DOI: 10.18537/puc.34.01.08
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Artículo científico
Revista Pucara N.° 34. Vol.1, 2023
e-ISSN: 2661-6912
1 Este escrito fue leído el 22 de septiembre de 2022, en el marco del XIV
Encuentro sobre literatura ecuatoriana y latinoamericana “Alfonso Carrasco
RÍO DE SOMBRAS (2003), DE JORGE VELASCO
MACKENZIE: “QUEREMOS SER REVIVIDOS”. ESO
DICEN LOS HOMBRES MUERTOS EL 15 DE
NOVIEMBRE DE 19221
Río de sombras (2003), of Jorge Velasco Mackenzie: “We want to be saved”.
So say the men who died on November 15, 1922
Río de sombras (2003), de Jorge Velasco Mackenzie: “Queremos ser
revividos”. Assim dizem os homens que morreram em 15 de novembro de
1922
Alicia Ortega Caicedo
Universidad Andina Simón Bolívar
alicia.ortega@uasb.edu.ec
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8575-3620
Recibido: 16 - 05 - 2023
Aprobado: 13 – 06 - 2023
Publicado: 30 - 06 - 2023
Cómo citar:
Ortega, A. (2023). Río de sombras (2003), de Jorge Velasco
Mackenzie: “Queremos ser revividos”. Eso dicen los
hombres muertos el 15 de noviembre de 1922. Pucara 34(1),
92-99.
Resumen: Jorge Velasco Mackenzie escribió una y otra vez sobre
Guayaquil, su lugar de enunciación y horizonte de imaginación. En Río
de sombras, el escritor recurre a dos imágenes poderosas: la ciudad
amenazada por su propia sombra y los hombres muertos que caminan,
perdidos bajo las aguas del río, con sus vientres abiertos como grandes
bocas. Esos hombres son los muertos del 15 de noviembre de 1922,
abaleados en las calles del centro de Guayaquil en el curso de una huelga
obrera brutalmente reprimida. Guayaquil es imaginada en la novela como
Vintimilla”, Homenaje a Jorge Velasco Mackenzie, organizado por la Universidad de
Cuenca.
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“puerto que fallece” y está narrada en tono apocalíptico. Uno que anuncia
su ruina y próxima devastación en la coyuntura de fin de siglo, cuando
una serie de medidas de construcción y políticas de crecimiento urbano
edificaron una ciudad de espaldas a su propio pasado. El río que inunda
la novela trae esos hombres a nuestro presente, para que esa matanza no
deje de acontecer porque ellos, que son nuestros muertos, aún “viven” y
reclaman el sitio que les corresponde en nuestra memoria.
Palabras clave: Jorge Velasco Mackenzie, Novela ecuatoriana, Río de
sombras, los muertos del 15 de noviembre de 1922, Guayaquil.
Abstract: Jorge Velasco Mackenzie repeatedly wrote about Guayaquil,
his place of enunciation and imagination horizon. In Río de sombras, the
author appeals to two powerful images: the city threatened by its own
shadow and the dead men who walk, lost under the river's waters, with
their bellies open like big mouths. These men are the dead of November
15, 1922, shot in the streets of downtown Guayaquil in the course of a
brutally repressed workers' strike. Guayaquil is imagined in the novel as
a "dying port" and is narrated in an apocalyptic tone. One that announces
its ruin and upcoming devastation at the turn of the century, when a series
of construction measures and urban growth policies built a city that turned
its back on its own past. The river that floods the novel brings these men
to our present, so that this slaughter will not stop happening because these
men, who are our dead, still "live" and claim their rightful place in our
memory.
Keywords: Jorge Velasco Mackenzie, Ecuadorian novel, Rio de
sombras, the dead of November 15, 1922, Guayaquil.
Resumo: Jorge Velasco Mackenzie escreveu várias vezes sobre seu lugar
de enunciação e horizonte de imaginação, Guayaquil. Em Rio de
sombras, o escritor recorre a duas imagens poderosas: a cidade, ameaçada
pela sua própria sombra, e os homens mortos, que caminham perdidos
sobre as águas do rio, com seus ventres abertos, como grandes bocas.
