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La dolarización en la literatura ecuatoriana: especulaciones
iniciales

Dollarization un Ecuadorian Literature: Initial speculations

A dolarização na literatura equatoriana: especulações iniciais

Fernando Montenegro
Universidad de las Artes

mario.montenegro@uartes.edu.ec

Resumen. En el presente artículo se discute sobre los posibles modos
en que la literatura ecuatoriana, estudiada a través de cuatro obras de
principios del siglo XXI, ha comentado uno de los sucesos más
importantes de la historia nacional: la dolarización. El artículo parte de
una breve comparación entre el feriado bancario (suceso que antecedió
a la dolarización) y los atentados al World Trade Center el 11 de
septiembre de 2001. Posteriormente, el trabajo se centra en estudiar las
posibles consecuencias que tuvo la dolarización en la novelística de
Javier Vásconez, Alfredo Noriega, Gabriela Alemán y Leonardo
Valencia. Finalmente, se plantean una serie de preguntas que guiarán
los debates establecidos especularmente en el presente trabajo.

Palabras clave: literatura ecuatoriana, dolarización, feriado bancario,
narrativa ecuatoriana

Abstract. The present article discusses the possible mechanisms in
which four Ecuadorian novels from the 21st century have commented
on one of the most important events of its national history:
Dollarization of the economy. This work starts establishing a brief
comparison between the financial crises that resulted in the
dollarization process in the early 2000s and the 9/11 terroristic events.
Later on, the article focuses its attention on the work of four
Ecuadorian novelists (Javier Vásconez, Alfredo Noriega, Gabriela
Alemán, Leonardo Valencia) and the possible consequences that the
dollarization of the economy might have. Finally, this essay rises a
number of questions that may guide future investigations.


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Keywords: Ecuadorian literature, dollarization, bank holiday,
Ecuadorian narrative

Resumo. Este artigo discute as possíveis maneiras pelas quais a
literatura equatoriana, estudada através de quatro obras do início do
século XXI, comentou um dos eventos mais importantes da história
nacional: a dolarização. O artigo começa com uma breve comparação
entre o feriado bancário (evento que antecedeu a dolarização) e os
atentados ao World Trade Center em 11 de setembro de 2001. Em
seguida, o artigo se concentra em estudar as possíveis consequências
que a dolarização teve no romance de Javier Vásconez, Alfredo
Noriega, Gabriela Alemán e Leonardo Valencia. Por fim, são
levantadas uma série de questões que nortearão os debates
especularmente estabelecidos neste trabalho

Palavras-chave: literatura equatoriana, dolarização, feriado
bancário, narrativa equatoriana


Recibido: 11.12.2022 Aceptado: 13.12.2022


1. Dos acontecimientos: El 9/11 y la dolarización

Hay dos acontecimientos que marcaron decididamente mi vida y, creo,
la de mi generación: el 11 de septiembre de 2001 y la dolarización.
Entiendo aquí acontecimiento según lo ha definido Zizek (2014): “un
acontecimiento no es algo que ocurre en el mundo, sino un cambio de
planteamiento a través del cual percibimos el mundo y nos
relacionamos con él” y después, “el acontecimiento ya no es un mero
cambio de planteamiento, es la destrucción del planteamiento como tal
(p. 24)”.


8 Nótese como Anderson encuentra en las novelas incluso menos relevantes

fórmulas a través de las cuáles los lectores del siglo XIX ejercitan un modo de
imaginación análogo a la estructura de esas obras. Es ese mismo ejercicio, la sensación
de que habita en un tiempo “vacío y homogéneo” el que les permite a un individuo

En ese sentido la distinción fundamental no está determinada tanto por
las consecuencias económicas, sociológicas o políticas que se
desplegaron, sino por el modo en que se presentaron en tanto
narrativas. Respecto a esto Zizek continúa: “en ocasiones [un
acontecimiento] puede presentarse directamente como una ficción que
no obstante nos permite decir la verdad de un modo indirecto” (p. 24).
En otras palabras, no me interesan exclusivamente las narrativas o
discursos que emanaron de las instancias gubernamentales o de los
medios de comunicación, sino los modos en que estos acontecimientos
fueron representados y narrados en el campo cultural y concretamente
en el campo literario.

