Recibido: 12/03/2025

Aprobado: 20/03/2025

Publicado: 13/06/2025

La próxima semana

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Yimaldy André Marrero

Institución Educativa Departamental El Carmen, Colombia

yimaldy921653@gmail.com

Nadie se explicaba cómo Marcos había quedado calvo por completo, sus amigos y familiares estaban tan sorprendidos que le hubiera sucedido precisamente a él. Todos los días despertaba y en su almohada encontraba un mechón considerable. En cuestión de días quedó calvo por completo y aquello fue un duro golpe, pues durante gran parte de su vida el cabello fue uno de los atractivos que más presumía. Nunca había usado sombreros, así que intentó acostumbrarse a ellos pero fue inútil.

En el trabajo, todos se habían acostumbrados a su calvicie, a decir verdad, ya muy pocas personas lo recordaban con cabello. Una tarde estaba almorzando con Gabriela, la secretaria de contaduría, cuando ella notó un punto rojo sobre el brazo de su amigo. La mujer intentó limpiarlo e incluso sacó de su bolso una toalla húmeda, pero la mancha no se quitó por más que restregó la piel. A los dos les pareció extraño, pero decidieron seguir con el almuerzo. Ella tenía cuarenta y dos años, una gran verruga cerca a la parte superior del labio, era de baja estatura, gorda y contaba con un corazón muy noble. Gabriela era el tipo de persona que siempre estaba dispuesta ayudar, aunque notó el rostro triste de Marcos no insistió más y prefirió cambiar de tema.

A los pocos días de la primera mancha roja le comenzaron a salir otras por todo el cuerpo. Pensó que se trataba de varicela, pero enseguida cayó en cuenta que de niño ya había padecido esa enfermedad. Consternado fue al médico, le aplicaron una serie de exámenes, e incluso le ordenaron un cambio de alimentación. Durante todo ese tiempo no fue a trabajar, pues nadie quería estar en contacto con él. Como era de esperarse hablaba solo con Gabriela, que siempre estuvo pendiente de él y en más de una ocasión fue a visitarlo a su departamento.

Pasaron los días y las manchas le producían comezón por más que se aplicaba las cremas, los baños y tomaba los antibióticos que le recomendaron los doctores. La única parte del día que esperaba era el almuerzo, chateaba con su amiga y por lo menos dejaba atrás el aburrimiento de la rutina. Tenía poca familia y por lo general cada quien estaba en su vida, atendiendo sus problemas y él no quería volverse una carga para ellos. De modo que cada vez que le preguntaban ¿cómo estaba? respondía que de maravilla, que en un par de días volvería a trabajar, cuando en realidad eso estaba lejos de suceder. Marcos era ese tipo de persona que siempre solucionaba sus problemas solo, había crecido bajo la sombra de un padre que pocas veces dejaba escapar una muestra de cariño hacia su familia, no estaba acostumbrado a llorar. Cuando era niño, a la primera lágrima su padre le lanzaba una mirada de desaprobación y el asunto se daba por concluido.

Una noche soñó que caminaba por un gran desierto, las pocas personas que se encontraban con él huían apenas intentaba acercarse, fatigado se arrastró por la arena. Después de mucho tiempo llegó a una ciudad llena de hermosas casas y prósperos negocios, sin embargo, apenas las personas veían sus manchas en la piel le cerraban las puertas en su cara. Salió de la ciudad y vio la figura de un hombre que caminaba solo, lo alcanzó y en su corazón brotó un arrepentimiento por absolutamente todo lo malo que había hecho, se arrodilló, le besó los pies y con lágrimas en los ojos le pidió que lo ayudara. Levantó la mirada y el hombre solo le sonrió, su rostro le pareció indescifrable, entonces miró sus brazos cubiertos de arena, se limpió y las manchas habían desaparecido, la vergüenza nunca había existido. Al despertar, se sintió triste de que todo hubiera sido un sueño.

Marcos estaba seguro que ninguno de los doctores que lo había tratado tenía idea de qué enfermedad padecía. Por más que se rascaba los puntos rojos no sangraban, en realidad, la piel parecía deshidratada y estaba completamente lampiño. Por las noches dormía poco y despertaba temprano con la esperanza de que todo fuera un mal sueño, pero cuando se daba cuenta que no era así, se levantaba de la cama y miraba por la ventana al cielo tratando de buscar respuestas. Cada día le pareció una copia del anterior, solo Gabriela le escribía o lo llamaba durante la hora del almuerzo, preocupado, y en vista que ningún doctor le daba respuesta tuvo que pedirle que no lo visitara, pero en realidad deseaba tanto verla y escuchar sus ocurrencias.

