DOI: 10.18537/puc.34.01.12
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Creación
Revista Pucara N.° 34. Vol.1, 2023
e-ISSN: 2661-6912
PEPITAS DE CALABAZA
Por Oswaldo Encalada Vásquez
Ciudad Calabaza es la capital del rico, grande y poderoso País de las
Calabazas, lugar que está situado más allá del Monte de Piedad.
En esta afamada ciudad viven muchas personas; pero también,
naturalmente, muchas, muchísimas calabazas. Las hay de todos los
tamaños, desde las chiquitinas hasta las gigantazas, porque todas son
calabazas. Las hay también de todos los colores y de todas las formas que
se puedan imaginar.
El 30 de febrero es día de fiesta en Ciudad Calabaza. Se celebra, en esta
fecha, el aniversario de la gran victoria que consiguieron en la guerra con
el poderoso ejército de los pepinos, dirigido por el rey Pepino Octavo, el
del ojo seco. Las tropas del País de las Calabazas estuvieron comandadas
por el bravo y aguerrido Mayor Calabaza, el gran héroe, aunque él, por
sencillez, prefiere que lo llamen, simplemente, Calabaza Mayor. En ese
día de fiesta el Mayor Calabaza desfila con el traje especial de gran
parada, con boina negra, y en su pecho lleva, colgadas, las innumerables
medallas que recibió a causa, no de las muchas heridas ganadas en
combate, sino de las muchísimas lágrimas que derramó en la contienda,
porque los pepinos atacaron con rodajas de cebolla y, como todo el
mundo sabe, las cebollas hacen llorar a las personas y ni se diga a las
calabazas, así sean calabazas militares. Mientras que las tropas del País
de las Calabazas atacaron con tomates.
–Era de ver –dicen los historiadores calabacinos– cómo de un tomatazo
descalabraban para siempre a un pepino y lo dejaban listo para servirlo
en ensalada.
Creación: “Pepitas de calabaza”, Oswaldo Encalada.
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e-ISSN: 2661-6912
En ese día hay desfiles de estudiantes calabazas. Son los más airosos y
gallardos porque no se ocupan de nada, puesto que son calabazas. Van
uniformados en rígidas escuadras. Hay carrozas, arcos triunfales, carros
alegóricos que reconstruyen la inmortal guerra. Los únicos que en ese
gran día no quieren salir a la calle, por la vergüenza, son los enamorados
a quienes les han dado calabazas.
Hay habitantes que se disfrazan de calabaza o de pepita de calabaza –que
son los más finos y elegantes – y se pasean por entre la gente, con mucha
prosa, porque dicen que son los que más cerca están de ser calabazas. Se
ven familias enteras disfrazadas: el padre, la madre, los hijos y hasta las
mascotas.
Pero, talvez lo más importante de estas fastuosas celebraciones es que en
ese día se cumple la única y más renombrada Fiesta de las Pepitas de
Calabaza. Y toda la fiesta radica en formular preguntas y en encontrar
respuestas. Los premios se otorgan a la mejor pregunta y a la mejor
respuesta.
Existe, desde hace mucho, en Ciudad Calabaza, un selecto club llamado
el Club de los Preguntones. Sus miembros son siempre niños que han
aprendido a preguntar, porque formular una pregunta no es fácil. Hay que
recibir mucho entrenamiento en las mejores escuelas de Ciudad Calabaza,
y con los mejores maestros. Hay que saber cómo iniciar una pregunta,
qué tono o qué tonillo ha de usarse para no asustar. Así, por ejemplo, los
más acreditados manuales aconsejan que una pregunta comience
llamando la atención del preguntado. De ese modo, se forma una especie
de alianza amigable entre el preguntón y el preguntado. Y el preguntado,
mirará de buena gana y con mejor cara al preguntón. De no ser así, la
cuestión se enreda y el preguntón se queda con media palabra en la boca
y el preguntado se aleja echando chispas.
Dicen que la mejor manera es comenzar llamando la atención, de esta
manera:
–Don Tiburcio, oiga usted…
Luego de esto ya puede atreverse uno a soltar la pregunta. Y mejor
todavía, dicen, si es que cerca del principio, se ha puesto el saludo, como
una pequeña alfombra de bienvenida.
