DOI: 10.18537/puc.34.02.08

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Reseña

Revista Pucara N.° 34. Vol. 2, 2023
e-ISSN: 2661-6912



















UNA AUTOBIOGAFÍA DOLOROSA

A painful autobiography

Uma autobiografia dolorosa

Por Jorge Dávila Vázquez


Así me permito bautizar yo al libro hermoso y duro de EDISON LASSO
ROCHA, su gran poemario, Retorno al vientre de mi padre, ganador del
Concurso - Convocatoria Abierta para Publicaciones 2023, de la Casa de la
Cultura Núcleo del Azuay.

Quizás para los contemporáneos de Edison, la imagen de un padre severo y
castigador no les sea familiar, cosa que para los setentones como yo, no resulta
tanto.

No es mi caso, pero recuerdo haber escuchado a mis amigos de barrio y
compañeros de escuela hacer las desgarradas pinturas de las palizas, tundas,
golpizas y, curiosamente, usando un vocablo coloquial muy difundido entre
nosotros entonces “pisas”, que les propinaban sus progenitores, no precisamente
por un quítame estas pajas, pero por los mismos motivos que pinta el poeta:
descuido en los estudios, alteración de calificaciones, problemas con la comida,
rotura de objetos del hogar y más pecadillos cotidianos. Castigos había, sin lugar
a dudas, pero ni todos los que daban ni todos los que recibían eran del mismo
temple.

El problema estaba, creo yo, en los temperamentos, tanto del maltratador cuanto
del maltratado.

En ciertos casos, como digo, no existía la punición física, pero la mala relación
padre/hijo, creaba un ambiente venenoso en el hogar, motivado por los
comportamientos ya fuera de la una o la otra parte: ausencias injustificadas,
alcoholismo, trato desconsiderado con la pareja, con los hijos o con los padres

Una autobiografía dolorosa.

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e-ISSN: 2661-6912

(especialmente con la madre), excesiva confianza con amigos y vecinos, que
irrumpían en el hogar y comían y bebían en él a su gusto, porque fulanito les
había invitado, sin haber provisto de los respectivos alimentos y bebidas.

En otros, realmente se daba un antidiálogo, basado en las expresiones groseras,
de uno y otro lado, sobre todo entre padres e hijos varones, que generaba un
ambiente insoportable. Si uno caía en esa atmósfera, captaba lo irrespirable, los
gestos entre unos y otros, la nula cordialidad, y muchas veces se conmovía por
la impotencia materna.

En el caso que nos ocupa, el padre hace del suplicio físico una suerte de refinado
oficio, para el que colecciona instrumentos de aflicción de diverso origen y
color, los que se supone guarda celosamente. No eran tan abundantes como para
ingresar a los Record Guinness, pero lo suficientemente numerosos como “para
durar lo que se dice/ toda una niñez”; correas “negras, rojas y marrones”, hechas
para castigar, para hacer “simulacros de justicia y de escarmiento”. Las pobres
nalgas de cuatro chiquillos, ¿qué saben de esos actos de justicia y escarmiento?,
nos preguntamos con un escalofrío.

Generalmente, los fuetazos son rituales y casi diarios, a veces motivados, y en
ocasiones causados por el mal genio del progenitor, lo que hace que la buena
madre vaya de visita donde una vecina, debajo de cuya cama el poeta aprende
una lección de Geografía: ese es “el lugar más profundo de la Tierra”, y,
supuestamente, el más seguro.

En cambio, el baúl heredado de la abuela no es un buen escondite. El día que
rompieron un jarrón con su hermano, estuvieron horas escondidos en esa caja
terrible. Al fin, me imagino que terminaron por delatarse con gritos, susurros,
ansias de respirar fuera del reducido calabozo.

Generalmente, la correa plegada en varias partes, lo dice un poema, golpea cinco
veces, es lo ritual.
Pero no es la única forma de correctivo físico. El escritor atribuye el largo
excesivo de sus orejas, a los tirones que recibía, porque no le gustaba el salón
(esa carne de res, que tiene fama de deliciosa, pero que si no está muy bien

cocida, es verdaderamente dura), al extremo que le producía náusea. “Suela del
zapato”, la llama.

Uno de los pecados mayores de nuestro autor es haber alterado las notas del
colegio, impostura que al fin es descubierta. Esperaba tremenda tanda de
latigazos, pero, no. Es simplemente enviado a la cama, y hasta parece que el
papá lo va a abrigar: “y no recuerdo nunca/ haber sentido más pesada su mano”.
Diríamos que ya tenía suficiente entrenamiento con las correas, como para darle
cinco tremendos manotazos.

Este no es un inventario completo de esa dura vida del hijo frente al padre
castigador sistemático; pero alguna idea les dará, espero.

Hay algunos poemas, particularmente bellos, que son imágenes de infancia
como casi todos, pero no siempre están ligados a la violencia; me quedo, en
particular con dos, el hermoso “Telemaquia”, que he reproducido
reiteradamente, y el maravilloso “Fotografía”, que me recuerda una mía, la única
de mi período escolar, gentilmente perdida y olvidada por un amigo, que debía
ampliarla y multiplicarla, pues pensé darla a mis compañeros que aparecían en
ella. Es tan poderoso el aliento sugerente de Edison en el poema, que es como
si hablara de esa extraviada imagen, y me ha conmovido casi hasta las lágrimas.

Para concluir, no puedo dejar de remarcar en la delicada calidad de la edición.
Es bueno pensar que LA NOCHE CÚBICA, creada hace nueve años por
Cristóbal Zapata, no ha perdido calidad: los materiales son de primera, el diseño,
como siempre, discreto y sutil; el estudio introductorio, de Juan Carlos Arteaga,
profundo y preciso; un acierto de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay.
¡Congratulaciones!

Y para ti, Edison Lasso Rocha solo deseo que sigas escribiendo largamente,
amigo-hermano, inmenso y profundo poeta, con la misma intensidad, idéntico
devoto amor por la lírica, sin desperdicio, sin ningún deseo de figurar o
mostrarte o ser agradable a nadie.

Cuenca, noviembre de 2023.