Una mañana después de darse un baño notó que en el pecho le empezaba a crecer pelo, era delgado, gris y al contacto con sus dedos lo sintió fuerte. Aunque la emoción se apoderó de su ser decidió no contarle a su amiga, por lo menos no todavía, pues tal vez eran solo unos cuantos vellos y no quería llenarse de falsas expectativas. Ese día, su humor fue excelente y le fue imposible no mirar todo su cuerpo tratando de buscar más cabello, pero por más que lo intentó no tuvo éxito. A la semana lo que Marcos sospechaba ya era una realidad, le había crecido el cabello y no le quedaban dudas que se trataba de un hecho clínico sin precedentes. Desde hace un tiempo había suspendido los tratamientos y las medicinas que le recetaron. Cuando le avisó a Gabriela notó que se alegraba de verdad por él. Aunque quería reintegrarse al trabajo, debía esperar los resultados del médico de la empresa, pues si bien la enfermedad parecía revertirse existía un hecho que no pasaba desapercibido, pues su cabello crecía con una tonalidad gris. Para él eso no importaba, pues no le dolía nada, los puntos rojos empezaban a desaparecer y se sentía mejor que cuando tenía veinte años.

Primero le dijeron que en tres días le darían respuesta de los exámenes. Pasaban los días, cada vez que escuchaba que alguien se asomaba a su puerta de un salto se levantaba del sofá, decepcionado se encontraba con que no era la carta que estaba esperando. Miraba por la ventana y ante cualquier ambulancia que pasaba un sentimiento de esperanza llenaba su corazón, para después ser presa del desconsuelo cuando el vehículo seguía de largo. Sin embargo, no fue hasta la segunda semana en que recibió la carta en su departamento. Cuando terminó de leerla necesitó varios minutos para asimilarla, no se iba a morir o por lo menos nadie lo sabía a ciencia cierta. El caso era que ningún examen determinó por qué el tono gris de su cabello, no se podía decir con certeza si aquella enfermedad era contagiosa o no. Pero la cereza del pastel estaba en el último párrafo, según un análisis eso que a simple vista parecía cabello no lo era, en realidad, se trataba de un tipo de seda tan extraña y fina que de seguro hubiera dejado maravillado a cualquier experto en el tema.

Se desnudó frente al espejo, vio sus cejas, sus brazos, sus piernas e incluso su intimidad blanca por completo. La cabeza le iba a estallar, pensaba en cómo había contraído esa enfermedad, él no trabajaba con químicos ni nada parecido, en su familia no había antecedentes de patologías extrañas y no tenía contacto con animales. Siguió mirando su reflejo y pensó ¿Qué pasaría si la seda no dejaba de crecer? ¿Y si cubría todos los poros de su cuerpo? ¿Acaso terminaría como un muñeco de nieve ambulante? Deseó que alguien encontrara la cura, pero no, estaba solo y desnudo en su habitación frente a una forma suya que no reconocía. Se sintió tan mal que no quiso contestar las llamadas ni los mensajes de su amiga, por más que ella insistió no quería hablar con nadie. Estaba fatal y lo peor todavía no sucedía. No pudo evitar recordar el sueño de las manchas, se sintió triste porque sabía que esta vez nadie lo podía ayudar.

Cuando terminó de vestirse un mensaje de Gabriela lo dejó intrigado. Le devolvió la llamada, pero esta vez fue ella quien no contestó. Al tercer intento desistió, fue a la cocina por un vaso de agua y cuando terminó de beberlo escuchó que alguien llamaba a la puerta, se asomó por el cristal y vio a un hombre vestido con una bata de hospital.

Entreabrió la puerta, el hombre se identificó como doctor de la clínica que atendía su caso, mostró una escarapela y le pidió que lo acompañara para otros exámenes de rutina. Después de unos minutos Marcos recordó el rostro del médico, trabajaba en el hospital Distrital, aquel sujeto lo había atendido tan bien que quiso invitarlo a pasar, pero este se negó asegurando que no debían tardar, pues un auto los estaba esperando. En realidad, se sentía cansado para salir aquella tarde, pero deseaba tanto resolver sus dudas que no le importó someterse a un examen más, además las cuatro paredes de su departamento lo iban a terminar de enloquecer, llegó a la conclusión que un poco de aire le sentaría bien.

De esa tarde han pasado más de dos meses y Marcos lamenta haberse subido a ese auto. Todas las noches recuerda el mensaje de su amiga “cúbrete bien y sal de allí” si tan solo le hubiera hecho caso nada de eso le estuviera pasando. Hace mucho no sabe de su Gabriela o de sus familiares, el único contacto que tiene con personas es solo por unos segundos mientras le traen la comida. Por más que pregunta a los guardias y doctores ¿Cuándo saldrá de allí? nadie le responde. Al principio intentó escapar a la brava, empujando, golpeando, gritando y siempre terminaba sedado o sometido por el personal. No tiene idea cuando lo dejarán ir, de lo único que está seguro es que la seda que emana de sus poros es muy valiosa. Ya ha perdido la cuenta de las veces en que lo han trasquilado. Siempre que la tarea finaliza no puede evitar sentirse como una oveja; sabe que la próxima semana vendrán por más.

Conflicto de intereses: El autor declara no tener conflictos de intereses.

© Derechos de autor: Yimaldy André Marrero, 2025.

© Derechos de autor de la edición: Pucara, 2025.

Vol. 1, N.° 36, 63-65

https://doi.org/10.18537/puc.36.01.09

Cómo citar:

Marrero, Y. A. (2025). La próxima semana. Pucara, 1(36). https://doi.org/10.18537/puc.36.01.09