–Buenos días, don Tiburcio, oiga usted…
Como es día de fiesta, la gente está en libertad de preguntar a cualquier
persona y en cualquier parte: en el mercado, en la calle, en el parque
donde está el monumento al Mayor Calabaza, en la botica y en la rebotica,
en clase, en la sala y en la antesala, en la iglesia, en el banco y en el
sotabanco, en la feria y en el cementerio, en el campanario y en cualquier
lugar solitario, en la tienda y en la trastienda. Se pregunta al panadero y
al que toca el pandero, al ingeniero, al oficinista, al alegre, al pesimista.
Se pregunta al enamorado, al mendigo, al que camina pateando piedritas,
a la embarazada, a la abuela, al chofer de la ambulancia, al heladero que
ofrece helado de coco para el loco, helado de mora para la señora…
Se entregan dos premios. El primero, que dicen es el de extraordinario
valor, se lo entrega a quien formuló la mejor pregunta, y es una pepita de
calabaza; pero de oro, colgada de una cadena que no es de oro sino de
oropel. Esta pepita se la lleva en el cuello y sirve de distintivo para
reconocer a los grandes afortunados. Además de este muy prestigioso
premio ganan otras ventajas, como recibir descuentos en los boletos del
circo, poder acercarse un poco más y ver mejor a los animales del
zodíaco; escuchar los mejores chistes, reír más alto, leer los mejores
cuentos para niños, tener mejores sueños, mirar las estrellas más
brillantes, disfrutar más de la magia y de los payasos, oír con más claridad
el canto de los pajaritos, sentir muchas más cosquillas que el resto…
El segundo premio es idéntico al primero; pero al revés: la cadena es de
oro, y la pepita, de oropel. Este premio se lo entrega a quien ofreció la
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mejor respuesta. Además, los ganadores son condecorados con la
apreciada Orden de la Real Calabaza.
Para ese día está ya nombrado un jurado muy especial y muy estricto, que
va detrás de cada preguntón, listo para escuchar la pregunta, y mucho
más, para escuchar la respuesta, para, al final del concurso, seleccionar a
los triunfadores.
La primera en preguntar fue Carolina. Se llegó hasta la tienda de doña
Bertha y dijo:
–Buenos días, doña Bertha, ¿tendrá, por acaso, mostaza?
Y doña Bertha le respondió:
–Ni pimienta ni mostaza, porque hoy solo vendo pepitas de calabaza.
La gente que estaba cerca aplaudió durante un buen rato, mientras el
jurado tomaba nota en unos cuadernitos que tienen forma de calabaza.
La segunda en preguntar fue Cristina. Se acercó a don Justo, el panadero:
–Buenos días, don Justito, oiga usted, entre sus muchos panes ¿tendrá,
por acaso, una hogaza?
–No tengo palanqueta ni hogaza, porque solo hago pan con forma de
pepitas de calabaza.
El tercero en preguntar fue Julián. Se acercó al vendedor de golosinas:
–Oiga usted, don Genaro, ¿tendrá un poco de melaza?
–No tengo miel ni melaza porque hoy solo despacho pepitas de calabaza.
El cuarto en preguntar fue José Antonio, que se llegó a una botica y
preguntó:
Buenos días, doctor Juan, ¿por acaso tendrá mentol chino y gasa?
– No tengo mentol chino ni gasa porque hoy solo vendo pepitas de
calabaza.
El quinto en preguntar fue César, el mejor alumno antes de ingresar a la
escuela. Fue a la papelería y dijo:
– Buenos días, doña Marcia, ¿por acaso tiene papel de estraza?
Ni papel de seda ni papel de estraza, porque solo tengo pepitas de
calabaza.
El sexto en preguntar fue Andresillo, el de los ojos muy vivos.
–Buenos días, señora cuyo nombre no me sé, ¿puedo subir a su terraza?
–No puedes, pequeñín, porque ahí estoy secando mis pepitas de calabaza.
El séptimo fue Carlitos, el pequeñuelo. Se acercó a un vendedor de
talismanes detrás de la puerta de Santo Domingo.
–Señor, buenos días, ¿tendrá algún talismán para mi casa?
