DOI: 10.18537/puc.34.01.11
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Reseñas
Revista Pucara N.° 34. Vol.1, 2023
e-ISSN: 2661-6912
INFANCIAS Y LECTURAS: EL PENECA EN CHILE E
HISPANOAMÉRICA
Clara Parra, Paulina Daza, Marcia Martínez
Limache: Provincianos Editores, 2023, 200 páginas.
Tomás Cornejo
Universidad Metropolitana de Ciencias de la
Educación, Chile
tomas.cornejo@umce.cl
Para comenzar, nada mejor que un testimonio: “mi madre me enseñó a conocer
las primeras letras del silabario, que las aprendí en muy poco tiempo, y apenas
pude leer algo, dejé el silabario a un lado y seguí leyendo los libros católicos
que tenía mi madre, y que me gustaron tanto que los seguí leyendo toda la vida”,
rememora Benito Salazar Orellana en Memorias de un peón-gañán, recordando
hechos de cuando tenía unos 10 años, por allá por 1902, y vivía junto a su familia
como inquilinos de un fundo que distaba una hora a caballo del pueblo más
próximo.
Al igual que varios de los puetas que daban vida a la Lira Popular, no fueron
pocos los hombres o las mujeres que hacia fines del siglo XIX se iniciaron en la
lectura con textos religiosos. El libro que aquí reseñamos, fruto de una
investigación colectiva patrocinada por el Fondo del Libro y la Lectura,
atestigua un cambio, un verdadero relevo en el aprendizaje de las primeras letras
que, a partir de los albores del XX, se apoyó en la prensa. En específico, en lo
que nos toca, las revistas. Esto es parte de la larga secularización experimentada
por las sociedades latinoamericanas, lo que podríamos expresar como
reemplazo de la Iglesia por otras instituciones como el Estado -cuestión que se
vuelve concreta en la escuela- o, en este caso, el mercado.
Se trata de un mercado de bienes impresos, muy disputado y variado, tanto desde
el punto de vista de la oferta como de las posiciones políticas de los productores.
Hubo además actores muy disímiles (sindicatos, gente de letras, asociaciones
científicas, partidos políticos, empresarios) que se disputaron el favor del
público y hubo algunos, como la empresa Zig-Zag, que se atrevieron a innovar
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y llegaron a transformarse en actores preponderantes, gracias a su capacidad de
gestión empresarial moderna y a sus políticas editoriales que diversificaron su
oferta, en busca de distintos públicos específicos.
Fue un proceso histórico con más de una contradicción, porque El Peneca -al
igual que otros impresos de la época- también cumplió funciones eventualmente
civilizatorias, así como cívicas o nacionalistas, asunto que constituye una suerte
de religión secular, a lo cual se agrega un cometido que se concebía como
“misión espiritual” por parte de su equipo directivo.
Una de las vertientes en que esto se materializó fue una suerte de asistencialismo
impulsado por el semanario durante el período más fructífero y recordado de su
existencia, bajo la dirección de Roxane. Ella actuó desde El Peneca y más allá
del mismo, organizando y realizando distintas iniciativas que demuestran un
genuino interés por las infancias pobres, como las reconocidas colonias
escolares de vacaciones, según se expone en el segundo capítulo del libro.
Recordemos que éste era un derecho social emergente y una costumbre
desconocida para la mayoría de la población del país, lo mismo que viajar o
disfrutar de atractivos naturales en tiempos de “ocio” o descanso del trabajo.
Así se expresó uno de los aspectos de aquello que las autoras plantean como
“modernización desigual”: dada la precariedad material de nuestras sociedades
y de la injusticia social reinante, no era el Estado el que proveía protección y las
necesidades eran parcialmente satisfechas con iniciativas privadas que
prolongaban las prácticas de beneficencia de las elites decimonónicas.
Un aspecto del desenvolvimiento de El Peneca que llama la atención es su
prolongada vida, desde 1908 hasta 1960. Puede que no sea discordante con
publicaciones para la infancia de otros países que han tenido una existencia tanto
o más larga, pero sí contrasta –y mucho- la aparente estabilidad de este proyecto
editorial con la manifiesta inestabilidad política e institucional del Chile del
siglo XX: el semanario vio desfilar y caer regímenes de gobierno y cambios
constitucionales, tanto como el paso de una república oligárquica al surgimiento
de una más democrática, provista de un Estado que intentó dotarse de
herramientas para otorgar protección a los más desposeídos.