Estes homens são os mortos de 15 de novembro de 1922, baleados nas
ruas do centro de Guayaquil durante uma greve operária, brutalmente
reprimida. Guayaquil é imaginada no romance como “um porto que
falece” e está narrada em tom apocalíptico, anunciando sua ruína e
devastação iminente na conjuntura de fins de século, quando uma série
de medidas de construção e políticas de crescimento urbano edificaram
uma cidade de costas para o seu próprio passado. O rio, que inunda o
romance, traz esses homens ao nosso presente, para que essa matança não
passe despercebida, porque eles, que são nossos mortos, ainda “vivem” e
reivindicam o espaço que lhes corresponde em nossa memória.
Palavras chave: Jorge Velasco Mackenzie; romance equatoriano; Rio de
sombras; os mortos de 15 de novembro de 1922; Guayaquil.
Sus vientres abiertos, como grandes bocas,
parecían querer hablarme
“Queremos ser revividos”
Río de sombras (156)
Nadie nunca es la ciudad, señor Basilio,
ni siquiera las calles, ni los monumentos,
la ciudad es el tiempo que tardamos en vivirla;
el tiempo de las palabras con que podemos inventarla.
Río de sombras (172)
Leer a Jorge Velasco Mackenzie (1949-2021) y escribir sobre su narrativa
es volver, de la mano del escritor, a Guayaquil. La ciudad sobre la que
nunca dejó de escribir, su lugar de enunciación y horizonte de
imaginación: la habitó, la recorrió, la narró, la imaginó, la mapeó, la
reinventó. Jorge Velasco no habla sobre la ciudad. Escucha su voz y
Río de sombras (2003), de Jorge Velasco Mackenzie: “Queremos ser revividos”. Eso dicen los
hombres muertos el 15 de noviembre de 1922
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escribe con ella al ritmo de su pulso cotidiano. Escribe con la lengua viva
de la ciudad, la lengua de la calle, la lengua popular y marginal, la de la
gente que encuentra mil maneras para sobrevivir en cualquiera de sus
rincones. Supo escucharla, olerla, sentirla, tocarla, rememorarla. Jorge
Velasco no solamente vivió en Guayaquil a la que llamaba “la ciudad de
los manglares” (a pesar de que ha perdido gran parte de esos inmensos
bosques enmarañados con el agua, a partir de la urbanización de su
entorno), sino que la conoció y la amó profundamente. Declaró en
diferentes ocasiones que Guayaquil era su lugar de elección en el mundo.
Río de sombras también es una novela volcada sobre Guayaquil. Esta vez,
Jorge Velasco la imagina cuando la ciudad parece estar a punto de ser
destruida con la llegada de una Sombra que la persigue.
La narración inicia con la llegada de Basilio, el larvero, a la “ciudad de
las tierras del Sur” (“la última ciudad de la Tierra”) después de una larga
ausencia en el Golfo. Vuelve después de escuchar la noticia de que una
sombra está próxima a llegar para desaparecer a la urbe. El malecón y sus
2 La invasión del Guasmo cierra su icónica novela El rincón de los justos,
cuando los habitantes de Matavilela son expulsados del barrio por ser catalogado como
zona roja. En esa novela de 1983 el Guasmo es todavía una pampa amplia y deshabitada.
Actualmente es un barrio marginal, semi-formal de Guayaquil, que se originó en la
década de los setenta. Se estima que en este sector viven casi 500 000 habitantes, uno
de los barrios más grandes y poblados de la urbe.
3 Importa decir que Jorge Velasco imaginó y escribió un relato apocalíptico de
la ciudad, en el cuento que le da nombre a su libro de relatos Desde una oscura vigilia
(1992). El narrador también ha regresado a la ciudad de los manglares para morir en
ella, “cuando la sombra la oculte completamente, borrándolo todo” (p. 11). Marcial,
narrador-protagonista, también es larvero, como Basilio con quien comparte rasgos que
los asemeja: como él, llegó a la ciudad en un vapor cuando escuchó la noticia de que
una sombra llegaba a eclipsar la ciudad. Es un solitario, un caminante. En el curso del
callejeo urbano, el protagonista del cuento se encuentra con varios personajes con
quienes mantiene fugaces encuentros que, a pesar de la extrema brevedad, comunican
una desgarradura. Marcial encuentra un espacio abierto del Parque del Centenario en
donde decide acostarse para recibir la sombra y desaparecer. En esa oscura vigilia, dice
el narrador que siente como si se hundiera en el agua del golfo, atrapado por una ola
muelles, el Cerro del Carmen (allí en donde la ciudad empezó a nacer) y
la vieja plaza de la Planchada, los barrios lacustres al pie del manglar,
tabernas, prostíbulos, fondas, merenderos y portales del centro urbano,
los comercios de la Bahía, el parque del Centenario (el lugar hacia donde
todas las pisadas parecen encaminarse, el lugar elegido por Basilio para
esperar la muerte; espacio constantemente recreado en la narrativa de
Jorge Velasco, epicentro de encuentros y rememoraciones), el viejo
Mercado del Sur, la pampa del Guasmo (situada en la parte baja del río,
frente a los manglares),2 son referentes de un relato de tono catastrófico,
de tinte milenarista en el horizonte de fin de siglo. Un guiño temporal así
lo anuncia: “Mañana se elige último presidente del siglo” (p. 32), lee
Basilio entre los titulares de un diario al día siguiente de su arribo.
