Recibido: 07/03/2025
Aprobado: 01/04/2025
Publicado: 13/06/2025
Un rebaño que aspira el rocío (Fragmentos)
A flock inhaling the dew (Fragments)
Agustín Molina Arévalo
Dirección de Cultura, GAD-Cuenca, Ecuador
smolina@cuenca.gob.ec
Si cada uno de nosotros podría decirle Ella,
la habríamos dispuesto desde la entrada de esta historia en la puerta de su casa. Nos extraviaríamos en medio de un calor sofocante de una ciudad desconocida que tiene palmeras aglutinadas en cada calle y donde cada uno de nosotros tenía una manera distinta de encarnar en Ella.
Parecía un país lejano sin gobernante. Llegamos afuera de su casa y cuando salió a nuestro encuentro le entregamos la mano de cada uno y entonces ella tuvo que acomodarse esas mil manos en un ramo conglomerado. Las juntó todas y las puso sobre su hombro como mostrando el portento de su trofeo y diciendo: “más fuerte soy yo”.
Si cada uno de nosotros podía decirle Ella,
de alguna manera tendría que dar la atención debida a ese coro de voces sofocantes por encima del calor, la bachata de la radio, la falta de aire acondicionado, la piel sudada.
Se estaba acercando al fastidio esa mujer y comenzó a sonrojarse de la rabia.
Esta carta de penumbra asienta sobre esta línea escrita un aire de aquella multitud repetida—voces dentro de otras voces difuminando la voluntad del discurso— porque estamos escribiendo una carta donde dice que ya estuvimos todos nosotros cerca, cachete contra otro, mientras escuchábamos un bolero afilado que nos despeinaba todas las inquietudes,
nos devolvía así, de a poquito,
a esa repetición expresamente buscada por todas las cabezas que la piensan.
Esa multitud de intenciones nos permiten repetirla de manera anormal.
Multiplicar todos los verbos por cien o más y esa concatenación de acciones nos avergüenza por temor a asediarla como si fuéramos invasores intentando sitiar una muralla.
A veces, cada uno de nosotros podría decir lo mucho que Ella parecía un telescopio metido en un carro volcado: sucesión y designio de la misma toma cercana.
Si cada uno de nosotros podría decirle Ella,
nos acusaríamos mutuamente de ser hipocondríacos clones el uno del otro y deberíamos empezar a elegir comisiones, vocales y dignidades que vayan en representación de todos para entrar en Ella y venerarla con cautela, organizarnos para vender afuera del templo algunos tamales con café o una espumilla temblorosa que será repetidamente reprimida por su boca.
Cada uno de estos representantes llevará ofrendas y haremos una procesión que atestarán todas las calles de esta patria inventada. No hace falta que todos estos fieles sean petulantes y obsesivos intelectuales, al contrario, en toda nación será preciso el exceso de pasión y de raciocinio metódico para perfeccionar otros oficios. Estarán presentes electricistas, mineros, jugadores de bádminton, ganaderos, oficinistas, burócratas, carniceros, espadachines, vendedores de flores, vendedores de afiladores para cuchillos, restauradores de arte, restauradores de muebles, restauradores de mármol, restauradores de figuras religiosas que son representaciones momentáneas de Ella.
Todos en la calle son una manifestación que entran donde está Ella.
Progresan entre los sacrificios de los pies descalzos los más fieles que no vienen a pedir milagros, sino un refugio pequeño entre la bruma de toda la urbe: algo pequeño, un centímetro de atrevimiento, el hilo de alguna bufanda por donde puedan subir, porque ahora los fieles no son otra cosa que una civilización de hormigas entre mitos de amantes famosos. Se ha formado un camino en el jardín. La cabeza de esa formación de hormigas se llama Tristán, un caballero de la mesa redonda que acompañará a su futura esposa a sus nupcias con otro noble, pero ambos deciden beber una poción de amor que los vuelve condenadamente co-dependientes y el fracaso viene a ser apremiante. Ella decide besar la formación de un hombre que tiene boca de miles y miles de hormigas con la necesidad de estar herida de muerte. No admite futuro sin la aglomeración de todos los amantes famosos de la historia universal, que no son hormigas ni de cerca:
Bonnie y Clyde, sólo para empezar.
Si, por Vos, en aquel momento, cada uno de nosotros sería un forajido criminal,
nos dejaríamos aleccionar, amor mío, pidiéndote que te nos unas para ocultar por siempre nuestra identidad y evitaríamos las emboscadas matrimoniales, parentales, policiales, filiales, municipales, todas las emboscadas amontonadas. Agacharíamos la cabeza contra las balas que apuntan a los prófugos renuentes, dormitaríamos en una diferente cama todos los días junto a Vos, haciendo turnos de guardia para que algunos vigilen por las ventanas y otros te vigilen para que no entristezcas mientras duermes y que respires, cuidándote hasta en el sueño, donde otra vez nos volvemos a ver.
Esta vez sólo hay uno de nosotros.
Ella lo mira acercarse desde lo más lejano de un muelle.