Pienso, en particular, en el período del Frente Popular (1938-1952), cuyos muy
disímiles gobiernos trataron de implementar políticas culturales apelando a una
reconfiguración de la nación y de aquello que se supone es su sustento, el
pueblo. Por necesidad y por la evidencia del contexto cambiante de intercambio
de símbolos y mercancías a nivel global que tuvo lugar a mediados del siglo
XX, tales esfuerzos se emprendieron tomando en cuenta las transformaciones
de la cultura popular de masas, donde el cine, la radio y las propias publicaciones
periódicas habían abierto otros horizontes de sentido.
Por las mismas razones, al momento de pensar en las prácticas lectoras de niños
y niñas, así como en el accionar de las publicaciones impresas enfocadas en ello,
resulta útil un marco de análisis transnacional. Este libro y el proyecto de
investigación del cual emana lo contemplan sobre todo en una dirección, la de
las prácticas de recepción de El Peneca en otros países, donde se crearon tal vez
comunidades de lectura específicas, modeladas por tradiciones o adaptaciones
locales respecto al acto de descifrar un texto escrito o un conjunto de imágenes,
o bien de concebir un objeto impreso como algo cotidiano/pasajero o algo
extraordinario/permanente. Tales diferencias plausiblemente pueden provenir
de las tasas de escolaridad –aunque El Peneca, nos recalcan Paulina, Clara y
Marcia- alentó un espacio de autonomía, sin la mediación de adultos presentes
(pero aquí, por invocar a Jesús Martín-Barbero, podríamos decir que el medio
es la mediación).
La dinámica transnacional se da por igual en la dirección inversa, entendida
como circulación de gustos literarios, modelos editoriales, lenguajes gráficos,
técnicas periodísticas, concepciones sobre la niñez, mecanismos de fidelización
de audiencia, innovaciones tecnológicas, etc., desde diversos centros
metropolitanos hacia América Latina y hacia Chile en particular. Esto se verificó
además a nivel regional, ya que tanto México como Argentina contaban con una
industria gráfica muy potente, conocida y seguida en Chile por varias
generaciones. Dos ejemplos que involucran audiencias infantiles: Billiken, en el
caso de un título puntual; y la Editorial Novaro, que tuvo la licencia de
numerosas historietas o comics estadounidenses para traducir y distribuir en
Latinoamérica, lo que llenó de vaqueros y superhéroes los kioscos nacionales a
mediados del siglo XX.
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Al respecto, las transformaciones en el tipo y la cantidad de material literario o
visual que manifiesta El Peneca a lo largo del tiempo, se explica no sólo por los
cambios en los equipos directivos y de colaboradores, sino también por los
factores externos antedichos, donde se incluye la competencia directa en la
búsqueda del público infantil (¿cuándo y cómo se instaló Disney con todos sus
títulos?), pero asimismo los cambios generacionales referidos a qué quieren
niños y niñas como clientes o lectores.
Para aquilatar lo anterior es relevante el rol desempeñado por la empresa editora
del semanario analizado en este estudio. Zig-Zag levantó un verdadero
conglomerado cuyos vastos alcances llevaron la producción editorial chilena a
varios países latinoamericanos. Como bien apuntan las autoras del libro, esta
firma abarcó un gran arco de publicaciones de carácter especializado (deportes,
espectáculos, “para las mujeres”), como misceláneo o magazinesco, partiendo
por la edición de la “nave insignia”, el propio semanario Zig-Zag, de rutilante
éxito de público y comercial que terminó dando nombre a todo este emporio
cultural. Sería muy bueno contar con más informaciones y más trabajos sobre
este aspecto de las cuestiones involucradas en los hechos culturales, salir de esa
especie de sacralidad que a veces parecemos otorgar a las artes o la literatura y
recordar que, junto con ser actividades del espíritu, lo son también de la materia.
El libro de Paulina, Clara y Marcia se aventura por uno de esos senderos poco
transitados en nuestro país, pero no por la vereda de la empresa o lo que subyace
a las estrategias de los productores, sino poniendo el foco en los lectores y las
lectoras, cuyos actos de lectura cambiantes y diversos constituyen el centro de
análisis. Lo fundamental, como ellas plantean, se da en esos momentos, en la
recepción, cuya fugacidad intenta revertirse parcialmente con un ejercicio de
memoria.