Más allá de esta aclaración preliminar, quisiera prestar atención a los
modos en que estos dos sucesos marcaron mi vida de manera concreta.
Aunque es cierto que entre el 11/9 y la dolarización hay varias
distinciones fundamentales, empezando por sus escalas, tienen en
común que definieron mi percepción sobre cómo un acontecimiento
podría afectar mi devenir como ciudadano del mundo y como
ciudadano ecuatoriano. Para decirlo de una mejor manera: me interesa
pensar cómo estos sucesos me construyeron como ciudadano en el
sentido que Benedict Anderson propone en su célebre Comunidades
Imaginadas
.

Recurro a Anderson porque allí hay una clave para comprender el
influjo que tienen ciertas narrativas ficcionales en el modo en que nos
relacionamos afectivamente con la nación y con su historia (la historia
de sus acontecimientos). Para Anderson la literatura fue la forma
discursiva clave que logró fortalecer ese vínculo filial en el siglo XIX,
precisamente por su dimensión sentimental8.

Si bien recuerdo vivamente la mañana de septiembre en que la
televisión de mi casa proyectaba las imágenes confusas de un
accidente aéreo, no fue hasta que lo relacioné con las varias películas

cualquiera sentirse identificado con millones de compatriotas de los que nunca
conocerá su nombre. Véase: Benedict Anderson, Comunidades imaginadas:
reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo
(México: Fondo de Cultura
Económica, 1993), p. 48.


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apocalípticas que representaban (casi deseándolo) la destrucción de
Nueva York9, que entendí realmente lo que estaba ocurriendo. Esa
mañana tuvimos que ir al colegio para resolver el asunto de las
matrículas anuales y en el encuentro con mis compañeros hablamos de
ello como si se tratara de un partido de la Copa Libertadores o un
episodio de Dragon Ball Z. La razón era simple: lo habíamos visto
previamente en la televisión y reconocíamos el plot: Los Estados
Unidos están bajo ataque.

Esto no es menor, en ningún sentido, pues, de alguna manera, lo mismo
ocurrió con el feriado bancario de 1999: para algunos de nosotros, no
era más que un programa más de la parrilla de programación de un
canal local, con la grave diferencia de que no disponíamos de una
narrativa que prefigure ese suceso.

Por supuesto que esta afirmación está cargada de la ingenuidad de un
adolescente. Era obvio que estas determinaciones me impedían valorar
con un mínimo de objetividad lo que, para tantos otros, era acaso
demasiado real para soportarlo.

Ese efecto de realidad relacionado con el 9/11 solo se manifestó
cuando mi madre, horrorizada frente al desplome de las torres, recordó
que mi tía, su hermana, vivía desde hace un año en Nueva Jersey temía
que pudiera ser alcanzada por los ataques. Más tarde, mi padre,
habiendo hecho contacto con varios miembros de su familia, explicó
que uno de sus tíos, que vivía en Manhattan desde los años sesenta,
trabajaba de cartero y su ruta incluía el World Trade Center. No se
había reportado en casa desde las ocho de la mañana.

No murió nadie conocido y, aunque las comunicaciones tardaron en
llegar, supimos que los nuestros estaban bien resguardados. Ese baño
de realidad me hizo saber, con claridad meridiana, que la vida de
cualquier persona en el mundo puede estar —y de hecho está—
fatalmente determinada por este tipo de sucesos televisivos, que
parecen extraídos de la ficción. Sin embargo, lo que Benedict


9 Vale recordar que algunas películas como Armageddon (1998), Deep

Impact (1998), Independence Day (1996), ensayaron alguna forma de destrucción de

Anderson y Slavoj Zizek argumentan es que esa realidad está
inmediatamente intervenida por una serie de narrativas que, en muchos
casos, pertenecen al campo de la ficción y que en muchos sentidos las
prefiguran.