Frente a frente, sujetados de la mano se disuelven en dos montones de polvo que descienden a los pies de cada uno, sin soltar el suspiro que finalmente los esparciría. Fue la brisa del mar lo más preciado porque permitió finalmente la despedida. Por temor a fugarse entre la memoria como aquellas rosas entre los barrotes, el viento que no es consecutivo, pero si simultáneo, espolvorea el muelle de todos los espejismos.
De pronto despiertas, pero a todos y a ninguno, ya no nos basta el día.
No supe. No quería. No entendí cómo lidiar con la frustración, ese arbusto punzante donde duermen cientos de bichitos paridos por los dos.
Cercanas termitas devolvían la madera no devorada
y fue utilizada para levantar una civilización:
de los todos restos inevitablemente algo se repara.
Nunca supe tus mayores filias.
Nunca hasta dónde llega la besana ordenada que siembras.
Todo esto para ubicar.
Coordenadas,
regiones corporales de lucha.
A veces pienso que medimos lo mismo hacia la atmósfera.
A veces pienso en vos
como si fueras una margarita que flota
insoluble sobre las capas de espuma de un
altamar de cerámicas.
Lo que no tiene mínimo registro
o razón de porqué está ahí,
donde su belleza concierta.
Una belleza impuesta por la eventualidad.
La verdadera y única belleza, finalmente.
A veces también pienso en el desecho del
amor de quien si le importamos,]
pero el zumbido de las intrigas
y cada duda bien puesta me hacen
lucir como un delirante en busca de
comprensión.
¿Tú me llegaste a comprender?
A veces pienso en las latitudes de ese techo
caído que vamos formando con aire de
cuerpo que recibe sus propósitos y que
conoce de goteras y conoce de planicies
gastadas con más lluvia que cualquier
lágrima haya envidiado.
Si se sabe de tus pies,
se sabe del paradero de las ruinas.
Latitudes así,
de ojos obstruidos.
Has de crecer en sed, amor,
y de eso no quiero contenerme.
Quiero ver…
Quiero ver…
Quiero ver…
Quiero ver como Ulises, en su ausencia, liberó a Telémaco.
Telémaco esperando. Abrió todas las puertas de la casa para que regrese su padre y volvieron todos sus recuerdos de liberaciones posteriores. Las liberaciones de los recuerdos son mera señal de la ausencia epónima que sobre el amor recae como bajón cuando te sientas en la mesa a comer solo.
Telémaco esperando. Ordenó la memoria de su mezcla entre niño y adulto para tratar de recordar a su padre como la hondura de ese rostro que fue reconocido por las miles de ventanas abiertas que dejó para que sea su barco el que arribe al puerto.
Telémaco esperando. Ignorando a Penélope antes de la recaída inevitable que significa el reencuentro y la vejez. Pero se trata de un hombre llevado por la vida, sentado en la proa, con la seductora idea en su cabeza de saltar estimulado por esos espantosos monstruos que son las sirenas.
Telémaco esperando. Ahora es una niña padecida sobre los pesares canallas de la burla de los grandes hacia los más chicos. Ella sabía que lloraba a un náufrago que quizá estaba deseando la muerte con más fuerza que a la vida. Lo cierto es que Ulises, sentado entre los cerdos, sólo podía imaginarse el sabor de una verde y silenciosa manzana.
Telémaco esperando. Un ánfora vacía donde se retrataban a los héroes y él, en el fondo del ánfora, se había convertido en polvito rojizo achicharrado de afanes. Las canciones irían a cantarlo. Pero ¿qué tanto se inmortaliza a los que se empeñan y viven solo para recordar? ¿Aquellos que en las historias se vuelcan a ese refugio del que prometen no soltarse hasta la repatriación?
Valdría la pena decir que Ulises regresó en estado de vagabundo. Después de sentir celos por los pretendientes de Penélope, hurtó de su propio jardín una manzana agarrada a ciegas y se encaminó a recuperar los honores que pierden los románticos olvidados, usando la manzana como proyectil.
¿Para qué intentaría explicarte lo residual?
¿Con qué afán ético te hablaría de las fracciones?
¿Si hablaría de eso, hablaría de una tienda de antigüedades?
¿Hablaría de un libro que hable de eso?
¿Eso sería pesado de mi parte?
Sólo nombraré un caso para evitar ambigüedades:
Todos los mensajes de whatsapp que no pude mandarte
se hicieron vejestorios y terminaron anidando y limpiándole
los mocos a un libro pequeño y llorón que ando escribiéndote en mi bloc de notas.
Finalmente, se convirtieron en fósiles ilegítimos llenos de palabras,
emojis, gifs, stickers, cosas así.
Todos los objetos de una tienda de antigüedades me obsesionan.
Creo en sus vidas pasadas. Pienso en sus dueños.
Juguetes, peines, llaveros, vajillas, ropa, teléfonos, muebles y un largo etc.
Todas las relaciones pasadas de esos objetos se relacionan
con el museo que las contiene: ¿Un museo-bloc de notas?
Es todavía más nostálgico encontrarle sentido
al desuso y a la acumulación irracional del prefijo de negación “des”.
