes
Magos, los llamados mayorales o mayoralas, el ángel de la estrella,
entre otros. Muchos de estos niños van montados sobre burros
enjaezados con todo tipo de frutas, confites y adornos.

El pase del Niño Viajero debe su nombre a que esta
escultura, trabajada en el año 1823, fue llevada por su dueño,
el Vicario de la Arquidiócesis de Cuenca, a visitar los lugares
Santos, recibiendo la bendición del Papa. Cuando regresó en
1961, la gente devota del pueblo y en especial la mantenedora
por muchos años del pase del 24 de Diciembre que se realizaba
en varias Iglesias (La Merced, El Cenáculo, María Auxiliadora

y especialmente con el Niño del Hospital), exclamó al ver la
escultura: “Ya llegó el Viajero!” (González Muñoz 1981).

Idéntico efecto de mímesis de la realidad extraliteraria ocurre con la
descripción de las fiestas del Corpus Christi que, en opinión de
expertos, es tan arraigada en el pueblo cuencano y en la Sierra en
general debido, seguramente, a la coincidencia con festividades
precolombinas como el Inti Raymi. En España se celebraba desde la
Edad Media y llegó a América a partir de la Conquista. En Cuenca,
además de conmemorarse el Corpus Christi en el ámbito urbano, se lo
hace también en zonas rurales.

Semejanzas estructurales, entre el Inti-Raymi y el
Corpus Chirsti, como en el que en ambas se permitiera lo
secular, lo profano, el parecido en la forma de la divinidad, la
custodia brillando como el sol, posibilitaron que la fiesta
indígena, antes que desaparecer se mezclara con la fiesta
cristiana, muy a pesar de obispos y de extirpadores de
idolatrías. (Cordero de Landívar 1981)

Junto con el carácter solemne y profundamente religioso de la
celebración, está la raigambre popular: los días en los que transcurre
duran siete días completos y en ellos hay juegos pirotécnicos –cada
uno con su propio nombre- viandas, comercio popular, juegos de azar
y diversión. Es claro que los platillos que se expenden y la pirotecnia
surgen de un trabajo artesanal que se enseña de generación en
generación. Una de las tradiciones descritas por antropólogos es la de
los dulces que se expenden en calles y plazas. La siguiente descripción,
tomada de un texto antropológico coincide con las que se encuentran
en las páginas que nos ocupan.

Fueron las damas de la alta alcurnia y por supuesto las
monjas que también pertenecían a la alta sociedad las
encargadas de confeccionar. La servidumbre de cocina, también
de mujeres, aprendió a elaborar los dulces, que poco a poco
fueron ofreciéndose al público en los portales alrededor del
Parque Central. Es claro que los dulces también sufrieron un
mestizaje al haber incorporado nuevos ingredientes como el


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maíz y una serie de aliños de nuestro medio, que dieron el toque
típico de la sazón cuencana y lugar a que se los bautice con
nombres propios, muchos de ellos venidos del quichua como:
pucañahuis, cusinga o con sabor coloquial como: suspiro de
monja, amor con hambre, colación del pobre, cortados de
guayaba, etc. Las mujeres que mantienen la tradición y que a la
vez han hecho de su oficio una herramienta de subsistencia,
empiezan a desempolvar las grandes bateas y vasijas para
preparar los deliciosos dulces ante la cercanía del Corpus Christi
y el Septenario, fiesta en la que se instalan las mesas y vitrinas
llenas de bocaditos de vistosos colores, cubiertos con un tul
blanco que los protege (Cordero de Landívar 1981).

El río de esta nouvelle, que nos recuerda claramente a nuestros propios
ríos, que van a dar a la mar, que es el morir, además de ser un símbolo
de lo que arrastra sin control a los seres humanos en su fluir
permanente se constituye en un cronotopo en el contexto histórico,
geográfico y cultural cuencano: tienen sucesos que contar y su
impronta en la cultura, la arquitectura y la vida urbana es fundamental.

«¡Mal haya; Julián Matadero!», gritó Eloísa. «¿De qué
te sirvió el bautizo cristiano si pareces el mismo diablo?» —
«¡Santa Bárbara doncella, líbranos de la centella!» —«¡San
Isidro labrador, quita el agua y pon el sol!», rezaba a gritos la
chola sufriendo en carne propia la angustia de su puente (De
Salvador Crespo 1986, 47).

“El 3 de abril de 1950, tiene lugar un gran creciente
del río Tomebamba, que socava el estribo del puente, abriendo
un amplio boquete, que luego de derruir el edificio y corrales
del camal, que se encontraba en el costado derecho, en
contados segundos lleva el puente”, dejándolo con la imagen
que observamos hoy.

Es un hito urbano, y un testimonio histórico de la fuerza
destructiva del Tomebamba. Constituye un mirador que ofrece
amplias vistas de la parte baja de la ciudad y del río. (Junta de
Andalucia y Municipalidad de Cuenca 2007)

Otro signo cultural del que me gustaría ocuparme es el vestuario, pues
la chola cuencana, cuya encarnación es la madrina Eloísa lleva en su
traje una serie de signos y símbolos. De hecho, en las páginas de Teresa
Crespo, además de describir minuciosamente la serie de prendas que
constituyen el conjunto (polleras internas y externas, centro, polca,
paño, zapatos, sombrero, aretes, sombrero), se explican los símbolos
que encierran.

En la cultura popular azuaya, tanto de la ciudad como de la provincia
en general, parece que todo portara significados. Tal como han
planteado varios expertos, el arte popular y la artesanía son
expresiones del hacer humano en las que las nociones de lo bello y lo
útil se unen. Hay, pues, un modo de ejercer el oficio de la panadería en
la comadre Eloísa o una manera de ser ollero en el padre de Ana que
guardan relación con el arte popular y la artesanía. Los objetos y bienes
de consumo que se producen están signados por la idea de la belleza.
Además, a lo largo de estas páginas se demuestra que existe un acervo
de conocimientos y prácticas respecto de la agricultura, la
gastronomía, la medicina popular, las formas de comunicación vividas
en la ciudad de Cuenca, que mantienen vínculos con el mundo
campesino y rural e, incluso, con culturas ancestrales.











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