Referentes centrales de la historia fabulada son el río, sus dos tributarios
y la isla Puná frente a la ciudad. Velasco Mackenzie se ha propuesto
volver una vez más sobre Guayaquil para imaginarla, esta vez, bajo la
amenaza de su inminente hundimiento.3
ennegrecida que alcanza a cubrirlo todo. El último párrafo recupera los personajes que
fueron apareciendo a lo largo de la narración, pero esta vez la misma escena revela una
situación de encuentro gozoso. Y ese extraño giro enrarece el relato, como si todos
recuperaran sus gestos, pero de otro modo, como suele ocurrir en las imágenes oníricas
de la muerte. Más interesante, podemos reconocer en los diferentes cuentos que hacen
parte del libro, fragmentos que aparecen enteros en Río de sombras: descripción de
encuentros, personajes, sucesos, edificaciones, detalles de acontecimientos, que tienen
lugar en la calle y son observados por Basilio en su recorrido. Esto lo traigo a la reflexión
para apuntar que Río de sombra es la reescritura de un proyecto literario anterior, la
vuelta a un tema que ocupa un lugar central en la imaginación literaria de Velasco
Mackenzie. Toda reescritura conduce la historia fabulada hacia una orilla diferente,
porque hay un asunto que activa el deseo de regresar al texto ya escrito y publicado para
intervenirlo y hacer de él otra cosa. Y, esta es mi lectura, ese asunto es el eco de los
muertos del 15 de noviembre de 1922. Velasco Mackenzie se vio interpelado por esa
memoria. Quiso actualizarla, revivir a esos muertos, imaginar esos cuerpos abiertos a
balazo y hundidos en las aguas del río cien años después. Volvió a sus cuentos para
recuperarlos como fragmentos de una novela en donde tuvieran cabida los muertos de
la huelga con sus cruces.
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Propone Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia que la imagen
verdadera del pasado relumbra en un instante de peligro. En la misma
tesis que desarrolla esta idea, el filósofo también dice que es preciso
arrancar la tradición, amenazada por ese instante de peligro, de las manos
del conformismo que está a punto de someterla. Esta tesis, que es la VI,
se cierra con una invitación a encender en el pasado la chispa de la
esperanza. Y ello es posible si nos comprometemos con esto: “tampoco
los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence. Y este enemigo no
ha cesado de vencer” (Benjamin, p. 20). En Río de sombras Velasco
Mackenzie recurre a dos imágenes poderosas: la ciudad amenazada por
su propia sombra y los hombres muertos que caminan, perdidos bajo las
aguas del río, con sus vientres abiertos como grandes bocas. Y esos
hombres muertos son nuestros, referente emblemático de una memoria
colectiva viva: los muertos del 15 de noviembre de 1922 en las calles del
centro de Guayaquil, en el curso de una huelga obrera brutalmente
reprimida a balazos. Quiero proponer que Jorge Velasco configura su
novela alrededor de estas dos imágenes como recurso expresivo y
posibilidad de salvación.
Guayaquil es imaginada en la novela como “puerto que fallece” y está
narrada en tono apocalíptico. Uno que anuncia su ruina y próxima
devastación en la coyuntura de fin de siglo, cuando una serie de medidas
de construcción y políticas de crecimiento urbano edificaron una ciudad
de espaldas a su propio pasado. Uno de carácter lacustre, fluvial, acuático.