Ahora bien, ¿Por qué no tuve la misma sensación cuando dolarizaron
la economía ecuatoriana? Como muchos amigos y amigas de mi
generación mis padres tenían las noticias prendidas todo el día en
especial durante los tumultuosos primeros meses del siglo XXI. En
esas imágenes no se podía percibir narrativa alguna. Al menos, si
existía, resultaba imperceptible para mí. Esa narrativa la pude
encontrar solo años después en otros lugares, por ejemplo, en la
película de Diego Araujo, Feriado (2014) y, especialmente, en el
reciente libro del ex-presidente ecuatoriano Jamil Mahuad, Así
dolarizamos al Ecuador: Memorias de un acierto histórico en América
Latina
(2021).

La importancia de este libro, más allá de su agenda política, es que
esclarece el tipo de metáforas y recursos narrativos que la
administración de Mahuad utilizó para explicar (narrar) los
acontecimientos de 1999 y 2000. Dos de esas metáforas son la del
Titanic y la del cirujano. Vale recordar que Titanic (1997) fue una
película muy popular por aquellos años y no sería exagerado afirmar
que la mayoría de la población estaba familiarizada con la imagen
propuesta.

Había una narrativa entonces, incluso una narrativa de la que
podríamos admitir sus “buenas intenciones”, pero nada más. La verdad
es que en general los ecuatorianos y ecuatorianas atravesaron un
cataclismo cuyo argumento era demasiado difícil de entender. No solo
no contábamos con narrativas que prefigurasen el desastre, sino que
tampoco tenemos demasiadas que lo expliquen a posteriori.

Esta al menos es mi primera impresión.

la ciudad de Nueva York. Más allá de que no fueran películas sobre el terrorismo
islámico, parecía clara la obsesión con la destrucción de la urbe.


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Algo diametralmente opuesto ocurre con el 9/11 donde quizá haya
demasiado material discutiendo un mismo acontecimiento. La
literatura norteamericana, para no ir más lejos, reaccionó de manera
contundente. David Foster Wallace y Don DeLillo, por ejemplo,
escribieron famosos textos que tienen lugar en esa histórica jornada.
Pero, ¿no hay acaso en Cormac McCarthy, Joan Didion, Jonathan
Franzen, Jennifer Egan, David Marckson, Junot Díaz algún rastro
distintivo de aquello, una referencia, un personaje, un argumento, una
estrategia narrativa que no esté de algún modo relacionada con ese
acontecimiento?

Al respecto, el crítico norteamericano Richard Gray (2011) escribió:
After the Fall, Después de la caída. En la introducción comenta que “si
hay algo que tienen en común los escritores en respuesta al 11/9, es un
fallo en el lenguaje; los ataques terroristas hicieron que sus
herramientas de comunicación parecieran absurdas.” (p. 17).

Por supuesto que la literatura ecuatoriana no es comparable a la
industria cinematográfica gringa en ningún sentido, tampoco a su
literatura. Por ello si un día como hoy pregunto en un congreso de
literatura ¿cuál es la gran novela de la dolarización?, probablemente
me espere un contundente silencio.

Admito que, de entrada, esta pregunta me excede porque, para
empezar, por una cuestión incluso de formación, no soy un especialista
en literatura ecuatoriana del siglo XXI ni de ninguna época, y es
posible que esté perdiendo de vista varias obras que solo se abrirán con
una investigación más acuciosa de nuestra tradición narrativa del siglo
XXI. Mi intuición es que, pese a ello, pese a que esta u otra novela
pueda de manera directa o tangencial tocar el asunto de la dolarización,
la cuestión no está relacionada tanto con el argumento de las obras, ni
siquiera con su tema, sino con las posibles consecuencias formales o
estéticas que pudo sufrir la narrativa nacional tras el crucial año 2000,
al margen de las derivas propias de la tradición literaria
latinoamericana contemporánea. ¿Es posible aislar a la literatura
ecuatoriana, especialmente a la novela, en relación con sus pares
continentales?