Quisiera referirme también a dos asuntos de gran interés que se desarrollan en
los capítulos finales del libro. A medida que se pasan sus páginas, quedan en la
retina varias de las portadas de la revista que éste reproduce, muchas de ellas
ilustradas por Coré (Mario Silva Ossa), donde además de advertirse la maestría
en el uso del dibujo y el color, así como la sofisticación del contenido gráfico,
es notorio el hecho de que se repita al propio Peneca como parte de la
composición. En efecto, podemos ver en las portadas a niños y niñas de distintas
edades leyendo El Peneca, o a un abuelo y su nieto disfrutando distintos
números de la revista, a niños suplementeros voceando una nueva edición en la
calle, a personajes de fantasía escapándose de sus páginas, etc. Este carácter de
auto-referencialidad es sumamente interesante y da cuenta de la madurez
alcanzada por sus creadores. No es una invención suya, claro está, pues fue
utilizado por varias publicaciones de largo aliento, pero es sugerente que
apareciera con cierta frecuencia en una publicación destinada a niños y niñas.
Alcanza un alto grado en el número celebratorio de los 42 años de trayectoria,
en cuya portada se aprecia a un niño sentado junto a una niña, quien rompe la
“cuarta pared” y dirige su mirada a la audiencia -a nosotros- Peneca en mano.
Pueden verse aquí sugerentes reflexiones poéticas hechas con imágenes visuales
sobre la lectura, lo imaginario, la(s) literatura(s)… El pequeño que desde esa
portada levanta sus ojos de las páginas de El Peneca y nos mira, ¿ha
interrumpido realmente el acto lector? ¿O estará leyendo en ese ejemplar de
noviembre de 1949 una historia futurista sobre unas sabias e intrépidas
académicas que investigan sobre la revista y quienes la leen?
La presencia de niños y niñas como parte del elenco de representaciones visuales
del semanario es el segundo asunto. Las autoras plantean que este proyecto
editorial fue socialmente transversal y puede verse desfilar por sus páginas a
infantes de todas las clases sociales, desde aquellos que en los primeros años de
publicación enviaban sus fotografías -en una época en que era un artilugio
tecnológico más bien exclusivo-, hasta las ilustraciones de niños trabajadores,
cuando el trabajo infantil era muchísimo más común que hoy. Sobre este punto
me permito diferir e introducir un matiz. La representación gráfica de niños y
niñas es sorprendentemente homogénea en el color de piel, cuyo tono es muy
claro, denotando un fenotipo “blanco”. Sorprendente, por tratarse de una
producción cultural surgida en un país y en un continente donde el racismo es
indisoluble de las diferencias de clase y donde contamos con una variedad étnica
muy rica, ¿puede ser esto parte del “corral” de protección infantil construido por
El Peneca sobre el cual argumenta el libro? Además de obliterar las guerras
mundiales, de ese modo se dejarían de lado los conflictos latentes no tan latentes
en cada país latinoamericano.
Para finalizar, junto con felicitar al equipo de investigadoras por haber realizado
este proyecto e invitar a leer parte de sus resultados sistematizados en el libro,
aludiré a una faceta específica del problema de la recepción. Este constituye uno
Infancias y lecturas: El Peneca en Chile e Hispanoamérica.
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de los mayores desafíos en las pesquisas que se inscriben en una lógica social
de los fenómenos culturales. El escollo es mayor cuando intentamos estudiarlo
para eventos ocurridos en el pasado y que, por su propia naturaleza, son íntimos,
evanescentes y parecen ocurrir sólo en la subjetividad de los individuos. Aquí
reside uno de los nudos de la historia cultural, y este libro realiza propuestas
muy sugerentes que pueden continuarse o profundizarse en el futuro. Primero,
al considerar las muchas o pocas revistas que los niños y las niñas lectores de El
Peneca atesoran como patrimonio personal o familiar: no son monumentos
públicos ni grandes obras, pero sí objetos utilizados y dotados de valor a lo largo
del tiempo. Segundo, el interés por las marcas de uso que los ejemplares
evidencian en su materialidad: los nombres inscritos como marca de propiedad,
los crucigramas completados o a medio completar, los juegos resueltos y todo
tipo de anotación o marginalia dejado por las manos de quienes dieron distintos
usos a la revista. Todo aquello que se ha considerado como “rastros lectores”
son una invitación abierta a seguir indagando lo que hacían los niños y niñas del
ayer.