En la segunda mitad del siglo XVI, Guayaquil ya se había constituido en
el astillero más importante del Pacífico. Y hasta las primeras décadas del
siglo pasado, su vida económica, social, sensible, cultural, giraba
alrededor del río y los muelles del Guayas. Recordemos también que el
Estero Salado tiene decenas de ramales que cruzan la ciudad, ubicada a
cuatro metros sobre el nivel del mar. Muchos de esos esteros han sido
rellenados en privilegio de la industria inmobiliaria y el crecimiento
urbanístico, asentamientos e invasiones. Los flujos migratorios –que se
masificaron a lo largo del siglo XX- se asentaron en barrios suburbanos,
compuestos mayoritariamente por manglares que fueron talados y,
posteriormente, rellenados para alojar asentamientos irregulares. El
rostro que ahora exhibe la ciudad responde a modelos de modernización
y desarrollo que alcanza un punto de inflexión con el plan municipal
Malecón 2000, articulado a proyectos de “renovación” impulsados por
quienes manejan el poder local. La aniquilación del espacio público, un
lenguaje patrimonial genérico dirigido a la explotación comercial, una
arquitectura que ensambla estéticas propias del turismo globalizado, son
algunos de los efectos de estas políticas de reformación urbana (Andrade
2006). En la perspectiva de estas ideas, Jorge Velasco crea una voz
narrativa profundamente afectada ante el horror de un final, porque del
fin de un cuerpo urbano se trata, de uno que ha sido despojado de su
materia y horizonte fluvial:
“Yo quiero morir en mi ciudad [dice Basilio], igual que
ustedes morirán en medio de esta urbe que cada día levanta un
piso más hacia el cielo, como un nuevo escalón hacia dios, una
pared de vidrio para separar el aire que deben respirar los pobres
del que respiran los ricos. Por eso”, continúa hablando, “en el río
hay pocos barcos, escasos comercios en el malecón, la ciudad
huye del agua y quiere esconderse entre las altas construcciones
de hierro y cemento” (p. 62, comillas en el original).
La ciudad que está a punto de morir y desaparecer es la que “huye del
agua”, de su matriz vital, de su paisaje fundante. Pero esa materia líquida
es recuperada en la novela de manera febril, vertiginosa, trepidante.
Abundan en ella imágenes cargadas de agua: el curso anecdótico
transcurre en invierno en medio de persistentes lluvias, los personajes
recuerdan otras lluvias, sus vidas en algún momento han transcurrido a
orillas del mar, junto a esteros o cerca de la ría, tienen visiones o
pesadillas de inundaciones, diversos escenarios están tomados por masas
de agua y gigantescas olas amenazan con inundarlo todo. Proliferan
paisajes fluviales en donde nos encontramos con hombres peces,
Río de sombras (2003), de Jorge Velasco Mackenzie: “Queremos ser revividos”. Eso dicen los
hombres muertos el 15 de noviembre de 1922
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laberintos de aguas inquietas, ciudades sumergidas entre las raíces de los
manglares. Río de sombras puede ser leída como un archivo de imágenes
de una ciudad próxima a ser abatida para devenir otra. De allí el estado
de duelo de sus personajes, la percepción de la muerte como cercana
sombra, la persistente presencia de un inacabable ejercicio de
rememoración y recuerdos de infancia, el tono apocalíptico porque del
fin de un mundo se trata. De un mundo conocido que se transforma en
otro. Y la escritura que da cuenta de ese universo entremezcla, como
búsqueda creativa de expresión, el estado de sueño y de vigilia, la realidad
y la mentira, la imaginación y el recuerdo.
En Río de sombras, su autor abraza el mismo grupo humano que habita
Matavilela, el vecindario alrededor del cual se desarrolla la novela El
rincón de los justos (1983): sus personajes caminan la ciudad aferrados a
ella, atentos a las pulsiones de la calle porque carecen de lugar propio.
Callejean y deambulan en el espacio público como si de una soga
suspendida se tratara: “En la ciudad, el ansia de la ciudad está siempre en
las calles” (p. 72). Tal como lo hacen los manglares: este colectivo
humano (vendedores de lotería, lustrabotas, ruleteros, prostitutas,
predicadores, solitarios, ebrios, ciegos y jorobados) lo soporta todo,
agarrados con mayor fuerza a la vida cuanto mayor es la precariedad de
sus condiciones materiales. Como los manglares, no necesitan enraizarse
hacia dentro de la tierra, sino hacia fuera de ella en la exuberante
proliferación de sus movimientos y el fragor de lo inmediato. En las
primeras páginas de la novela, la voz narrativa observa: “Situada frente a
la desembocadura de este gran río, y cerca del Golfo, nadie se explica por
qué es urbe de pocos vientos y ardientes soles” (p. 14). Subrayo el
demostrativo “este” que signa la proximidad de la cosa hablada: el gran
río que en verdad es una ría, porque es un brazo de mar sometido a la
acción de las mareas. Este gran río es el lugar de enunciación de la novela.