2. Cuatro novelas ecuatorianas

Antes de comentar las novelas he de decir algo sobre el género y la
elección de mi material. Debo aclarar que he centrado mi interés
particularmente en la novela ecuatoriana, pues, hasta donde puedo ver,
sigue siendo la novela el género literario que más y mejor relaciona el
campo de la literatura con el de la economía, según lo ha destacado Ian
Watt en numerosas ocasiones.

Por otro lado, Lukács (2010) argumenta que “los problemas de la
forma de la novela son aquí el reflejo de un mundo que se ha
desintegrado” (p. 15). Y este es el mundo que me interesa explorar, un
mundo que, al menos en su faceta monetaria, desapareció.

Las novelas con las que he empezado mi investigación son cuatro: De
que nada de se sabe
, de Alfredo Noriega (2002), El retorno de las
moscas
de Javier Vásconez (2005), El libro flotante de Caytran
Dölphin
(2006), Poso Wells de Gabriela Alemán (2007). Pudieran
estar otras novelas.

El otro asunto relacionado a la selección del género que se trabajaría
era discernir el marco temporal o histórico del cual extraería esas
obras. Parece obvio que debería empezar con novelas publicadas
después del año 2000 y, quizá, como punto de llegada el 2007 o 2008.
La razón por la que he establecido un primer período que está
relacionada con la entrada en vigencia de la Constitución de
Montecristi, en octubre del 2008, pues es en ese documento que se
establece, por primera vez, de manera oficial, que el dólar es la moneda
del Ecuador, en un gesto de cierta manera fatal e irreversible. Hasta
este punto, según lo ha recordado Mauricio Dávalos, se seguía
debatiendo si el Ecuador debía mantener este sistema monetario, una
discusión cada vez más extinta, aunque aparece fantasmalmente en
cada elección presidencial.

Ahora bien, encuentro necesario volver a Lukács y aclarar que no me
he aproximado a estas obras como si fueran novelas históricas. En este
sentido utilizo el trabajo realizado por Roberto Schwarz en sus
múltiples estudios sobre la novela brasileña moderna, especialmente
en dos ensayos: “La importación de la novela y


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sus contradicciones en Alencar” y del volumen dedicado a la
novelística de Joaquim Machado de Assis, Un maestro en las
periferias del capitalismo
.

La razón por la que me interesa esta vía analítica es porque Schwarz
ha reflexionado sobre las relaciones y tensiones entre economía y
literatura, de un modo que le ha permitido detectar los principales
rasgos de la literatura brasileña del siglo XIX y su itinerarios en la
construcción del estado moderno brasileño en su inserción al
capitalismo global. Ese movimiento, asegura Schwarz, deriva en una
propuesta estética que la hace particular. La particularidad radica en
que estos escritores, especialmente Machado de Assis, lograron
encarnar en su novelística las contradicciones de la nación,
caracterizada por una fuerte tensión entre lo global y lo local, o a través
de ese mecanismo que el crítico ha descrito como el “desarrollo
desigual y combinado” del capitalismo que tan bien (y tan mal) lo
adapta a realidades locales diversas. Las novelas brasileñas del siglo
XIX hacen un uso concreto de eso que se ha llamado el color local,
solo para infiltrarse, aunque de manera por momentos secreta, en los
circuitos de la novela global.

¿No este precisamente el gesto que replican, de alguna manera,
Gabriela Alemán y Leonardo Valencia en sus novelas?

Ahora bien, en el caso del Ecuador de la dolarización hay una
particularidad que es necesario mencionar: la dolarización es el modo
particular en que el Ecuador ingresa en el siglo XXI. Esta es una
diferencia crucial entre los procesos brasileños del siglo XIX y el
ecuatoriano del XXI, naturalmente, pues el aspecto más destacado de
su “color local”, su elemento particularizante, es un objeto extranjero,
es decir, el dólar.