–El talismán más seguro es tener en casa, pepitas de calabaza.
La octava fue Juliana, la bailarina. Se acercó a un curandero que vendía
aguas medicinales en el mercado de El Arenal.
–Buenos días, señor, ¿tendrá, talvez, agua de linaza?
–Ni agua de coco ni agua de linaza, porque solo vendo jarabe hecho con
pepitas de calabaza.
La novena fue Luzmila, que se acercó a una tienda de ropa, la más
elegante y fina de toda Ciudad Calabaza, donde se vendían los abrigos
más caros, recién llegados desde El otro mundo, que así se llamaba la
sastrería de la esquina del cementerio.
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–Buenos días, doña Carmen, ¿tendrá usted una chompa para la ratona
Tomasa?
–Yo vendo para la lechuza, una caperuza; una gabardina, para la gallina,
y para la ratona Tomasa, pepitas de calabaza.
La décima fue Lorena, la hija del maestro tejedor de sombreros.
–Buenos días, doña Carlota, ¿por acaso vende uvas pasa?
–Ni ciruelas ni uvas pasa, porque yo solo vendo pepitas de calabaza.
La undécima fue Gladys, la de la risa fresca, que se acercó a un sacerdote
que estaba mirando su libro de horas. Cuando lo hubo cerrado, ella dijo:
–Buenos días, señor cura, ¿cómo me puedo defender del mundo?, ¿podré
usar una coraza?
–La mejor defensa no es una coraza sino tener siempre a mano, pepitas
de calabaza.
La duodécima fue Angelina, que se acercó a don Francisco, el profesor
de geografía, y le preguntó:
–Buenos días, maestro Francisco, ¿me puede decir dónde queda el río
Pastaza?
–Ni el Palora ni el Pastaza, porque hoy solo enseño sobre las pepitas de
calabaza.
La décima tercera fue Analía, que se acercó al profesor de lenguaje y le
dijo:
–Buenos días, señor Raúl, ¿cómo podré hablar sin sentir que me han
puesto una mordaza?
–Si tu lengua se traba o si te ponen mordaza, resuelve pronto el asunto
con pepitas de calabaza.
El décimo cuarto fue Miguelín, el del pelo ensortijado. Se acercó a una
monja recién comulgada y le dijo:
–Sor Imelda, buenos días tenga usted, ¿y cómo hacer si el mundo me
rechaza?
–Si el mundo es feo y te rechaza. No te apures, consíguete pronto pepitas
de calabaza.
La décima quinta fue Marinela, que se llegó a su maestra de Lugar Natal
y le preguntó:
–Buenos días, tenga usted, Srta. Silvia, ¿sabe dónde queda la calle Muñoz
Vernaza?
–Ni Muñoz Chávez ni Muñoz Vernaza, porque hoy solo sé dónde quedan
las pepitas de calabaza.
La décima sexta fue Martina, la de los ojos más vivos que un jurupi. Ella
había descubierto en el parque a una señorita disfrazada de pepita de
calabaza y que estaba sentada en una de las bancas. Se acercó
cautelosamente y, cuando ya estuvo a su lado, le dijo:
–Buenos días, disculpe usted, señorita disfrazada de pepita de calabaza,
por la virtud que Dios le ha dado, dígame ¿cuál es su poder y en qué se
basa?
–No tengo poder ni virtud, ni fuerza para una amenaza, porque apenas
soy una pepita de calabaza.
Al oír semejante respuesta, los curiosos que iban detrás, lanzaron un grito
de júbilo y aplaudieron mucho rato. Los miembros del jurado se
apresuraron a tomar notas en sus cuadernillos con forma de calabaza; y,
luego de haberse enredado en sumas y en divisiones, de haber forjado
enlaces con ceros y con guarismos, de haber arrancado promedios y
batallado con decimales, llegaron a la conclusión de que la pregunta de
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Martina y la respuesta de la pepita de calabaza habían ganado el concurso
en ese año. Fueron, de inmediato, adonde el señor alcalde para comunicar
tan gran resolución, y Martina fue llevada directamente al escenario para
la premiación, junto con la señorita disfrazada de pepita de calabaza.