“Basilio retorna a mirar por la ventana: el patio interior está vacío, el río
sube despacio empujado por pleamar” (p. 22). También dice: “Ni siquiera
el río huye del tiempo: cuando la marea comienza a bajar, arrastra
despojos, maderas, lechuguines, peces muertos, que ya sufren del mal de
la piedra, que es mal del tiempo, o en las riberas de la isla, frente a la gran
ciudad” (p. 29).
La historia de Basilio se cruza con la del ciego Morán. Ambos son
cercanos interlocutores, y el motivo que los acerca y asemeja es la visión
que los dos tienen de la ciudad. El uno y el otro parecen conocerla mucho,
reconocen sus calles y edificaciones, las del presente y las del pasado.
Registran los matices de su luz, sus olores, el aire que la impregna, los
personajes que la habitan, los indicios de sus cambios. Callejean y vagan
por la ciudad. Son “pievagantes”.
Adentrándose más en el centro de la ciudad, los olores
siguen cambiando: son frescos y nuevos al pasar delante de los
almacenes de ropa, voraces y odorantes los que manan los salones
de comidas; avarientos y sucios los vertidos por los bancos de
préstamos y que la gente trae entre las manos convertidos en
billetes y monedas (p. 72).
[Con respecto al aire de la ciudad, dice Morán]: “Si va
hacia el Sur, es pobre, busca los reinos de Juan X, los Guasmos,
sin frutos y sin flores; si es al Norte, enriquece, estafa o roba; al
Oeste, se envicia o se divierte jugando fútbol; pero si sopla hacia
el Este se fuga, huye a las altas montañas” (pp. 77-78, comillas en
el original).
Ambos personajes portan un mapa mental de la ciudad y se comportan
como cartógrafos de ella, portadores de un conocimiento que la escritura
propositivamente enrarece para revelarlo en un registro discursivo que
participa de la delicuescencia onírica, el resplandor del recuerdo, las
visiones alegóricas, la precisión del testimonio, la fabulación del contador
de historias, la imaginación creativa de quien habita la ciudad al tiempo
que la recorre, la recuerda, la relata, la escribe. Porque ambos escriben
sobre ella, la sueñan, la imaginan, la recrean, la rastrean, la actualizan. El
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pasatiempo favorito de ambos personajes, Basilio y Morán, es el juego de
alterar el rostro de la ciudad: el que gana en los dados tiene la potestad de
trasladar imaginariamente una locación elegida a otro lugar de su
preferencia. En el último juego, Basilio decide mover el río y ponerlo
encima de toda la ciudad: desde el cementerio hasta los Guasmos. “Parece
que de tanto pensar en la ciudad nos estamos volviendo locos” (p. 77),
observa Basilio.
Hacia el final de la novela, comprendemos que la historia que leemos la
ha escrito Morán, a quien me gusta pensar como alter ego de Velasco. En
algún momento de los diálogos que sostiene el ciego con Basilio,
protagonista de sus escritos, le dice que escribe para vivir, no para
inventar: “ser dueño de una historia que, si usted no la cuenta, se muere”
(p. 96). De esa historia que se abre hacia múltiples derivas, quiero atender
un episodio. El ciego Morán se embarca en un viaje que lo conduce al
“país del río”, de los hombres peces de ojos rosados y una aldea de casas
hechas todas de manglares. Allí descubre el viajero en su primer
amanecer un grupo de hombres que avanzan lentamente, visten como los
obreros de la ciudad y parecen estar a punto de cumplir con sus faenas:
Cuando me acerqué a ellos, ninguno levantó la mirada:
eran trigueños, muy delgados y de manos encallecidas, como si
hubieran regresado de alguna batalla, olían a pólvora; aterrado,
noté que el vientre de todos estaba abierto en canal y los rayos del
sol bordeaban los labios de estas heridas (p. 111).