¿Es por eso que el sentido de las novelas estudiadas encuentra, con
frecuencia, en elementos externos su resolución ulterior? Un ejemplo,
es el personaje mexicano de Gabriela Alemán o el hecho de que Pozo
Wells, incluso ya desde el título, nos indica que parte del misterio que
oculta está relacionado con un agente externo, inglés en concreto. Lo
mismo podemos pensar con Valencia y la dimensión global de su

apuesta literaria o de ese estilo de guía turística que por momentos
sobresale en la prosa de Alfredo Noriega cuyas descripciones de la
ciudad están destinadas para quien no conoce las calles de Quito.
Evidentemente, Noriega está pensando en un lector hipotéticamente
extranjero. Este gesto es absolutamente claro es en la novela de Javier
Vásconez El retorno de las moscas.

El retorno de las moscas, de 2005, es una pieza de género que busca
instalar al personaje de John Le Carré (a quien lo hace protagonista del
relato), George Smiley, en la Quito contemporánea. La narración
comienza planteándose un crimen, respetando las normas más
conocidas de la novela negra.

Christopher Domínguez Michael asegura que esta novela breve es un
capricho del autor ecuatoriano que responde a su afición y
conocimiento del género policial. En mi opinión, en el centro de esta
novela, se encuentran las mismas preguntas que posibilitan toda la
obra de Vásconez. No es que el novelista haya querido simplemente
“adaptar” el género policial a su ciudad, sino observar qué le sucede a
ese género cuando se enfrenta a las contradicciones locales de los
Andes: ¿es siquiera posible esa novela en la mediocridad del páramo
andino? Quizá por eso la obra no se juega en la resolución del crimen,
sino en la descripción del paisaje: en el color local. No se restablece
allí ningún orden o equilibrio vulnerado con el crimen sino, por el
contrario, se acepta la violencia inherente de ese mundo. Así concluye
Smiley, “todo es un asunto estrictamente local” (Vásconez, 2016, p.
243).

Estrictamente local. Excepto que desde el 2000 lo estrictamente local
es lo estrictamente extranjero: el dólar. La pérdida de la moneda no
solo es algo económico, es la pérdida de un relato nacional largamente
arraigado en la vida cotidiana de los ciudadanos. Quizá el único relato


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con tanta penetración en la configuración del imaginario ecuatoriano:
el sucre.10

En este punto vale recordar que la disputa sobre el valor del sucre fue
un asunto que dominó el debate nacional durante la década de los
noventa. El ex-presidente Abdalá Bucaram propuso la opción de la
convertibilidad hacia 1996 o 1997. Incluso, durante su presidencia, se
especuló con el nombre de una posible nueva moneda. Queda claro
que aparte de sus funciones económicas, la moneda tiene un carácter
simbólico y está relacionado, entre muchas otras cosas, con la
soberanía de la nación y con la especificidad de su historia.

En este sentido, la obra más clara para discutir este asunto es De que
nada se sabe
. No solo porque ocurre en la Quito del cambio de siglo,
sino porque allí ya observamos las consecuencias de un fuerte estado
de descomposición social producida por el Feriado Bancario. Es por
Campos, el taxista, por quién sabemos que la novela tiene lugar
después del cambio de moneda. Víctima de un asalto, el taxista se
refiere a los "pocos dolaritos” (Noriega, 2002, p. 72) que guarda en la
gaveta de su taxi y que no son suficientes para salvarlo de la muerte.
El dólar como causa de muerte. El dólar como símbolo de la muerte.

El personaje principal, sin embargo, no es el taxista sino el legista.
Sobre él recae el peso narrativo de la obra, pues intercala sus
reflexiones con la de un narrador omnisciente. Es el único personaje
de la novela al que conocemos de primera mano y con cierto grado de
profundidad psicológica. Es su sistema de valores el que determina el
sentido último de los acontecimientos, pues es en su mesa de trabajo,
es decir en la mesa de la morgue, donde se conectan todos los
crímenes.

La muerte de una joven médica víctima de asalto y violación resultan
en este sentido decidores. Forense y médico. Una tensión que nos lleva
a pensar en la metáfora que utiliza Jamil Mahuad para referirse al


10 Para mayor detalle sobre la relación entre literatura y dolarización el texto

de Álvaro Alemán sobre Nelson Estupiñán Bass. Véase: Álvaro Alemán, “El novelista
que calculaba: Cuando los guayacanes florecían y la convertibilidad literaria” en

estado de cosas inmediatamente anterior a la debacle económica. La
metáfora del cirujano:

Mi situación en este punto con el país era igual a la de
un médico en la sala de emergencias de un hospital que está
listo con su equipo para intervenir a un enfermo que necesita
una cirugía urgente —pues de ello depende su vida— y que,
sin embargo, no puede operar porque los familiares del
paciente no han firmado la autorización legal para que lo haga
(Mahuad, 2021, p. 327).