Todos los usos del prefijo se refieren a la negación
o al sentido contrario de una palabra:
desequilibro, contrario a equilibrio.
deslucir, contrario a lucir.
desandar, contrario a andar.
desatar, contrario a atar.
Así,
el prefijo se sitúa como una salvación
que siempre habrá en la gramática
sobre la posibilidad de la disolución o el arrepentimiento.
Otro regalo es el prefijo “in” que incorpora a nuestra cabeza
la capacidad de la desaprensión y privación:
insoluble, incertidumbre, inaprensible, inhabitable… inoportuna.
Entramos en materia alrededor de la consagración de los residuos,
porque así como existe la posibilidad gramática de la negación,
existe la posibilidad todavía variada de la construcción de los fragmentos.
Para eso existe el abundante y derrochador prefijo “sobre”,
aunque su uso es aplicado mayoritariamente a los verbos:
sobrepensar, sobresalir, sobrecoger, sobrevivir…
Pero este último,
¡qué sentencia!
Ahora bien,
hay que instruirse en el arte improvisado de la sobrevivencia y entender que la ceremonia del día es un heterónimo gigante. En realidad, lo que uno hace es sostener su propia vida con todas las esperanzas puestas en nuestra mejor guerrera: “la necedad”. Sobrevivimos al día, a cada comida y a la lavada de dientes posterior, sobrevivimos a la dicha desmesurada, al derroche pronunciado, sobrevivimos a la escasez, así como a la abundancia. Sobrevivimos sobrepasando, sobrepensando, sobrecogidos, sobreestimados y con una cantidad excesiva de palabras que no pueden ser lo mismo que su significado porque cuando uno escribe, nombra y forma la lista; toda esa cantidad de palabras que necesitamos para hacernos entender es excesiva. Ni si quiera eso. Supongamos que no queremos hacernos entender y nos negamos a la comunicación alienándonos al fondo de un manicomio autoinfligido. La solución no sería la incapacidad verbal aguda y somática, pues no hablar es lo que permite que la patología, dentro de la mente de cada paciente, se torne crónica. En este caso, sobrevivimos ante la experiencia y sabemos que lo que define a la experiencia es la memoria: fracciones, antigüedades, vestigios, todo eso robado que nos va quitando la vida logramos conservarlo únicamente si nos fascinamos. Esa fascinación cercana a la llamada idiotez autoconsciente de su gozo que menciona alguna vez Julio Cortázar en su ensayo “Hay que ser realmente idiota para” 1 en su libro La vuelta al día en ochenta mundos (p.108); cuya quinta edición (y aquí empiezo yo a fascinarme) es de 1969, año del alunizaje. Yo conservo esa edición y mi fascinación sobre un objeto nimio cobra sentido cuando hago una asociación mental. Ese libro es importante para mí, no por su año o su edición (pero de ser coleccionista tendría más sentido), sino porque le perteneció en algún momento a la María Rosa Crespo y porque fue un regalo hecho por ella. Un día yo fui a visitarle a mi mejor amiga Sol, quien es su nieta. Recuerdo que María Rosa estaba arreglando su biblioteca y me llamó. Acudí inmediatamente como un gato buscando recompensa y me pidió que escoja un libro, —desde ahora sabemos que tímido del todo no soy— así que me arrojé sobre ese curioso pantano. María Rosa me introdujo todavía más en este mundo de las fascinaciones, así como lo hizo mi primer árbol de toctes y su primera faena de piedras rompiendo cascarones para llegar al corazón; así como lo fue la primera vez que anoté un gol para mi equipo; como lo fue percibir el sentido de libertad que adquiere poder salir de las horas de clase; mi primer poema a mano; la primera vez que te abracé tranquilo; descubrir que puedo cocinar para alguien; un primer lugar en algún concurso… Fascinaciones hacia los pasajes de la memoria y los restos de todo lo que vivimos quedándose como una bitácora necesaria sobre el nacimiento de un romance dentro de la literatura. ¿Con qué afán podría pensar yo que hay algo por olvidar de ti? Soy un necio de los fragmentos, te lo dije más arriba y te lo confirmo ahora. Como necio, no puedo dejar de pensar que cada una de estas líneas escritas son un tiro al aire, pero ¡qué dicha si sí lo son! Ese tiro al aire se convertiría en ese momento de fascinación tuya y esa sería mi excusa para que, de pronto, pueda enterarme que te hice sonreír y sonriendo fue que esos ojos tuyos se levantaron centímetros por este bosquecito tautológico que levanté para ti, y si fui yo quien lo ha conseguido, si fue así; toda guerra contra este libro pequeño y llorón que ando escribiéndote en mi bloc de notas, vale la pena.
Conflicto de intereses: El autor declara no tener conflictos de intereses.
© Derechos de autor: Agustín Molina Arévalo, 2025.
© Derechos de autor de la edición: Pucara, 2025.
1 Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta “L’année dernière à Marienbad”, ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.
Vol. 1, N.° 36, 57-62
https://doi.org/10.18537/puc.36.01.08
Cómo citar:
Molina Arévalo, A. (2025). Un rebaño que aspira el rocío (Fragmentos). Pucara, 1(36). https://doi.org/10.18537/puc.36.01.08