Ante la sorpresa del viajero, el que hace de jefe de los hombres peces, le
pregunta: “¿Recuerda los muertos en el río, las cruces que dejaron en el
agua?”. Y agrega: “‘Desde que los mataron viven aquí entre nosotros,
saben cazar y jamás comen algo que venga del agua, solo del cielo’”
(p.111, comillas en el original). El relato acerca del “país del río” es
extenso, y pienso que esa abundante invención cargada de imágenes
oníricas, alucinadas, fantásticas, desmesuradas tiene lugar en la novela
porque hace parte de una escritura capaz de hacer posible que la memoria
de los obreros, artesanos y trabajadores sindicalizados, golpeados por la
crisis económica a inicios del siglo pasado, levantados en huelga y
masacrados en las calles el 15 de noviembre de 1922 no deje de acontecer.
Allí están, con el olor a pólvora emanando todavía de sus cuerpos
abaleados. Velasco Mackenzie apostó por una escritura capaz de acoger
a esos cuerpos para devolverles al lugar del acontecimiento. Una escritura
que les provee de un decir en tiempo presente. Esos muertos, cuyos
cadáveres fueron arrojados a la ría, “viven” todavía. Eso nos dice Jorge
Velasco en Río de sombras:
Y los hombres muertos que caminan perdidos, ¿qué hacen
aquí? Viven […]. Entonces, en el sueño, alguien comenzó a dibujar
esta escena: Gendarmes vestidos de amarillo vigilaban un montón
de cadáveres que soltaban un polvo blanco de sus cuerpos, todos
mostraban heridas y algunos aún se movían; entonces ellos
clavaron las armas en sus vientres y los lanzaron al agua donde se
sumergieron y flotaron cruces en el agua. El río, frente a la ciudad
de las tierras del Sur, pronto se cubrió de cruces que se fueron yendo
con la marea, llegaron a la desembocadura para enredarse en los
manglares formando otros temibles ramales (p. 135).
Observa el filósofo Alain Badiou que un acontecimiento es siempre
localizable: “todo acontecimiento tiene un sitio singularizable en una
situación histórica” (202). Así, entonces, el agua del río es el punto que
liga el acontecimiento de la matanza obrera con la historicidad de su
situación vivida: una que compromete la historia de la ciudad y de sus
habitantes. El río que inunda la novela trae esos hombres a nuestro
presente, para que esa matanza no deje de acontecer porque ellos, que son
nuestros muertos, aún “viven” y reclaman el sitio que les corresponde en
nuestra memoria. Esos hombres muertos caminan perdidos entre el
laberinto de mangles y aguas inquietas que hacen parte del escenario
novelesco: “gente extraña que ha hecho del agua su tierra y su país”
(p.137). Esa imagen es la cara oculta de nuestra historia, de nuestro
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presente, que no puede sino emerger en medio de presagios de fin de
mundo. El río, con los muertos que caminan perdidos en su profundidad,
es epicentro de la novela, “ojo del tiempo”.
“Queremos ser revividos”, le piden a Morán los hombres que perecieron
luchando. Lo dicen “con sus vientres abiertos, como grandes bocas”.
Recordar, inventar e imaginar para hacer posible la vida parece ser el rol
de la escritura literaria tal como lo pone Velasco Mackenzie en boca de
Morán, su alter ego. Recordar e imaginar a los muertos enmudecidos para
devolverles el hálito de la palabra, la potencia del acontecimiento es
también una apuesta política. En algún momento durante la estadía en el
país del río, Morán pregunta por Basilio al jefe de los hombres peces:
“Vivirá si tú lo decides, cuando termines de contar la historia del río y la
sombra” (p. 109). Recordar inventando es una manera de asumir la
escritura y la potencia de la imaginación poética, una manera de asumir
la lengua y los asuntos humanos, así como una forma de recuperar el
estremecimiento político de la literatura. Allí reconocemos el encuentro
entre la ciudad, el río, el pueblo, la escritura. En esa desmesurada
fabulación que es Río de sombras quiero reconocer una forma de
expresividad literaria para presentarnos la figuración de una verdad
estremecedora. Una imagen fundante que bautizó con sangre obrera la
entrada de la ciudad de los manglares a la Modernidad: la masacre del 15
de noviembre de 1922, cuyo centenario este año rememoramos. Todos
buscan ser salvados en Río de sombras, los muertos y los vivos. La
imaginación fabuladora de Velasco Mackenzie parece decirnos que no
hay salvación posible con esos muertos que yacen bajo las aguas de la
ciudad que habitamos. Solo cabe no olvidarlos. De allí el imperativo de
escritura: “terminar la historia del río y la sombra”. Una forma de
escritura bajo la cual una verdad se nos revela.