En la novela de Noriega es el forense el que adquiere el protagonismo,
pues vive ya en el país donde es más importante descubrir la causa de
muerte que prevenirla. De allí que el forense no solo es el encargado
de notificar la muerte del paciente sino que es el encargado de narrar
y de dar sentido. Por lo menos de intentarlo:

La Alameda, ese parque a donde yo solía ir con mi
hermano Jorge a remar por cinco sucres la media hora y a tirar
con una carabina para ganarnos un paquete de frunas o un
chicle: allí, en ese mismo parque donde se ha violado a más de
una provinciana sin plata llegada a la ciudad para “progresar”
(Noriega, 2002, p. 55).

El Sucre representa aquí la infancia del legista y el dólar el estado de
deterioro de las cosas. Vemos replicada entonces la tensión entre
cirujano y forense, entre el antes y el después de la dolarización.

Varas el periodista de la novela de Gabriela Alemán, Poso Wells, es
también el encargado de darle sentido a un mundo sumido en el caos
electoral. La novela ocurre en el 2006 durante una elección
presidencial. De esta novela me interesa rescatar, más que nada, la
estrategia narrativa con la que se relatan los extraños acontecimientos
que siguen a la muerte de un candidato presidencial en pleno mitin y
al descubrimiento posterior de una comunidad de ciegos,

Cinco centavitos: deuda y dinero en la literatura ecuatoriana (Guayaquil: UArtes
Ediciones, 2022).


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secuestradores de mujeres, que viven en unos túneles bajo tierra en la
Isla Trinitaria.

Como en la novela de Noriega, Alemán va soltando el argumento
desde múltiples perspectivas, haciendo uso de diversos mecanismos
para diferir el argumento y crear expectativa en el lector. Lo que en
verdad consigue es crear una experiencia de simultaneidad entre la
historia de Varas y el entramado político que está a punto de
resolverse.

Simultaneidad pero no equivalencia, porque los recursos con los que
cuenta Varas, por lo menos antes del oportuno ingreso de un fiscal, son
demasiado limitados y no comprenden la magnitud de los
acontecimientos. La verdad ulterior es, pues, inaccesible para el
periodista, porque no cuenta con suficiente perspectiva.

En una de las escenas finales de la obra observamos lo siguiente:
“Caminaron horas sabiéndose perdidos hasta que sintieron lluvia sobre
sus cabeza, solo que lo que caía del cielo no era agua. Eran pájaros.
Caían a su alrededor como una tormenta de granizo. Se tendieron en
el suelo y cubrieron sus rostros. Y esperaron el fin del mundo”
(Alemán, 2014, p. 138).

Se trata de personajes que no comprenden su destino. Este es
precisamente el sentido último de la tragedia para Lukacs: el héroe que
no alcanza a contemplar las razones de los dioses, su lenguaje, el de
los dioses, es demasiado elevado para que un simple mortal pueda
comprender.

¿No tiene la dolarización ese estatuto de inteligibilidad?

En este sentido, la novela donde creo encontrar más evidencia es la de
Leonardo Valencia El libro flotante de Caytran Dölphin. Allí, por
supuesto, observamos un Guayaquil posterior al naufragio. Naufragio,
porque el narrador insiste en aclarar que Guayaquil no se inunda sino
que hunde. Es distinto, porque el cataclismo se parece al de un barco,
otra de las tantas metáforas que utiliza Mahuad para explicar el estado
del Ecuador, a principios del año 1999. Así lo señala en varias
ocasiones a lo largo de su memoria de la dolarización.

Mi objetivo era que la prensa me ayudara a difundir la
idea de que el Congreso debía actuar con urgencia para evitar
una tragedia económica y para ello había que presionarlo. En
mis reuniones con los equipos editoriales de los medios
presenté la analogía del Ecuador como barco que le había
presentado al director Gerente del Fondo Monetario
Internacional (Mahuad, 2021, p. 322).

Pero el naufragio no es la figura que me parece más decisiva, sino la
idea misma del libro flotante que está en el centro de la novela de
Valencia. Les recuerdo, la novela empieza con un hombre que ha
arrojado un libro al agua: “Nadie lanza nunca un libro al agua. Se lo
echa al fuego, se lo aprisiona en una caja, se lo entierra de pie en una
biblioteca. Pero nadie lanza jamás un libro al agua. Nadie. Nunca.
Jamás” (Valencia, 2006, p. 11).

La novela entonces se procesa a través de una serie de comentarios
sobre el libro flotante cuestión. Pero flotante no solo es ese artefacto
sino, por momentos, el estilo y la estrategia de la novela. El narrador
nos hace saber de una ciudad, Guayaquil, que no nos da ninguna pista
sobre referentes reales (los personajes tienen apodos), que parece
fluctuar y flotar sobre su presente y su pasado o, como lo define el
propio Caytran: “la geometría verbal de un jardín con pretensiones”.

Una ciudad que ha perdido sus referencias después de la inundación,
aunque no todas, porque desde las lomas habitadas todavía se puede
ver transcurrir el tráfico de embarcaciones transatlánticas en el
horizonte.

Veía también otras luces a lo lejos. Era la cubierta de
un carguero que venía del Sur, bordeando la costa del Pacífico.
Ellos también nos veían [...]. A los pocos que la conocieron
antes de la inundación, aunque no lo digan, no les basta ni
convence el pronombre de los novatos que pasan por primera
vez por Guayaquil. Porque algo no encaja, como si empezara
a evaporarse el oleaje estancado de aguas poco profundas
(Valencia, 2006, p. 16).


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Es decir, la inundación no ha podido parar, pese a todo, el tránsito del
mercado mundial y, de hecho, hundido el centro de la ciudad, los
monumentos, el estado ecuatoriano, en definitiva, la única referencia
posible son esos barcos cargueros que se dejan ver en el horizonte.

Pero quiero volver al concepto que me interesa que es el de lo flotante.
Ya en el año 2000, tuvo lugar el acontecimiento crucial para
comprender el tránsito del Sucre al Dólar. Esto tuvo que ver con la
transición del llamado sistema de bandas cambiarias, por un sistema
del dólar flotante. Aquí la explicación del propio Mahuad:

El 12 de febrero de 1999 el presidente del Directorio
del Banco Central, Luis Jácome, declaró que era urgente llegar
a un acuerdo con el FMI. Presionado por la constante pérdida
de reservas, decidió cambiar el sistema de bandas cambiarias
por el de flotación de la moneda (o dólar flotante). Esto
significaba, en pocas palabras, que la autoridad cambiaria
dejaba de controlar el precio de la divisa y la depositaba en
manos del juego de la oferta y la demanda (Mahuad, 2021, p.
335).

Dólar flotante y libro flotante. ¿Qué tienen en común? Esta me parece
que es una buena pregunta para seguir indagando sobre la relación
entre literatura ecuatoriana y dolarización en un trabajo futuro. Por
ahora, baste establecer el diálogo entre estas dos imágenes, la primera
que abrevia un proyecto novelístico como el de Valencia que no solo
trabaja con una tradición literaria global, sino que desdibuja el mapa
literario local; y la segunda imagen que da cuenta del colapso del dólar
como moneda, pero también como símbolo.

En general, la idea de lo “flotante” parece ser una metáfora provechosa
para continuar en esta vía.



11 Véase: Héctor Hoyos, Los aleph: Bolaño y la novela global

latinoamericana (Bogotá: Planeta, 2020).

3. Algunas implicaciones finales

Me queda hacer una reflexión final sobre algo que dejé abierto al
comienzo de mi trabajo en donde trataba de instalar una tensión entre
el 11S y la Dolarización. La forma de esa tensión es sin duda la de lo
global y lo local tal y como lo han discutido a lo largo de las últimas
dos décadas Franco Moretti, David Damrosh, entre otros.