Importa tener presente que este episodio histórico aparece en distintas
obras de Velasco Mackenzie: en la novela Tambores para una canción
perdida (1986) y en el libro de cuentos Desde una oscura vigilia (1992)
sobre el que desarrollo algunas ideas en la nota 2 del presente escrito.
Tambores para una canción perdida narra la fuga de José Margarito, el
Cantador, un cimarrón negro que no se ha enterado de la manumisión de
los esclavos y sigue huyendo durante años en búsqueda de la libertad. En
el curso de esa huida, que entreteje la presencia de diversos orishas
africanos y varios episodios reconocibles de la historia ecuatoriana, José
Margarito se embarca en la aventura del submarino Hipopótamo,
reconocido como el primer submarino en Latinoamérica. El Hipopótamo
fue diseñado y construido por el inventor guayaquileño José Rodríguez
Labandera. El 18 de septiembre de 1837, el Hipopótamo navegó bajo las
aguas del río Guayas ante la euforia de la ciudadanía reunida en el
Malecón de Guayaquil. En la imaginación fabuladora de Jorge Velasco,
el Cantador llega en el justo momento en el que la “extraña nave, con
techo y ruedas”, se disponía a sumergirse en el agua. En el interior de la
nave, José Margarito actúa como asistente del inventor y se hace cargo
de los pedales de impulso. En el curso de la navegación, se encuentran
con una ciudad sumergida. Ante el espectáculo, el cimarrón que habla
con los dioses dice “la ciudad que ves es la ciudad que será, me lo dice
Babalao” (54). Mira, le dice al inventor. Y lo que ve es lo siguiente:
Miré: cuerpos sin movimientos, rostros sin vigor, pasos
detenidos, brazos alzados a punto de caer sobre otros cuerpos que
se protegen ovillándose. Todo quieto como un museo de multitudes
en mármol. ¿Ves las cruces?, preguntó, esas son las cruces de los
que morirán y serán lanzados al agua con los vientres abiertos para
que no refloten; aquí yacen antes de nacer y morir porque todos los
destinos se escriben así (p. 55).
Luego de esa visión, el Hipopótamo vuelve a moverse. Pero los muertos
que vendrán están allí, con sus cruces y con sus vientres abiertos
presagiando el futuro en el tiempo de la ficción, sosteniendo viva la
memoria en el presente de la escritura novelesca. Imagen recurrente,
imperecedera, testimonial a la que Jorge Velasco vuelve una y otra vez
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porque se trata de un hecho que no deja de seguir aconteciendo. Por eso
está allí, para interrumpir el curso de la nave, como el curso de la escritura
y de nuestra lectura. Gesto de homenaje, de recordatorio, de alerta, de
llamado de atención. El escritor de la ciudad de los manglares revive a
los muertos del 15 de noviembre en su trasegar literario una y otra vez.
Traigo nuevamente a Benjamin para cerrar este escrito: “solo a la
humanidad redimida se le ha vuelto citable su pasado en cada uno de sus
momentos” (p. 18). Jorge Velasco Mackenzie ha querido redimirnos de
nuestra propia sombra, trayendo a los muertos de las cruces sobre el agua
para que no dejemos de mirarlos de frente, de escucharlos, de olerlos y
de encontrarnos con ellos. Nuestros muertos.
Referencias
Andrade, Xavier. 2006. “Más ciudad, menos ciudadanía: renovación
urbana y aniquilación del espacio público en Guayaquil”.
Ecuador Debate. N.° 68, pp. 161-198.
Badiou, Alain. 2015. El ser y el acontecimiento. Manantial.
Benjamin Walter. 2005. Tesis sobre la historia y otros fragmentos.
México: Contrahistorias.
Velasco Mackenzie, Jorge. 2022. Tambores para una canción perdida
[1986]. En Dos novelas desde el margen. Casa de la Cultura
Ecuatoriana Benjamín Carrión.
_______. 2003. Río de sombras. Alfaguara.
_______. 1992. Desde una oscura vigilia. Cuentos. Abrapalabra editores.