En un estudio ya famoso, el crítico Héctor Hoyos comenta que esa
relación define las trayectorias de la literatura latinoamericana después
de Bolaño. Con el término Latin Américan Global Novel11, el
colombiano describe los modos en que la novela de esta parte del
mundo se inscribe en los procesos globales, por ejemplo, a través de
temáticas de escala global como el nazismo, el holocausto o géneros
como la autoficción, la ciencia ficción y últimamente la literatura de
terror.

Pero si es así, entonces, ¿en qué pueden diferir las novelas ecuatorianas
de cualquier otras publicadas al mismo tiempo en el resto de la región?
¿Es la dolarización un fenómeno suficientemente penetrante en estas
obras, que las particulariza, la diferencia sustancialmente de sus pares
regionales?

Los casos de Leonardo Valencia y Gabriela Alemán no podrían ser
más claros al respecto. Ambos no solo son escritores de la misma
generación, sino que estuvieron vinculados con el primer grupo de
escritores Bogotá 39 que buscaba dar cuenta del nuevo mapa de la
literatura latinoamericana contemporánea. Ambos autores
ecuatorianos comparten generación con algunos de los nombres que
más y mejor evidencian esa reconfiguración cartográfica, definida por
una apertura a las tendencias globales de la literatura.

En un famoso ensayo, acaso demasiado envejecido, Jorge Volpi había
anunciado la muerte de la literatura latinoamericana12 alegando que las
obras de los autores nacidos en esta región se deslizan con fluidez en

12 Véase: Jorge Volpi, El insomnio de Bolívar (Madrid: Debate, 2009).


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el mercado internacional o en la llamada República Universal de las
Letras.

La verdad es que a menudo me cuesta pensar en la obra de Valencia o
Alemán en esa arena. Transcurrido el tiempo, me parece que el ensayo
de Volpi ha envejecido muy mal, en el sentido de que cada vez resulta
más difícil, en la era de Netflix o de Amazon, ubicar a los y las
escritoras ecuatorianas en esos circuitos con la excepción de Mónica
Ojeda y su incursión en el mercado literario norteamericano,
especialmente por su reciente nominación al National Book Award del
año 2022.

Pero es Ojeda, precisamente, junto a los y las autoras de su generación
que más evidencian las tensiones entre lo local y lo global que Volpi
estuvo incapacitado de percibir. Ojeda es un caso notable de cómo ha
utilizado un género global como el terror, para discurrir sobre algunas
problemáticas locales, como lo muestra en su última colección de
relatos Las voladoras.

Esta cuestión, sin embargo, no resuelve las preguntas anteriormente
planteadas, más bien, parece imposibilitar su resolución, pues Ojeda
es, precisamente, una representante crucial de la Literatura Global
Latinoamericana, en el sentido de que ha perseguido las señales
sembradas por las Mariana Enríquez, Samantha Swheblin y otras
autoras latinoamericanas con gran suceso en el mercado internacional,
que lo son precisamente por su capacidad de incorporar géneros de
carácter global, como si de una moneda de cambio se tratasen, para
procesar historias locales.

En este sentido nada distingue la obra de los y las escritoras
ecuatorianas de las de sus pares continentales y, por tanto, no hay nada
específico de nuestra tradición literaria contemporánea. Aun así, si
tomamos en cuenta que uno de nuestros aspectos locales
fundamentales es, precisamente, que tenemos una moneda extranjera,
pues quizá valga la pena decir que esa es también la característica
central de nuestra literatura. Sobre si es posible plantear esa tensión,
se tratará en un futuro trabajo.


Referencias

Alemán, Á. (2022). “El novelista que calculaba: Cuando los
guayacanes florecían y la convertibilidad literaria” en
Cinco centavitos: deuda y dinero en la literatura
ecuatoriana.
Guayaquil: UArtes Ediciones.

Alemán, G. (2014). Poso Wells. México: Euterpe Ediciones.
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